Brasil 2022: el balotaje

Por Aurelio Alonso

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Foto: Gabriela Carvalho / Pausa

Como hicimos ya en dos ocasiones durante el mes de octubre, La Tizza publica el último trabajo de Aurelio Alonso aparecido en La Ventana, de la Casa de las Américas, a propósito de las elecciones en Brasil.

Las tensiones que se preveían para las cuatro semanas de campaña de los dos candidatos que siguieran a la segunda vuelta de la elección presidencial, si no se salía de la primera con mayoría absoluta, se han cumplido a cabalidad. No en balde la importancia dada a lograr el triunfo en la primera votación. La polarización que tuvo lugar en el discurso entre Lula y Bolsonaro no conoce antecedente en la historia brasileña. Ante todo, hay que destacar que el respaldo pleno a Lula de los candidatos que lograron el tercer y cuarto lugares el 2 de octubre, parecía suficiente para esperar incluso un engrosamiento de la ventaja de más de seis millones de electores que lo respaldaron tan solo 28 días atrás en las urnas.

Bolsonaro, que ya había reducido a la mitad la apreciable desventaja que le separaba del ganador, desplegó sus recursos y su ingenio en la campaña final. Muecas simpáticas o agresivas a conveniencia, calumnias y mentiras repetidas y nuevas, promesas espurias a los electores, ejercicios de manipulación, abusos de poder y, como se esperaba, ataques al Tribunal Superior Electoral, que anticipaban su decisión de impugnar de algún modo la victoria de Lula, que todos los sondeos vaticinaron hasta las vísperas mismas de la elección. Su maquinaria no logró satisfacer sus expectativas. El pronóstico del 51 % contra el 49 % — el más apretado— a favor de Lula fue el que finalmente se materializó en el voto (50,9 % vs. 49,1 %).

Aunque el éxito tuvo resonancia universal y el candidato victorioso fue saludado enseguida por numerosos jefes de Estado desde todas las latitudes — incluidos Washington y Moscú— Bolsonaro, que pocas horas antes del balotaje del domingo 30, se atrevió a decir que de perder lo reconocería, no volvió a pronunciar una sola palabra en público después de saberse el resultado. ¿No se ha decidido o maneja su jugada en silencio, como en el póker?

Tal vez se sintió demasiado seguro del respaldo evangélico, y el dilema ahora para él sea el de montar su rechazo en un escándalo al estilo de Trump o aprovechar el consistente apoyo alcanzado, que lo coloca en posición privilegiada para jugar a la oposición durante el nuevo mandato de Lula.

La declaración que los obispos católicos se sintieron en la necesidad de emitir unos días antes de la votación frente a la invocación inapropiada que Bolsonaro hace, con destemplado oportunismo, del nombre de Dios a favor de sus intereses, pudo pesar en el suceso electoral, pero considero que lo trasciende. Amén de lo referido a la proyección moral de su discurso — a menudo escandalosa— y sus decisiones infaustas; de ser sincero, Bolsonaro comenzaría por preguntarse, en la derrota, si su presunción carismática no resta legitimidad a la fe religiosa que pretende profesar. Probablemente también carece de mensaje para esa vasta comunidad creyente que le ha apoyado convencida de que la predeterminación obraba en favor suyo, y que hoy las cámaras muestran desolada ante un revés que acaba de serles revelado por la votación definitiva.

Este episodio electoral ha puesto a flote la influencia que puede alcanzar el movimiento neopentecostal para interpretar valores religiosos con propósitos políticos. Podría convertirse en muchos países latinoamericanos — si no lo ha hecho ya— en un factor que algunas fuerzas políticas estarían tentadas a usar sin escrúpulos.

Según estimados generales, más del 30 % de la población creyente de Brasil se agrupa hoy en denominaciones evangélicas, en la mayoría de las cuales se ha abierto paso, como en todo el continente, una «teología de la prosperidad» que pretende sintonizar la piedad con el éxito individual. La presencia de estas proyecciones se ha hecho notar vinculada a las derechas políticas en varias ocasiones en nuestra América, pero no recuerdo hasta ahora que haya dado lugar a una distinción obligada de posiciones dentro del complejo universo cristiano. De los 503 diputados que integran en la actualidad el Parlamento de Brasil, 203 pertenecen a iglesias evangélicas. Se ha manejado como estimados que, en tanto un 57 % de la población católica estaría con Lula y un 37 % con Bolsonaro, de los evangélicos Lula contaría solo con el 31 % mientras el 67 % respondería a Bolsonaro. Hay motivos para pensar que se trata de un apoyo sostenido en lazos doctrinales, que le hacen poco asequible a otra racionalidad.

Por la recuperación del proyecto de país que significa para Brasil, la victoria de Lula coloca en la mira el cambio decisivo de la coyuntura latinoamericana actual. El papel que está llamado a jugar el gigante latinoamericano en el plano continental y más allá del océano Atlántico; en el fortalecimiento de una concertación armónica con Rusia, China, India y Sudáfrica y desarrollar una dinámica propia de relaciones entre la CELAC y el BRICS, sería la más compleja perspectiva del aporte brasileño al sistema mundo. Lo cual se corresponde, en el proyecto interno, con los programas más específicos para propiciar la paz, el pleno empleo, la reducción sistemática de la pobreza, la educación y la salud para todos, la lucha efectiva contra la corrupción, la contención de la deforestación de la Amazonía. Todo esto sería impensable sin ese histórico 1 %.

Aun así,

no hay que olvidar que ha sido una victoria frágil.

Si el 2 de octubre Lula superó en más de seis millones de electores a Bolsonaro, en el balotaje lo pudo hacer solo en poco más de dos millones. Más que suficiente para salir airoso. No obstante, si nos inquietó ver a Bolsonaro alzarse con más de cincuenta y un millones el día 2 de octubre, peor fue verle finalizar con más de cincuenta y ocho el domingo 30.

En tales condiciones,

el primer desafío que Lula va a experimentar, con intermitencia, es el levantamiento de obstáculos como la obstrucción de carreteras por camioneros bolsonaristas para expresar su desacuerdo con el elegido, sin que haya tomado siquiera posesión de la Presidencia.

En realidad, quedan al mandatario saliente dos meses para entregar el Palacio de Planalto, durante los cuales hará seguramente todo lo que encuentre a su alcance para trabarle el camino a su sucesor. Por fortuna, Lula nunca creyó que el camino lo podría seguir sin lucha, y sabe que podrá superar la fragilidad con la cual le llega el mandato.

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