El comunismo marxiano: contigo en la distancia…, estoy

Por Natasha Gómez Velázquez

La Tizza
La Tizza Cuba
26 min readMay 13, 2024

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Hay que enseñarle al pueblo a espantarse de sí mismo,

para que cobre coraje[1]

Karl Marx

A fines del año 2018, la sociedad cubana fue convocada a debatir el Proyecto de una nueva Constitución. Una de las cuestiones examinadas en algunos segmentos ciudadanos fue la conveniencia de incluir la palabra «comunismo» en el texto. Esta palabra, que se encontraba en la Constitución vigente desde 1976, había sido desestimada en el nuevo Proyecto y sustituida por la de «socialismo». Según explicó el secretario del Consejo de Estado en su momento, la sustitución había sido meditada y obedeció al argumento siguiente: la sociedad comunista sigue siendo el objetivo, pero en el presente y el futuro inmediato Cuba se encuentra enfrascada en desarrollar la fase socialista.

Quizás los criterios emitidos sobre este tema, aparentemente abstracto y teórico, no fueran abundantes. Sin embargo, marcaron el regreso localizado ―en determinados segmentos ciudadanos― y efímero ―pues ya (casi) nadie lo sigue pensando o debatiendo― de la palabra comunismo y su significado.

Probablemente, desde la década del sesenta, cuando Fidel planteara la tesis de la posibilidad de la construcción simultánea del socialismo y el comunismo, y el Che teorizara de mil maneras sobre el socialismo, el comunismo, la conciencia política y la formación del sujeto revolucionario, el tema había permanecido sin tratamiento efectivo, sin una verdadera intención transformadora y comprensiva, sin que tuviera la posibilidad real de transformarse en política ―en el campo intelectual sí fue objeto de análisis de manera intermitente―. Si la palabra «comunismo» sobrevivió en las décadas siguientes fue en una dimensión declarativa.

No parece que estemos en tiempos de ir por ahí, hablando en alta voz, de algo como… ¿el comunismo?

Extravío y recuperación de la palabra «comunismo»

El extravío de la palabra «comunismo» por parte de los propios marxistas y revolucionarios es recurrente. Ha sido una palabra tan respetada, tan radical, tan grande, su significado sugiere tantas ambiciones históricas, y hasta el fin mismo de la historia, que paradójicamente ha provocado y provoca una actitud de distanciamiento y la abstención de su empleo.

A pesar de que tanto Marx como Engels se ocuparon de diferenciar críticamente su teoría de las concepciones utópicas al uso, a los marxistas la palabra nos sigue pareciendo, precisamente y con sinceridad, utopía. Esto hizo que, durante buena parte del siglo XX, el término quedara circunscripto a la denominación formal de los Partidos que se identificaban ―al menos declarativamente― con el marxismo y a quedar plasmado, sin falta, en sus documentos oficiales.

Después de la declaración programática del Manifiesto Comunista, la palabra «comunismo» siguió un curso muy discreto, intermitente y problemático durante fines del siglo XIX y en la casi totalidad de las dos primeras décadas del siglo XX. Esto no solo obedeció al respeto que inspiraba la palabra y que aún impide su empleo con naturalidad. Existieron causas históricas y políticas que se presentaron en el inicio de ese proceso y que condujeron al extravío voluntario del «comunismo».

Los eventos y circunstancias relativos a la fundación del Partido Socialdemócrata Alemán (SDP) en 1875 en Gotha, a la fundación de la Primera Internacional y a la composición política no marxista de estas organizaciones ―sujetas a otras influencias más fuertes o preexistentes: el lassalleanismo, el liberalismo, el anarquismo, otros tipos de concepciones socialistas―, así como el hecho de que en esta etapa comenzaba a extenderse el marxismo en el movimiento obrero, lo que impedía su comprensión y recepción plenas, obstaculizaron la asimilación de los objetivos políticos de Marx y de Engels, representados y sintetizados simbólicamente en la palabra «comunismo».

El Partido Socialdemócrata Alemán, que reclamó el marxismo, se había nutrido en sus inicios del Partido Obrero Socialdemócrata (los eisenachianos), dirigido por Wilhelm Liebknecht y August Bebel, y la Asociación General de Obreros Alemanes, de espíritu lassalleano. Precisamente, Lassalle había fundado un órgano denominado El socialdemócrata, del cual sería editor, más tarde y por algún tiempo, Eduard Bernstein, contando con la colaboración de Karl Kautsky. En los años finales del siglo XIX, cuando comenzaron a fundarse el resto de los partidos obreros en Europa, estos no solo siguieron el ejemplo político del Partido alemán en ciertas cuestiones, sino que asumieron una denominación más o menos similar. Así se extendió el término «socialdemócrata» para los Partidos obreros que, de algún modo, se reconocían marxistas. También bajo ese criterio, la Segunda Internacional, instituida en 1889 y que agrupaba a los nacientes partidos, comenzó a llamarse «socialdemócrata». Este llegó a ser un término, en su uso, casi sinónimo del de «marxismo».

Cuando el Partido alemán fue ilegalizado, tuvo razones adicionales para evitar identificarse con el «comunismo» que, entendido en el contexto de la época como anarquismo, podía hacerlo permanecer en condición de ilegalidad por largo tiempo. Posteriormente, al regresar a la legalidad, el SPD tenía intereses políticos electorales, que igualmente le impedían parecer radical. Por otra parte, los líderes marxistas alemanes nunca tomaron esa palabra y su significado realmente en serio.

De hecho, el checo Tomáš G. Masaryk, al identificar los rasgos de lo que denominó en 1898 «crisis del marxismo», se refirió al abandono o actitud dubitativa de la expresión «comunismo» por parte de la joven generación de socialdemócratas, fundamentalmente alemanes.[2]

Después de lo que Lenin hablara de la «bancarrota» de la Segunda Internacional ―aunque no fue el único marxista en denostar entonces a esa organización―, calificativo que empleó para expresar la traición de la Internacional a los intereses de la clase proletaria ante la inminencia de la Primera Guerra Mundial, aplicable también a la actitud política asumida por el SPD ―líder teórico y político de la Internacional―; después de esa «bancarrota», los revolucionarios radicales de diversos países, sobre todo de Rusia y Alemania, declararon la muerte política de la Segunda Internacional «socialdemócrata», que unía a partidos «socialdemócratas» y a militantes «socialdemócratas», y decidieron fundar una nueva Internacional. Esta se concretaría en 1919 en la Rusia ya revolucionaria, y llevaría la denominación de Internacional Comunista. Una parte de los revolucionarios más radicales dentro de los partidos socialdemócratas de Europa se separan y conformaron los Partidos Comunistas, con lo cual surgen los militantes comunistas.

Fue Lenin quien comenzó a reconsiderar la palabra «socialdemocracia», en favor de la palabra «comunismo», y lo hizo primero en relación con la denominación del propio Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (bolchevique) (POSDR (b)). Entre «las tareas del proletariado en nuestra revolución», se encontraba el cambio de denominación del Partido. El primer acápite de las Tesis de Abril estaba dedicado a: «Cómo debe denominarse nuestro Partido para que su nombre, además de ser científicamente exacto, contribuya políticamente a esclarecer la conciencia del proletariado», y consigna: «en lugar de “socialdemocracia”, cuyos líderes oficiales han traicionado al socialismo en el mundo entero, … debemos denominarnos Partido Comunista».[3] Los argumentos que expone son los siguientes: 1) esa fue la denominación empleada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista; «el nombre de “socialdemocracia” es científicamente inexacto», como demostraron Marx y Engels «reiteradas veces» ―explica que después de la derrota de la Comuna de París se resignaron al uso del término «socialdemocracia», pues se imponía una «labor lenta de organización y educación», y no existía entonces una manifiesta situación revolucionaria―; 2) el propósito de «nuestro Partido» se corresponde con la transformación «inevitable y de modo gradual» del socialismo en comunismo; 3) la denominación «socialdemócrata» «tampoco es exacta desde el punto de vista científico», en tanto «la democracia es una de las formas del Estado, y nosotros, los marxistas, somos enemigos de todo Estado» ―Lenin explica que la «socialdemocracia» tiene como objetivo la constitución de un «Estado al modo de la república democrática parlamentaria burguesa», mientras que los «comunistas» se proponen un Estado como el de la Comuna de París o los Soviets, los cuales son la nueva forma del Estado, una que no es ya, precisamente, «un Estado en el sentido estricto de la palabra»―; 4) la denominación «democracia» aplicada al Partido impide que el pueblo visualice a los Soviets «como único Poder dentro del “Estado”», como precursor de la «extinción» de todo Estado; 5) la «socialdemocracia» desorienta y engaña a las masas, por lo que el Partido no puede formar parte de esa manipulación, tiene que distinguirse.[4]

Estas acertadas precisiones de Lenin encontraban anclaje en el rechazo a la palabra «socialdemocracia» que el propio Marx había expresado, cuando analizaba en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte los sucesos revolucionarios de 1848 en Francia y tomaba nota de la aparición, en medio de la dinámica correlación de fuerzas, del ambiguo movimiento político que tomó tal denominación y que incluía a un segmento obrero:

Frente a la burguesía coligada se había formado una coalición de pequeños burgueses y obreros, el llamado partido socialdemócrata. Los pequeños burgueses viéronse mal recompensados después de las jornadas de junio de 1848, vieron en peligro sus intereses materiales y puestas en tela de juicio por la contrarrevolución las garantías democráticas que habían de asegurarles la posibilidad de hacer valer esos intereses. Se acercaron, por tanto, a los obreros. De otra parte, su representación parlamentaria, la Montaña, puesta al margen durante la dictadura de los republicanos burgueses, había reconquistado durante la última mitad de la vida de la Constituyente su perdida popularidad con la lucha contra Bonaparte y los ministros realistas. Había concertado una alianza con los jefes socialistas. En febrero de 1849 se festejó con banquetes la reconciliación. Se esbozó un programa común, se crearon comités electorales comunes y se proclamaron candidatos comunes. A las reivindicaciones sociales del proletariado se les limó la punta revolucionaria y se les dio un giro democrático; a las exigencias democráticas de la pequeña burguesía se les despojó de la forma meramente política y se afiló su punta socialista. Así nació la socialdemocracia… El carácter peculiar de la socialdemocracia consiste en exigir instituciones democrático-republicanas, no para abolir a la par los dos extremos, capital y trabajo asalariado, sino para atenuar su antítesis y convertirla en armonía. Por mucho que difieran las medidas propuestas para alcanzar este fin, por mucho que se adorne con concepciones más o menos revolucionarias, el contenido es siempre el mismo. Este contenido es la transformación de la sociedad por vía democrática, pero una transformación dentro del marco de la pequeña burguesía.[5]

Al fundarse la Tercera Internacional bajo el influjo del bolchevismo, la revolución de la Rusia soviética y el liderazgo de Lenin y Trotsky, la nueva organización adopta la denominación de Internacional Comunista. Varios de sus documentos fundacionales dan constancia de la voluntad de recuperación de la palabra «comunismo».

La invitación extendida por los organizadores, encabezados por Lenin y Trotsky, al recién fundado Partido Comunista Alemán para participar en el primer Congreso de la nueva Internacional, dice:

El Congreso deberá adoptar el nombre de «Primer Congreso de la Internacional Comunista» … Teóricamente, Marx y Engels ya habían considerado erróneo el nombre de «socialdemócrata». El derrumbe vergonzoso de la Internacional socialdemócrata exige aquí también una separación. Finalmente, el núcleo fundamental del gran movimiento ya está formado por una serie de partidos que han adoptado ese nombre.[6]

En ese Congreso fue propuesta la Resolución sobre la creación de la Internacional Comunista, cuyo acuerdo del 4 de marzo de 1919 expresa: «la Conferencia Comunista Internacional decide constituirse como III Internacional y adoptar el nombre de Internacional Comunista…».[7] Por su parte, la Plataforma aprobada argumentó que: «el resultado final de los procedimientos capitalistas de producción es el caos, (que) … sólo puede ser vencido por… la clase obrera. Ella es la que debe instituir el orden verdadero, el orden comunista…»[8] Y su Manifiesto «a los proletarios de todo el mundo» extendió la fundamentación:

Hace setenta y dos años, el partido comunista presentó al mundo su programa en forma de un Manifiesto escrito por los más grandes profetas de la revolución proletaria, Karl Marx y Friedrich Engels… Durante esos tres cuartos de siglo, el desarrollo del comunismo siguió vías complejas, conociendo alternativamente las tempestades del entusiasmo y los períodos de descorazonamiento, los éxitos y los fracasos. Pero en lo fundamental, el movimiento siguió el camino trazado por el Manifiesto del Partido Comunista. La hora de la lucha final y decisiva llegó más tarde de lo que… esperaban los apóstoles de la revolución social. Pero llegó. Nosotros, comunistas, representantes del proletariado revolucionario de los diferentes países…, reunidos en Moscú, capital de la Rusia soviética, nos sentimos los herederos y los continuadores de la obra cuyo Programa fue anunciado hace setenta y dos años. Nuestra tarea consiste en… facilitar y lograr la victoria de la revolución comunista en todo el mundo.[9]

En su segundo Congreso, la nueva Internacional adoptó sus Estatutos, el número dos establecía que «la nueva Asociación Internacional de los Trabajadores adopta el nombre de Internacional Comunista»; y el tercero: «todos los partidos y organizaciones afiliadas a la Internacional Comunista llevan el nombre de Partido Comunista».[10] Y el documento conocido como Condiciones de Admisión señalaba en la condición número 15 que: «los partidos que conservan hasta ese momento los antiguos programas socialdemócratas deben revisarlos sin demora y elaborar un nuevo Programa comunista…» A su vez la condición número 17 ratificaba:

…todos los Partidos adherentes a la Internacional Comunista deben modificar su nombre. Todo Partido que desee adherir a la Internacional Comunista debe llamarse: Partido comunista de… Este problema de nominación no es una simple formalidad, sino que también tiene una importancia política considerable. La Internacional Comunista declaró una guerra sin cuartel al viejo mundo burgués y a todos los antiguos partidos socialdemócratas amarillos. Es fundamental que la diferencia entre los Partidos Comunistas y los viejos partidos «socialdemócratas» o «socialistas» oficiales que vendieron la bandera de la clase obrera, sea más neta a los ojos de todo trabajador…[11]

Comunismo marxiano y socialismo real

Existe la opinión bastante generalizada, y sustentada desde distintas tendencias interpretativas del marxismo, de que Marx y Engels se resistieron explícitamente a desarrollar una teoría positiva (explicativa, sistemática) del comunismo, o quizás más precisamente, de la sociedad comunista. Realmente es así. De hecho, en sus numerosas y sostenidas críticas a las variedades de utopismo, identificaban a estas como diseñadoras de felices sociedades futuras. Esa reticencia, que encontraba justificación en una escrupulosa actitud científica, contrastaba con la elaboración de una teoría crítica del capitalismo y sus teóricos, a la que Marx dedicó muchos años de investigación y (re)escritura. Pero el socialismo aún no existía, no se podía estudiar y no se podía adivinar. No obstante,

toda su crítica sistemática a la Economía Política burguesa tenía un propósito político definido, contribuir a la transformación revolucionaria de la sociedad y, en este sentido, forma parte de su teoría del comunismo o quizás sea su teoría del comunismo.

Por otra parte, una cosa es que Marx no construyera un sistema teórico o que no tomara al comunismo en calidad de objeto de estudio en sí y otra que no existan tesis, incluso positivas, sobre el comunismo. Esas tesis existen y diría que, como tesis, son abundantes.

Sin embargo, adhiriéndose al criterio muy generalizado de que Marx escribió poco al respecto o lo hizo de manera negativa ―criticando al capitalismo y a sus teóricos; y también a otras posiciones socialistas y comunistas―, y que, por tanto, sus planteamientos apenas resultan útiles, es probable que los socialismos reales hayan prestado poca atención a esas valiosas tesis de Marx sobre el comunismo.

Esa desatención constituyó, por ejemplo, una de las características identificativas del «marxismo-leninismo» ―interpretación muy extendida, y de manera hegemónica, en buena parte del que fuera espacio ideológico soviético― que, además, subestimó la obra de la etapa de juventud de Marx, en la que generó buena parte de esas tesis. En Cuba cargamos aún con esa herencia.

Este escrito se dirigirá a comentar algunos (no todos) de esos planteamientos conceptuales de Marx sobre el comunismo, aquellos que han resultado menos conocidos en nuestro entorno, y son útiles para examinar críticamente lo que fue, ha sido y es el socialismo realmente existente. También se establecerán las proyecciones de estas tesis marxianas respecto a los estudios de marxismo en Cuba.

Me referiré casi exclusivamente a Marx, pero ha de tenerse presente que, si de comunismo se trata, la obra personal de Engels resulta de particular interés, precisamente porque no siempre estuvo expuesta en dimensión marxiana y fue desarrollada de manera más extensa y sistemática.

Una parte significativa de marxólogos y especialistas reconocidos han coincidido históricamente en situar el tránsito de Marx al comunismo en la época de su estancia en París (1844–1845), posterior a su labor en la Gaceta Renana (1842–1843) y a partir de su encuentro con el proletariado francés, su movimiento, conciencia y formas organizativas, así como con sus teorías y teóricos. Esa experiencia no se la había podido ofrecer Alemania.

No obstante, ese es un criterio que algunos autores han relativizado y han llamado la atención sobre la relación interesada de Marx hacia la idea comunista desde la etapa de la Gaceta Renana. Karl Korsch, por ejemplo, en contra de una especie de consenso que se mantiene hasta hoy, señalaría en su Karl Marx de 1938, que en los años periodísticos de Marx en esa Gaceta «había trabado cierto conocimiento, todavía vago, con las ideas del “socialismo y el comunismo franceses”».[12]

Esta valoración de Korsch se basaba en el propio testimonio marxiano, recogido en el Prólogo de 1859 a la Contribución a la crítica de la Economía Política:

…en 1842–43, siendo redactor de la «Rheinische Zeitung», me vi por vez primera en el trance difícil de tener que opinar acerca de los llamados intereses materiales… Por otra parte, en aquellos tiempos en que el buen deseo de «marchar adelante» superaba con mucho el conocimiento de la materia, la «Rheinische Zeitung» dejaba traslucir un eco del socialismo y del comunismo francés, teñido de un tenue matiz filosófico. Yo me declaré en contra de aquellas chapucerías, pero confesando al mismo tiempo redondamente, en una controversia con la «Allgemeine Zeitung» de Augsburgo, que mis estudios hasta entonces no me permitían aventurar ningún juicio acerca del contenido propiamente dicho de las tendencias francesas.[13]

Marx se refería entonces a su texto El comunismo y la «Gaceta general de Augsburgo», publicado en la Gaceta Renana en octubre de 1842. En ese escrito reconoce que en el periódico que editaba, algunos autores habían manejado el término comunismo, pero con ligereza; a la vez que confiesa que debe estudiar el asunto. Este es, entonces, un artículo de máximo interés para comprender su tránsito a las posiciones comunistas. Decía Marx: «…la Gaceta de Augsburgo comete la torpeza de descubrir en la Gaceta Renana a una comunista prusiana; aunque tal vez no sea propiamente comunista, coquetea fantasiosamente con el comunismo y le hace carantofias platónicas».

Y más adelante:

La Gaceta Renana, que ni siquiera puede reconocer o reputar posible la realidad teórica a las ideas comunistas bajo su forma actual, y menos aún desear su realización práctica, se propone someter estas ideas a una crítica a fondo. Y si la Augsburguesa fuese capaz de exigir y de ofrecer algo más que frases manidas, se percataría de que obras como las de Leroux, Considerant y, sobre todo, el agudo libro de Proudhon no pueden criticarse dejándose llevar de las ocurrencias superficiales del momento, sino tras un largo y profundo estudio.[14]

Para seguir ese proceso de tránsito a posiciones comunistas y el interés manifiesto de Marx por su «largo y profundo estudio», debe verse también su Carta a Arnold Ruge, fechada en Colonia el 30 de noviembre de 1842.[15]

En todo caso, el interés creciente de Marx por las ideas comunistas ―nacido en Alemania― y la llamada transición, resulta especialmente visible en los textos: Sobre la cuestión judía ―en respuesta a dos ensayos de Bruno Bauer sobre la emancipación de los judíos y la Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Introducción. Dichos trabajos fueron escritos en Kreuznach en 1843, finalizados más tarde en París y publicados en 1844 en los Anales franco-alemanes. En general, los textos de Marx y los de Engels recogidos en ese número único de los Anales son decisivos para seguir el hilo de Ariadna hacia el comunismo, también lo recogido en su sección de Correspondencia. Textos todos de escasísima lectura y estudio en Cuba, por decir lo menos. En esa valiosa lista parisina se distinguen también los Manuscritos económico-filosóficos de 1844.

Buena parte de los pronunciamientos más explícitos de Marx acerca del comunismo, no todos, se concentran en la etapa del denominado «Marx joven» ―según las clasificaciones más tradicionales― y, sobre todo, antes de 1852; etapa que, por cierto, Korsch ya denominaba en 1923 de «comunismo directamente revolucionario» a diferencia del posterior «socialismo científico» de El capital.[16] Sin embargo, durante mucho tiempo, la exposición de los cubanos a la específica interpretación del «marxismo-leninismo» generó una subestimación a la atención y estudio de ese período, bajo la consideración de que Marx aún no era Marx. Aunque esa subestimación ―que se expresó en la falta de consideración investigativa― ya tenía historia anterior en el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), albacea de textos y archivos de Marx y Engels, y que supuestamente contaba entre sus militantes con las autoridades marxistas de la época: Karl Kautsky y Eduard Bernstein, entre otros.

Para ser justos, se ha de recordar que a fines de los años veinte Riazanov ya empezaba a publicar, en el contexto de la Rusia soviética, al «Marx joven». No obstante, rápidamente ―a partir de 1924 de manera creciente―, el «marxismo-leninismo» paulatinamente borró ese interés investigativo.

En este sentido, Wenceslao Roses, conocido traductor de El capital y que colaboró con los soviéticos en Moscú en las «ediciones en lenguas españolas» durante los años treinta, testimonió en una entrevista su apreciación sobre el tratamiento editorial recibido por los textos juveniles de Marx y de Engels en la URSS de la época:

…no fueron publicados, lo que le dará una idea de la manera rusa de proceder. Al hacer la edición grande, en cincuenta y tantos volúmenes, de la obra completa de Marx; los escritos del joven Marx, en donde todavía no es comunista, en que mantiene muchos resabios, pero muy importantes de idealismo (y que es un ejemplo de lucha por el marxismo, porque el marxismo no se cayó del cielo, fue fruto de la lucha ideológica). Pues bien, en esta edición, los escritos juveniles de Marx y de Engels que no son ortodoxos marxistas, ellos los colocan aparte y hacen una edición al margen de Obras especiales de Marx y Engels. Es decir, que ellos mismos se ponen a censurar el marxismo.[17]

Tanto la actitud de las autoridades teóricas del SPD en su momento, como la actitud del marxismo soviético oficial después ante el «Marx joven», revelaban una interpretación muy peculiar del marxismo. La versión soviética manualística, dirigida a la conformación de un sistema positivo de conceptos, no expresó interés por el proceso mismo de (re)contrucción histórica de la teoría marxiana y marxista. Así, quedaba fuera de consideración real el «joven Marx» y su devenir comunista.

En Cuba, bajo la influencia de esa específica interpretación del marxismo ―introducida intensamente durante los años sesenta, triunfante y hegemónica rayando los setenta y hasta los finalísimos ochenta―, se leía un conjunto preestablecido de textos de Marx y de Engels, pero otros, que los especialistas tienen por esenciales, de juventud o no, quedaron fuera de consideración, al menos, en los estudios institucionales de marxismo. Entre ellos, la mayor parte del conjunto de escritos en los que Marx y Engels se pronuncian explícitamente sobre el comunismo.

Además, a la herencia soviética negativa en materia de marxismo ―que llega hasta hoy, aunque reciba otros nombres o se le adjudiquen otros contenidos―, le era y le es inherente una interpretación que divide arbitrariamente lógica e historia. Escinde los conceptos y teorías, por una parte, y por la otra, la historia de esa construcción y reconstrucción lógica. Subestima y termina por desechar esa historia. Todo lo cual, además de ser una interpretación antimarxista del marxismo, invisibiliza la transición de Marx al comunismo, así como sus tesis mismas sobre el comunismo, pues esta versión de un Marx sin historia se reduce a la exposición sistémica de un conjunto de conceptos en su expresión (supuestamente) acabada o madura. De manera que el «Marx joven» no cuenta.

Siendo así, ese tipo específico de marxismo soviético se ocupaba de constituir sistemas monolíticos, positivos y descontextualizados de conceptos. La historia de las construcciones marxianas y del marxismo, sus motivaciones, condiciones de posibilidad, progresiones o transiciones conceptuales, saltos investigativos y temáticos en el tiempo, atención o abandono de los mismos, reconstrucciones y alternativas teóricas, contradicciones, etc., todo eso era y es desestimado en el marxismo vulgar, que por décadas llegó a nivel ciudadano en Cuba. Esto se refleja, aún hoy, en la enseñanza y la investigación, poco preocupadas por el estudio histórico e historiográfico de la obra de Marx y del marxismo, y por comprender el todo que constituyen íntegramente los conceptos y su historia, los conceptos y la historia, los conceptos en la historia, los conceptos como historia, los conceptos contados por la historia, los conceptos y su aporte a la historia. En ese marxismo vulgar solo prevalecen los conceptos, como eidos platónicos, que sirven de instrumento de medida de un mundo empírico otro, considerado indigno de la vocación teórica. Digamos que es un soliloquio de conceptos, un juego de ajedrez, cuya única sustancia son los conceptos mismos. Esta cirugía intelectual, a la que ha sido sometida la obra marxiana, también ha desdibujado y resignificado sus concepciones sobre el comunismo.

Eso nos deja en desventaja para comprender, en particular, ciertas cuestiones relativas al tratamiento del comunismo en Marx.

Al desentenderse de la relación unitaria marxismo e historia, en primer lugar, se pierde de vista el «problema fundamental» del marxismo ―que no es el formulado por Engels, a propósito de la Filosofía, sobre la relación ser/pensar― y la función «revolucionaria» o «práctico-crítica»[18] asignada por Marx al saber filosófico en las conocidas como Tesis sobre Feuerbach y en La ideología alemana: transformar el mundo histórico, superar el capitalismo, liberar y desenajenar a los seres humanos, regresarle su esencia humana.

En segundo lugar, deja fuera de consideración la sustancia histórica (política) de los conceptos y las teorías marxianas y marxistas ―reclamada por Marx ante el idealismo especulativo alemán, sobre todo del hegelianismo en descomposición o de los «industriales de la filosofía»―, y su (re)construcción. Es decir, no sirve para explicar el propio marxismo, cuestión que resulta esencial para comprender los planteamientos discontinuos pero progresivos de Marx sobre el comunismo, que van exponiéndose y madurando en distintos contextos que hay que estudiar.

En tercer lugar, reduce el tratamiento del comunismo en Marx a una sola dimensión temática: el comunismo como «formación económico-social» (FES). Esta es la interpretación, por ejemplo, del tipo de marxismo que se estudió en Cuba y que permanece y se reproduce por inercia, desidia, desconocimiento y miedo al marxismo revolucionario. La llamada FES comunista era situada en esos textos en un esquema tipológico progresivo y teleológico de sociedades: comunidad primitiva; FES feudal; FES esclavista; FES capitalista y FES comunista.

Realmente, esa serie teleológica es sumamente cuestionable desde la perspectiva de los Grundrisse, cuyos manuscritos fueron retenidos por décadas, primero por los albaceas de la socialdemocracia alemana y después por los soviéticos, pero que finalmente fueron dados a conocer de manera íntegra en 1939/41. Estos mencionan variadas series históricas y alternativas de sociedad, a partir, sobre todo, de criterios como: formas de propiedad, modos o formas de producción, o épocas históricas. Y el «Prólogo» de 1859 a la Contribución a la crítica de la economía política, refiere: «A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción». Y ahí se detiene Marx, precisando que: «con esta formación social se cierra, por tanto, la prehistoria de la sociedad humana»[19]. Además, el conocidísimo «Prólogo» introducía el «modo de producción asiático» ―muy trabajado en los Grundrisse―, que rompía con la teleología de los manuales soviéticos.

En Trabajo asalariado y capital (serie de artículos del año 1849, publicados en la Nueva Gaceta del Rin), Marx se expresaba en los términos siguientes: «la sociedad antigua, la sociedad feudal, la sociedad burguesa, son otros tantos conjuntos de relaciones de producción, cada uno de los cuales representa, a la vez, un grado especial de desarrollo en la historia de la humanidad».[20] Ni una palabra de «formación económico-social» socialista o comunista como coronación de la historia.

Tampoco se excede en El capital. En su examen crítico señala las condiciones de posibilidad creadas por las propias contradicciones de la economía y sociedad burguesas, que conducen a la «hora postrera de la propiedad privada capitalista», en la que «los expropiadores son expropiados».[21] Y se refiere a la realidad histórica posterior en términos de: «transformación de la propiedad privada capitalista (…) en propiedad social…»; constitución de la «base real de una formación social superior cuyo principio fundamental sea el desarrollo pleno y libre de cada individuo»; «cooperación de trabajadores libres y su propiedad colectiva sobre la tierra y sobre los medios de producción»; y de «elementos creadores de una nueva sociedad».[22]

El esquema lineal y teleológico de la historia está conformado por una serie única y rígida de sucesión histórica de sociedades, no alternativas, como ocurre en los Grundrisse, en la que la FES comunista constituye solo un progreso respecto a lo anterior y no discontinuidad ―tesis que Marx formularía así: «con la sociedad burguesa… termina, pues, la prehistoria de la sociedad humana»―.[23] Se trata de un esquema en el que ese progreso es interpretado como simple transformación de estructuras y relaciones objetivas ―sin considerar que siempre se ha tratado de transformaciones en los seres humanos y sus relaciones: no son relaciones entre cosas, sino entre personas, dijo Marx, una y mil veces―. Ese esquema es una construcción posterior, formada a partir de ejercicios de exégesis que absolutizaron y hasta intervinieron la letra de Marx. Este enfoque, por excelencia, se expresó en el marxismo de manual. Stalin, por ejemplo, en su Materialismo dialéctico y materialismo histórico (1938), planteaba: «la historia reconoce cinco tipos fundamentales de relaciones de producción: el comunismo primitivo, el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo y el socialismo».[24]

Esa versión había sido recepcionada en Cuba a través de la Internacional Comunista en la época del Partido Socialista Popular (PSP), traído más tarde con fines de difusión masiva en la década del sesenta y definitivamente instalado a partir del setenta.

En el texto de Blas Roca (secretario general del PSP) Los fundamentos del socialismo en Cuba, publicado por primera vez en 1943 y reeditado en 1960, puede leerse en su capítulo primero: «en Cuba se han sucedido cuatro tipos fundamentales de sociedad: comunismo primitivo, esclavitud, feudalismo y capitalismo. No hay ningún régimen social eterno. El capitalismo será sustituido por el socialismo».[25] Por cierto, para entender orgánicamente la trayectoria de los estudios de marxismo en Cuba y el fenómeno de su difusión masiva, así como las consecuencias que nos alcanzan hoy, hay que leer la Revista Teórica del PSP Fundamentos.

Mientras se estuvo estudiando en Cuba por los Manuales soviéticos, hasta fines de los ochenta, toda mención al comunismo quedaba planteada en esos términos, es decir, en relación con esa tipología social. Al igual que lo ocurrido con la concepción de «materialismo» en Marx, la cual hay que especificar, pues en la historia del pensamiento siempre han existido materialismos; es insuficiente el empleo de la palabra «comunismo» a secas para referirse a la teoría marxiana. El «materialismo» tanto como el «comunismo» de Marx se insertan en todo un programa investigativo de intención política que les otorga una identidad y significado particular. El propio Marx se ocupó de establecer esa diferenciación en ambos casos. Él y Engels también señalaron la discontinuidad entre sus nociones de socialismo y comunismo, con respecto a otras variantes históricas y al uso. En este sentido, mantuvieron un discurso crítico no solo frente a los teóricos del capitalismo, sino también de los socialismos y comunismos de su época, a los que denominaron: comunismo como «abstracción dogmática» (1843);[26] «socialismo y comunismo de masas, profano» versus «socialismo absoluto» ―crítica que forma parte de su análisis sobre Bruno Bauer y quedó editada en La Sagrada Familia―;[27] comunismo «tosco y vacuo» o simplemente «tosco» (1844); «comunismo inacabado» (1844);[28] «socialismo verdadero» alemán ―entre otros, criticados en el Manifiesto comunista (1848)―; «comunismo utópico»; «comunismo crítico utópico» (1848);[29] «socialismo burgués», «socialismo pequeño burgués» y «socialismo doctrinario» o «utópico», diferente del «socialismo revolucionario» o «comunismo»;[30] «socialismo vulgar»;[31] «socialismo ecléctico y mediocre» o «utópico»;[32] «socialistas burgueses»; «socialistas democráticos»; «socialistas reaccionaros»;[33] etc. Identificar la especificidad del comunismo de Marx también sigue siendo tarea a realizar por los socialismos realmente existentes.

Existe un consenso acerca del conjunto de textos en que Marx aborda más explícitamente el tema del comunismo. Sin embargo, aspirar a su comprensión cabal implicaría situar esas obras y análisis marxianos en el devenir de su trayectoria teórico-política. Además, supondría atender sus otros escritos que, aunque no trabajen el asunto de forma explícita, constituyen el proyecto de investigación y sentido de vida marxiano, dirigido a la transformación práctico-crítico-revolucionaria del mundo. Pero una exposición como esta obliga al reduccionismo. Hay que conformarse.

Entre esos textos esenciales se encuentran: Carta a Arnold Ruge fechada en la ciudad de Colonia en septiembre de 1843; Sobre la cuestión judía (publicada en 1844); Introducción a la Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel (publicada en 1844); Manuscritos económicos y filosóficos de 1844; La sagrada familia (o Crítica de la crítica crítica, título que fue sustituido a pedido del editor y obra escrita en conjunto con Engels, publicada en 1845); La Ideología alemana (escrita con Engels entre 1845–1846); Miseria de la Filosofía (1847); Manifiesto comunista (con Engels, publicado en 1848); Mensaje a la Liga de los comunistas (con Engels, 1850); Las luchas de clases en Francia (1850); El dieciocho brumario de Luis Bonaparte (1852); «Prólogo» de 1859 a la Contribución a la crítica de la Economía Política; Las pretendidas escisiones en la Internacional. Circular reservada del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores (con Engels en 1872 y contra la penetración de las concepciones de Bakunin en la Internacional); Glosas marginales al Programa del Partido Obrero Alemán (crítica de 1875 a la introducción del lassalleanismo en el naciente Partido); «Prólogo» de 1882 (con Engels) al Manifiesto comunista.

Obsérvese que la inmensa mayoría no ha sido objeto de consideración en los estudios institucionales de marxismo en Cuba.

Continuará en la segunda parte…

Notas

[1] Marx, Karl: «Para una crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Introducción», en Páginas malditas. Sobre la cuestión judía y otros textos, Libros de Anarres, Buenos Aires, s/a, p. 50.

[2] Masaryk, Tomáš G: «La crisis científica y filosófica del marxismo contemporáneo», Políticas de la memoria, núm. 14, 2013–2014, p. 51.

[3] Lenin, Vladimir: «Las tareas del proletariado en la presente revolución, Las Tesis de Abril», Fundación Federico Engels, Madrid, 2004, pp. 18, 24, 31.

[4] Ibídem, pp. 41–79. Ver: «Informe sobre la revisión del programa y el cambio de nombre del Partido» y «Borrador del proyecto de programa», VII Congreso extraordinario del PC (B) de toda Rusia (marzo de 1918), en Vladimir Lenin, Obras escogidas en 12 tomos, tomo VIII, Editorial Progreso, Moscú, 1973, pp. 14–20. Disponible en: http://bolchetvo.blogspot.com/.

[5] Marx, Carlos: El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1974, p. 46.

[6] «Invitación al Partido Comunista Alemán (Spartakusbund) al Primer Congreso de la Internacional Comunista», en Los cuatro primeros Congresos de la Internacional Comunista, Ediciones digitales Izquierda Revolucionaria, Transcripción de Célula 2, Versión de Mayo de 2008, p. 58. Disponible en: www.marxismo.org

[7] «Resolución sobre la creación de la Internacional Comunista», Ibídem, p. 87.

[8] «Plataforma de la Internacional Comunista», Ibídem, p. 89.

[9] «El Manifiesto de la Internacional Comunista a los proletarios de todo el mundo», Ibídem, p. 112.

[10] «Estatutos de la Internacional Comunista», Ibídem, p. 126.

[11] «Condiciones de admisión de los Partidos Comunistas en la Internacional Comunista», Ibídem, pp. 131–132.

[12] Korsch, Karl: Karl Marx, Editorial Ariel, Barcelona, 1975, p.21.

[13] Marx, Carlos: «Prólogo», en Contribución a la crítica de la Economía Política, Editora Política, La Habana, 1966, p. 10.

[14] Marx, Carlos: «El comunismo y la “Gaceta general de Augsburgo”», en Escritos de Juventud. Obras fundamentales de Marx y Engels, Colección dirigida por Wenceslao Roses, Fondo de Cultura Económica, México, 1982, pp. 244, 246–247.

[15] «Como usted sabe, la censura es implacable con nosotros (…) hasta el punto de que, muchas veces, el periódico apenas puede aparecer, desfigurado. Esto hace que caigan una serie de artículos de los “Libres”. Pero yo mismo me permito suprimirle tantas cosas como el censor, ya que Meyen y consortes nos envían montones de porquerías en el estilo más pedestre, completamente vacuas y con las que tratan de estremecer al mundo, salpicadas de ateísmo y de comunismo (que estos señores jamás se han molestado en estudiar)». Y más adelante: «Les hice saber que consideraba inadmisible y hasta inmoral el contrabando de dogmas comunistas y socialistas, es decir, de una nueva manera de ver el mundo, en las críticas teatrales corrientes, etc., y que exigía, si se trataba el tema, un estudio totalmente distinto y más a fondo del comunismo». Marx, Carlos: «Carta de Marx a Arnold Ruge» (Colonia, 30 de noviembre de 1842), en Escritos de Juventud, ed. cit., pp. 687–688.

[16] Korsch, Karl: Marxismo y filosofía, Editorial ERA, México DF, 1971, p. 30.

[17] Entrevista con Wenceslao Roses por Gabriel Vargas Lozano, Nuestra Bandera, Revista Teórica y Política del Partido Comunista de España, núm. 135, junio de 1986, pp. 56–62. Disponible en: http://www.wenceslaoroces.org/arc/roces/trab/ent2.htm

[18] Además de la conocida Tesis 1 sobre Feuerbach, donde define esta nueva función de la Filosofía, en La ideología alemana se expresa: «…de lo que se trata en realidad y para el materialista práctico, es decir, para el comunista, es de revolucionar el mundo existente, de atacar prácticamente y de hacer cambiar las cosas conque nos encontramos». Marx, Carlos y Federico Engels: La ideología alemana, Editora Política, La Habana, 1979, p. 44.

[19] Marx, Carlos: «Prólogo», Contribución a la crítica de la Economía Política, ed. cit., p. 13.

[20] Marx, Carlos: «Trabajo asalariado y capital», en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas en dos tomos, tomo 1, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1955, p.83.

[21] Marx, Karl: El capital. El proceso de producción del capital, Tomo 1, Libro 1, Vol. 3, Siglo XXI, México, 2009, p. 953.

[22] Ibídem, Tomo 1, Libro 1, Vol. 2, pp. 609, 731; Tomo 1, Libro 1, Vol. 3, p. 954.

[23] Marx, Carlos: «Prólogo», Contribución a la crítica de la Economía Política, ed. cit., p.13.

[24] Stalin, José: «El materialismo dialéctico y el materialismo histórico», en Obras Escogidas, Editorial Nentori, Tirana, 1979, p. 256. Disponible en: http://bolchetvo.blogspot.com/

[25] Roca, Blas: «Los regímenes sociales (cap. 1)», en Los fundamentos del socialismo en Cuba, Ediciones Populares, La Habana, 1960.

[26] Marx, Carlos: «Carta de Marx a Arnold Ruge (Kreuznach, septiembre 1843», en Escritos de juventud, ed. cit., p. 458.

[27] Marx, Carlos y Federico Engels: La Sagrada familia, Editora Política, La Habana, 1966, p.156.

[28] Marx, Carlos: «Manuscritos económico-filosóficos de 1844», en Escritos de juventud, ed. cit., pp. 616–617.

[29] Marx, Carlos y Federico Engels: Manifiesto comunista, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 71.

[30] Marx, Carlos: Las luchas de clases en Francia, en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas en dos tomos, tomo 1, ed. cit., pp. 224–225.

[31] Marx, Carlos: «Glosas marginales al Programa del Partido Obrero Alemán», Ídem, tomo 2, p.18.

[32] Engels, Federico: «Del socialismo utópico al socialismo científico», Ídem, p. 131.

[33] Engels, Federico: «Principios del comunismo», en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, en tres tomos, tomo 1, Editorial Progreso, Moscú, 1980, p. 47.

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