El Congreso cultural de La Habana (1968) y el Primer Congreso de Educación y Cultura (1971). Cronología de un gran rompecabezas sin todas las piezas.

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La Tizza Cuba
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47 min readSep 27, 2022

Por Daniel Rafuls Pineda

Primeros pasos

Desde los inicios de la Revolución la relación cultura-política ha sido un problema complejo. Ha estado marcada tanto por la proliferación de nuevas formas de organización de la vida espiritual del país, que generaron nuevos espacios de realización humana, como por la aparición de muchas controversias, temas polémicos y eventos que han ido trazando el derrotero de un modelo de construcción social realmente distinto.

Con la Revolución nacían, por un lado, las contradicciones entre las instituciones creadas y las personas que formaban parte de las estructuras en ciernes del nuevo poder revolucionario y, por otro, los desafíos prácticos de implementar un tipo de educación política y preparación ideológico-cultural que no obstruyera la libertad de los artistas para crear pero que, al mismo tiempo, tributara a la formación y consolidación de los soñados valores del socialismo.

Así, durante un no muy prolongado lapso de tiempo inicial (1959–1961), se crean, en 1959, instituciones como la Biblioteca Nacional José Martí, el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), la Imprenta Nacional y Casa de las Américas, y, a partir de mediados de 1961, es fundada la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), lo que creó mejores condiciones estructurales para el desarrollo de la necesaria revolución cultural en el país. Fue en el mes de junio del propio año 1961 que tuvo lugar el pronunciamiento de Fidel conocido como Palabras a los Intelectuales, que marcó una nueva manera de abordar el compromiso de los escritores y artistas con su pueblo.

Después se desarrolló un segundo momento (1962–1965) de fundación de nuevas instituciones educativo-culturales como la Escuela Nacional de Arte (ENA), en 1962 — sucesora de la Escuela Nacional de Instructores de Arte (ENIA) — , que se convirtió en el centro multidisciplinario donde comenzaba a integrarse, por primera vez, el estudio de especialidades como Ballet, Música, Arte Dramático y Artes Plásticas, a lo que se sumó a partir de 1965 la enseñanza de Danza Moderna y Folclórica. Además, se creó la Editorial Nacional de Cuba — continuadora de la Imprenta Nacional de Cuba — que desempeñó un papel de gran significación en la edición de libros, folletos y revistas, la reproducción impresa de obras arte y en la exportación e importación de libros, lo que tributaba, cada vez en mayor medida, a la elevación del nivel de instrucción y educacional de la población.

Esta etapa, sin embargo, también se destacó por el desarrollo de importantes polémicas[1] y otros pronunciamientos que continuaron delineando el decursar teórico-cultural del proyecto revolucionario.

En 1962 se hizo pública la conocida como polémica de las generaciones[2] y el debate entre cineastas — agosto de 1963 a mayo de 1964 — que, motivado por la necesidad de aclarar algunas preguntas urgentes sobre el quehacer estético, llevó a varios profesionales de la cinematografía cubana a consensuar algunas ideas fundamentales vinculadas al carácter de clase de determinados fenómenos sociales y con respecto a las especificidades del arte.[3] Varios de los argumentos empleados en esa ocasión — más allá de ser una prueba de la más plena libertad de expresión — se contraponían, o parecían contraponerse, a la concepción leninista de dos culturas en cada nación[4] y a postulados esenciales planteados por Fidel Castro en su célebre intervención de 1961 en la Biblioteca Nacional. Muy importantes también, en el año 1963, fueron las discusiones entre Blas Roca y Alfredo Guevara, con un trasfondo de política cultural, a propósito de la conveniencia de exhibir, o no, determinado tipo de películas. En este sentido, mientras el ex líder del Partido Socialista Popular (PSP) consideraba inapropiado exhibir películas que no trasmitieran un mensaje de crítica al capitalismo o que no estuvieran a la altura del entendimiento del trabajador cubano medio, el destacado dirigente del ICAIC invitaba a no subestimar al pueblo y a superar todos los prejuicios que limitaban reconocer en aquel su capacidad de pensar.[5]

El punto más alto de los debates durante ese período, sin embargo, además de otras polémicas de determinada envergadura,[6] parece haber sido la aparición, en 1965, de El socialismo y el Hombre en Cuba,[7] del Comandante Ernesto Che Guevara quien, entre otros temas, volvió a teorizar sobre cultura y política y enarboló ideas acerca del arte en el capitalismo y el socialismo que tienen significativa trascendencia hasta hoy.

El año 1966, por su parte, marcó un tercer momento de relevante importancia durante el proceso de maduración de la relación cultura-política. Fue el contexto en que surge, por ejemplo, El Caimán Barbudo — órgano de la Juventud Comunista en el campo literario y artístico — , con particular énfasis en el pensamiento y la reflexión crítica sobre la realidad social cubana.

Aquí comienzan a resaltar publicaciones de periodistas como Elsa Claro o Félix Contreras, artículos de perfil filosófico con protagonismos de Ricardo Jorge Machado, Aurelio Alonso y Fernando Martínez y textos del ámbito poético y literario de las autorías de Jesús Díaz — primer director de la revista — , Víctor Casaus y Guillermo Rodríguez.

Particular relevancia durante los primeros años de aparición de esta publicación, tuvo el resurgimiento de las polémicas de las generaciones, a la que se vincularon varios autores importantes.[8] Aquí fueron relevantes, por ejemplo, enfrentamientos entre el mismo Jesús Díaz y el poeta y ensayista Jesús Orta Ruiz — conocido como Indio Naborí — quien respondió desde las páginas de Bohemia. Algo parecido ocurrió, en 1967, en los textos de la revista Unión, en un debate específicamente entre poetas, cuando confrontaron Víctor Casaus, por parte de El Caimán Barbudo, y César López.

Estas polémicas, sin embargo, no tenían el sentido clásico de un conflicto generacional donde, de manera bien marcada, unas partes pretendían el desplazamiento de las otras por cuestiones etarias. Eran, apenas, discusiones que tenían lugar para esclarecer el significado de la obra artística y literaria en sí mismo, así como el espacio y compromiso de sus autores con la Revolución donde algunos más jóvenes mostraban posiciones conservadoras y personas de más edad, defendían ideas renovadoras. Es lo que hacía comparar, por ejemplo, a Manuel Navarro Luna y Juan Marinello — de un reconocido compromiso ético, artístico y político, de por vida, hacia a la Revolución — con un autor como Guillermo Cabrera Infante quien, con independencia de su decisión de abandonar el país en 1965 y de su reconocida trayectoria artística y literaria, publicó varios textos, reunidos bajo el título de Mea Cuba[9] (1992), en los que hace pronunciamientos hipercríticos contra la Revolución.

En una de las noches de febrero de aquel año 1967 varios intelectuales, entre estos muchos extranjeros, sostuvieron en el Museo de Artes decorativas un diálogo con Fidel Castro para aclarar, según palabras del escritor uruguayo Mario Benedetti — testigo presencial del encuentro — «lo que nos chocaba, (…), lo que no comprendíamos, (…) lo que en cierto modo nos defraudaba de la Cuba de hoy».[10]

Allí, entre otros temas, se abordaron los casos de los soviéticos Andrei Siniavski y Yuri Daniel, a propósito del juicio y condena que se les había seguido en 1966, en Moscú — acusados de propaganda antisoviética por divulgar en el exterior obras «contrarias» a su país — y se conoció, según el mismo Benedetti, el cuestionamiento del líder de la Revolución a «la actitud asumida por las autoridades soviéticas».[11] Fue la misma percepción que tuvo el escritor uruguayo Ángel Rama, también presente en el encuentro, cuando aseguró que el primer ministro «defendía como principio general el derecho de los escritores inculpados a expresarse y a divulgar libremente su posición».[12]

1968: Año de internacionalización de la revolución cultural

Un año después, y coherente con las concepciones expuestas antes por Fidel Castro, se celebró el Congreso Cultural de la Habana — entre el 4 y el 11 de enero de 1968 — [13] que reunió a intelectuales de las artes, las letras y las ciencias, originarios sobre todo de países europeos y Latinoamérica — entre estos varios de renombre universal como Julio Cortázar, André Gunder Frank, Alfonso Sastre, Perry Anderson, Rossana Rosanda, David Alfaro Siqueiros, Mario Benedetti e incluso el soviético José Grigulievich–, algunos de los cuales querían conocer en persona la experiencia de la Revolución.

El evento al que convocó la dirección de la Revolución[14] estuvo precedido por la realización, entre el 25 de octubre y 2 de noviembre de 1967, de un Seminario Preparatorio donde se planificaron sus acciones principales.

En esa ocasión, luego de las necesarias reflexiones y aflicciones por la muerte del Che, además de acordarse la responsabilidad de Casa de las Américas y del Ministerio de Educación en el evento, emergió la decisión de convertir la reunión no solo en un encuentro entre intelectuales de nuestra región, con la consiguiente alta presencia de personalidades cubanas y, en general, del Tercer Mundo, sino de todo el planeta, entre los que no debían faltar los representantes del mundo occidental.[15]

El propio Congreso se desarrolló sobre la base de tres premisas fundamentales:

Primero, buscar la solidaridad de los intelectuales de todo el mundo con respecto a las luchas de Asia, África y América Latina. En segundo lugar, tratar de trazar las líneas de una cultura y una política cultural que — partiendo de nuestras respectivas ideas y condiciones regionales, así como de una mejor compresión de la teoría revolucionaria — constituyera, al menos, el esbozo de una alternativa a los obstáculos con los que estaba tropezando la cultura de los países y partidos que intentaban superar el capitalismo. Y, por último, tratar de llenar el vacío de confianza que aun subsistía en Cuba entre intelectuales y dirigentes políticos, lo que avanzaba no sin tropiezos.

Aunque en el evento, en realidad, no dejaron de escucharse voces que, considerando sus reconocidos éxitos en el orden de la cultura artística y literaria, se sobreestimaban como revolucionarios y recomendaban a los cubanos qué hacer y cómo evitar nuestros errores, tampoco es falso que el evento fue exitoso en casi todos los sentidos, de lo que pueden dar testimonio las siguientes ideas:

- Al Congreso llegaron cerca de quinientos intelectuales de setenta naciones.

Entre estos, hombres de letras de disímiles orientaciones estéticas y políticas como surrealistas, trotskistas, socialdemócratas, comunistas sin filiación oficial, del bloque burocrático soviético o pro-chinos, liberales de izquierda, guerrilleros, pacifistas, masones, freudianos, guevaristas, católicos revolucionarios y fidelistas. Por primera vez en la historia del socialismo, un país autoproclamando como tal lograba reunir tal diversidad intelectual.

  • Se invitaron además, a propuesta de Fidel Castro, a científicos e investigadores de ramas técnicas, lo que contribuyó a validar la comprensión del término «trabajador intelectual», defendido por el líder de la Revolución durante esos días, y su visión de que intelectuales no son solo hombres de las artes y las letras.
  • La relevancia otorgada en Cuba al evento — más allá de estar presidido por el entonces ministro de Educación (José Llanusa Gobel), con el apoyo directo de varios miembros del Comité Central del Partido, de cuatro ministros del gobierno y de importantes personalidades académicas y culturales del país — , también fue perceptible por el hecho de que las palabras de su apertura y clausura estuvieron, respectivamente, a cargo del Presidente de la República y del líder de la Revolución y Primer Ministro, Fidel Castro.
  • El Congreso, en momentos en que a lo interno de Cuba se desarrollaban arduos debates entre corrientes del marxismo más ortodoxas — que defendían su incolumidad como doctrina política y científica, y el empleo de los manuales como métodos de enseñanza — y otras que invocaban nuevas y diversas formas de interpretarlo y enseñarlo, también fue un escenario importante para confrontar el marxismo con otras corrientes de pensamiento y acción, lo que, lógicamente, no era bien visto por algunos comunistas cubanos y de la Unión Soviética.
  • El evento constituyó un foro en que los representantes de la URSS y el campo socialista — que sumaban 55 personalidades, con unas 15 ponencias presentadas — estuvieron virtualmente anulados. Fue el escenario en el que Fidel, en alusión indirecta y crítica a la política de coexistencia pacífica y de no apoyo a los movimientos de liberación nacional defendida por la URSS, expresó: «¡No hay nada más antimarxista que el dogma y el pensamiento petrificado!».[16]
  • En la Declaración del Congreso Cultural de la Habana que — más que un debate sobre formas de expresión estéticas — reflejó una clara voluntad antiimperialista y anticolonialista de la intelectualidad progresista a nivel mundial, destacaron, entre muchas otras, cuatro ideas fundamentales:

En primer lugar, que el ejercicio digno de la literatura, del arte y de la ciencia constituye en sí mismo un arma de lucha y el intelectual que resista a los halagos y las amenazas del dominador externo y las oligarquías nacionales, podrá sentirse satisfecho de ejercitar su tarea intelectual con dignidad.

En segundo lugar, que la medida revolucionaria del escritor nos la da, en su forma más alta y noble, su disposición para compartir, cuando las circunstancias lo exijan, las tareas combativas de los estudiantes, obreros y campesinos. La vinculación permanente entre los intelectuales y el resto de las fuerzas populares, el aprendizaje mutuo, es una base del progreso cultural.

En tercer lugar, que la carencia de cuadros en los países subdesarrollados obliga al intelectual a convertirse, él mismo, en divulgador y educador ante su pueblo, sin que esa entrega militante signifique la rebaja de la calidad artística de su obra o de su investigación y servicio científicos, que constituyen también su alta responsabilidad.

Y, en cuarto lugar, que convertirse en vanguardia cultural dentro del marco de la Revolución supone la participación militante en la vida revolucionaria.[17]

El Congreso Cultural de la Habana, sin embargo, a pesar de la voluntad mayoritaria de los participantes de darle continuidad no fue objeto de atención posterior por ninguna instancia oficial cubana.[18] Incluso, no aparece suficientemente citado entre los documentos más importantes de la política cultural de la Revolución. Es toda una incógnita que puede responder, presumiblemente, a que la dirección de la Revolución, sobre todo a partir de 1970, redefinió sus prioridades, entre estas, no continuar estimulando el alejamiento de Cuba de la URSS que seguía siendo nuestro principal aliado económico y, sin dudas, la potencia mundial más confiable para el logro de los propósitos estratégicos de los revolucionarios cubanos.

1968–70: Nacimiento de la fragmentación y sus motivos

Lo complejo del nuevo contexto estuvo vinculado, además, a otros dos acontecimientos en extremo importantes[19].

Por un lado, cronológicamente hablando, resalta la respuesta de Fidel, del 23 de agosto de 1968, ante la invasión de la URSS — del 20 de agosto — a Checoslovaquia, al frente de las tropas del Tratado de Varsovia. Por otra parte, destacó la celebración, el 28 de octubre del mismo año, de una reunión del Consejo de Dirección de la UNEAC con el jurado que había otorgado el Premio «Julián del Casal» al escritor Heberto Padilla, por Fuera de Juego (poesía), y el Premio «José Antonio Ramos» a Antón Arrufat, por Los Siete contra Tebas (teatro).

Mientras la ocupación militar de Checoslovaquia fue entendida por el líder de la Revolución como «una violación de principios legales y de normas internacionales» que «solo se puede explicar desde el punto de vista político…», porque «Checoslovaquia marchaba hacia una situación contrarrevolucionaria, y eso afectaba seriamente a toda la comunidad socialista»,[20] para el Consejo de Dirección de la UNEAC la publicación de las obras premiadas tendría que ir acompañada con una nota que expresara el desacuerdo de la institución con ese reconocimiento. Los directivos consideraban que los trabajos premiados eran «ideológicamente contrarios»[21] a la Revolución Cubana.

Las consecuencias ante estos pronunciamientos no se hicieron esperar. De inmediato, por ejemplo, el escritor peruano Mario Vargas Llosa[22] — hasta entonces amigo de la Revolución — , en el ensayo El socialismo y los tanques,[23] hizo público no solo su rechazo a la invasión, sino a la posición del gobierno cubano y, en particular, de su primer ministro.

Tampoco se pueden olvidar las palabras del líder de la Revolución por esos días cuando, en muestra de su disposición a enfrentar cualquier acto contrarrevolucionario o delictivo que atentara contra los principios del proyecto político defendido — en particular, la existencia de algunos grupos que cometían actos de vandalismo político como la quema de banderas en escuelas y la destrucción de imágenes del Che, o maniobras de proxenetismo que llegaban a vincular a niñas con visitantes extranjeros — , se preguntaba: «¿Y qué creían? ¿Qué vivimos en un régimen liberal burgués? ¿Y qué querían? ¿Introducir aquí una versión revivida de Praga? ¿Prostitución ambulante? ¿Parasitismo? ¿Reblandecimiento ideológico de este pueblo…?»,[24] lo que reflejaba su firme decisión, con el respaldo del pueblo, de evitar que en Cuba se reeditara la Primavera de Praga.

Pero lo que precipitó el rechazo de parte de la intelectualidad de izquierda a decisiones que se estaban tomando dentro de la Revolución, fueron los artículos publicados en la revista Verde Olivo que, bajo el seudónimo de Leopoldo Ávila, lanzaron «ataques ideológicos», al inicio, contra el escritor Cabrera Infante[25] — exiliado desde 1965 — , y después, sobre todo, contra los propios Padilla[26] y Arrufat,[27] a quienes la revista colocó dentro del grupo de colaboradores de nuestras publicaciones que «pocas veces valoran o escriben obras a través del prisma revolucionario».[28]

En este nuevo contexto de confrontación ideológico-cultural que, hasta esos momentos, se desarrollaba a lo interno del país, no faltó uno de los últimos artículos de Ávila titulado «El pueblo es el forjador, defensor y sostén de la cultura» donde, haciendo alusión al supuesto respaldo que el pueblo había dado a sus anteriores trabajos, también criticó el papel de la intelectualidad foránea.

Aunque allí el autor manifestó comprender que algunos intelectuales se equivocaran, por falsas informaciones o, incluso, desconocimiento real de la verdad, al mismo tiempo rechazó «que estemos de acuerdo con el papel de fiscales que asumen ciertos intelectuales extranjeros…, ni que reconozcamos como válida la altanería con que miran la obra de nuestro pueblo, ni que estimemos la amistad de quienes aprecian más a un escritor contrarrevolucionario que a la solidaridad con un pueblo amenazado por el imperialismo».[29] Era una nueva manera de enfrentar los problemas de creación artística y literaria que se estaban produciendo en el país y de valorar los nuevos acontecimientos que, en el orden de la cultura, se desarrollaban.

El 4 de enero del año siguiente (1969) el ICAIC se reunía para hacer un análisis crítico acerca de los referidos Premios UNEAC y de las publicaciones de la revista Verde Olivo, cuyo contenido fue respaldado por el entonces presidente de la institución, Alfredo Guevara, quien reconocía en esta publicación (Verde Olivo) — aún en el contexto descrito — «un vocero de la Revolución».[30]

Meses después, intelectuales — otrora amigos de la Revolución — como K.S. Karol, René Dumont y Hans Magnus Enzensberger reaccionaron contra lo que estaba ocurriendo. Así, mientras el primero, en «Los guerrilleros en el poder» (1970) anunciaba su alarma ante el hecho de que en Verde Olivo se declarara una cruzada contra los intelectuales…»,[31] el segundo, en su obra «Cuba ¿es socialista?» hablaba con sarcasmo de «Un stalinismo con rostro humano: el ejército aprecia a los poetas».[32] De manera parecida se expresaba el poeta y ensayista alemán Enzensberger, quien, en el mismo año, publicó en España el ensayo «Imagen de un partido: Antecedentes, estructura e ideología del Partido Comunista de Cuba»,[33] donde hizo importantes cuestionamientos a nuestro sistema político.

Otros intelectuales amigos como P. Sweezy, L. Huberman y Maurice Zeitlin si bien, en general, se mostraban favorables al proyecto revolucionario, expresaban críticas a lo que consideraban errores o problemas de la Revolución. Sus cuestionamientos iban, desde lo que consideraban autocracia y una limitada participación del pueblo en la toma de decisiones, hasta el — asumido por ellos — , supuesto endeble poder de convocatoria del PCC, la militarización de la sociedad y la irrelevancia de los sindicatos, entre otras temáticas. Las discusiones, sin embargo, se desarrollaban, sobre todo, en un contexto donde incluso otros intelectuales de prestigio manifestaban sus sospechas en cuanto a la verdadera autenticidad del caso Padilla, a todas luces, la más relevante de todas las preocupaciones.

Desde una fecha tan temprana como diciembre de 1968 Mario Benedetti, por ejemplo, en un texto aparecido en Marcha, a propósito de las polémicas surgidas alrededor de Fuera de Juego, ya pedía no «exagerar las proporciones de esta doméstica conflagración». A él le inquietaba que se tratara de «provocar en los intelectuales europeos, y en los latinoamericanos del boom — casualmente todos ellos residentes en Europa — , el correspondiente pánico frente a una posible instauración en Cuba del ajado realismo socialista como única tendencia artística oficial».[34]

El propio Benedetti, en entrevista concedida en mayo de 1969 a Jorge Onetti, atribuía la repercusión del asunto Padilla a un «planteo bastante tendencioso» del corresponsal de L´ Unitá en La Habana, Saverio Tuttino. Por eso el escritor uruguayo aseguraba que: «… en este caso han funcionado las prevenciones que tienen muchos intelectuales europeos frente a posibles derivaciones de un estado socialista hacia el stalinismo». A Benedetti le parecía notar que, en la opinión de varios intelectuales, había unas ganas inconfesables de que «la revolución por fin se desvíe, como un modo de llevar tranquilidad a sus propias conciencias», de ahí que en el fondo deseen que ella derive «hacia el stalinismo, de que imponga el realismo socialista, de que le quite libertad al intelectual».[35]

Todo esto creó condiciones para que, entre los años 1970–71, el líder de la Revolución hiciera importantes pronunciamientos que desataron otras reacciones de muchos intelectuales extranjeros reconocidos como de izquierda.

Uno de esos momentos iniciales de mayor trascendencia, sin dudas, fueron sus palabras centrales por el centenario del natalicio de Lenin. Allí, sin mencionar nombres, arremetió contra la existencia de lo que denominaba, «superrevolucionarios teóricos, superizquierdistas, verdaderos ‘supermanes’… capaces de destripar al imperialismo en dos segundos con la lengua», pero sin noción de la realidad ni de los problemas y dificultades de una Revolución, algunos de los cuales no perdonaban la posición tomada por la dirección de la Revolución ante los hechos de Praga.[36]

Las contradicciones, sin embargo, se complicaron todavía más a partir del 20 de marzo de 1971 cuando, a raíz del recital dado por el propio autor de «Fuera de Juego» en la Unión de Escritores — por invitación de esta institución — , donde leyó su poemario Provocaciones — publicado después en 1973 — , se produjo su encarcelamiento. Esto provocó muchas cartas e intercambios entre intelectuales europeos y latinoamericanos, algunas de las cuales fueron difundidas por el PEN Club de México[37].

La primera y más renombrada de estas misivas, dirigida a Fidel Castro, cuyos autores prometían ser privada, fue hecha pública el 9 de abril de 1971 en el diario Le Monde, supuestamente a consecuencia del silencio del destinatario ante la solicitud de los intelectuales.

El escrito en cuestión,[38] que finalmente se derivó de la propuesta que había hecho Julio Cortázar — por encima del texto inicial más agresivo redactado por el escritor español Juan Goytisolo — , aunque reconocía el valor histórico de la Revolución Cubana, de su liderazgo y acciones, no «se limitaba, respetuosamente, a un pedido de información sobre lo sucedido» (el arresto del poeta),[39] como pretendía Cortazar.

La carta, más allá de hablar de su solidaridad con los principios que había defendido la Revolución, también planteaba: «… tememos la reaparición de una tendencia sectaria mucho más violenta y peligrosa que la denunciada por usted en marzo de 1962, y a la cual el comandante Che Guevara aludió en distintas ocasiones al denunciar la supresión del derecho de critica dentro del seno de la Revolución». Igualmente en un tono peyorativo, afirmaba que «En estos momentos… el uso de medidas represivas contra intelectuales y escritores, quienes han ejercido el derecho de crítica dentro de la Revolución, puede, únicamente, tener repercusiones sumamente negativas». Eran aseveraciones que, por su redacción, independientemente de lo justo o no del encarcelamiento de Padilla, daban por sentado el inicio de una política de Estado contra el derecho de crítica de cualquier intelectual, algo que no había sido probado.

Hasta entonces, no existía ninguna respuesta visible del Gobierno Revolucionario que no fuera la que diera, de forma indirecta, el propio líder de la Revolución, en su discurso por el X aniversario de la Victoria de Girón. Allí declaró: «El dominio imperialista tiende a desaparecer en los países del Tercer Mundo, pero subsisten los aspirantes al tutelaje intelectual, al coloniaje cultural. Señores que quieren enseñar a nuestros pueblos desde Nueva York, o desde París, o desde Roma, o desde Londres, o desde Berlín»,[40] afirmación que, sin dudas, iba contra los autores de la carta y los que pensaran igual.

En ese entonces, no pocos en Cuba y en el mismo extranjero se preguntaban por qué, si había otros tantos presos en el mundo — algunos de los cuales llevaban meses o años enteros recluidos por la simple condición de ser líderes sindicales, estudiantiles o independentistas — de los que nadie se ocupaba, tenía que pedirse al primer ministro del Gobierno Revolucionario explicaciones de lo que había ocurrido

1971: Primer Congreso de Educación y Cultura. La ruptura.

Días después — en la noche del 27 de abril — , en medio del Primer Congreso de Educación y Cultura que se celebraba entre el 23 y el 30 de abril del 1971,[41] Padilla hizo pública una intervención en la UNEAC[42], donde expuso casi el mismo contenido de la carta auto-inculpadora que había enviado días antes — el 4 de abril — al Gobierno Revolucionario. Pero la presentación, que según su protagonista había sido solicitada por él mismo y tenía el respaldo de las autoridades del MININT, no tuvo la misma recepción entre personas de dentro y fuera de Cuba.

Más allá de sus palabras — que ubicaban al sector del arte y la cultura «políticamente a la zaga de la Revolución»,[43] — entendidas por muchos como una confesión real y honesta de arrepentimiento por sus vínculos contrarrevolucionarios con intelectuales del exterior — como los mantenidos con los antes mencionados K.S. Karol, René Dumont y Hans Magnus Enzensberger, entre otros, con quienes intimó en el ánimo de mostrar su decepción hacia la Revolución — , tampoco es falso que, para otras personas, aquello fue un montaje de los servicios de inteligencia cubanos — a la imagen y semejanza de las purgas de la época stalinista y los arrestos de principios de los años 60 — , en los que el autor de Fuera de Juego era una víctima más.

Así se lo explican[44] también en base a las acusaciones de contrarrevolucionarios que hizo en contra de colegas suyos como Lezama Lima, Pablo Armando Fernández, Norberto Fuentes y Cesar López.

Por eso días después, el 29 de abril, los editores de Le Monde hacen público no solo una selección de la autocrítica de Padilla presentada ante la UNEAC, sino un artículo del periodista y abogado cubano Juan Arcocha[45] que explicaba la autocrítica del acusado bajo condiciones de tortura, lo que fue difundido, sin cortapisas, por todo el mundo. Era otro impulso más a la condena de la Revolución por dogmática y a elevar el desafío de Cuba para su defensa.

En este contexto, ningún escenario mejor que el propio Primer Congreso de Educación y Cultura, que culminaba el 30 de abril, para hacer públicas las convicciones y derroteros de la política cultural del país. Por eso, en su Declaración Final[46] se acordaron las siguientes consideraciones finales:

Vinculado a aspectos conceptuales, acerca de la cultura en general y el papel del arte y la literatura en particular, durante la construcción del socialismo:

  • La cultura, como la educación, que constituye un fenómeno social e histórico condicionado por las necesidades de las clases sociales y sus luchas en intereses a lo largo de la historia, «no es ni puede ser apolítica e imparcial. El apoliticismo no es más que un punto de vista vergonzante y reaccionario en la concepción y expresión culturales».
  • La participación en todas las manifestaciones del arte y la literatura también contribuyen a la educación. “El arte es un arma de la Revolución” y “La Revolución, en sí, es el más alto grado de la cultura cubana”.
  • “La cultura en una sociedad colectivista es una actividad de las masas, no es el monopolio de una élite, el adorno de unos pocos escogidos o la patente de corso de los desarraigados”, sino una actividad de las masas. El verdadero genio no se encuentra en cenáculos o en individuos aislados, sino en el seno de las masas. Todos los trabajadores, los maestros, técnicos, científicos, estudiantes, «pueden, en el terreno de la literatura, como en otros, trasmitir muchas de sus ricas vivencias y desarrollar aptitudes artísticas y literarias».
  • “La Revolución libera el arte y la literatura de los férreos mecanismos de la oferta y la demanda imperantes en la sociedad capitalista burguesa. El arte y la literatura dejan de ser mercancías y se crean todas las posibilidades para la expresión y experimentación estética en sus más diversas manifestaciones…”

En relación al papel del intelectual revolucionario:

  • «El intelectual revolucionario debe dirigir su obra a la erradicación de los vestigios de la vieja sociedad que subsisten en el período de transición del capitalismo al socialismo».
  • La condición de intelectual no otorga privilegio alguno. Para que el intelectual cumpla con su responsabilidad de coadyuvar a la crítica con el pueblo y dentro del pueblo, tiene que compartir «los afanes, los sacrificios, los peligros de este pueblo».
  • Los intelectuales verdaderamente revolucionarios son «aquellos que han quedado con el pueblo y en el pueblo, participando en la difícil tarea cotidiana de crear y combatir, compartiendo con esos pueblos todos los riesgos y lo mismo que Martí y el Che, cambiando la ‘trinchera de ideas’ por la ‘trinchera de piedras’, cuando a ello los ha llamado imperativamente su deber».

Con respecto a los intelectuales hipercríticos hacia la Revolución Cubana:

  • «Condenamos a los falsos escritores latinoamericanos que, después de los primeros éxitos logrados con obras en que todavía expresaban el drama de estos pueblos, rompieron sus vínculos con los países de origen y se refugiaron en las capitales de las podridas y decadentes sociedades de la Europa Occidental y los Estados Unidos para convertirse en agentes de la cultura metropolitana imperialista».
  • Estos fariseos «encuentran en París, Londres, Roma, Berlín Occidental, Nueva York, el mejor campo para sus ambigüedades, vacilaciones y miserias generadas por el colonialismo cultural que han aceptado y profesan. De los pueblos revolucionarios ellos encontrarán solo el desprecio que merecen los traidores y los tránsfugas».
  • «Rechazamos las pretensiones de la mafia de intelectuales burgueses seudoizquierdistas de convertirse en la conciencia crítica de la sociedad. La conciencia crítica de la sociedad es el pueblo mismo».
  • Los intelectuales que, con la vieja «añoranza señorial», por un lado, se atribuyen el papel de críticos exclusivos y, por otro, «abandonan el escenario de las luchas y utilizan a nuestros pueblos latinoamericanos como temas para creaciones literarias que los convierten en favoritos de los salones burgueses y las editoriales del imperialismo, no pueden erigirse en jueces de las Revoluciones».

Pero la Declaración Final del Congreso, cuya radicalidad también fue consecuencia del contexto — en muchos sentidos hostil — , no fue igualmente constructiva en otras consideraciones. Se mostró excluyente, no solo de la posibilidad de que se publicaran determinadas obras que no incluyeran, de manera directa, en su contenido y forma, cuestiones vinculadas a la Revolución, el subdesarrollo o la condena al capitalismo, sino también de determinados sectores sociales, lo que se convertía en un acto discriminatorio.

En el mismo documento, además de asegurar que «Los medios culturales no pueden servir de marco a la proliferación de falsos intelectuales» que pretenden convertir el esnobismo, la extravagancia y otras aberraciones sociales «en expresión del arte revolucionario, alejados de las masas y del espíritu revolucionario», también se impugnaron las creencias religiosas y se estimuló la homofobia.[47]

Allí incluso se invocó no solo a considerar el carácter antisocial o de aberración del «homosexualismo», así como evitar su «propagación», sino que aquellos que portaran esa «patología social», «no deben tener relación directa en la formación de nuestra juventud desde una actividad artística o cultural», ni «es permisible que por medio de la ‘calidad artística’ reconocidos homosexuales ganen influencia que incida en la formación de nuestra juventud». Era, sin dudas, una convocatoria no solo a marginar a personalidades de la cultura cubana por su orientación sexual o creencias religiosas, sino a una parte no despreciable de la población que habían decidido echar su suerte con los destinos del proyecto revolucionario.

Fidel, ese mismo día, sin entrar en temas de religión o de orientación sexual, fue enfático en sus palabras de clausura del evento.[48] Indignado por la confrontación de algunos intelectuales con la Revolución y en particular con su liderazgo, expresó su visión acerca de algunas de las tareas que, en lo inmediato, debía asumir el proyecto revolucionario, en el campo de la cultura:

  • «… la primera prioridad la deben tener los libros para la educación, la segunda… los libros para la educación, ¡y la tercera…, los libros para la educación! Eso está más que claro», así despejaba cualquier posible duda sobre el espacio que ocuparían los escritores y sus obras.
  • Luego de lamentar que, antes del Congreso, se hubieran impreso determinados títulos, reconocía que, por una «cuestión de principio, hay algunos libros de los cuales no se debe publicar ni un ejemplar, ni un capítulo, ni una página, ¡ni una letra!».
  • A quienes creían que él se iba a referir esa noche a dos o tres ovejas descarriadas, les aclaraba que «esas cuestiones son demasiado intrascendentes, demasiado basura para que ocupen la atención de nuestros trabajadores y las páginas de nuestros periódicos».
  • A esos «seudoizquierdistas descarados que quieren ganar laureles viviendo en París, en Londres, en Roma», les advertía que «van a ser desenmascarados y se van a quedar desnudos hasta los tobillos». Algunos de ellos, insiste, son latinoamericanos “que en vez de estar en su la trinchera de combate… viven en los salones burgueses a diez mil millas de los problemas, usufructuando un poquito de la fama que ganaron cuando, en algún momento, fueron capaces de expresar algo de los problemas latinoamericanos”.
  • Al referirse a uno de los acuerdos del Congreso, reitera que no se seguirán celebrando «concursitos» para que algunos vengan a hacer el papel de jueces, pues para hacer ese papel «hay que ser aquí, revolucionarios de verdad, intelectuales de verdad, combatientes de verdad». Lo mismo vale para quienes reciban premios en un concurso nacional o internacional; a partir de ahora hay «que ser… poeta de verdad, revolucionario de verdad». Por tanto, las revistas y concursos no serán aptos para farsantes; estarán abiertos, en cambio, a los escritores revolucionarios, «esos que desde París ellos desprecian, porque los miran como unos aprendices, como unos pobrecitos y unos infelices que no tienen fama internacional».
  • En consecuencia, afirmaba que en Cuba los señores intelectuales y libelistas burgueses, los agentes de la CIA y de los servicios de inteligencia y espionaje del imperialismo, “no tendrán entrada”.

Entre otros asuntos, vinculados a la política educativa y cultural en específico, el líder de la Revolución dejó claro que:

  • Las creaciones culturales y artísticas debían valorarse en función de su utilidad y de lo que aporten a la reivindicación, liberación y la felicidad del hombre.
  • «Nuestra valoración es política. No puede haber valor estético, sin contenido humano. No puede haber valor estético contra el hombre…, contra la justicia, contra el bienestar, contra la liberación, contra la felicidad del hombre. ¡No puede haberlo!”».

Casi al finalizar, y como para aclarar el nuevo rumbo que tomaría la Revolución, recordó — ante una delegación soviética presente en el Congreso y encabezada por el Presidente del Comité Estatal de Planificación y vice-ministro de la URSS– «la cooperación y el apoyo brindado a Cuba por los países socialistas y en especial por la Unión Soviética», restándole importancia al apoyo que, hasta entonces, nos habían brindado los «señores liberales burgueses» y «seudoizquierdistas».

En verdad, lo que se discutía en aquellos momentos rebasaba en mucho las cuestiones anecdóticas en torno a Padilla y lo que su caso generó. Se estaba fraguando, en cambio, toda una estrategia vinculada a las cuestiones ideológicas y culturales, así como un reposicionamiento de carácter geopolítico.

A esta Declaración Final y las palabras de clausura del Primer Ministro continuaron otros acontecimientos que siguieron marcando la confrontación entre los que continuaban percibiendo — sobre todo desde el exterior — el preludio de un potencial «realismo socialista» en Cuba –creyéndose con el derecho, incluso, a inmiscuirse en nuestros asuntos internos– y los que defendían el derecho de los cubanos a encontrar la mejor forma de vincular cultura y política, y de resolver sus problemas, como entre cubanos se había hecho la Revolución.

1971: Nuevas contraofensivas ante las nuevas decisiones del gobierno.

En correspondencia con el nuevo contexto existente, y constatándose un reforzamiento de las nuevas posiciones ideológico-culturales marcadas por el Congreso, es importante recordar un día como el 6 de mayo de ese mismo año 1971, cuando ocurrieron las siguientes tres publicaciones:

Primero, el periódico Granma,[49] órgano oficial del Partido, hacía pública la designación del Cro. Luis Pavón Tamayo — hasta entonces segundo Jefe de la Dirección Política de las FAR, durante años Director de la revista Verde Olivo, así como presunto autor principal de los artículos publicados con el pseudónimo de Leopoldo Ávila — al frente del Consejo Nacional de Cultura,[50] lo que marcaba una tendencia a la radicalización del discurso político en la cultura.

Segundo, en la página dos del mismo diario,[51] Juan Marinello, uno de los intelectuales cubanos de más renombrada trayectoria, publicó un artículo en el que afirmaba que: «Un escritor, un pintor, un escultor, un músico y un actor no pueden renunciar a ser soldados de la Revolución, sino incumpliendo su deber más alto. El hecho de saber más, no puede ser un privilegio, sino una responsabilidad», con lo que se invocaba a todos los intelectuales, una vez más, a participar, activamente, en el proceso revolucionario.

Y tercero, en la revista Bohemia,[52] no solo se publicaba la Declaración Final del Congreso y el discurso de Clausura de Fidel, sino las opiniones favorables de varias de las más reconocidas personalidades de las artes y las letras en Cuba, entre las que destacaban Alejo Carpentier, Alicia Alonso, Onelio Jorge Cardoso, Mariano Rodríguez, Rafael Somavilla, Santiago Álvarez, Lisandro Otero, Sergio Corrieri, Manuel Moreno Fraginals, Nicolás Guillén y Eliseo Diego, lo que constituía una manera de ratificar la autenticidad del evento.

Días después, la reacción de la contraparte conflictual no se hizo esperar. El 21 de mayo el diario Madrid publicaba la Segunda Carta a Fidel Castro, con el respaldo de un más nutrido grupo de intelectuales europeos y latinoamericanos[53] que, desde el principio, expresaban su «vergüenza» y «cólera» por el tratamiento dado al caso Padilla, resaltando sus razones y el dogmatismo del gobierno cubano.

En ese documento se daba por sentado que la confesión hecha pública por el autor de Fuera de Juego «solo puede haberse obtenido por medio de métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionaria», asumiéndose asumía que el acto que este protagonizó en la UNEAC «recuerda los momentos más sórdidos de la época stalinista, sus juicios prefabricados y sus cacerías de brujas», y se hacía explícito el deseo de los firmantes de «que la Revolución Cubana volviera a ser lo que, en un momento, nos hizo considerarla un modelo dentro del socialismo». Era, claramente, no una hoja de parra lanzada a sus amigos cubanos en un momento difícil, sino la indicación de los «más avezados conocedores de la cultura universal» acerca de lo que Cuba debía hacer, o no, para darle solución a sus problemas internos.

Estos ataques, sin embargo, no pasaron desapercibidos en nuestro país. Fueron evaluados, por ejemplo, en una reunión del ICAIC de la que emergió, dos días después — el 27 de mayo — una Declaración de los Cineastas Cubanos[54] que, luego de referirse a las «voces serviles» que «han desatado una campaña de difamación contra la Revolución Cubana», y preguntarse qué libertad de expresión defendían sino la de un grupo exclusivo, dejaron sentadas las siguientes ideas básicas:

  • El socialismo no se realiza en la libertad de expresión de una minoría, pues en un proceso revolucionario la libertad para hablar debe ser, antes que eso, libertad para cambiar las cosas. De lo contrario, la libertad «se vuelve un juego de salón o un detonador para tranquilizar malas conciencias», en cuyo caso «es vergonzoso y ridículo seguir hablando».[55]
  • Esos «intelectuales independientes», «imparciales» y «objetivos» que nos critican, «no están en guerra con el imperialismo».
  • Los cineastas cubanos reunidos, antes de concluir con la previsible consigna de «Patria o muerte», se solidarizan «desde plaza sitiada, (…) con el grito de independencia cultural dado en La Habana en nuestro primer Congreso de Educación y Cultura».[56]

Con estas posiciones, el ICAIC trataba de distanciarse tanto de las tendencias liberales que nos hostigaban como de las dogmáticas que no reconocían nuestras limitaciones, asumiendo una visible tercera posición: la del creador «auténticamente revolucionario», lo que también expresó en sus actuaciones la revista Casa de las Américas.

Después de la Segunda Carta de los intelectuales, la institución llegó a publicar distintos puntos de vista de la propia polémica dentro de un mismo número,[57] entre estas la carta del escritor peruano Vargas Llosa a Haydée Santamaría y la respuesta de esta. Incluyó también el artículo «Vergüenza y cólera» de Alfonso Sartre que, como la presidenta de Casa de las Américas, se opuso a las críticas del escritor peruano a las decisiones que estaba tomando la dirección del gobierno revolucionario.

Dentro de Cuba, otra de las posiciones más definidas, a nivel institucional, la asumió la revista Pensamiento Crítico de la Universidad de la Habana cuando, en su último número oficial — en Nota del Consejo de Dirección a propósito de la crítica desmedida e injusta que se estaba haciendo a la Revolución y en reconocimiento de la cultura como centro de la lucha de clases — expresó: «Pero, para nosotros, el talento en abstracto es un valor burgués; la libertad de expresión de una élite es libertad burguesa; el derecho a no correr la suerte del pueblo es un derecho burgués y nuestro pueblo se ha propuesto destruir a la burguesía… Por ahora basta; este texto no es una réplica sino una acusación»,[58].

Otras muchas publicaciones realizadas fuera de Cuba son testimonio de que la Revolución no estaba sola y que existían razones para que fuese defendida.

En este sentido, uno de los textos más citados fue el que corresponde al periodista argentino Rodolfo Walsh que, bajo el título de «Ofuscaciones, equívocos, fantasías, vergüenza y cólera»,[59] resaltaba el papel hostil de Francia en el caso Padilla, de donde, además de críticas, «también llegan a la América Latina los tanques AMX-13, los aviones Mirage y los helicópteros antiguerrilla». Insistía en que a los intelectuales que atacaban a Cuba debiera preocuparles más lo que ocurre en sus países de origen, donde se asesinan a abogados, se colocan en prisión a presidentes estudiantiles y se clausuran periódicos de trabajadores, que «los treintisiete días de encierro y la posterior humillación del poeta cubano».

El novelista y cuentista chileno Carlos Droguett, al referirse a los firmantes de la Segunda carta a Fidel, afirmaba «hay algunos que sigo admirando como escritores pero que ya no puedo admirar como hombres, por su actitud de atacar a la Revolución desde el cómodo mirador del Sena, la torre de Eiffel, la Catedral de Notre Dame».[60]

Estos puntos de vista, sin embargo, iban más a reconocer las mentiras y manipulación de la parte de la intelectualidad que defendía a Padilla por ser, supuestamente, víctima del dogmatismo revolucionario, que a las posibles trampas que pudiera haber urdido el propio poeta para convertirse en la víctima del momento, lo que sí consideraron otros intelectuales.

Este, por ejemplo, fue el caso del escritor Eduardo Galeano quien, tan pronto como en agosto de 1971, aseguró tener «… la impresión, sino la convicción de que (la autocrítica) fue hecha deliberadamente por Padilla para joder a Cuba. Que la hizo en el estilo de los procesos de Moscú de los años treinta para enviar una señal de humo a los liberales del mundo», seguros ahora de «que aquella revolución idealizada por los europeos, a la medida de la revolución que ellos mismos son capaces de hacer en sus respectivos países… había derivado en una cosa espantosa, (en) un campo de concentración».[61]

Años después, el escritor e intelectual español Juan Goytisolo — uno de los firmantes de aquellas dos cartas a Fidel Castro — asumiendo que las inculpaciones y el servilismo de Padilla «podían engañar a los funcionarios estatales que habían organizado el acto, pero no a los lectores de Swift o de Brecht»,[62] también decía haberse preguntado muchas veces «cómo los dirigentes culturales cubanos pudieron caer en una trampa tan burda», pues «el mensaje que nos trasmitía no podía ser más claro».[63]

Pero todas estas interpretaciones sobre el empleo — manipulado o no — que daban los medios internacionales al tratamiento dado en Cuba al poeta y a las propias posibles argucias de este para convertirse en una víctima relevante, dejan poco espacio a lo que, sin dudas, también pudo haber sido un hecho real. Que Padilla — como otras personalidades en las experiencias socialistas — se creyó un gran intelectual, coqueteó con personalidades de la cultura europea y latinoamericana que lo aupaban, divulgó falsa información, incluso de carácter contrarrevolucionario, pero luego de conversar con las autoridades del MININT y con otros intelectuales revolucionarios, reconoció sus errores y, como prueba de su vergüenza, decidió hacerlos públicos. Se podría caer en una sobre-estimación de la capacidad política de Padilla al suponer que montó un teatro efectivo en su auto-acusación, si no se tiene en cuenta que alrededor de ese «teatro» lo fundamental fue una campaña mediática bien urdida.

Aunque es cierto que la referida hipótesis en un contexto de tantas complejidades dentro de la historia del socialismo, es difícil de aceptar, tampoco es falso que, después de la comparecencia del escritor ante la UNEAC en 1971 y hasta que muere en Estados Unidos en el año 2000 — más allá de la impronta psicológica e histriónica que haya podido colocarle Padilla a su actuación — , lo más relevante de su actividad social no fue hacer manifestaciones en contra del proceso revolucionario sino, sobre todo, dedicarse a su obra literaria. Fue una posición que mantuvo, incluso, a partir de 1980, luego de su salida hacia el país donde murió.

En mayo de 1994 Heberto Padilla asistió al llamado Encuentro de Estocolmo — convocado por el Centro Internacional Olof Palme — , donde cubanos residentes en el exterior y de la Isla defendieron la Revolución y condenaron el bloqueo a Cuba. Esta forma de actuar, no comentada casi nunca por los medios de comunicación, no solo lo convirtió en objeto de críticas por parte de la contrarrevolución de Miami, sino que le hizo perder el trabajo en el Dade College de la propia ciudad que, por presiones, tuvo que abandonar.[64]

De no haber sido real la reivindicación política asumida, al menos públicamente por él, en sus últimos casi 30 años de vida, es poco probable que se hubieran dado a conocer en Cuba, como re-publicaciones o por primera vez, muchas de las obras que le acarrearon sus mayores éxitos. Fue lo que ocurrió, por ejemplo, en 2012, cuando la revista cubana Cauce[65] dedicara, en no menos de cincuenta páginas, «un conjunto revelador de disímiles impresiones y acercamientos a la vida y obra del poeta», lo que incluía una decena de poemas y dos fragmentos del libro La mala memoria.[66]

Además, en febrero de 2013, en ocasión de la XXII Feria Internacional del Libro de La Habana, la editorial Luminarias, junto a Letras Cubanas, publicaron el volumen Una época para hablar que, además de reunir los seis poemarios escritos desde 1948 hasta 1981 por el reconocido poeta, incluía una sección titulada Otros poemas, así como artículos y opiniones de algunos escritores de su generación sobre su obra.[67]

Algunas ideas finales

Ninguna de estas conjeturas que colocan a Herberto Padilla en una posición de víctima, de villano, o tal vez de persona honesta — según el prisma que se asuma — , pueden negar que la política cultural en Cuba desarrollada hasta fines de los 60 cuando, no sin polémicas, se trazaban los rudimentos conceptuales iniciales que marcarían los derroteros principales del desarrollo del arte y la literatura — fundándose y diversificándose las primeras instituciones culturales del período revolucionario — , cambió en muchos sentidos después del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura en 1971.

Si bien es cierto que, durante el primer lustro de los años 70[68] — aun con la genuina pretensión de alcanzar el hombre nuevo, de revertir las incidencias negativas que tuvieron los debates ocurridos alrededor del «caso Padilla» (sobre parte de la intelectualidad del país), y de aclarar nuestra no incondicionalidad hacia cualquier acción militar de la URSS — tuvo lugar un agudo período de censuras, particularmente en la literatura, y de discriminación contra religiosos y homosexuales en el ejercicio de actividades culturales y de educación — decisión cuya cara más visible era el Consejo Nacional de Cultura, pero que emergía de una parte de los acuerdos del propio Congreso del 71 — que frenó el desarrollo de las esferas artística y literaria a nivel nacional,[69] tampoco es falso que, pese a eso, ocurrieron profundas transformaciones culturales a nivel nacional.

Esa también fue la etapa de masificación y estímulo al desarrollo del arte popular, donde la creación artística y literaria, de privilegio de una élite, continuó convirtiéndose en patrimonio de las grandes masas y en la que se hicieran públicas, a lo interno o fuera del país, bajo la misma estructura que encabezaba el Consejo Nacional de Cultura, muchas obras de diferente contenido y formas de expresión artística.

Entre las múltiples creaciones de los 70 que debieran ser mencionadas — con independencia de las nuevas polémicas que se suscitaban en el período — destacaban la Obra poética (1920–1972), en dos tomos (1972), de Nicolás Guillén, así como los títulos Nombrar las cosas (1973) de Eliseo Diego — con textos y poemas suyos — , y Concierto Barroco (1974) de Alejo Carpentier. También recibieron importantes reconocimientos filmes, tendientes al cine retro, como Páginas del Diario de José Martí (1971), de José Massip, El hombre de Maisinicú (1973) de Manuel Pérez y La última cena (1976) de Tomás Gutierrez Alea, así como obras artísticas de relevancia al estilo de la serie Carnavales (1970–1971) de René Portocarrero y las últimas creaciones que Servando Cabrera exhibiera, en junio de 1975, en la Galería de La Habana, bajo el título de Habanera tú. Eran las pruebas de que la Revolución, a pesar sus limitaciones y los graves errores cometidos, tenía una política cultural con muchas luces.[70]

Sin embargo, fue 1975, con la realización del Primer Congreso del Partido y, en particular, 1976, con la aprobación de la primera Constitución socialista, los años que marcaron una nueva dimensión en el ordenamiento de la política cultural del país.

A partir de esos eventos no solo quedaron formalizadas las principales estructuras políticas del Estado y el gobierno, así como sus respectivos mecanismos, sino que fueron fundadas instituciones como el Ministerio de Cultura que, bajo la dirección de Armando Hart, dio un vuelco revolucionario sustancial a organismos y concepciones de la política cultural del país. Pero este asunto, desarrollado no sin grandes contratiempos hasta hoy, es tema para otros debates.

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Notas:

[1] José A. Portuondo: «Itinerario Estético de la Revolución Cubana», en: Revolución, letras, arte. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1980, pp. 160–187 (78–93 en: Cultura Cubana. Siglo XX)

[2] Virgilio Piñera: «Notas sobre la vieja y la nueva generación», La Gaceta de Cuba, №2, mayo, 1962. Roberto Fernández Retamar: «Generaciones van, generaciones vienen», La Gaceta de Cuba, №3, mayo, 1962

[3] Para conocer detalles del tema se recomienda ver: Julio García Espinosa: «Vivir bajo la lluvia», La Gaceta de Cuba, №15, 1 de abril de 1963, así como Alfredo Guevara: «Sobre un debate entre cineastas cubanos», Cine Cubano, Nos. 14–15, octubre-noviembre de 1963 (al final se inserta el Documento criticado); Tomás Gutiérrez Alea: «Notas sobre una discusión de un documento sobre una discusión (de otro documento)», La Gaceta de Cuba, №29, noviembre 5, 1963; Julio García Espinosa: «Galgos y podencos», Ibid., pp.12–13

[4] En un texto elaborado entre octubre y diciembre de 1913, cuatro años antes de la Gran Revolución Socialista de Octubre de 1917 en Rusia, Lenin expresó: “En cada cultura nacional existen, aunque sea sin desarrollar, elementos de cultura democrática y socialista, pues, en cada nación hay una masa de trabajadores y explotados, cuyas condiciones de vida engendran inevitablemente una ideología democrática y socialista. Pero en cada nación existe asimismo una cultura burguesa… con la particularidad de que esta no existe simplemente en forma de “elementos”, sino como cultura dominante”. Era su manera de entender el carácter clasista de la cultura. Ver: De Lenin: Notas críticas sobre la cuestión nacional (OC T-24, pp.125–163)

[5] Ver: Aclaraciones, Periódico Hoy, La Habana, jueves, 12 de diciembre de 1963 (en Políticas culturales de los 60, p. 145–148), Siquitrilla, Periódico Revolución, La Habana, martes, 17 de diciembre de 1963 (en Políticas Culturales de los 60, p. 156) y Alfredo Guevara Aclarando aclaraciones, en Polémicas culturales de los 60, p.238

[6] Como las que tuvieron lugar en la Gaceta de Cuba y el periódico Hoy (entre julio de 1964 y enero-febrero de 1965) acerca de las nuevas corrientes estéticas que se desarrollaban en los países burgueses –promovida por Ambrosio Fornet– y la vigencia del surrealismo –defendida por Manuel Díaz Martínez–, donde tuvo una activa participación José Antonio Portuondo.

[7] Texto dirigido a Carlos Quijano, semanario Marcha, Montevideo, y publicado en el propio semanario el 12 de marzo de 1965. También puede encontrarse, íntegramente, en Sonia Almazán y Mariana Serra: Cultura Cubana. Siglo XX, Editorial Félix Varela, La Habana, 2006, pp. 39–51

[8] Ricardo Jorge Machado: “Generaciones y Revolución. Meditación inconclusa sobre un problema”, El Caimán Barbudo, №6, 1966. Jesús Díaz: “Respuesta a encuestas sobre generaciones”, La Gaceta de Cuba, №659, abril-mayo, 1966, Jesús Orta Naborí: “Respuesta fraternal a Jesús Díaz”, Bohemia, agosto 5, 1966.

[9] Era una compilación de reflexiones de índole política donde su autor marcaba las diferencias que tenía con la Revolución. Ya Cabrera había recibido antes, mientras fungía como agregado cultural de Cuba en la Embajada de Bélgica, el Premio Joan Petit Biblioteca Breve, concedido por la editorial Seix Barral, en reconocimiento a su novela Tres tristes tigres, toda una celebración de La Habana anterior a la Revolución (Ver: de Cabrera Infante: Mapa dibujado por un espía, editorial Galaxia Gutemberg, S.I, 2013, p.11, 32).

[10] Del autor: Cuaderno Cubano, Buenos Aires, Schapire Editor, 1974 (1969), pp. 23–24.

[11] Ibídem.

[12] Del autor: «Una nueva política cultural (II) Cuba 1968», Marcha, núm. 1547, 11 de junio de 1971, p. 31.

[13] Una parte muy importante de los análisis expuestos sobre este evento se derivan de la Multimedia de Rafael Acosta de Arriba: El Congreso Olvidado. Rescate en el tiempo del Congreso Cultural de La Habana, de enero de 1968, La Habana, abril de 2014.

[14] Esta decisión tenía como antecedente la Declaración que, en enero de 1967, había emitido el Comité de Colaboración de la revista Casa. En ese documento, elaborado a propósito de la presencia del Che en Bolivia, así como de la agresión norteamericana a Vietnam y su invasión a República Dominicana, se llamaba a la unidad de los escritores de izquierda latinoamericanos.

[15] Por eso, como complemento de lo que iba a acontecer, se desarrollaron seminarios previos, a nivel municipal, regional y provincial, donde se fueron escogiendo las mejores ponencias, y se acordó un Reglamento que normaba las atribuciones y funciones de los más de mil escritores y trabajadores de las entidades culturales que participaron en estos encuentros de preparación. También se organizaron las comisiones de trabajo, presididas por importantes personalidades de la política y la cultura en Cuba, en las que se iba a desarrollar las sesiones del Congreso. Los debates, según criterios generalizados, se caracterizaron por un profundo antidogmatismo y se confirmó la relevancia del Seminario Nacional Preparatorio, no solo por la amplísima participación de los intelectuales y hombres de ciencia a lo largo del país, el discurso de apertura a cargo del ministro de educación y el de clausura pronunciado por el Presidente de la República, sino también por las discusiones abiertas y las propuestas de delegados para el Congreso. Para la ocasión, la Biblioteca Nacional José Martí elaboró una amplia bibliografía, reunida en dos tomos, donde presentó obras que iban desde la autoría de Mao Tse-Tung, León Trotski y Nikita S. Jrushev, pasando por Marx, Lenin, Gramsci y Mariátegui, hasta José Ortega y Gasset, Charles Wright Mills, Roger Garaudy, Bertrand Russell, Jean Paul Sartre, Frantz Fanon, Malcolm X y Louis Althusser, entre muchos otros de las más disímiles tendencias de pensamiento. Para profundizar en este evento se recomienda ver: Multimedia de Rafael Acosta de Arriba: El Congreso Olvidado. Rescate en el tiempo del Congreso Cultural de La Habana, de enero de 1968, La Habana, abril de 2014.

[16] Periódico Granma, tercera edición, 13 de enero de 1968, pp. 2–3.

[17] Fue, de alguna manera, la misma convicción que mostrara el importante escritor francés Jean Paul Sartré cuando — en discrepancia con el modelo de intelectual defendido por los liberales — , declaraba su sorpresa de que intelectuales soviéticos críticos del «régimen» de su país, confundieran liberalismo burgués con democracia, y que estuvieran más interesados en obtener libertad para escribir lo que quieren, que (en) promover el desarrollo de un proceso revolucionario. Ver: «Entrevista a Jean-Paul Sartre», Libre 4 (1972): 5

[18]Meses después, el Dpto de Orientación Revolucionaria del Partido (DOR) hizo una edición rústica de seis folletos impresos a mimiógrafo y presillados. En el mismo año (1968), el Instituto Cubano del libro imprimió un texto con algunos documentos centrales y un corto reportaje fotográfico del evento.

[19] En el abordaje de este asunto ha jugado un papel decisivo el libro: El 71. Anatomía de una crisis, de Jorge Fornet, publicado por la Editorial Letras Cubanas en 2013 que recibió el Premio Anual de la Crítica (2013) y el Premio Alejo Carpentier 2006 (ensayo). Del propio texto salieron una parte muy importante de las ideas que, apenas, fueron ordenadas, cronológicamente por parte de este autor, con notas aclaratorias necesarias. Capítulos expuestos bajo el título: Los grandes claros, Un modelo intelectual, Un suceso policiaco, Un poema a la primavera, El arte ha de ser tarea de todo el pueblo y Por fin explotó la bomba, han sido de particular interés.

[20] Ver: Comparecencia en la Televisión Nacional del Comandante Fidel Castro Ruz,…, para analizar los acontecimientos de Checoslovaquia. Viernes 23 de agosto de 1968. (La Habana)

[21] Declaración de la UNEAC, 15.11.1968.

[22] Hasta al menos bastante avanzada la década del 60, era uno de los más activos denunciantes de la precariedad de la condición del escritor en las sociedades latinoamericanas. Había recibido, por su obra La Casa verde (primera edición en 1967), el Premio Internacional de Novelas Rómulo Gallegos, uno de los galardones literarios de mayor anclaje y prestigio en las letras iberoamericanas hasta hoy. Durante los últimos decenios se ha convertido en opositor de los movimientos de izquierda en general y, en particular, hacia la Revolución Bolivariana y el socialismo cubano.

[23] Aparecido, por primera vez, en la revista Caretas (Lima) Núm. 381 (26 septiembre-10 octubre) 1968. Ver: de Vargas Llosa, Contra viento y marea, Vol.1 (1962–1972), Barcelona, Editorial Seix Barral, 1986.

[24] Fidel Castro: Discurso del 28 de septiembre de 1968.

[25] En el primero de esos artículos aparecido el 3 de noviembre de 1968, bajo el título de Las respuestas de Caín, el blanco principal de los ataques fue Cabrera Infante, quien poco antes, en julio del propio año, había aprovechado una entrevista (incluida después en la compilación Mea Cuba, de 1992), realizada por el periodista y escritor argentino Tomás Eloy Martínez, en el semanario de su país Primera Plana, para, a propósito de la crítica de la UNEAC al premio otorgado a Padilla, marcar su ruptura con la Revolución Cubana.

[26] El segundo de los artículos, publicado el 10 de noviembre bajo el título Las provocaciones de Padilla, destacaba que Padilla desde hacía meses buscaba «una oportunidad, una provocación contra la Revolución para hacer de su caso un escándalo» y acusa, sin más, de prostitución política a Padilla y otros escritores de «tercera o cuarta fila» como Padilla.

[27] Con el título Antón se va a la guerra (revista Verde Olivo. La Habana, 9 (47): 16–18, nov. 24, 1968), Ávila denunciaba a Arrufat quien, en su condición de realizador de la revista Casa de las Américas, favoreció la publicación de obras de «su gente» y llegó «al colmo» de publicar el poema «Envío» de José Triana, cuyo contenido era «la inversión sexual descrita en sus detalles más groseros». Antón Arrufat, a diferencia de Padilla, sigue en Cuba y ha obtenido después de estos sucesos, al menos, los siguientes reconocimientos: Medalla Alejo Carpentier (2000), Premio Alejo Carpentier y Premio Nacional de Literatura (2000), Premio Anual de la Crítica (2005 y 2015), entre otros.

[28] El cuarto artículo, titulado «Sobre algunas corrientes de la crítica y la literatura en Cuba», se hizo público el 24 de noviembre de ese año. Allí el autor afirmaba que uno de los rasgos más interesantes y sorprendentes de la crítica literaria y la literatura en Cuba era su aparente despolitización. Descrito en Casal, Lourdes (introducción, selección, notas, guía y bibliografía): El caso Padilla: Literatura y Revolución en Cuba. Documentos, Miami /New York: Ediciones Universal / Ediciones Nueva Atlantida, s.a., p.34.

[29] Descrito en Casal, Lourdes (introducción, selección, notas, guía y bibliografía): El caso Padilla: Literatura y Revolución en Cuba. Documentos, Miami /New York: Ediciones Universal / Ediciones Nueva Atlantida, s.a., p. 44

[30] Ver: De Alfredo Guevara: Tiempo de fundación, Madrid, Iberarutor Promociones culturales, 2003, p.160

[31] Del autor: Les guerrilleros aupouvoir. L´itinéraire politique de la révolution cubaine, París, Robert Laffont, 1970, p.447. Ver también: Editorial Seix-Barral, Barcelona, 1972. Sobre este texto, Alfredo Guevara, en reunión del ICAIC el 5 de mayo de 1970, para analizar la intervención de Fidel del 1ero de mayo, explicó que, tras leer el texto de Karol, entregado por este en París, se percató que era el libro «más hábilmente elaborado contra la Revolución Cubana», con la pretensión de que Cuba se convirtiera en antisoviética, acercándose a China o a la Primavera de Praga. Ver: Tiempo de Fundación, Madrid, Iberautor Promociones Culturales, 2003, p.221).

[32] Caracas, Editorial Tiempo Nuevo, 1970.

[33] Del autor: El interrogatorio de La Habana. Autorretrato de la contrarrevolución y otros ensayos políticos, Barcelona, Anagrama, 1973.

[34] Del autor: Cuaderno Cubano, Buenos Aires, Schapire Editor, 1974 (1969), p.111.

[35]Ibíd, p.141

[36] Fidel Castro: Discurso del 22 de abril de 1970.

[37] Filiar mexicana de la Asociación Mundial de Poetas, Ensayistas y Novelistas, fundada en Londres en 1921.

[38] Reproducido, recientemente en: https://rialta.org Primera carta de los intelectuales a Fidel Castro, 8 de mayo, 2018. Había sido firmado por 33 personalidades de la cultura, entre los que destacaban Juan Goytisolo, Julio Cortázar, Gabriel García Marquez, Carlos Barral, Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Rossana Rossanda, Jean P. Sartre, Vargas Llosa y Carlos Franqui (ex director del periódico Revolución).

[39] Era el deseo de Cortázar expresado en su Carta del 4 de febrero de 1972, Casa de las Américas 144–146 (1984): p. 148.

[40] Fidel Castro: Discurso del 19 de abril de 1971.

[41] Mientras sus sesiones plenarias se desarrollan en el cine Radiocentro (actual Yara), el trabajo por comisiones — en las que se presentaron 413 ponencias (ver: Guerra Díaz, Ramón: «El Congreso de Educación y Cultura», https://ramonguerradiaz.blogspot.com/2016/06/el-congreso-de-educacion-y-cultura-1971.html?m1 INCLUIR AQUÍ LUGAR DE PUBLICACIÓN, 24 de agosto de 2012en) — tuvo lugar en los salones del Hotel Habana Libre, a donde asistió el máximo líder de la Revolución. Fue la culminación — tras un proceso iniciado a partir de la Plenaria Provincial de Educación de La Habana, celebrada en noviembre de 1970 — de más de dos mil asambleas realizadas en centros de trabajo, escuelas y organizaciones de masas, así como de congresos de carácter regional y provincial realizados durante varias semanas, en el que participaron más de mil cuatrocientos delegados que realizaron más de 7 mil recomendaciones. Entre los siete puntos en que se organizó el temario, el que más polémicas despertó fue el tratado por la Comisión 6 que abordó la influencia del medio social en la educación. Ya en las palabras iniciales del Congreso, a cargo del ministro de Educación, Belarmino Castilla, se anunciaba la emergencia del tema de la cultura, no previsto en el temario, ni en el proceso preparatorio, ni en el nombre del evento. El lunes 26 de abril al reiniciarse las labores del Congreso, tras su receso del domingo, los delegados acordaron por aclamación y unanimidad, según el diario Granma, «dar el nombre de Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura… a su evento» (Granma, 27 de abril de 1971). Esta decisión no solo respondía al hecho de aprovechar la ocasión para hablar también de la cultura, sino de fundirla a la educación y, asimismo, otorgar mayor legitimidad al mensaje que se podría lanzar al extranjero.

[42] Del autor: Intervención en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Casa de las Américas 65–66 (1971), p. 191–203

[43] Ibid. Sobre esto en particular, por ejemplo, se preguntaba: «¿A cuántas zafras, a cuántas ha asistido un número significativo de escritores… ¡A ninguna!» Y recordaba que los pocos que asistieron a la Zafra de 1970, fue por un Plan de la COR nacional y de la UNEAC, que no les exigía trabajar, ni cortar caña, ni escribir una línea, sino únicamente convivir con nuestros campesinos y trabajadores. Pero señalaba que, como era un problema de conciencia personal, muchos regresaron y nadie les pidió explicaciones. Según afirmaba, aunque ese había sido uno de los más generosos esfuerzos de la Revolución «para acercar a nuestros escritores a la realidad viva de nuestro pueblo», muy pocos se habían preocupado por vivir la experiencia y «ninguno estuvo hasta el final. ¡Ninguno!».

[44] Ibid. Luego de reconocer sus ataques a la Revolución y su ingratitud hacia Fidel, también decía: «si nosotros nos analizamos sinceramente, …, veremos que las características fundamentales que nos definen son las del egoísmo, las de la suficiencia, las de la petulancia, las de la fatuidad…», lo que define a la mayoría de los escritores y nos hace coincidir ideológicamente siempre, «y muy poco en el sentimiento de la unidad y del trabajo en común, solidarios en el pesimismo, en el desencanto, en el derrotismo, es decir, en la contrarrevolución. ¿Y unidos en qué? En el escepticismo, en la desunión, en el desamor, en el desafecto…».

[45] Fungió como traductor de Sartre durante la visita de este a Cuba. Abandonó el país en 1966 hacia París donde había fungido como attaché de prensa y rompió definitivamente con Cuba a raíz de lo acontecido con su amigo Heberto Padilla y Cabrera Infante: Mapa dibujado por un espía, editorial Galaxia Gutemberg, S.I, 2013, p. XV)

[46] Declaración del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, Casa de las Américas 65–66 (1971): 4–19.

[47] Ibid., pp. 13–14

[48] Fidel Castro: Discurso del 30 de abril de 1971.

[49] Granma, 6 de mayo 1971, p.1

[50] Fue el organismo creado el 4 enero de 1961, por el Gobierno Revolucionario, que sustituyó a la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación y que existió hasta 1976. Se fundó con el objetivo de desarrollar una amplia y profunda política cultural destinada a todas las capas sociales de la población y, en particular, a los sectores populares. Estuvo presidido al inicio por la reconocida Doctora en Pedagogía y en Filosofía y Letras, Vicentina Antuña Tabío, que tuvo una destacada participación en el primer PCC. También estuvo integrado, desde sus inicios, por José Lezama Lima, quien estuvo al frente del Departamento de Literatura y Publicaciones.

[51] Granma, 6 de mayo 1971, p.2

[52] Bohemia, 30 de abril 1971

[53] La carta, fechada en París el 20 de mayo de 1971 y también conocida como “Carta de los 61 o 62”, fue reproducida recientemente en: https://rialta.org Segunda carta de los intelectuales a Fidel Castro, 9 de mayo, 2018. Había sido firmada por reconocidas personalidades de la cultura como Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Enzensberger, Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Vargas Llosa, Juan Rulfo, Jean P. Sartre, entre otros.

[54]Declaración de los cineastas cubanos, Cine Cubano 69–70 (1971): 2–4

[55] Idem, (Cine Cubano, p 3)

[56] Idem, (Cine Cubano, p. 4)

[57] Casa de las Américas 67 (julio-agosto 1971)

[58] Pensamiento crítico №53 (junio de 1971), p.2–3

[59] Publicado en: La Opinión, 26 de marzo de 1971

[60]Droguett, Carlos: Entrevista de Julio Huasi para Prensa Latina, Casa de las Américas 67 (1971), p. 190

[61] Ver: Ruffinelli, Jorge: «El escritor en el proceso americano. Entrevista con Eduardo Galeano», Marcha, núm.1555, 6 de agosto 1971, pp. 30–31).

[62] Se refiería al escritor crítico irlandés Jonathan Swift (Dublín, 1667–1745), autor de Los viajes de Gulliver, considerada una de las más agudas sátiras escritas contra la sociedad y la condición humana. Bertolt Brecht (Augsburgo, 1898-Berlín Este, 1956) por su parte fue un dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, creador del teatro épico, también llamado teatro dialéctico o político.

[63] Del autor: El gato negro de la Rue de Biévre, en: En los reinos de taifa, Barcelona, Seix Barral, 1986, pp. 183–184)

[64] Ver: «Heberto Padilla o “la encarnación del diálogo”», entrevista de Francisco Morán a Lourdes Gil, publicada en el «Dossier Homenaje a Heberto Padilla», en la revista La Habana Elegante, №13, Miami, 2001. Consultado el 22 de febrero de 2013.

[65] №2 de 2011. Fue un número atrasado que se publicó en 2012.

[66]Paneque, Maykel (2012): «Heberto Padilla regresa a Cuba en su ochenta cumpleaños», artículo del 9 de octubre de 2012 en la revista Esquife (La Habana). Consultado el 21 de febrero de 2013.

[67]Paneque, Maykel (2012): «Publicarán en Cuba poesía completa de Heberto Padilla», artículo del 6 de noviembre de 2012 en la revista Esquife (La Habana). Consultado el 21 de febrero de 2013

[68] Fue un, más o menos, corto período de tiempo, de unos cinco años, denominado, por el escritor, ensayista e investigador cubano Ambrosio Fornet Frutos, Quinquenio Gris, que constituyó en realidad, no una vuelta al realismo socialista de la era soviética, en su variante stalinista o de los años 60, aunque sí un freno a la proliferación de las más amplias y reconocidas expresiones estéticas que ya se habían desarrollado en los primeros años del triunfo revolucionario y que, por suerte, reverdecerían con nuevas fuerzas, desde fines de los 70.

[69] Fueron acciones que al separar a muchos intelectuales y artistas de la docencia y alejarse de la obra proveniente de Occidente por su supuesta debilidad ideológica, tuvieron como consecuencia la doble moral de algunos y el retraimiento de muchos. Todavía se recuerda la marginación de las publicaciones oficiales a que fueron sometidos dos célebres intelectuales cubanos como Lezama Lima y Virgilio Piñera por su orientación sexual, así como la censura al libro Los pasos en la hierba (1970), de Eduardo Heras León, quien, a pesar de haber obtenido Mención única en el Concurso Casa de las Américas y de su participación directa como combatiente en los sucesos de Playa Girón, no pudo «probar» que su texto era «en verdad» revolucionario.

[70] Otras creaciones de significativa importancia publicadas en el mismo período fueron El Recurso del Método (1974) de Carpentier, El pan dormido (1975) de José Soler Puig, los filmes Los días del agua (1971) de AUTOR, Una pelea cubana contra los demonios (1971) de Tomás Gutiérrez Alea, Ustedes tienen la palabra (1973) de Manuel Octavio Gómez, El otro francisco (1974) y Rancheador (1976) de Sergio Giral, así como Los sobrevivientes (1978), también de Tomas Gutiérrez Alea. En las artes plásticas destaca el mural de cerámica realizado (1974) por Mariano Rodríguez, en colaboración con Marta Arjona, para la Escuela Vocacional Lenin en La Habana.

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