El polemista y la polémica: pensando a Martí

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La Tizza Cuba
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11 min readJan 28, 2020

Por Marlen A. Domínguez

Por la Mañana, Tomás Sánchez, 1973, De la colección de The Bronx Museum of the Arts

Próximos al 70 aniversario de la Cátedra Martiana de la Universidad de La Habana y al calor de la realización de un taller de la Academia Cubana de la Lengua sobre la necesidad y conveniencia de elaborar una política lingüística nacional, que fue convocado bajo la guía del Maestro, reflexionamos sobre preguntas, polémicas y vías que él nos propone.

Hay visiones de Martí que lo toman como un ser de mansedumbre. Si bien es cierto que se caracterizó por un sentido humano que le permitió entender y respetar al enemigo, ponerse en lugar de los otros e incluso perdonar a quienes habían tratado de envenenarlo y descubrirles la entraña patriótica, no lo es menos que empleó como recurso de convicción el debate.

Y es que, más allá de la forma que pueda adquirir, toda la obra de Martí está traspasada de las múltiples voces diferentes de su entorno, a las cuales integra o contrapone la suya propia, más o menos personalizada, de lo que resulta una permanente polémica, que tiene la virtud de mostrar todos los puntos de vista que aparecen en el escenario, y de adelantar la contrargumentación.

La forma que adquiere este diálogo puede ser de mero antagonismo, cuando se parte de una premisa irrebatible y no se considera necesaria otra argumentación: «la voluntad […] no se extermina, sino se comprime y se subyuga» (OC, T.1, p. 104).[1]

En otros casos se incluye, por el contrario, la evidencia, de la cual el lector puede desprender la única conclusión posible: «Si como afirma La Colonia,[2] los cubanos fueron invitados como sociedad benéfica, ¿cómo llevaban, no un estandarte de beneficiencia, sino la bandera de un pueblo que combate? […] Admitida la enseña, se admitía con ella al pueblo batallador que representa» (OC, T.1, pp. 137–138).

Más interesantes acaso son las situaciones en que se presentan todos los puntos de vista que podrían darse como objeciones al pensamiento martiano, que se van deconstruyendo a priori, para luego levantar el conjunto de fundamentos de su propio juicio, aunque para comprender los argumentos cabalmente hagan falta numerosos referentes culturales y tomar el peso a cada palabra que se usa:

a los alzacolas que fomentan, a sabiendas, el engaño de los que creen que este magnífico movimiento de almas […] no es más que el tesón de un rezagado indómito, o la correría de un general sin empleo, o la algazara de los que no gozan de una riqueza que solo se puede mantener por la complicidad, con el deshonor o la amenaza de una turba obrera, con odio por corazón y papeluchos por sesos, que irá, como del cabestro, por donde la quiera llevar el primer ambicioso que la adule, o el primer déspota encubierto que le pase por los ojos la bandera […] les diremos: — «Mienten». ¡Esta es la turba obrera, el arca de nuestra alianza, el tahalí, bordado de mano de mujer, donde se ha guardado la espada de Cuba, el arenal redentor donde se edifica, y se perdona, y se prevé y se ama! (OC, T.4, p.277)

De la observación de tales prácticas martianas, en que se enfrenta a comentarios malintencionados de la prensa colonial, o a retratos del pueblo cubano o suyos propios que desconocen o escamotean sus rasgos esenciales o verdaderos, puede obtenerse conocimiento significativo. Martí nos enseña que puede venir beneficio del aprovechamiento de la polémica, de la práctica de considerar voces y posturas, en una estructura polifónica, dado que la polémica provee recursos para no tomar por buena la primera idea que se alcanza a razonar o una verdad parcial, y tiene como consecuencias suyas imponer «a los envidiosos, respeto», despertar el «orgullo de los buenos de la patria», y a los buenos «que son los más, generoso contento y legítimo entusiasmo» (OC, T. 6, p. 58).

Y este conocimiento Martí lo adquirió en la vida, no solo porque es característica del siglo xix, como forma de expresión cultural, la polémica pública, tanto en centros culturales como en la prensa; sino sobre todo porque por la índole de su carácter, de su misión y su trayectoria, tuvo que ser participante activo de numerosos contrapunteos de este tipo. Y objeto de ellos después de su muerte. Veamos algunos.

Son conocidas — y a veces sobredimensionadas a conveniencia — , por referirse a aspectos de la guerra, las polémicas que sostuvo con Maceo y Gómez por el modo en que debía ser llevada adelante la contienda y el papel del civilismo en ella; o con Enrique Collazo, a propósito de la oportunidad de una obra literaria y del patriota que la escribió o de la disposición real de Martí de luchar en la manigua.

Menos comentada acaso, por tratarse de una cuestión cultural y haber ocurrido en México, es la polémica de la tertulia del Liceo Hidalgo en abril de 1875. Contendieron allí positivistas y espiritualistas, y Martí, más poeta que filósofo aprendiz, definió su concepto de espíritu como la conciencia y los sentimientos del ser humano, que trascienden y humanizan su vida biológica, de ahí que encontrara la fuente del espiritualismo en los libros de ciencia — concatenación de las especies en la integridad de la naturaleza — y se coloque en una posición que integra ideas de ambas partes contendientes.

De marzo de 1879 es la polémica del Liceo de Guanabacoa — institución cultural de la que Martí fue secretario — : se discutía, en el arte, sobre la validez del naturalismo (con nombre de realismo y base positivista) o del idealismo, y de nuevo Martí, quien comprende tanto el carácter histórico de las formas artísticas específicas, como el valor de la ciencia, indica tanto la necesidad de arte como una constante humana como la limitación explicativa de la ciencia positivista.

Tan adelantado como fue en su visión del papel que la lengua española cumplía en el proyecto nacional y cultural de América, Martí asistió también a la discusión — que estuvo planteada y fue resuelta de diferentes maneras por los próceres de la independencia americana — acerca de si resultaba conveniente dar rienda suelta a los cambios lingüísticos promovidos en nuestros países, o distinguirnos, precisamente, por la pulcritud de nuestros usos lingüísticos, atenidos a lo más apropiado y elegante de los cánones. En este contexto baste decir que, en este punto, como en otros, Martí representó el equilibrio que provenía de conocer y sopesar todos y cada uno de los elementos que intervenían en la cuestión, sin subvalorar ninguno.

La sostenida con el periódico The Manufacturer en marzo de 1889 para rebatir con pruebas suficientes la supuesta incapacidad moral del pueblo cubano para crecer, para gobernarse por sí, para construir, para ser libre, y conocida por su alegato «Vindicación de Cuba» (OC, T1, pp. 236–241) es una y acaso la más entrañable de sus polémicas antológicas, marcadamente antianexionista.

Por haber escrito tanto en esta cuerda de previsión de modos de enfrentar la realidad distintos de los suyos, hay que decir que, con su obra, aún después de muerto, Martí acude a las polémicas sobre sus ideas y actitudes, valores morales, posturas políticas o filiaciones literarias. A quienes le endilgaban, por ejemplo, una vocación suicida, se pudo oponer aquella irrebatible valoración suya a propósito de Manuel Acuña:[3] «Porque el peso se ha hecho para algo: para llevarlo; porque el sacrificio se ha hecho para merecerlo; porque el derecho de verter luz no se adquiere sino consumiéndose en el fuego. Sufre el leño su muerte, e ilumina; y ¿más cobarde que un leño, será un hombre?» (OC, T6., p.370).

Se ha discutido hasta el cansancio sobre Martí y el modernismo, polémica iniciada por el propio Rubén Darío, al preguntarse si habría sido Martí un precursor del movimiento que el nicaragüense iniciara. Tomarlo en este sentido significaba decir que Martí fue una influencia para Darío, pero que le faltaron rasgos que cristalizarían en el poeta de Azul. Hace ya muchos años, sin embargo, que la crítica dejó establecido que Martí, como escritor y como revolucionario, y en particular por su capacidad de previsión y trascendencia, entra decididamente como iniciador del modernismo, si se lo concibe como una corriente cultural de mayor entidad, que se proyecta de lo literario hacia todos los demás ámbitos de la sociedad, y que es respuesta a una época de crisis.

En general, ya después de 1895, las polémicas en cuanto al papel de Martí en el proyecto nacional y cultural cubano podrían considerarse iniciadas con las diferentes posturas asumidas por los políticos y personalidades de la República intervenida, a partir de la Asamblea constituyente de 1901. Pero en el fortalecimiento de una visión más sustantiva de Martí, consolidada entre el magisterio cubano, habría sin falta que considerar el aporte que significó la publicación de sus obras (1900–1919) por Gonzalo de Quesada y Aróstegui, y la promoción entre los intelectuales, a partir de 1920,[4] del rescate del legado de Martí, en que ha tenido un papel especial para nosotros el trabajo de Julio Antonio Mella («Glosas al pensamiento de José Martí», 1927).

Los martianos han debido contrargumentar toda una tendencia de críticos que repasan interesadamente la obra y la biografía de Martí para negarles acción y trascendencia,[5] para responsabilizarlo con las frustraciones y para desautorizar, en consecuencia, su valor como referente político y la revolución que sobre su ideario y ejecutoria se levanta. Y es que Martí tiene una gran capacidad de convocatoria para los cubanos, para todos los cubanos, y esa es una razón que hace surgir estas tendencias que nos lo quieren desacreditar.

Pero en el curso de nuestra historia, las mejores obras van estudiando y presentando a Martí como él mismo se presentó: como agente comprometido del proceso de construcción de la cultura y la nación cubana y americana. En esa comprensión habría que destacar una larga lista de autores que incluirían a Mañach, Fernández Retamar, Vitier, García Marruz, Rodríguez, Toledo, Cairo, por citar solo algunos de los más conocidos, de los más recientes o que, desde diferentes aristas, buscan, con ciencia y poesía, encontrar las directrices categoriales y metodológicas presentes en Martí para la construcción del proyecto nacional y cultural cubano, a partir de un imaginario expresado también en las artes visuales por un Arche, un Raúl Martínez o un Fabelo, entre una extensa relación de creadores, cuidando de separarse tanto del «mesianismo idolátrico» cuanto del «ahistoricismo metódico» sobre los que alertaba Roig de Leuchsenring (en A. Cairo José Martí y la novela de la cultura cubana, 2003, p. 23).

Martí acude, si lo leemos con sistema, y con las contextualizaciones necesarias, a polémicas vivas hoy, tales como que la supuesta existencia de subculturas y el reconocimiento único de la occidental; a la deconstrucción de distinciones hechas maniqueamente entre la cultura material y la espiritual, o entre cultura y naturaleza; a la comprensión orgullosa del carácter mestizo de la nuestra y a la advertencia de que la herencia en esta materia no se acepta acríticamente. En este aspecto, Martí insistió en puntos clave relativos a la copia indiscriminada de quienes se sentían «extranjeros desdeñosos nacidos por castigo en esta otra parte del mundo» (OC, T20., p.147) y en la función de la inteligencia como deber social antes que como don de privilegio.[6]

No es menos importante la polémica a que sirve Martí acerca de los modos viables de la educación, como proceso en que, a partir de la información, permitiera apropiarse del saber científico de la época en que se produce, favoreciera la comprensión dialéctica del desarrollo e incluyera la conjugación del progreso tecnocientífico y el social (en busca de eso que ahora se llama equidad).

En esa poliglosia del ejercicio litigante aparece un juego de categorías, que no por ser definidas poéticamente son menos explicativas que aquellas que tienen los rasgos del metalenguaje de la ciencia. Allí puede leerse, por ejemplo, si se busca sistemática y contextualmente, conceptos como el de cultura o el de educación,[7] y sus ámbitos de aplicación, al lado de críticas fundamentadas al pensamiento de su contemporaneidad, de alcance tal que a veces pueden prolongarse hasta la nuestra. La cultura,[8] por ejemplo, incluye el pasado como prospección, y se define en Martí como originalidad, vocación de justicia, libertad y hermosura. Se nos presenta como cultura del pensamiento propio, del trabajo interdisciplinario, de la lengua, del comportamiento social, de los valores, de la libertad y la responsabilidad. Es decir, es ante todo una cultura moral, como nos ha enseñado más de una vez Cintio Vitier.

Cuando se repite, por otra parte, la idea de Martí de que la independencia de Cuba era el único medio para asegurar el equilibrio del mundo, a fuerza de manido el enunciado, olvidamos que se trata de un mandato de responsabilidad y de trabajo del cual emana naturalmente el concepto de identidad[9] fraguado en una patria (Cuba) que Martí definió, allá tan temprano como 1873, a partir de una «comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas» (OC, T.1, p. 93); y volvió a definir luego (América), como entidad «heroica y trabajadora, franca y vigilante», que habría de ser asistida de la lucha y de la ciencia (OC, T. 6, p. 137) en la voluntad de oponerse a la invasión moral y material del dominio de los EEUU, y a su presentación como un modelo de este lado del mundo, ilusión en la que, a más de 120 años de su proclamación, no pocos se ven entrampados.

En sus métodos y categorías Martí, según su propia concepción dialéctica y creativa, no puede ser visto como un bloque hermético y homogéneo: vivió diferentes etapas, y su pensamiento fue madurando y estabilizándose en el devenir de su acción. Creemos que una manera de acercarnos a ese decurso, — para enfrentar la realidad con sentido crítico y transformador, para convertir a Martí, cada vez más, en un mo­delo metodológico de comprensión y actuación en el mundo a cuyo mejoramiento acudimos — es estudiarlo en su condición de polemista, en cómo resolvió las controversias en que estuvo involucrado, en cómo levanta, con su mera evocación, las que definen nuestro presente y nuestro futuro y en cómo sigue siendo maestro para dirimir las que se van presentando, a partir de lo que no caduca en su obra: su costado y concep­ción humanos, su capacidad de equilibrio crítico, los caracteres de su personalidad, su defensa de lo autóctono y la soberanía, su capacidad de creación y pensamiento pro­pio, su sentido y ejercicio democrático, su condición heroica, su voluntad de integra­ción americana.

Su vida — también la de polemista sano, respetuoso y honrado — lo defiende y cría en nosotros solidez de pensamiento y sentimiento martiano auténtico.

[1] La idea es que la voluntad, que es esencia humana, podrá ser vencida –comprimida o subyugada– pero no ser aniquilada, y estará presta a surgir «de nuevo con todo ese vigor y esa potencia con que surgen las cosas comprimidas».

[2] Muchas veces se opone a periódicos antindependentistas, que tratan de desvirtuar los hechos, como en este caso.

[3] Manuel Acuña fue un poeta romántico mexicano que se suicidó al ser rechazado por una mujer.

[4] Piénsese en el poema de Rubén Martínez Villena, por ejemplo.

[5] Esta forma de ver tiene su expresión, también, en representaciones pictóricas y literarias.

[6] Sirvan de ejemplo las siguientes citas, de diferentes momentos de la trayectoria vital de Martí: «El talento que se posee es una deuda que se ha de pagar» (OC, T. 14, p. 273); «No es la inteligencia, recibida y casual lo que da al hombre honor: sino el modo con que la usa y la salva» (OC, T. 20, p. 449); «Poseer inteligencia no es más que el deber de emplearla honestamente» (OC, T. 22, p. 327); «La inteligencia se ha hecho para servir a la patria. Y la que no sirve para esto, hasta que toda la justicia no sea cumplida, fustigada y echada sea del cerco, como un perro ladrón» (OC, T. 22 p. 142).

[7] Con ideas que anticipan el deber ser de la escuela que deseamos: «no hay mejor sistema de educación que aquel que prepara al niño a aprender por sí» (OC, T8., p. 421ss.); «el fin de la educación no es hacer al hombre nulo, por el desdén o el acomodo imposible al país en que ha de vivir; sino prepararlo para vivir bueno y útil en él»; y de nuevo la polémica servida: «¿qué escuelas son estas donde solo se educa la inteligencia?» (OC, T 5., p. 261.).

[8] Concepto que lleva aparejado un profundo ejercicio transformador: «La madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura» (OC, T. 13 p.301).

[9] En consecuencia se trata de continuar propiciando acciones que procuren la coherencia entre el concepto de identidad, de base martiana, y las acciones sociales en que se sustenta.

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Revista digital y plataforma de pensamiento para debatir el proyecto de la Revolución Cubana, su relación con prácticas políticas de hoy, sus futuros necesarios