Hay que enaltecer los valores, pero no debemos edulcorar la verdad

A propósito del libro Escuadrón de Eduardo González Sarría, sobre la guerra en Angola.

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Por: Manuel Rojas García

Foto tomada del blog de Eduardo González Sarría

*Manuel Rojas García: Combatiente internacionalista. Miembro de la uneac. Ha publicado los testimonios Prisioneros de la UNITA en las tierras del fin del mundo y Cuba en la guerra de Angola 1986–1988.

Palabras pronunciadas en la presentación del libro Escuadrón de Eduardo González Sarría. Sala Villena de la Uneac, diciembre de 2019.

En las unidades militares dicen que los pilotos de aviones cazas somos entusiastas conversadores. Quizás ejercer una profesión, no en el medio natural del ser humano, sino en un ambiente sometido a constantes cambios de sobrecargas, presiones, alturas, velocidades, y colmado de disímiles sensaciones, aventuras, estrés y riesgos, sean las causas para que, una vez en tierra, estemos deseosos de contar las experiencias vividas en el aire ; y para que, ya fuera de ese mundo, mantengamos todavía esas costumbres.

En lo personal, siempre que hablo de temas aéreos no puedo evitar que se me agolpen muchas ideas en mi mente. Entonces para no alargar un «teque», opté por sintetizar en este escrito algunas de ellas sobre el testimonio del teniente coronel de la reserva Eduardo González Sarría, Escuadrón, en el cual narra parte de sus vivencias durante los periodos que cumplió misiones internacionalistas en Angola, y otros episodios estando ya jubilado.

Del autor podemos anotar como datos destacados de su biografía que se graduó como piloto en la entonces Unión Soviética en 1971, alcanzó la categoría de piloto maestro en 1987. Ha sido condecorado con dos medallas al valor. Cumplió su primera misión internacionalista en Angola en 1976, más tarde en 1985 y, por último en 1988.

Ganó el Primer Premio en Testimonio en el concurso xxx Aniversario de la revista Verde Olivo en 1989 y en el 2004 salió a luz su primera obra, Angola: Relatos desde las alturas. Obtuvo Tercera Mención en el concurso La Edad de Oro de literatura para niños con su obra Ale y Mambí en el año 2013.

En temas de presentación de este libro, siempre le digo a mis compañeros que soy de la opinión de que ya es hora de escribir la participación de Cuba en misiones combativas internacionalistas con los documentos oficiales que se puedan desclasificar en estos momentos y con el aporte de las «bibliotecas humanas» que están disminuyendo.

Los testimonios de los participantes en aquel conflicto, como este, constituyen — a mi juicio — los ingredientes que le proporcionan la sazón indispensable a los documentos oficiales.

Conozco algunos de los obstáculos e incomprensiones que sufrió Eduardo que demoraron unos cuantos años la publicación de este testimonio. No es nada extraño ni ajeno.

Tengo la impresión de que la participación de la aviación cubana, con todas las fuerzas que la componían, de soldados, técnicos, ingenieros, pilotos y otros tipos de personal de aseguramiento se ha minimizado, o por lo menos no se les ha otorgado su verdadera dimensión en numerosos artículos y relatos que he leído sobre nuestra presencia en la contienda angolana.

Debo afirmar que la Fuerza Aérea Cubana, sobre todo los aviones cazas y helicópteros, por las características de esa guerra, fue el único tipo de arma de nuestro país que desde su irrupción en Angola a mediados de la década de los setenta, hasta el 22 de diciembre de 1988 en que se firmaron los acuerdos de New York, cumplió de manera ininterrumpida misiones de combate en ese territorio. De forma que la mayoría de los profesionales del aire de Cuba están entre los que más veces debieron repetir su presencia en Angola –a lo largo de los años que se mantuvieron las fuerzas cubanas en ese país.

Poseo además la percepción, después de haber leído testimonios sobre Angola — y de otros países donde colaboraron nuestras tropas — , que algunos de los que narran sus experiencias tratan nuestra participación de modo muy romántico, de hombres sin errores en su comportamiento, de seres humanos casi perfectos, demasiado valientes, combativos y efectivos en sus acciones.

A mi juicio, el heroísmo, la tenacidad y sacrificio de los combatientes angolanos y cubanos debe ser lo fundamental que se cuente y se resalte, pero también debemos ser capaces de referirnos a nuestros errores, y a los comportamientos y actitudes de algunos angolanos y cubanos en el quehacer diario. Hay que enaltecer los valores, pero no debemos edulcorar la verdad. No es destacar las manchas del sol, pero… ¡esa es la historia!, o por lo menos hay otras realidades que muchos participantes percibimos.

Eduardo en su testimonio evade, cuando es necesario hacerlo, esa complacencia y elogios y nos ofrece su versión sin ficciones ni reservas.

Los cubanos que nacieron a principios de la década de los años ochenta del siglo pasado, por lo regular, no poseen una idea clara del escenario político de ese momento en el mundo, en lo fundamental en África, y por lo tanto no están todos en capacidad para aquilatar la trascendencia histórica del papel que Cuba asumió en el devenir de ese continente.

Con respecto a Angola, gran parte de su juventud actual tampoco conoce el verdadero papel de la participación de Cuba, antes y después de proclamada la independencia. Según mi criterio, una de las causas del desconocimiento de esos jóvenes de lo acaecido en ese período, es la visible y lamentable ruptura de traspaso de evidente y necesaria información entre la generación angolana que conoció de la presencia, sacrificio y solidaridad cubanas, y las que vinieron después, que han estado sometidas a las tergiversaciones manipuladas que le llegan del exterior, y a escritos de medios de información angolanos y personas de distintos estratos sociales de ese país, que siempre han intentado minimizar, opacar y esgrimir móviles desacertados referentes a la participación de nuestro país en esa beligerancia.

Por esas causas es necesario continuar esclareciendo, con insistencia, falsedades y adulteraciones de la historia; no con frases repetidas y consignas, sino con sólidos e irrefutables hechos y evidencias sustentadas, sobre todo, en documentos y en experiencias propias a través de testimonios como el que hoy se presenta.

Se han publicado las cifras oficiales de las pérdidas humanas que tuvimos en esas guerras. También considero necesario publicar el colosal costo económico de nuestra participación en esas contiendas. No solo para refutar a nuestros adversarios, que siempre intentarán inventar cifras y difundir falsas informaciones, sino también para «supuestos amigos», y un número de habitantes de países donde colaboramos de distintas edades y posiciones en la sociedad, que están convencidos de que recibimos ventajas económicas por nuestra ayuda, cuando en realidad fue todo lo contrario.

Por esas razones el testimonio de Eduardo, a mi juicio, con todas las subjetividades lógicas de un escrito de ese contenido y limitaciones en el espacio de tiempo que abarca su narración, nos sitúa en el ambiente de la vida que llevaban a cabo los miembros de un escuadrón de aviones cazas.

En correspondencia con las normas militares cubanas, un escuadrón de aviones cazas está compuesto por entre 12 y 14 aeronaves, 16 pilotos de distintos grados de preparación, ingenieros, técnicos y mecánicos de varias especialidades — alrededor de 80 a 100 militares — .

Aquí encontramos las historias de jóvenes separados de sus hogares, combatiendo en condiciones climatológicas, culturales y sociales desconocidas para ellos, en un país que no era el suyo, solo en aras de la solidaridad y el convencimiento de que estaban arriesgando sus vidas por una causa justa.

Eduardo relata, entre otros aspectos, las dificultades y obstáculos que superaron los integrantes de su Escuadrón, el espíritu de sacrificio que mostraron todo el tiempo, el desinterés por cosas materiales, sus relaciones con los militares angolanos. Resalta las actuaciones de los pilotos durante algunas misiones combativas, las reiteradas veces que los mismos aviadores tuvieron que salir de Cuba para dirigirse a Angola y actuar en un ambiente de alto riesgo; en el cual, en determinados períodos, las defensas antiaéreas de todas las fuerzas participantes — amigos y enemigos — lanzaron proyectiles contra nuestros aviones derribando a algunos y causando lamentables pérdidas humanas, lo que originó incertidumbre adicional en los tripulantes.

En su libro, Eduardo hace mención al complicado vuelo nocturno en Angola, a los sustos y tensiones en el aire; la camaradería entre ellos, el impacto en el resto de los aviadores de la caída de compañeros, y combates aéreos entre sudafricanos y cubanos. Finalmente narra su ida a los Estados Unidos en distintos períodos para traer dos aviones cazas cubanos que fueron desviados a ese país por pilotos desertores; el intercambio de mensajes con aviadores sudafricanos años después de terminada la guerra, y otras destacadas reflexiones.

Los documentos oficiales que lleguen a tener en sus manos los investigadores, unido a los testimonios orales y escritos de los participantes, como este que estamos presentando, sin lugar a dudas enriquecerán con detalles desconocidos, interesantes y esclarecedores la construcción de la historia de la participación cubana en Angola, que es parte de la leyenda de nuestras dos naciones en ese período. Y debo concluir diciendo que no es intentar narrar la lucha del pueblo angolano para la obtención y mantenimiento de su independencia. Ellos la conocen a la perfección, y solo a ellos les corresponde escribirla. De lo que se trata es de contar nuestra participación… porque nosotros también la conocemos.

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