¿Está la Revolución cubana en su último laberinto?

Segunda parte de «La Revolución en el laberinto de su programa económico»

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La Tizza Cuba
15 min readSep 9, 2024

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Imagen: Fragmento de un cartel de Josep Renau

Por Josué Veloz Serrade

El problema de la disputa por el modelo de acumulación

En la primera parte de este trabajo identificamos un grupo de problemas a los que debemos responder para evaluar el destino de este programa de reformas y diagnosticar si los saldos de su implementación ―que son siempre los decisivos― nos mantienen en la ruta del proyecto revolucionario o nos desvían de ella.

Existe una dialéctica profunda entre los problemas históricos del proceso revolucionario y las cuestiones actuales. Por ello, es necesario diagnosticar y corregir desde una visión de totalidad, que no excluya variables y dimensiones de análisis.

Históricamente, una de las funciones del Estado es la creación de mercados: es uno de los rasgos de la acumulación originaria. La política es un factor económico más.

Uno de nuestros rasgos interesantes durante el manejo de la crisis económica radica en la hiperbolización, hasta cierto punto, de los mercados importadores y no productivos. Resulta un aspecto de interés porque estos mercados tienden a generar burguesías importadoras y compradoras.

La conformación del germen de burguesías importadoras o compradoras es muy característico de la región. La ventaja de los mercados basados en los servicios y la importación es la captación relativamente rápida de divisas, sin procesos productivos complejos que impacten en la cadena de valor, como puede ser la industrialización.

Este preámbulo tributa a una hipótesis en relación con la disputa sobre el proceso de acumulación en curso. Este proceso se concentra en el sector importador. El Estado podría haber constituido su propio mercado importador a través de redes mayoristas, con gestión de capital privado o mixto. Pero ello requiere inversiones y legitimar ese tipo de mercado. En ausencia de eso, y con una crisis de oferta casi estructural, el mercado importador y de servicios fuera del control del Estado adquiere la hegemonía, drenando divisas porque el fisco no opera sobre los dólares circulantes de manera no oficial.

No podemos obviar los efectos de la política selectiva que, con respecto a los agentes económicos, conduce el gobierno de los Estados Unidos, la cual en sus inicios fue delineada por la administración Obama. Dicha política se sustenta en la idea de promover un sector privado autónomo con encadenamientos estructurales al mercado norteamericano. Su plena implementación tiene también costos simbólicos innegables: de un lado queda el Estado como «ineficaz» y «obsoleto», en contraste con un sector pyme, privado, importador y de servicios erigido en muestra de «eficiencia», «modernización» y casi único «salvavidas» frente a una grave crisis de escasez y limitaciones de todo tipo.

Por tal motivo,

no nos queda claro que, en caso de que el Estado modificara su matriz propiciando un sector productivo autónomo ―de carácter privado, público o cooperativo―, sea acompañado por los «beneficios» de aquella política selectiva. El imperialismo prefiere sectores de la economía que agudicen condiciones de dependencia e «intercambio desigual», ese fue siempre su comportamiento histórico, y lo olvidan todos aquellos que por hipocresía, estulticia, perversidad ―o las tres cosas juntas― rememoran con nostalgia la «prosperidad» anterior a 1959.

Una hipótesis a manejar es que, en algún momento, el Estado empiece a dar los pasos para constituir su propio mercado mayorista. En esta dirección, puede aspirar a la autonomía en la fijación de los precios; por lo que no le sería conveniente la existencia de un mercado importador que se maneje con dólares en negro, que no pueda ser controlado en su política de precios ni pueda ser redituable en términos impositivos, porque el fisco lo que recupera son pesos, no dólares. Solo si el Estado tiene impacto en el mercado de cambios, si incide en la oferta y tiene un ancla real en la dinamización de un sector productivo que la aumente, podría tener una base real y un peso relativo mayor frente al sector importador que hoy garantiza una oferta de bienes casi inexistentes por otra vía.

Entonces, podríamos situar el problema de esa disputa no visible en un primerísimo nivel: una disputa por el control de la acumulación en el sector importador y en el manejo de las divisas.

Esta discusión nos remite de nuevo a la necesidad impostergable de generar instrumentos positivos para construir mercados productivos y facilitar la creación de negocios en el área productiva, con herramientas de disminución del estrés impositivo, de los costos de arrendamiento y ofrecimientos de créditos blandos en pesos a los sectores productivos, que estarían condicionados también por la creación de mercados mayoristas. Tienen que existir menos incentivos indirectos para emigrar, y más incentivos para ahorrar en divisas e invertir en procesos productivos. Para paliar el doble efecto de la guerra económica y las secuelas de la pandemia, el Estado necesita cambiar la matriz productiva estructural del tipo de mercado que ha construido.

En resumen, es probable que se estén presentando los síntomas de una crisis del proceso de acumulación, del tipo de acumulación que se diseñó para el contexto cubano. Ello ocurre porque en el mercado se dan internamente procesos de dislocación que son diferentes en cada país. En el mercado de los dólares en Cuba, por ejemplo, un factor de la demanda sobre esta moneda o cualquier divisa es, como se indicó antes, el proceso migratorio. En otros países es el consumo suntuario, la formación de activos externos, la fuga de divisas o el ahorro en dólares. En Cuba los dólares que entran por el mercado de remesas son traccionados fuertemente por la migración y por los nuevos sectores importadores. Entonces,

hay en el fondo una disputa por el control de esos flujos monetarios. De lo que se trata es de buscar modos novedosos de ganar esa disputa.

De cara a un debate amplio, serio y profundo, hay que mejorar los instrumentos metodológicos con los que analizamos los comportamientos de los actores y sujetos económicos y las posiciones de poder. Necesitamos pensar la situación en términos de conflictos y pujas por el control del proceso de acumulación en curso en Cuba, con sus deformaciones y ambigüedades, pero proceso de acumulación al fin.

Si uno lo traslada al campo de lo político, los revolucionarios pensamos en los costos que tendríamos que asumir para que la reforma no signifique el abandono del socialismo. Defendemos ―en toda su profundidad práctica― aquella idea de Fernando Martínez Heredia de que el socialismo y el tránsito hacia el comunismo fueron los que garantizaron la soberanía y la liberación nacional. En ambos casos, no se trata de cuestiones formales.

Otra tarea impostergable es avanzar ―otra vez― a un proceso de desdolarización de la economía, sabiendo las dificultades que ello entraña hoy, pero conociendo también el impacto regresivo que la dolarización tiene sobre la vida de las personas. En un breve recuento de experiencias anteriores, el proceso de desdolarización de la economía cubana en los noventa comienza en el año 1994, con la despenalización de la posesión de divisas y la implementación del CUC como moneda libremente convertible. Tal paso estuvo en concatenación con la reforma del sistema bancario, financiero y no bancario de la economía en el año 1997. En el año 2004, como una decisión de soberanía frente a las medidas de hostilidad económica por parte de los Estados Unidos relativas a la utilización de bancos internacionales para la realización de operaciones financieras, se generaliza el uso del CUC en toda la economía. Al salir de ese modelo por múltiples razones que no podremos desarrollar aquí, se perdió también toda una serie de efectos positivos de aquella experiencia. Conviene estudiarla en profundidad desde todas sus dimensiones, quizás encontremos algunos hilos de salida.

Por otro lado, se impone sopesar riesgos y dar pasos de ensayo y error en los análisis y en la toma de decisiones. Por ejemplo: ¿de qué nos puede servir establecer la distinción entre capitalistas norteamericanos, rusos, chinos o cubanos? Primero, resulta útil para pensar que si nos tenemos que relacionar con el mundo capitalista, no es lo mismo un capital norteamericano, uno ruso y uno chino. No es lo mismo un crédito del FMI que uno que provenga, en el futuro, del BRICS. Como créditos, como comportamientos financieros propios del capitalismo son muy parecidos, pero tienen diferencias que son sustanciales en nuestro caso y en nuestra peculiar situación. Si no queremos crear una burguesía nacional, quizás «conviene» relacionarse con capitalistas chinos o rusos. Ahora,

¿qué garantías hay de que en el futuro los sectores empresariales y políticos que se relacionan con esos capitales dentro de las instituciones, empresas y sectores del Estado no se conviertan de facto en nuestra burguesía nacional? De manera que todas las formas de capitalismo con las que nos relacionemos para confrontar exitosamente la situación actual presentan riesgos y oportunidades.

Otra dimensión insoslayable de esta disputa por el proceso de acumulación tiene que ver con la composición de las formas de propiedad y de los agentes económicos. Al analizar las estadísticas oficiales en torno a los distintos tipos de agentes económicos podemos identificar que: al cierre del primer semestre del 2024,[1] el sector empresarial está conformado por 18.973 entidades estatales, privadas y cooperativas. De ellas, 5.133 son cooperativas, 2.674 son empresas estatales y 120 entidades son de forma mixta. Si tomamos en cuenta las mipymes aprobadas, una cifra de 4.548 son resultado de reconversión, y 6.498 son negocios nuevos. Los números del empleo siguen de manera predominante en el sector estatal con 1,3 millones de trabajadores, y en el caso de los cuentapropistas autónomos ascienden a 596.167. En cuanto a la balanza comercial, las formas de gestión privada realizaron importaciones por 900 millones de dólares (con un fuerte predominio de alimentos y bebidas), y en cuanto a exportaciones solo 15 millones, fundamentalmente de carbón vegetal.

El propio gobierno cubano ha reconocido como uno de los problemas de muchos de estos nuevos actores la importación y venta de productos terminados, y su escaso impacto en la matriz productiva. En cambio, sí tienen una fuerte incidencia sobre la demanda de divisas en el mercado no oficial, lo cual tiene efectos inflacionarios.

Hay una paulatina transformación de una parte del sector estatal a formas de gestión privada, que, por las características de la matriz importación-exportación, dan cuenta de una relación no virtuosa y no armónica entre los nuevos agentes privados y la conducción de la economía con una orientación socialista y al servicio del bienestar del pueblo. Esta tendencia no es irreversible. Si las actuales condiciones indican la introducción de agentes privados en la economía, la consolidación de este sector tiene que cambiar radicalmente su composición, y pasar de un sector privado que demanda divisas para productos terminados a un sector que demande divisas para el sector productivo, con niveles crecientes de exportaciones de productos con valor agregado. Un sector que impacte en la oferta para el mercado interno y pueda contribuir en un mediano y largo plazo al aumento de las reservas.

Como se ha venido comentando, en la actualidad se presentan un grupo de tensiones y disputas en el proceso de acumulación, donde el sector privado emergente ―o una parte importante de él― contribuye y aumenta tensiones a los problemas estructurales de la economía en términos de divisas.

El Estado se ha ido retirando, pero ello no se traduce en una mejoría del bienestar ni en una disminución ostensible y visible del problema inflacionario. Con esta retirada estatal, se han agravado sus problemas estructurales, constituyéndose un mercado privado que sigue más sus propios ritmos de acumulación y tasa de ganancias que una función articulada y armónica con un programa de desarrollo a mediano y a largo plazo.

Tampoco se observa un giro (re)socializador de la propiedad en el sentido de explorar el predominio de formas colectivas y comunitarias de la misma, donde el predominio de los incentivos esté del lado de herramientas de poder popular en manos de los trabajadores dentro de las distintas organizaciones o entidades económicas. Asociar acríticamente lo estatal a lo socialista provocó no considerar la implementación de estas herramientas en sectores privados que pueden ser rentables o eficientes, pero no necesariamente democráticos y participativos. Ese ―el de la rentabilidad y la eficiencia como elementos dominantes― es el énfasis que quieren dar muchos especialistas en la disciplina de la economía. Asimismo, la mencionada asociación cortó el paso al intento de extender experiencias de gestión comunal y colectiva de la propiedad. Si observamos de nuevo los números acerca de los agentes económicos creados y de la composición global del sector empresarial, no podríamos determinar con exactitud el tipo de teoría o modelo económico que regula el programa de reformas; pero, como mínimo, es posible delinear una hipótesis:

el predominio de una concepción donde el agente privado es sinónimo de eficiencia y rentabilidad, y va de modo paulatino desplazando a lo estatal. No es que lo estatal se repliegue o retroceda para instalar lógicas colectivas, comunitarias y cooperativas. Es un movimiento en sentido inverso. Si tenemos una visión del Estado mucho más amplia, en la que el gobierno es un agente más pero no el único, al evaluar el programa de reformas y su implementación es posible diagnosticar que en el Estado cubano hay distintas tendencias en pugna. Como resultado de esta, los modos de gestión de la crisis marcarán un rumbo capitalista inevitable, o una ruta socializadora donde la convivencia con rasgos del mercado capitalista y las formas simbólico-culturales que le son consustanciales no signifique el abandono de la transición socialista, y que esta pueda, incluso, salir fortalecida y profundizarse.

Existe una lógica discursiva que intenta justificar el avance del mercado y las relaciones monetario-mercantiles con la afirmación de que lo estatal no es siempre sinónimo de socialista. Esto es casi una verdad de Perogrullo, pero podría ser contestada y ampliada con otra más rotunda y no menos parcial: la propiedad privada es antónimo de socialista.

Dicho esto, la propiedad estatal, su modo de gestión sin lógicas internas de empoderamiento, de discusión colectiva, de articulación de lo nacional con los propósitos de la empresa, sin la búsqueda de eficacia no como un imperativo de la ganancia, sino como un valor político, no es sinónimo de socialista.

Por otra parte,

crear un sector privado sin un piso de derechos laborales, con alto porciento de informalidad, con empleos precarios, con niveles altos de discriminación racial ―acentuados en función del tipo de sector―, con feminización de la pobreza, con hechos tan abominables como presentarse en desventaja en el mercado laboral por estar embarazada o por tener hijos, todo eso es no solo antónimo de socialista: es sinónimo de capitalista.

Esto nos lleva a otra cuestión, que es la importancia de recuperar una discusión y un gran debate nacional sobre el campo de lo económico en un proceso de transición socialista. Un debate con la más profunda apertura de enfoques y visiones, que conserven como punto de encuentro la orientación socialista del rumbo.

Hoy, muchos de nuestros funcionarios o especialistas saben más sobre qué es un «programa de estabilización macroeconómica», que acerca de cómo funciona una comuna en Venezuela o de las distintas experiencias de economía popular que disputan un horizonte anticapitalista. Hay que conocer en profundidad las dos cosas, sin partir de prejuicios previos, y construir con el mayor consenso posible una ruta que siga salvando la especificidad de la Revolución cubana y su opción socialista.

¿Está la Revolución cubana, como proyecto histórico temporal situado, en su último laberinto?

Frente a este panorama incierto la política revolucionaria debe recuperar el protagonismo, y desatar junto al pueblo la creatividad y la invención. Estas dos urgencias no son posibles si el Pueblo no es un actor protagónico del proceso de cambios, y no un espectador.

En el año 1992, Fernando Martínez Heredia nos entregó un magnífico ensayo titulado «Desconexión, reinvención y socialismo en Cuba»,[2] del cual recuperaré algunos aspectos medulares para analizar el presente.

En su análisis, la experiencia del socialismo cubano se encontraba frente a tres interrogantes:

1. La «sobrevivencia de la Revolución», que implicaba la posibilidad de garantizar condiciones mínimas de existencia «decorosa», la conservación de la soberanía y de un régimen de tipo socialista.

2. La «viabilidad de la estructura y la estrategia económicas» que se deseaba implementar.

3. La «naturaleza del sistema» que emergería de las transformaciones económicas, sociales y políticas relacionadas con lo anterior, los efectos de su «proceso de rectificación socialista» y los elementos que definirían el carácter del contexto y la coyuntura internacionales.

De esta lectura de Fernando, me interesa destacar su visión de totalidad para pensar al proceso revolucionario y los derroteros de su singular transición socialista. No es solo una indicación política sino un marco metodológico en el que no se puede analizar ningún proceso o período sin considerarlo en relación con todo un campo de problemas, tensiones y fuerzas.

No es casual que Fernando nos diga, en ese año, que frente al escenario de crisis y retrocesos habían de nuestro lado algunas certezas, dentro de ellas una que es definitoria: «la especificidad» de la experiencia socialista cubana «había sido más fuerte» que los efectos de la política de hostilidad norteamericana y que los vínculos establecidos con «el socialismo real». Hubo algo en la Revolución cubana que funcionó como obstáculo frente a la posibilidad de su destrucción inevitable. Una potencia poética de actos singulares irreductibles a factores externos o burocráticos.

En su texto, Fernando delineó también dos tareas imprescindibles para confrontar las dificultades que ya se visualizaban:

1. Enfrentar «al socialismo burocratizado, que promueve grupos postrevolucionarios, autoritarismo y clientelismo, dogmatismo, desmoralización, y rechazo de las mayorías».

2. Confrontar al «socialismo mercantilizado», que promueve ideas e ideologías que se pretenden imponer y realizar «desde el poder» hasta que el sistema de «reglas capitalistas» modifiquen al sistema social.

Dos tareas que a nuestro parecer siguen vigentes.

En ese mismo año, hermanado en preocupaciones y anhelos, Aurelio Alonso comparte su clarinada de advertencias y desvelos.[3] Ambos coinciden en el uso del significante «inserción». Efectivamente, al entrar en los noventa Cuba enfrentaba una grave «crisis de inserción» que era, en el análisis que realizaba Aurelio, esencialmente de carácter económico. No descuida en sus análisis cuestiones internas que eran y son decisivas para analizar la crisis, pero la «desconexión» del sistema socialista y del orden económico que este significaba constituía un obstáculo estructural que derivaba en una crisis de consecuencias impredecibles. Sin embargo, el mismo Aurelio afirmaba que una de nuestras fortalezas radicaba en que no había una crisis del paradigma socialista ni del consenso alrededor de los liderazgos. La confianza mayoritaria en el horizonte socialista y la creencia en la capacidad de los liderazgos para otear salidas en medio de la tormenta, constituían un fondo de acumulación política, que es también imprescindible en la conducción de la economía dentro de una transición socialista.

Todos los programas de transformación en políticas económicas del período revolucionario hasta la Batalla de Ideas fueron conducidos directamente por Fidel. Luego se abre un período donde el conjunto de reformas, que tienen como elemento estructurador a los Lineamientos…, cuentan con la conducción directa de Raúl. Ambas figuras conectan simbólicamente, casi de manera directa, al espíritu de las reformas con el devenir del proyecto revolucionario.

La Tarea Ordenamiento inaugura un período de reformas que ya no tienen esa conexión directa con la conducción de ambas figuras, aunque en el caso de Raúl aún se encuentra en la orientación política general del proceso, por su autoridad histórica. Por una cuestión biológica inevitable, no sabemos si otros programas de reformas contarán al menos con la presencia de Raúl y otros miembros de la dirección histórica del proceso revolucionario. De manera que el tiempo político para obtener resultados no es el tiempo cronológico que se pudiera desear. Con más razón, detectar a tiempo errores, modificar rumbos y replantearse aspectos medulares de estas reformas constituyen cuestiones de vida o muerte para el proyecto.

A veces pareciera como si hubiéramos perdido, entre otras muchas cosas, esa dialéctica entre los cambios económicos y las orientaciones de la política y el poder revolucionario.

Lo interesante es que solo quienes se cobijan en el dogmatismo ortodoxo ―que no quiere decir que sean auténticamente dogmáticos, en realidad muchos son oportunistas― están haciendo una crítica al proceso de acumulación capitalista en curso. Esto los vuelve funcionales a quienes quieren acelerar las reformas de signo capitalista. Con dogmáticos como estos, a quién no le va a parecer que la mejor opción es el camino que ya se ha elegido.

Ratificamos por ello que es necesario construir desde abajo hacia arriba un programa de gestión de la crisis, un programa de Nación con soberanía y justicia social, pero con total transparencia y con control popular periódico. La política conduciendo la recuperación, pero la política revolucionaria.

Muchas veces se intentan trasladar a Cuba modelos de inserción a los flujos de la economía capitalista, que no toman en cuenta la necesidad de definir de antemano, y como mínimo, cuál es nuestra especificidad ―no sólo como país sino como experiencia socialista del Tercer Mundo― a partir del estudio profundo, riguroso e interdisciplinario, por períodos y etapas, y de manera multidimensional.

Nos encontramos ante el despliegue subterráneo de aspectos no visibles de lo social, que se van cristalizando en un nuevo orden que no pide permiso para establecerse, y que no tendrá un día uno para coronar su surgimiento y su triunfo. Podemos estar frente a un cambio irreversible de la naturaleza de nuestro sistema social y, por supuesto, ante el peligro innegable de que la sobrevivencia de la Revolución como hecho social extendido no esté garantizada.

La difícil coyuntura externa, el carácter perverso del imperialismo, los factores internos de resquebrajamiento de la política revolucionaria, los resultados de las reformas implementadas hasta aquí y la consolidación de un sistema de valores de premios y castigos, propio de un tipo de sociedad antagónica al socialismo, pueden estarnos acercando a una crisis de confianza en el paradigma y en los liderazgos. Dos aspectos que Aurelio Alonso de manera muy certera identificó como fuentes nutricias de nuestra fuerza.

La larga noche de un nuevo capitalismo nacional puede estar haciendo sus primeros balbuceos. Quién sabe si tendremos que usar una frase de terrible consuelo: «El peor error que cometimos fue creer que alguien aquí sabía cómo se construye el capitalismo».

Notas:

[1] EFE: «Las pymes privadas aprobadas en Cuba desde 2021 superan las 11.000, según el Gobierno», 18 de julio de 2024. Disponible en: https://www.swissinfo.ch/spa/las-pymes-privadas-aprobadas-en-cuba-desde-2021-superan-las-11.000,-seg%C3%BAn-elgobierno/84144338#:~:text=En%20total%2C%20y%20con%20cierre,18.973%20entidades%20estatales%20y%20privadas

[2] Martínez Heredia, Fernando: En el horno de los 90, La Habana, Cuba: Editorial Ciencias Sociales, 2005.

[3] Alonso, Aurelio: «La economía cubana: los desafíos de un ajuste sin desocialización», Cuadernos de nuestra América, 9(19), 1992, pp. 22–45. Disponible en: https://medium.com/la-tiza/la-econom%C3%ADa-cubana-los-desaf%C3%ADos-de-un-ajuste-sin-desocializaci%C3%B3n-3dc11ad67c9e

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