La Revolución bolchevique y una herejía silenciada. De una relación entre marxismo y psicoanálisis al retorno a Lenin

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14 min readOct 24, 2019

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Por Josué Veloz Serrade

Lenin en la Plaza Roja durante una manifestación de los trabajadores en honor a la Revolución Socialista de Octubre, 7 de noviembre de 1919

Ponencia presentada en el taller «Lenin en 1917. De las Tesis de abril a El Estado y la Revolución», realizado en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello entre los días 20 y 21 de abril de 2016. Tomado de Y seremos millones. Memorias del taller «Lenin en 1917. De las Tesis de abril a El Estado y la Revolución», ICIC Juan Marinello, 2017. pp. 65–75.

Cuando los nazis se las dieron de quemadores de libros, había títulos de varios autores, entre ellos Marx y Freud. Cuando Freud supo que estaban quemando sus libros le dijo al psicoanalista Ernest Jones: «¡Cuánto hemos progresado! En la Edad Media me habrían quemado a mí, hoy en día, se contentan con quemar mis libros». Para Heine, quien era uno de los escritores favoritos de Freud, empezamos quemando los libros y terminamos quemando a las personas.[1] Lo cierto es que el optimismo de Freud era infundado, la realidad le dio la razón a Heine.

¿Qué rupturas pueden provocar las teorías y prácticas del psicoanálisis y el marxismo que generan reacciones como esta? ¿Por qué Freud y Marx forman parte de la privilegiada lista de los que más libros ofrecieron a la hoguera? ¿Es posible una articulación entre marxismo y psicoanálisis? ¿Cuál marxismo y cuál psicoanálisis? ¿Por qué entre las tantas cosas de la Revolución Bolchevique que fueron silenciadas y omitidas encontramos el intento de relacionar el marxismo con una práctica educativa psicoanalítica? ¿Lenin estaba en contra del psicoanálisis y Freud, como muchos intentaron hacer ver? ¿Es posible un diálogo entre el marxismo de Lenin y el freudismo de Lacan?

El psicoanálisis y la Revolución Bolchevique

Con la irrupción de la Revolución Bolchevique se produce uno de los periodos de mayor creatividad en la historia, que solo es posible en una revolución que se levanta contra todas las cadenas, las visibles y las invisibles. Aun cuando en Rusia ya había un incipiente grupo de practicantes del psicoanálisis en los primeros años del siglo xx, es a partir del triunfo de la revolución, con el regreso de varios discípulos de Freud y algunos de sus pacientes, cuando se genera un intento de acercamiento entre el psicoanálisis y el marxismo.[2]

La teoría de Freud es acogida con mucho entusiasmo en algunos sectores a principios del siglo, lo cual no es ajeno a los ambientes culturales de la época, donde su teoría despierta curiosidad, la mayoría de las veces mezclada con recelos y críticas. Importante destacar que Rusia es uno de los primeros países en acceder a los textos iniciales de Freud. Por solo poner dos ejemplos, la obra que Freud propone como inaugural del campo propiamente psicoanalítico — La interpretación de los sueños, escrita alrededor de 1898–1899 y publicada en alemán en 1900 — recibe su primera traducción en ruso en el año 1904, antes que en cualquier otra lengua. Rápidamente estos textos tienen un fuerte impacto entre importantes sectores profesionales e intelectuales.

Aparecen a su vez las escuelas experimentales de inspiración psicoanalítica de Petrogrado y Moscú — esta última con Vasily, el hijo de Stalin, entre sus alumnos — , que inauguran sus actividades a comienzos de la década de los veinte. Nombres como los de N. Osipov, T. Rosenthal, M. Reisner, A. Joffe o la propia S. Spielrein se vinculan estrechamente al desarrollo pionero del psicoanálisis y a la consolidación de su perspectiva y su práctica en la Rusia zarista prerrevolucionaria y en la URSS. A mitad de la década de los veinte, Vygotsky y Luria, quienes serán dos de los pilares del edificio teórico que constituirá el campo fundamental de la psicología marxista, se sienten especialmente atraídos por el psicoanálisis, como reflejo de un pensamiento verdaderamente renovador.[3]

Una experiencia educativa: entre el psicoanálisis y el marxismo

Uno de los hechos más interesantes que se produce se da en la convivencia y articulación teórica de ambos campos en varios bolcheviques, demostración de que hay un diálogo entre ambas teorías que trasciende la decisión personal. De ello nació una experiencia educativa donde se combinaron ciertos elementos o principios del psicoanálisis con el marxismo, constituyendo aún ejemplo increíble de esa capacidad de las revoluciones para producir herejías. Esta experiencia comenzó a desarrollarse a los pocos años de iniciada la Revolución Soviética, en el periodo que va entre 1921 y 1924. Una de las expresiones más acabadas de este hecho lo constituyó el proyecto conocido como Hogar Experimental de Niños, programado, dirigido y hecho realidad en agosto de 1921 por la pedagoga y psicoanalista rusa Vera Schmidt, interesada en la educación infantil.[4]

En este experimento se combinaban elementos del pensamiento marxista con postulados de la teoría freudiana. Fue el intento de abolir las prácticas educativas tradicionales poniendo en crisis el modelo de familia patriarcal, sustituyendo este por sistemas de valores o principios educativos y poniendo en primer lugar lo colectivo. Incluía la práctica de la igualdad en las relaciones de los niños con los adultos y la eliminación de comportamientos represivos a la libre expresión de la sexualidad. La iniciativa recibió fuertes cuestionamientos en los medios psicoanalíticos y en espacios del bolchevismo institucional que iba surgiendo.

Si bien al principio contó con el apoyo del gobierno bolchevique, empezaron a circular opiniones mal intencionadas que interpretaban el experimento como incitación a una sexualidad prematura y de carácter aberrante. Se designaron comisiones para evaluar dicha experiencia y todas se dividieron en elementos a favor y en contra. Tales discusiones merecen aún un análisis profundo y desapasionado porque son muestras de la resistencia ante una revolución que se propone barrer con todos los órdenes.

A pesar del apoyo de Krupskaya, la esposa de Lenin, y de otras personalidades dentro del bolchevismo, las dificultades económicas, las críticas y cuestionamientos que se hacían cada vez más patentes hicieron que en 1924 se decidiera el cierre de tal estudio.

El intento de relacionar ambos campos teóricos en una práctica educativa muestra una conexión que va más allá de una asociación conceptual, y trasciende a la transformación de prácticas sociales que abarcan también el campo educativo.

Algo parece claro en esta práctica novedosa: la ideología sexual y el pensamiento burgués no son estructuras que puedan ser puestas fuera del sujeto ni ser asociadas a individuos en específico. No pueden ser resueltas en su conflictividad con purgas o procesos formativos que solo abordan la dimensión consciente de la subjetividad. Los procesos de acumulación cultural posibles en una verdadera revolución hacen posible una ruptura inconsciente en el campo de la ideología sexual y burguesa.

Una lectura psicoanalítica al marxismo de Lenin en El Estado y la Revolución

Debido a las opiniones que Lenin dio a Clara Zetkin y que ella recoge en el texto «De los recuerdos sobre Lenin», en La emancipación de la mujer se intentó mostrar una postura de Lenin contraria al psicoanálisis y a la personalidad de Freud. Con respecto a este tema ocurre lo mismo que ocurre con gran parte del pensamiento de Lenin a la luz de las consideraciones de Stalin: se manipulan frases, se sacan de contexto o se le trata como un teórico infalible; es la manera más efectiva de volver inservible el pensamiento de un marxista auténtico. Aun cuando Lenin hubiese mostrado una postura contraria, ello no supone la imposibilidad de articular su pensamiento y el de Marx con la teoría del psicoanálisis. Veamos uno de los fragmentos que son utilizados para trasmitir esta visión de oposición:

Las alusiones que en el folleto se hacen de la hipótesis de Freud le dan una pretendida apariencia científica, pero todo esto son mamarrachadas de un chapucero. La teoría de Freud es también ahora una especie de capricho que está en boga. Yo desconfío de las teorías sexuales expuestas en artículos, informes, folletos, etc., en una palabra de esa literatura específica que tanto florece en el estercolero de la sociedad burguesa. Yo no confío en quien está constante y decididamente absorbido por los problemas sexuales, como un faquir indio por la contemplación de su ombligo.[5]

Lenin se refiere a folletos que circulan dando explicaciones basadas en teorías sexuales. Es necesario remarcar que se refiere a opiniones vertidas en folletos caracterizados por el sensacionalismo.

En otras valoraciones Lenin dice:

Las relaciones entre los sexos no son la simple expresión del juego entre la economía social y la necesidad física. No sería marxismo, sino racionalismo, tratar de reducir directamente a la base económica de la sociedad el cambio de estas relaciones por sí mismas, desligadas de su conexión general con toda la ideología. Naturalmente, la sed exige verse satisfecha. Mas ¿acaso una persona normal, en condiciones normales, se pondría en plena calle a beber de un charco enfangado?, ¿o de un vaso cuyos bordes hayan pasado por decenas de labios? Pero lo más importante de todo esto es el aspecto social. Beber agua es una cosa realmente individual. Pero en el amor participan dos, y surge una tercera, una nueva vida. Aquí aparece ya el interés social, surge el deber ante la colectividad.

Este fragmento está contenido en los mismos textos y sin embargo no se le ha dado la misma importancia. Aquí Lenin deja claro que ni la sexualidad puede reducirse a cambios que se produzcan en la base económica; las relaciones sexuales están conectadas hasta con la ideología.

Los ejemplos que pone — beber en un charco enfangado o de un vaso por cuyos bordes hayan pasado decenas de labios — más gráficos no pueden ser. ¿Qué hace que no bebamos en un charco o que tomemos agua en el mismo vaso de otras personas? En su pensamiento toda relación es esencialmente cultural y social a la vez.

Lenin está tan al tanto de las discusiones con respecto al psicoanálisis, que está reaccionando precisamente a una de las tendencias de mayor fuerza en Rusia, consistente en dar mayor valor a la teoría de Freud por sus posibilidades para asociarse a la propuesta reflexológica y fisiológica que va a ser la predominante en la psicología marxista posterior.

Retornar a Lenin… retornar a Freud

El aspecto más importante a analizar es si, en los desarrollos teóricos de Lenin, podemos encontrar elementos que permitan establecer análisis donde el psicoanálisis y el marxismo puedan encontrar puntos de contacto y arrojar luz sobre cuestiones fundamentales para la praxis revolucionaria.

El filósofo y psicoanalista Slavok Zizek propone un retorno a Lenin tomando como base la propuesta de Jacques Lacan acerca del retorno a Freud. Lo hace considerando que debe operarse una reescritura del significante Lenin,[6] más que una reescritura el abordaje de aquello que las burguesías y algunos pretendidos socialistas se resisten a aceptar. No le preocupa por ello la repulsa que puede haber supuesto antes o actualmente el significante Lenin, sino que va a tomar ese lugar para explorar mediante un asedio o acercamiento las otras distintas significaciones que pueden atribuirse.

En El Estado y la Revolución, ante lo que considera una tergiversación del marxismo, Lenin propone un regreso a Marx y a Engels no solo en el espíritu de su letra, sino también en el contenido y las sutilezas desplegadas por ellos. Va a interrogar lecturas erradas del marxismo en las cuales este se vuelve inservible, porque pierde el aspecto más revolucionario de sus aportes. Unos consideran al Estado la encarnación del poder de la burguesía, por lo cual debe ser abolido completamente. Para otros es el lugar o espacio que permite la solución o aminoración de los conflictos de clase y por tanto lugar de establecimiento de consenso entre clases.[7]

Lenin, al retornar a Marx, hace una distinción acerca de lo que se entiende por «destrucción» y «extinción» del Estado. En esta lectura, el parlamentarismo y la democracia burguesa son sujetos o escenas de un engaño. Cuando el socialismo cae en ellas, el marxismo termina tergiversándose y envileciéndose. En su perspectiva, la política y la economía están estrechamente articuladas a la praxis revolucionaria. No es posible desligarlas. Resulta ingenuo intentar cambiar el orden económico vigente sin que este cambio sea al mismo tiempo en el orden de la política. Barrer con el Estado burgués anterior es también la posibilidad de la construcción de otra economía.

La maquinaria del Estado no puede ser desligada de su estrecha conexión con la máquina que produce plusvalía; en su conexión ambos mecanismos se despliegan y se sostienen. Por ello la «destrucción» es el modo realmente revolucionario en que esa maquinaria puede ser cuestionada.

En el Marx de Lenin se muestra la sociedad comunista. No se construye desde su propia base, sino que al salir de la sociedad anterior presenta «en todos sus aspectos, en el económico, el moral y el intelectual» las marcas de la sociedad de la que procede. Todos los sujetos, burgueses y proletarios, tienen la marca de la sociedad anterior, y esas marcas son culturales.

En una mirada que despliega Lenin, la vida muestra en cada momento los vestigios de «lo viejo en lo nuevo». Hace énfasis en que Marx no toma «un trocito de derecho burgués» para el comunismo, hace uso de aquello que es económica y políticamente inevitable en un nuevo tipo de sociedad que surge de «la entraña del capitalismo». El Estado burgués es una estrecha relación entre el orden económico generador de plusvalía y el orden político o de poder que encarna y sostiene lo anterior. En tal sentido, en un Estado socialista permanecen elementos del orden anterior en todos los componentes de la cultura. En una sociedad en construcción, el Estado sigue siendo un tipo de práctica de poder opresiva, y el camino debe ser su «extinción paulatina».

¿Por cuáles vías? ¿De qué modo? ¿En qué tiempo? Eso no está definido, y pertenece al campo de los acumulados culturales. Acumulados que se dan de manera inconsciente, pero que una revolución tiene que proponerse producir de manera intencionada. El socialismo debe poseer un aparato crítico y un sistema de prácticas descubridoras de la ideología anterior que permanece trabajando en él, no como aditamento democrático, sino como garantía de su existencia y autenticidad.

La «extinción del Estado» como propuesta de Lenin permite pensar en ese mecanismo crítico o sistema de prácticas como una de las vías para su logro, entendiendo este sistema de prácticas como procesos culturales que son al mismo tiempo ejercicios de política y economía. Aquí, entre varios supuestos teóricos, podemos aferrarnos a una hipótesis psicoanalítica desde el registro lacaniano. Lacan apunta que Hegel aborda la relación amo-esclavo, pero no pone en cuestión una sociedad del amo. En su mirada al malestar, este está articulado a ciertos significantes de un saber amo inconsciente,[8] lugar donde, entre otras cosas, anida la moral sexual-cultural-inconsciente-reprimida e infantil. Esta a su vez tiene una estrecha relación con el discurso capitalista.

En su retorno a Freud pone interés en volver a la propuesta subversiva freudiana con un cuestionamiento al lugar del saber, o sea al amo, y con él a todo lo que comporta en términos de sujeción. Su preocupación no es producir un alivio, sino producir efectos sobre la estructura que sostiene el malestar. En la vuelta a Marx de Lenin, pone en cuestión a la sociedad del amo, con la destrucción del orden burgués, y no su alivio. Produce una inversión del discurso hegeliano operada con anterioridad en el discurso de Marx.

Un psicoanálisis es posible si se pone en cuestión el discurso del amo. Sin horadar ese lugar no es posible la irrupción de un sujeto deseante diferente. Lenin opta por destruir el orden burgués y lo entiende como el verdaderamente marxista. No es forzado pensar que solo de ese modo la sociedad del amo es puesta en cuestión.

Aquella vulgarización extendida de que la dialéctica de Hegel, Marx la invierte poniéndola cabezas arriba, es una simplificación no inocente. Lo que realmente hace Marx, y me permito decir también Freud, es hacer uso de la dialéctica para romper con el orden constituido. Deja de ser hegeliana para ser propiamente marxista en los casos de Lenin y Marx, o psicoanalítica en las propuestas de Freud y Lacan.

Cuando el esclavo se libera o llega al poder algo del amo sigue trabajando en él, y también algo del esclavo. El saber amo burgués es una estructura de pensamiento estrechamente articulada con el saber del esclavo; ambos polos se sostienen y anidan en todos nosotros en mayor o menor medida. Por tanto, en una lectura lacaniana de la teoría del Estado en Lenin, hay que tomar el poder para después ponerlo en cuestión.

Desde el psicoanálisis el discurso de un sujeto es un estrecho anudamiento entre los discursos del lugar amo, el universitario, la ciencia, el discurso capitalista, lo sexual-inconsciente-infantil-reprimido, un discurso que aspira a la totalidad, pero que el malestar en la cultura y su cristalización en el malestar de un individuo en particular rompe con esa aspiración. Un psicoanálisis produce una apertura en esa estructura para que entonces sea posible la emergencia de otro sujeto. Si se acomoda a ella se pervierte como práctica y deja de lado lo realmente subversivo de su apuesta.

Para Lenin el Estado burgués se destruye y el Estado socialista avanza hacia la extinción. Eso permite la llegada de una nueva sociedad y un nuevo sujeto. Sin poner eso en el horizonte y en las prácticas es imposible su logro. Estos supuestos no cierran una discusión: la abren precisamente en el lugar donde una articulación entre poder-hegemonía-procesos económicos pone las cartas sobre la mesa acerca de un socialismo posible o alcanzable no en las nomenclaturas, sino en las prácticas de vida.

En tal sentido el socialismo necesita de una lectura crítica y complementaria entre el psicoanálisis y el marxismo. Los capitalistas, en ocasiones, lo ven con más claridad. Tomemos la siguiente historia contada como una muestra de ello:

En noviembre de 1973, en el periódico de la Triple A El Caudillo de la Tercera Posición, encontramos una extraña nota en la que se narra la conmovedora historia de un pobre hombre tratado de «viejo burgués» y «reaccionario» por una hija que recibió tratamiento psicoanalítico. Esta historia se utiliza como prueba y ejemplo de la íntima complicidad entre el psicoanálisis y el marxismo. Se acusa literalmente a los marxistas de «valerse del psicoanálisis» con el propósito de «adoctrinar» a los «enfermos mentales», mientras que se afirma que los psicoanalistas «solo dan de alta a los que han adoctrinado como marxistas».

Así como el fascismo sabía muy bien qué libros quemar, las dictaduras, en esa experiencia de rechazo de aquello que se vuelve insoportable, logran intuir de una manera distorsionada varias cosas: alguien se puede dar cuenta de lo burgués que anida en su familia cuando se psicoanaliza, los marxistas pueden hacer uso del psicoanálisis para captar a los enfermos mentales, o sea, aquellos que en su desvarío muestran el malestar de la cultura que padecen. Y por último, un «enfermo» puede curarse si se vuelve marxista.

Ahora, si el socialismo tiene que vérselas con el discurso del mercado, precisamente con el discurso capitalista, una relación matrimonial entre la producción de plusvalía y de algo que podríamos llamar una estructura social de deseos, eso que Marx, a su modo, da en llamar el conjunto de las relaciones sociales, podrían asaltarnos varias preguntas:

¿Cómo entonces el socialismo puede construir las posibilidades de rupturas en el discurso capitalista con el que tendría que convivir? ¿Una revolución conduce a un nuevo pacto donde el Estado burgués permanece intacto y no se destruye? Si el Estado burgués anterior ha sido destruido y se propone, después de pasado un tiempo, un regreso al orden burgués o un pacto que implica una relación con el discurso del mercado, con el discurso que sostiene la producción incesante de plusvalía, ¿qué posibilidades tendría el socialismo?

Notas:

[1] Pavón Cuellar, D. «Marxismo y psicoanálisis: unidos por las llamas». Publicado en: https://davidpavoncuellar.wordpress.com/2014/10/03/marxismo-y-psicoanalisis-unidos-por-las-llamas, 3 de octubre de 2014.

[2] Montalbán, F. M. Diálogo entre marxismo y psicoanálisis: vigencia del legado de V. N. Voloshinov, Universitas Psychologica, 10(1), 2011, pp. 263–277.

[3] Balbuena Rivera, F.; Sánchez-Barranco Ruiz, A. «Breve historia del psicoanálisis en Rusia», Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., [Internet], (90): pp. 145–164. Disponible en: http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0211-57352004000200010&lng=es2004 Citado el 25 de abril de 2016.

[4] M. Vera Schmidt Falcón. «Un intento de educación psicoanalítica en la Unión Soviética», publicado en: https://www.topia.com.ar/articulos/vera-schmidt-un-intento-de-educaci%C3%B3n-psicoanal%C3%ADtica-en-la-uni%C3%B3n-sovi%C3%A9tica, 2003.

[5] García, D. (2011). «Trotsky y el psicoanálisis». Publicado en: http://www.argentina.elmilitante.org/teora-othermenu-54/5149-trotsky-y-el-psicoanlisis.html.

[6] Acha, O. El retorno a Lenin en Slavok Zizek, «A propósito de Lenin. Política y subjetividad en el capitalismo tardío». Publicado en: http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-27/el-retorno-lenin-en-slavoj-zizek-proposito-de-lenin-politica-y-subjetividad.

[7] Lenin, Vladimir Ilich. El Estado y la Revolución, Ediciones Iskra eléctrica, 1918. Publicado en:

http://www.geocities.com/ Capitol Hill / Lobby / 3554.

[8] Lacan, Jacques. «De un discurso que no fuese del semblante», Seminario XVIII. Publicado en: http: //psiconet.com, 1971.

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