Libertad, anti-totalitarismo y opresión: las mutaciones del discurso reaccionario ante el 11 de julio

Por Raúl Escalona Abella

La Tizza
La Tizza Cuba

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El Príncipe y Oreste tramaron nuevas combinaciones con el número «Del Reino Animal».

El Señor Tesero fue mudando de sustancia. Se convirtió en pájaro, en pez, en el oso Basilio,

en ave de paraíso, la legítima, en animales extravagantes como el bolidonte o el canuto,

o de naturaleza infernal como el tigre-ururungo.

Haroldo Conti, Mascaró, el cazador americano

El hedor de las carnes puede sentirse en la rígida pantalla. El quebrar de huesos chasquea en las sienes cuando la lectura avanza. La desgracia nos amenaza como sombra maldita al descender el scroll. La desaparición de la víctima, el arrebato de las madres y el sopor hirviente de la sangre sobre el suelo de roca aparecen como imagen que nos rodea cuando levantamos la vista en el momento en que la bota — la izquierda, obviamente — , manchada del último salivazo ensangrentado de la víctima, se nos abalanza a la cara incrédula y nos desmaya de un bestial golpe. Allí quedamos: coléricos, infelices y apaleados por la realidad reaccionaria.

El 11 de julio fue una fisura; un quiebre donde la polarización de los modos de entender Cuba se tornó más antagónico que antes. Pasado un tiempo, la alharaca monumental que se desató parece un trance delirante. En esos días, la polifonía, la escandalización y la espectacularización resultaban el sentido unificado de lo que acontecía. Cada paso del gobierno, del Estado, de la Revolución y de la reacción eran golpes ruidosos y tensos donde era imposible discernir con nitidez entre la realidad de los sucesos y la apropiación que de estos hacían organizaciones y medios de comunicación.

Como el número magnífico del Príncipe y Oreste, del libro de Conti, el discurso reaccionario fue mutando en sus formas, conceptos y desarrollos. Los giros sucesivos enunciaban contornos en un escenario oscuro. La incisiva repetición, la reiteración y emergencia de tantos conceptos ya enunciados en el pasado y la asociación de todo eso a la «realidad del 11 de julio» indicaban, con claridad sin precedentes, formas de desarrollo inequívocas del discurso reaccionario. Pero la reacción actúa en un escenario oscuro y confuso. Es preciso, por tanto, encender las candilejas.

Candilejas

La realidad se explica no por la reducción a algo

distinto de ella misma, sino por sí misma, mediante

el desarrollo y la ilustración de sus fases,

de los elementos de su movimiento.

Karel Kosik, Dialéctica de lo concreto.

Podríamos hablar de un contexto de la realidad[1] al que pertenecen una serie de concentraciones populares en casi 60 municipios del país y la capital. ¿Qué les otorgó a estas manifestaciones un carácter de protestas anti-gubernamentales y anti-dictatoriales? ¿Cómo oscilaron los reclamos de pedir el fin del desabastecimiento eléctrico, de agua y alimenticio — que atañen a la política local — a una veloz generalización de la narrativa que avizoraba el fin del «totalitarismo» y, sin decirlo, de la Revolución? Es evidente que existió en esos días un salto importante en los discursos que circularon. Un devenir discursivo cuyo desplazamiento transcurrió de la solicitud popular para resolver un problema de abastecimientos en un municipio a un reclamo de destrucción del gobierno y la Revolución. Esas oscilaciones del discurso reaccionario levantaron con total claridad las formas de desarrollo que lo rigen.

La manifestación en San Antonio de los Baños, convocada desde un grupo de Facebook contrarrevolucionario con cuatro años de agitación en el municipio y con vínculos públicos con actores reaccionarios en la Florida, no contaba ni con la esperanza de sus propios organizadores[2]; pero resultó por el azar de las condiciones complejas que la convocatoria aprovechó. En ese punto se desató una cadena de manifestantes en el país y fuera de este que tuvo su paroxismo en enfrentamientos catastróficos en la ciudad de Cárdenas, en Matanzas, y en localidades de La Habana, además de una enorme concentración en Miami que solicitaba al presidente Biden una intervención militar en Cuba. ¿Qué enlaza el azar generado desde un grupo contrarrevolucionario de Facebook que durante cuatro años había convocado, sin éxito, a varias manifestaciones en contra del gobierno y el deseo confeso y expandido de derribar los «vestigios» del socialismo y aplastarlo por la fuerza militar? ¿Cómo el discurso reaccionario integró, narró, ubicó y proyectó el acontecimiento marmorizado como 11J y lo cimentó en el imaginario como una sublevación popular contra los 62 años de «dictadura»?

Lo que transcurre el propio día y los siguientes debemos descartarlo de entrada como manipulación. Los individuos y medios de comunicación no manipulan la realidad, sino que hacen una apropiación de esta para explicarla a sus públicos. Generan, crean, construyen, elaboran el hecho a la vez que lo asimilan para transmitirlo.

Karel Kosik, explicita en Dialéctica de lo concreto la ineludible relación entre los hechos y las generalizaciones y la caracteriza como de dependencia recíproca porque «así como la generalización es imposible sin hechos, no existe ningún hecho científico que no contenga algún elemento de generalización»[3]. Por tanto, el hecho histórico — y todo hecho considerado en la generalidad de los acontecimientos de la realidad humano-social lo es, aunque sea reciente — no solo es el inicio de la indagación científica, sino también, y al mismo tiempo, su resultado. Es decir, la actividad mediática es el resultado de una apropiación específica de la realidad; no existe — como absoluto — una apropiación previa, manipulada luego de forma consciente.

Si a la luz de esta reflexión interpretamos los discursos de un conjunto de medios reaccionarios sobre lo sucedido el 11 de julio en el país, encontramos que se han aproximado al acontecimiento para encorsetarlo en la idea de «sublevación popular contra el régimen totalitario». Si aceptamos esta tesis como generalización debemos aproximarnos a ella con el escalpelo de la crítica para examinarla en el desarrollo de las formas internas que le otorgan organicidad y sentido.

El hermoso canto de la libertad

La democracia en Cuba existe hoy como fuerza simbólica,

como reclamo en las calles y también como potencialidad

aún sin asidero ni referentes ni liderazgos precisos,

como anhelo de una sociedad atomizada, agraviada, resentida

y excluida por décadas de opresión y expropiación de derechos.

Editorial — Rialta Magazine, 15 de julio.

El Estornudo reportaba lo sucedido como pronunciamiento de miles de cubanos con exigencias al gobierno, pero segmentaba el decurso del día en dos momentos: el primero, donde protestas pacíficas exigen «una salida a la crisis económica y sanitaria, libertades cívicas y la renuncia del presidente del país»[4], sumado a un llamado al fin de la dictadura y el socialismo; y un segundo momento donde, a partir de la respuesta del presidente Miguel Díaz-Canel, a la que califica como «un llamado al enfrentamiento civil entre quienes lo apoyan y los manifestantes»[5], se desata — para ellos — el despliegue represivo del poder.

Dicha perspectiva colocaba las protestas como iniciadas de forma espontánea debido a la crítica situación pandémica y económica, pero a la que se le incorpora desde el primer momento la demanda de libertades cívicas, el fin del gobierno de Díaz-Canel y de forma intermitente el reclamo sobre el fin de la dictadura y el socialismo. En esta apropiación y transmisión del conflicto puede hallarse la primera forma de desarrollo del discurso reaccionario: el discurso libertario.

Colocar el sentido de las protestas como reclamo que busca la libertad y la renuncia del presidente constituye la primera muestra discursiva del modo de apropiación específico que el discurso reaccionario representa. Si bien hay un reconocimiento de la situación epidemiológica compleja, el desabastecimiento energético que provoca faltas de agua y una escasez alimenticia, la focalización no va a desarrollarse en la demanda popular y los modos de resolverla, sino que la brecha discursiva de lo libertario irá agrandándose en su alcance hasta minimizar los efectos coyunturales o históricos — el bloqueo, la situación tercermundista, el desarrollo económico deformado, etcétera — , hasta colocar la cuestión libertaria y anti-sistema en el primer orden.

Esta mutación va a ser clara en un texto de Mario Luis Reyes:

«Tras varios años en los que la sociedad cubana venía dando señales de hastío, el pasado domingo 11 de julio, por primera vez en más de 60 años, la población de la isla salió en masa a las calles para exigir ‘libertad’, alimentos y el cese de la represión por parte del gobierno encabezado por el Primer Secretario del Partido Comunista, Miguel Díaz-Canel».[6]

Esta forma de desarrollo se va a caracterizar por la enunciación de la libertad en un alto contenido de abstracción, de noción universal, de cosmogonía humana, llegando a negar incluso la necesidad de definir con exactitud su tipología. Hilda Landrove lo coloca claramente: «En los gritos que recorrieron insurrectos las calles cubanas está insinuado un proyecto de lo que queremos: libertad, con toda la potencia aún no cercada por definiciones y, a la vez, implícita en los significados inmediatos reconocibles: libertad de hablar, de reunirse, de crear, de cuestionar, de participar en el diseño de la vida que vivimos».[7] En esta sentencia el vaciamiento de «la libertad» implica que el Estado cubano no posibilita ninguna de esas formas de libertad, ni ninguna otra, sino que es solo un poder represivo; «los cubanos no tienen libertad»[8], finalizará Mario Luis Reyes.

Este movimiento en los conceptos enuncia una traslación rápida del discurso hacia el emplazamiento histórico y tradicional de la oposición a la Revolución: el enfrentamiento entre poder y libertad, donde la presencia del poder formal de la Revolución — su forma-Estado — implica la falta de libertades del resto. Si bien la denuncia de la escasez es un reclamo que no desaparece totalmente, pasa a un lugar secundario como mera evidencia de las miserias a que el gobierno somete al pueblo, subordinando el reclamo por resolver los abastos alimenticios, medicinales y energéticos al genérico de la «libertad».

En Cuba: el fin de la excepcionalidad, Armando Chaguaceda colocaba una interpretación similar del hecho : «La tónica general de los acontecimientos (al momento en que se escribe esta columna) fue la diversidad, masividad y politización de las manifestaciones. No fueron turbas pidiendo limosnas, sino ciudadanos exigiendo derechos».[9] Entendía las protestas como sublevación del pueblo contra el gobierno en busca de derechos — ¿libertades? — , lo que para Chaguaceda destruía «el mito de una Revolución eterna, que disuelve las responsabilidades del Estado autoritario en la supuesta identificación Pueblo/Gobierno/Partido único».[10]

Para Chaguaceda el 11 de julio era el fin agónico de la «excepcionalidad cubana» porque se demostraba con ello que el pueblo no estaba más con el «régimen posrevolucionario»: «La supuesta “excepcionalidad cubana” languidece — dice — . Se mantiene sólo en la naturaleza de un régimen negado al reconocimiento del derecho de su pueblo, real y diverso, a tener (y ejercer) derechos».[11]

En un guiño a las consignas del Movimiento 27N, Chaguaceda traslada de plano lo sucedido de protestas contra políticas de un gobierno local determinado o contra autoridades del gobierno en general a proclamar el fin de la «excepcionalidad cubana» y del mito de la Revolución eterna — mito que han proclamado muerto en varios ríos de tinta. El giro que este texto identifica con claridad es la articulación del discurso libertario-popular — tomar demandas populares reales para solicitar la libertad — con la segunda forma de desarrollo del discurso reaccionario: el anti-totalitarismo posrevolucionario.

Anatomía de la dictadura: anti-totalitarismo y posrevolución

Doce años tomó a la Revolución cubana convertir

un movimiento democrático contra una dictadura caribeña en el

primer y único Estado comunista construido en América Latina.

Rafael Rojas, La polis literaria.

La apropiación reaccionaria del 11 de julio situó desde el primer momento el sentimiento anti-gubernamental de las protestas y con él, la narrativa anti-dictatorial y anti-totalitaria que implica la consideración del gobierno y Estado cubanos como «dictadura» y «régimen totalitario». Para ello, reemergió una caracterización exhaustiva de esa dictadura cuyo dominio de memoria remite a la acumulación histórica y teórica de la oposición.

¿Cómo delinear una anatomía de la dictadura? ¿Qué recursos muestra la narrativa reaccionaria como inequívoca prueba de su aparición, presencia y despliegue de poder el día 11 de julio? En este sentido el discurso reaccionario fue enjundioso, porque la anatomía de la dictadura preexiste al hecho 11J y en esos días se desarrolló de forma clara como modo de entender el Estado, la Revolución y el socialismo cubanos en su forma actual.

La imagen de la dictadura parte de una «brecha inmensa», como dice Manuel de la Cruz, que la separa del pueblo. La distinción es paradigmática porque coloca a «dictadura» como término excluyente de «pueblo» y «ciudadanía», y la sitúa como gobernada por una «derecha hipócrita».[12]

En el texto citado, De la Cruz alude al testimonio de Fernando Almeyda, quien recibió una pedrada en la cara en los enfrentamientos y cuya estampa el autor utiliza para caracterizar a «la izquierda timada y reprimida»[13]. Y este giro es sumamente importante porque colocar al gobierno cubano como una «dictadura de derecha», que reprime incluso a «la verdadera izquierda». Sin llegar a ser un planteamiento novedoso, llegó a puntos cumbre de la voluntad de derechización del Estado cubano.

Si a partir de los setenta se denunciaban la «estalinización» o «sovietización» de Cuba, es decir, su conversión en un totalitarismo comunista o en una dictadura de izquierda, el giro actual del discurso reaccionario ya considera a Cuba como de derecha, y pasa directo a su condena como totalitarismo. Martín Caparrós lo pone en claro:

«… lo primero que define a un gobierno de izquierda es su confianza en la justa distribución del poder, y que un país donde ese poder estuvo y está tan brutalmente concentrado es justo lo contrario de esa idea. Que cualquier autocracia — el gobierno de uno o dos — es de derecha: es la definición misma de “derecha”».[14]

El debate sobre qué hace a un gobierno de izquierda — aunque su definición en cuanto a la justa distribución del poder suena más paternalista y performática que real y revolucionaria — o de derecha es secundario para los objetivos de este ensayo, basta con anotar el gesto evidente de expulsar a Cuba de la izquierda. No es casual tampoco que en el texto de Caparrós no se mencione ni una vez la palabra «revolución», solo se dice:

«Cuba es un país donde todo está estrepitosamente controlado, donde los “revolucionarios” tuvieron el poder sin fisuras durante más de medio siglo y no consiguieron que todos sus habitantes se alimenten o se alojen o se vistan o se iluminen como necesitan y, en cambio, construyeron una sociedad dividida en clases patéticas: en Cuba los que comen más son los que viven de los dólares que les mandan sus parientes que eligieron irse».[15]

En esa descripción de la realidad cubana, Caparrós reduce el proyecto socialista al gobierno de supuestos «revolucionarios» que concentraron el poder para emprobrecer el país y formar clases sociales ridículas. La Revolución desaparece así por un gobierno totalitario paralítico. El antitotalitarismo se mezcla, de esta forma, con la posrevolución reaccionaria.

El solo término «posrevolución» no implica per se una toma de partido contraria a la Revolución. Lo posrevolucionario se convierte en reaccionario cuando entiende el agotamiento de la Revolución de 1959 en el proceso de institucionalización de los setenta.

Rafael Rojas, en su Historia mínima de la Revolución cubana, entiende que «la Revolución terminaba porque se institucionalizaba y se constituía jurídica y políticamente».[16]

Al anular la Revolución en 1976 y no reconocer al gobierno actual como socialista porque es traidor — a 1959 — y aburguesado, ni tampoco de izquierda porque aplica medidas neoliberales y no distribuye de forma justa el poder — sea lo que eso signifique — , es posible combatir contra «una derecha disfrazada de izquierda» que gobierna sin el performance electoral que las democracias occidentales exigen.

La posrevolución reaccionaria no es la mirada contrarrevolucionaria cabal que Enrique del Risco anota en el triunfo de enero de 1959 como teleología del «poder castrista»[17], sino que es un giro más refinado — como la muerte por cianuro — , menos abiertamente anticomunista y más dado a la concesión histórica de que la Revolución realmente existió, pero ya no es Revolución, sino «régimen totalitario».

La dictadura socialista sustituyó a la Revolución, pero en el discurso reaccionario actual, ni siquiera existe tal dictadura socialista, solo el «régimen totalitario», solo «una aceitada maquinaria de control social, sustento de una vocación de poder total».[18] De ahí que la forma en que el discurso reaccionario haya entendido el tratamiento de la crisis del 11 de julio por parte de la Revolución haya sido como despliegue del «apartheid político con que el régimen ha cimentado su hegemonía hasta la actualidad».[19]

En el editorial del 15 de julio, Rialta insiste en la insuficiencia de las formas binarias (izquierda-derecha; Revolución-reacción; capitalismo-socialismo; imperialismo-anexionismo; etcétera) para explicar el fenómeno cubano debido a la emergencia de «movimientos feministas, antirracistas, ambientalistas, animalistas, LGTBIQ+, así como la resistencia del Movimiento de San Isidro y la protesta de artistas e intelectuales frente al Ministerio de Cultura del 27 de noviembre de 2020».[20]

Por esta cuerda, Hilda Landrove proclama la supuesta necesidad de abrir la dicotomía izquierda vs. derecha debido a la rápida polarización que produce en la interpretación de los hechos: «La polaridad izquierda versus derecha — dice — y sus equivalentes (interno versus externo, soberanía versus intervención) constituye la columna vertebral de la clausura representacional. Todo aquello que pretenda escapársele debe ser por tanto reconducido al único espacio posible de la disputa».[21] Luego afirma que, debido a ese binarismo, el discurso tradicional de la Revolución entiende lo sucedido el 11 de julio como: «acto mercenario, contrarrevolucionario, provocación y plan orquestado por la CIA. El origen de los conflictos debe ser forzosamente una causa ajena: el bloqueo, y la defensa de la soberanía la única respuesta posible a la supuesta intervención externa».[22]

Podemos coincidir con Hilda Landrove en algo: es un reduccionismo lamentable situar las protestas como solo provocadas por un poder externo o como acto de «confundidos» y «mercenarios»; ha sido un consenso en buena parte de la izquierda el error que representa la criminalización y la judicialización de las protestas en su conjunto; pero debemos diferir en que esta sea causa para superar los pares dicotómicos, porque ¿cómo resuelve esta cuestión en su lógica discursiva?

En la línea posrevolucionaria que se inserta, Hilda Landrove se suscribe una relación de equivalencia entre el desarrollo histórico de la Revolución cubana y la forma en que se dio el socialismo en la URSS. La clausura de la utopía es una característica de ello.

En paralelismo al giro totalitario de la década de 1930 en la URSS en la que se proclamó la obra socialista realizada y el fin de la Revolución como orden simbólico, Hilda Landrove arguye que la Revolución cubana es una promesa interrumpida, ausente, que gira sobre sí misma hasta desgastarse y consumir todo lo que le rodea.

Para esta autora, la utopía es «una narrativa épica que coloca a la Revolución fuera de la historia».[23] Una épica enclaustrada por la presión del bloqueo que funciona doble para el «orden simbólico revolucionario» como «obstáculo que posterga la realización de una promesa y preserva la fantasía; [y] por otra, [es] el objeto que justifica la violencia».[24]

En esta lógica del análisis, el «embargo» es el instrumento de la utopía para no realizarse y del Estado para garantizar la represión. Como instrumento, el bloqueo permitiría la existencia del mito en su parálisis, obstaculizando su realización. Esta subordinación de la existencia de la Revolución al bloqueo estadounidense no solo es históricamente incorrecta, sino que es incapaz de explicar la hostilidad imperialista en los últimos sesenta años, es como si el imperialismo sostuviera el bloqueo para mantener el mito de la Revolución, o como si existiera una macabra alianza entre las «élites comunistas» y las «élites imperialistas yanquis» para provocar el gobierno totalitario perpetuo. Huyéndole al «conspiracionismo oficialista» — que coloca toda dificultad como obra encubierta del imperialismo — Hilda Landrove cae de bruces en un «conspiracionismo reaccionario» que coloca en las «élites de la derecha cubana gobernante» la voluntad de sostener el bloqueo, lo que es una afirmación cuando menos delirante.

El lugar en que coloca Hilda Landrove al bloqueo es tan incorrecto como el que le conceden determinados autores como motivo solapado de la condición revolucionaria de Cuba o la causa de todo mal. La Revolución existe no a causa del bloqueo, sino a pesar de este. No existe una relación de dependencia y causalidad entre el bloqueo imperialista y la Revolución cubana porque el bloqueo imperial no es el detonante de la Revolución cubana, aunque haya sido un importante catalizador de esta hacia el camino socialista.

La ética utópica[25] que Landrove subordina al instrumento-bloqueo pervive a pesar de este, no por su causa. El horizonte revolucionario no está situado en la estrechez de alcanzar el fin del bloqueo, sino que debemos decir, con Iramís Rosique, que el bloqueo es un fenómeno consustancial al proceso de transición socialista porque representa la forma concentrada de oposición que la reacción capitalista imperial enfrenta al movimiento histórico revolucionario cuyo horizonte se consagra como el «comunismo».[26] El bloqueo es representación de la agresividad imperial, la que sí es ineludible para todo proyecto socialista.

Si es reduccionista alegar que el bloqueo imperialista es causa de todos los males de Cuba, lo es también afirmar: «el embargo, que no bloqueo, norteamericano, que todo el mundo utiliza como marcador ideológico pero que pocos conocen realmente en su legislación, ha afectado la economía cubana, pero la responsabilidad de la debacle económica de la isla no es del bloqueo norteamericano sino del férreo control y el acaparamiento por parte de la élite en el poder».[27] Y aunque se acepte que el bloqueo debe ser removido es un craso error — con marcada intención — el desconocer el peso que posee como expresión de la hostilidad del capitalismo contra el proyecto socialista cubano.

De esta forma se entiende el bloqueo como instrumento de las élites gobernantes cubanas — no olvidemos que «son de derecha» — para sostener el mito revolucionario y la represión interna. Y se expresa como un extraño servicio del imperialismo yanqui al «castrocomunismo» para que perpetúe su «gobierno autoritario» y se mantenga como paradigma de resistencia de la izquierda continental engañándola con una utopía irrealizable de forma premeditada. La forma de entender la Revolución desde este lugar surrealista conduce a un vaciamiento necesario: el vaciamiento de la contradicción izquierda-derecha.

Si el bloqueo no tiene como función ahogar un proyecto socialista, sino a un régimen totalitario; si la utopía cubana no tiene una fuerza revolucionaria real, ni una voluntad de realizarse ya más y solo es una cáscara vacía que sostiene una mítica del engaño para el disfrute de una élite gobernante y la justificación de la represión; si esta es la interpretación que se hace del bloqueo y de la resistencia creativa del pueblo cubano y su Revolución, no hay dificultad en superar la dicotomía izquierda-derecha porque un gobierno así niega la lucha revolucionaria.

«Nuestra discusión no puede mantenerse entrampada en un mundo reducido a las posibilidades binarias y excluyentes de la izquierda y la derecha — dice Hilda Landrove — . Nuestra opción no puede seguir siendo una Revolución de hombres blancos que coloca la clase como brazo ideológico — categoría universal y universalizante — y al Estado central y fuerte como institución civilizadora y, por ende, otrificadora».[28]

Negar la condición de izquierda viene asociado con la denuncia del orden establecido por la Revolución como excluyente contra todo el pueblo. Si bien resulta prácticamente imposible un Estado excluyente de todo un pueblo sostenido durante más de cincuenta años, entendemos el uso de este recurso para disolver la oposición a la Revolución en la imagen de todo el pueblo. Este efecto retórico se desvanece cuando notamos que los «excluidos» son los opositores al proyecto revolucionario[29] y no «todo el pueblo».

El discurso reaccionario vacía el enfrentamiento político entre Revolución y reacción (revolucionarios-contrarrevolucionarios; gobierno-opositores; proyecto socialista-restauración capitalista; etcétera) y lo coloca en un terreno de normalidad republicana donde los «opositores» o «disidentes» son excluidos en un tratamiento autocrático y necropolítico que programa su exterminio de forma pormenorizada y consciente. Omiten así el enfrentamiento político de la reacción a la Revolución con el fin de destruirla y entienden el resultado de una pugna política en la que la Revolución ha salido victoriosa como un esencialismo diabólico y sanguinario del socialismo cubano.

La lucha de clases constituye para ellos un artilugio descontinuado que no aporta nada a la comprensión del fenómeno. La denominación de «apartheid político» [30] y de «discurso supremacista»[31], de Rialta en su editorial, son el cenit de esta trasnochada concepción inmunizadora que oculta un conflicto histórico y coloca el proceso revolucionario como una actividad de persecución y muerte contra disidentes y opositores.

«… la revolución es un universo cerrado donde no hay cabida para el desorden, el problema o lo irresoluto, pero, sobre todo, no hay probabilidad de cambio, porque el acceso a su interpretación ha sido clausurado. Lo que la izquierda llama, entonces, una revolución y un pueblo revolucionario son realmente fósiles».[32]

En esta cita — que sintetiza muy bien una perspectiva de la reacción ilustrada sobre la muerte de la Revolución — Landrove sitúa a la Revolución cubana como totalidad cerrada a la interpretación y el cambio, fosilización carente de contradicciones y forma monolítica de triunfo y epicidad. Al suscribir esta idea toma por la Revolución una forma muy puntual y dogmática de esta y la expande a toda forma de entender la Revolución. Se limita a colocar como inicio de su crítica la imagen gramaticalizada que la Revolución representa de sí. Anula toda posibilidad de contradicción y lucha al interior del dogma revolucionario para simplificarlo y solucionar el conflicto histórico que la Revolución de 1959 representa en su agotamiento fosilizado.

¿Qué oponen ellos, entonces, a la supuesta clausura utópica socialista? ¿Cómo disuelven definitivamente la dicotomía socialismo-capitalismo? Hilda Landrove nos ilumina nuevamente:

«Cuando los cantos de sirena del socialismo cubano y su promesa cesan; cuando el fracaso de las políticas igualitarias es evidenciado por la persistencia del racismo, la homofobia, el machismo; cuando es inminente que la existencia de la revolución socialista se sostiene en el control y la administración absolutos de todos los ámbitos de la vida y en un movimiento homogeneizador y patriarcal; cuando los proyectos de modernización y desarrollo económico –amparados en la industrialización– muestran más de simulación y especulación que de programas concretos (…) y el sueño de un socialismo capaz de promover el progreso en el mundo colonial se deshace. Cuando todo eso ocurre tenemos que mirar hacia otros lados, apuntar hacia otras propuestas que emanan de la experiencia de un mundo agrietado».[33]

Pero ¿qué propuestas, Hilda Landrove? ¿Cómo va a resolver usted esta disolución que encarna en apariencia? Si ya es innecesario seguir negando la Revolución porque ella misma se ha negado: ¿por qué seguirla negando de forma explícita? ¿Cuál es el discurso emancipatorio que supera a la Revolución como cúspide de la emancipación? ¿Qué novedad insospechada trae la interpretación del 11 de julio como inicio de la emancipación anti-totalitaria posrevolucionaria?

«Entre los múltiples reclamos que recorrieron tantas calles cubanas el 11 de julio era libertad unas de las palabras recurrentes. La libertad que fue invocada allí no es una que pueda ser asimilada nuevamente al proyecto del cual escapa, pero tampoco a ninguno que esté a la espera de que su potencia ocupe una configuración definida previamente. Esa voz emergente hace así ya imposible su supresión, o la ocupación del legítimo lugar que ha llegado a recuperar, y abre posibilidades insospechadas».[34]

No es casual que sea una indefinición semejante la que resulte como «propuesta» de superación del binarismo «obsoleto». No es sorprendente ni ilógico — para su lógica — que el bloque revolucionario sea incapaz de asimilar la libertad exigida el 11 de julio. El agotamiento imaginativo del discurso reaccionario para superar la dicotomía Revolución-reacción, socialismo-capitalismo, etcétera, se palpa cuando la respuesta es aludir al viejo reclamo de «libertad», quizás el primero que se le ha opuesto a la Revolución de 1959 en su historia. Pero esta libertad es diferente, indefinible; es una libertad ajena a todo canon, a toda estructura, a todo encorsetamiento; tan total y múltiple, plural y definitiva que se acerca a una experiencia cósmica cuasi-orgásmica. Será todo eso, pero no supera la dicotomía socialismo-capitalismo porque es tan oscura y escurridiza que en su intento de superarlas cae de lleno en un discurso libertario como entelequia que se asemeja a los tradicionales reclamos de libertad anti-dictadura sin lograr escapar de la forma básica de la contrarrevolución tradicional.

La anatomía de la dictadura es un lugar teórico-político resultante de la convergencia de la historiografía de la posrevolución reaccionaria, el antitotalitarismo liberal y el vaciamiento utópico — socialista y revolucionario — de la realidad cubana. En el núcleo vital de estos momentos que se reproducen constantemente en el imaginario reactivo a la Revolución, se halla la configuración del Estado irreconciliablemente opresor. El Estado incapaz de asimilar el conflicto y sus reclamos de ninguna forma. El Estado fósil que no tiene legitimidad para defenderse, solo tiene poder para reprimir. Esta narrativa encontró forma de desarrollo en la interpretación de los enfrentamientos de violencia física entre el pueblo manifestante, por un lado, y las fuerzas revolucionarias, por el otro.

La espectacularización de los enfrentamientos como «represión desatada» constituyen los pasos primeros de lo que podemos llamar la tercera forma de desarrollo del discurso reaccionario: el esencialismo del opresor.

La esencia del opresor

Cuba vive hoy el ambiente de emergencia sanitaria de hace 120 años,

padece los mismos métodos de reconcentración weylerianos de 1896

y se enfrenta a la versión actualizada del oscurantismo

ideológico que llevó a España a la catástrofe.

Néstor Díaz de Villegas, Hegel en La Güinera: dialéctica del 11-J. El Estornudo, 2 de agosto.

Entre todas las bestias que residen en el imaginario reaccionario, el Opresor asume en su cuerpo deforme y terrible todos los pavores universales. Su carácter autoritario y el dominio minucioso de toda técnica para el aniquilamiento de la esperanza lo convierten en el monstruo rey del bestiario de la reacción. Pero ¿cómo surge? ¿Cómo es posible que sobre la Revolución cubana se cierna la calidez internacionalista de quienes la apoyan y defienden y a la vez se desate un odio feroz que denuncia colérico un régimen de muerte? ¿Cómo Cuba se mantiene en esa oscilación de esperanza y aversión? ¿A qué remiten quienes denuncian al régimen totalitario opresivo?

Los relatos sobre la legitimidad, o no, de los manifestantes resulta un buen punto de partida para responder estas preguntas. Este es un debate donde hallamos la confrontación entre la perspectiva del Estado frente a los medios de comunicación, organizaciones políticas y figuras públicas que se posicionaron contra el gobierno y el socialismo.

La visión del discurso gubernamental caracterizó a las protestas de ilegítimas al ser incitadas por la contrarrevolución interna y financiadas desde los Estados Unidos, como complemento del arreciamiento del bloqueo económico, financiero y comercial continuado por la administración Biden. Esta visión se percibió en las intervenciones del presidente del país Miguel Díaz-Canel, en trabajos periodísticos de la prensa pública y la televisión nacional.

El argumento central de esta perspectiva toma como inicio el esquema de guerra no convencional del imperialismo norteamericano contra Cuba que aprovechó de forma oportunista el momento más duro de la pandemia para efectuar su premeditado ataque. Para ello, el discurso oficial recurrió al paralelismo del 11 de julio con lo sucedido en Venezuela y Nicaragua en fechas recientes. Este punto de análisis critica la ausencia de espontaneidad de las protestas al colocarlas como programadas desde el exterior y por momentos criminalizó y judicializó a los manifestantes como mayoritariamente delincuentes o personas marginales con antecedentes penales; aunque esto último fue corregido en el transcurso de los días.

Otra característica de este punto de vista — fundamental para nuestro análisis — es que no tomó en consideración como factor de peso la poca capacidad de los actores políticos gubernamentales y partidistas para resolver el conflicto e impedir el desarrollo de las concentraciones populares; desconoce el peso de las políticas locales y centrales equívocas en el inicio de las manifestaciones en San Antonio de los Baños y no observa como causa, al menos de forma pública, la despolitización de espacios, organizaciones e instituciones políticas que han visto menguada su capacidad de articulación popular para la resolución de conflictos en los últimos tiempos.

En alteridad al relato mediático oficial, el discurso reaccionario cimentó la legitimidad de las protestas en dos argumentos fundamentales que rebasan en importancia al criterio legalista de la constitucionalidad de las marchas: 1) la legitimidad indudable de toda lucha por la libertad abstracta; y 2) la consideración de que toda lucha contra un gobierno represivo es justa y, por tanto, legítima.

El impulso libertario de las protestas no es separable de la totalidad reaccionaria dado que la cadena de argumentaciones lo toma siempre en cuenta — aunque su intensidad sea variable — como el complemento causal cuyo efecto es el estado totalitario represor. Las protestas fueron por la libertad — en el modo reaccionario de entender y relatar los acontecimientos — porque en Cuba existe un gobierno opresor en su pureza autocrática.

La consideración del gobierno/Estado como represivo se intensificó a partir del 11 de julio, pero no surge en esta fecha. Los enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas revolucionarias, se asumieron como «actos represivos» desde el primer instante sin anotar cómo se generaron o si las fuerzas del orden habían sido previamente atacadas o no. Tampoco explican el saqueo de tiendas y, por ejemplo, Chaguaceda lo anota como «análogos a los que suceden durante protestas similares, por todo el orbe»[35].

Otra de las características de este relato fue aceptar la espontaneidad de las protestas, conceder un efecto mínimo a la intervención extranjera y al bloqueo económico yanqui. Además, responsabilizó por su estallido a la gestión deficiente de la pandemia por el gobierno — como todo indivisible — , a las medidas económicas «neoliberales» — dolarización de sectores del mercado — y al impacto de la Tarea Ordenamiento como grupo de reformas destinado a destruir los vestigios del Estado paternalista — lo que acentuaba la pobreza.

En un punto coinciden la postura oficial y el discurso reaccionario que analizamos: la omisión de las deficiencias y erosiones de la política interna del Estado y los órganos del Poder Popular. Si bien el discurso oficial mantiene una evasiva tradicional en estos temas amparada en la lógica de «no darle armas al enemigo» que termina en un abandono de la crítica a la gestión del gobierno y el partido como práctica sistemática; el modo reaccionario de interpretar los sucesos parece orientado a no reconocer la existencia de un tejido político vivo que se enfrenta a crisis concretas al interior del orden socialista. Para reconocer al sustrato político revolucionario como un monolito homogéneo donde no hay otra política que la represión y el totalitarismo, es necesario anular toda vitalidad interior que no se halle dirigida al control y la represión. Esta reducción absoluta es una muestra inequívoca del esencialismo del opresor.

Un análisis político que tomase en cuenta la revitalización del tejido comunitario, las dinámicas anquilosadas de las Asambleas Municipales del Poder Popular o del poder comunitario y las administraciones locales fue omitido en esta red de medios reaccionarios. Si se llegan a reseñar las incapacidades o deficiencias del orden socialista no es para valorarlas en su forma concreta, sino para sustraerlas como abstracción esencialista del socialismo.

Las contradicciones y retrocesos del proyecto revolucionario resultantes de la lucha por el socialismo, podrían analizarse desde múltiples factores: el desgaste del modelo estadocéntrico de socialismo heredado del siglo XX, la agresividad imperialista, el retroceso de las fuerzas progresistas continentales, la ofensiva de derecha que coincide con la pandemia y el cambio generacional en la dirección política del país. Pero la realidad que estas contradicciones constituyen, el discurso reaccionario la entiende como una esencia intrínseca al funcionamiento socialista, como una mueca paralizada en la superficie de la Isla, de ahí que no haga una crítica a la política estatal, o a los funcionarios puntuales que erraron, sino que proceda a una negación total del Estado. Porque si el Estado es una bestia opresora no hay nada que averiguar en el interior de su política, pues esta solo sirve al exterminio y a la exclusión. El principio de su esencia opresiva, permite a la reacción englobar toda la política estatal bajo un mismo apelativo y anularle vida interior.

La complementariedad entre el discurso libertario, el antitotalitarismo y el esencialismo del opresor se expresan, de forma relacionada e indivisible, en el discurso reaccionario alrededor del 11 de julio.

«Los primeros actos represivos contra manifestantes — anota El Estornudo — , por parte de policías uniformados, se registraron en Santiago de Cuba; luego, se reportaron en zonas del centro del país donde se realizaban protestas. Sin embargo, sobre todo en los primeros momentos, los manifestantes superaban con creces a las fuerzas represivas».[36]

Asociado al tema de la «represión» de las manifestaciones se dio un giro de espectacularización enorme en los días siguientes, desapareciendo prácticamente el discurso libertario y la prédica anti-totalitaria. Todo giró alrededor de listas de supuestos desaparecidos, muertos, ultimados en sus casas, perseguidos, secuestrados, etcétera. Es notable observar cómo el corte imprevisto de internet por la corporación estatal ETECSA fue asimilado como gesto del régimen autoritario para impedir que se difundiera la verdad sobre las protestas. Rialta anotaba:

«Mientras se suceden testimonios que invitan a pensar que la revuelta popular ha sido por ahora contenida, las imágenes de las manifestaciones, de la brutal represión y la fuerte militarización que ha llenado de estupor a cubanos en la Isla y todas partes del mundo, emergen a cuentagotas y pronto se hacen virales en la comunidad virtual de las redes. Medios independientes reportan una cifra de miles de detenidos y la prensa oficial ha admitido un muerto durante las protestas, aunque los videos y las denuncias que circulan hacen presumir un saldo mayor».[37]

El peso que la «brutal represión» y «fuerte militarización» habían provocado en los manifestantes pasaba de una forma clara al centro de la atención mediática de los días siguientes, donde nunca aparecieron de forma específica en qué consistían los reclamos de libertad, o qué pliego de demandas se extendían: todo fue la destrucción y la muerte; la negación rotunda del sistema en su totalidad.

Ningún movimiento, grupo u organización contrarrevolucionaria realizó pronunciamientos relevantes para asumir el liderazgo de la situación creada. El momento que tantas organizaciones de la contrarrevolución habían intentado generar fue dejado ser de forma acéfala, y sin embargo los pronunciamientos se desataron contra «la represión del Gobierno cubano hacia las protestas ciudadanas».[38] El reclamo de libertad languidecía mientras se entronizaba la condena contra la represión. El propósito parecía despedazar ‘el prestigio’ de Cuba con las imágenes y sobredimensionamiento de los enfrentamientos.

Este panorama hizo emerger en un texto de Ileana Diéguez un viejo fantasma que hacía meses parecía ya sepultado: el necropoder. En una sucesión de piruetas conceptuales cercanas a la sofística, Diéguez recupera el concepto de necropolítica de Achille Mbembe para atribuírselo al orden cubano. No reiteraré mi crítica a estas apropiaciones lamentables de Michel Foucault y Mbembe, sino solo anotar la ligereza con que esta autora señala la similitud que puede existir entre las reflexiones del necropoder, inspiradas en el apartheid, el sionismo y el nazismo, con Cuba:

«Expone [se refiere a Achille Mbembe[39]] la ocupación colonial de Palestina como situación de explícito necropoder donde violencia y soberanía reivindican un fundamento divino y la cualidad de pueblo se encuentra forjada por la veneración de una deidad mítica. Pienso, salvando las inmensas diferencias culturales, territoriales, religiosas, sociopolíticas, el modo en que esta expresión resuena para quienes habitualmente escuchamos los discursos de mitificación en torno a la Revolución cubana y su líder principal, idealizado como si se tratara de una deidad. Como si ese mito importara más que la vida de miles de personas y justificara los procesos represivos y el control absoluto bajo el cual vive su población».[40]

Con un simple «salvando las inmensas diferencias», esta autora iguala la experiencia de la oposición al régimen cubano a la experiencia del pueblo palestino bajo la guerra permanente con Israel. Y aquí hay otra mutación fundamental de la reacción: homologar el gobierno cubano con los gobiernos represores, no solo históricamente (fascismo, sionismo, apartheid, stalinismo), además con los recientes (dígase Colombia, Chile, Brasil, Puerto Rico) para asentar ya definitivamente la ausencia de izquierda en el Estado cubano y cortar el apoyo de la izquierda continental y mundial a la Revolución.[41]

Colocar al gobierno cubano con «sus homólogos de derecha en Colombia, Chile o Puerto Rico», no solo es un artilugio retórico con el que intenta Rialta situarse a la izquierda en el espectro político — a pesar de no habérsele observado tanto enardecimiento en condenar las protestas en esos países — , sino que es ya la negación definitiva del orden estatal cubano en su forma y del orden simbólico revolucionario en su horizonte utópico para reducirlos al esencialismo del opresor. Si nada puede esperarse de Cuba que no sea muerte, dolor y agravios, Cuba es un gobierno de derecha más, Cuba ha clausurado la utopía ahogándola en sangre. De esta forma, el discurso reaccionario se muestra vigorosamente pleno en su negación total de la Revolución como proyecto y del Estado cubano como su forma actual específica. Todo esto le permite decir — Hilda Landrove mediante — que la libertad proclamada el 11 de julio por los manifestantes «no es una que pueda ser asimilada nuevamente al proyecto del cual escapa».[42]

El desarrollo de la narrativa del opresor emergida por los sucesos del 11 de julio — pero no a partir de estos — no constituyen expresión de una voluntad política renovadora del orden actual de Cuba, sino que es el desarrollo discursivo de la negación del proyecto socialista cubano en su totalidad que se hace causa en el llamado al «pluralismo político», también abstracto.

Para entender la situación concreta del reclamo de «pluralismo político» no puede obviarse el camino que hemos recorrido desde el discurso libertario, atravesando la prédica antitotalitaria posrevolucionaria y llegando al esencialismo del opresor, porque el reclamo de pluralismo solo cobra sentido en el marco de este régimen de verdad.

Rialta reseña: «La estabilidad del poder se ha sostenido mediante la aniquilación sistemática del pluralismo»[43]. Pero, a la luz de las tres formas de desarrollo de la totalidad reaccionaria qué significa la «aniquilación del pluralismo» y qué «pluralismo». Una vez más, bajo los conceptos universales y abstractos de la «pluralidad», del respeto al otro, y demás apelativos irrefutables — ¿quién se pondría en contra de la libertad o la pluralidad en su belleza más vaciada e indefinida? — debido a la sensibilidad humana a la que apelan, la reacción oculta las capas envenenadas de su «pluralismo».

De otra forma, Julio A. Fernández Estrada lo consigna también: «El único sueño posible en Cuba, ahora, es el de la reconciliación basada en la justicia, en la responsabilidad, el amor a la diversidad de nuestra cultura, el pluralismo político, la aceptación de la diferencia y la crítica (…)».[44]

Estas dos visiones no resultan homologables en su apariencia. Rialta encarna una violencia retórica mayor contra el proyecto y el Estado; niega desde los fundamentos históricos, políticos e ideológicos la existencia de un horizonte socialista posible y atribuye características fascistas al Estado cubano. Por otra parte, Fernández Estrada recurre a un nacionalismo republicano apegado a la tradición del estado de derecho y la «normalidad democrática» que busca amparo en la cultura, los valores morales y el civismo. Pero ambas coinciden en la idea del fin y fracaso del proyecto socialista en sus bases históricas y conminan a su sustitución.

«Pluralismo político» no es «pluralidad revolucionaria». El segundo se refiere a que, a partir de la sedimentación de los principios socialistas como fundamentales para toda la sociedad, es decir, consensuar que la Revolución socialista de liberación nacional es el proceso histórico y político que puede asegurar la soberanía y conducir a la emancipación de todas las opresiones mediante la derrota del orden capitalista mundial, la pluralidad revolucionaria, dentro de este «dogma»/base/principio secular, debe darse como debate las formas específicas de ese socialismo.

En cambio, el «pluralismo» — en su posición de apuesta política del discurso reaccionario — emerge del interior de la totalidad reaccionaria y se llena de sentido mediante las formas de desarrollo descritas, por tanto, no puede ser leído como entelequia. Esto significa que dicho «pluralismo» no parte de la convivencia, la extensión o profundización del dogma revolucionario, sino de su negación absoluta al entenderlo como esencialmente opresivo y presentándose como una mera «ampliación» es realmente una forma de aniquilación. No tiene como fin este «pluralismo» un enriquecimiento de la causa socialista que Cuba defiende hace 60 años, sino que significa su extinción.

Fernández Estrada, sin la violencia retórica de la reacción extrema, usa la metáfora del despertar de un sueño y la necesidad de buscar otro sueño — sutilidad que refiere directamente a borrar desde su base el proyecto de nación que la Revolución representa — :

«Hemos perdido el sueño. Los ojos no quieren cerrarse y las lágrimas ya no tienen sentido. Tenemos que fundar otro sueño, uno reparador y uno que nos lance a edificar otra paz, otra confianza, otra justicia. Cuba es una sola y de todos los cubanos y cubanas. No se debe tratar de repartirla porque sus migajas no nos complacerán».[45]

El proyecto político-discursivo de la reacción cierra su sentido de esta forma. Del llamado a la libertad a la negación del opresor y del desarrollo de una historiografía posrevolucionaria a la propuesta del «pluralismo político» es posible observar las diversas formas que toma la reacción — contrarrevolución, posrevolución, anti-revolución — para entender los hechos del contexto de la realidad.

La totalidad reaccionaria suprimió la distancia entre facticidad y realidad y construyó los sucesos como «sublevación popular contra el Estado opresor» como expresión «natural» de su entendimiento de Cuba. Su modo de apropiación de la facticidad se caracterizó por presuponer en las protestas un reclamo libertario enfocado contra el gobierno entendido como dictadura posrevolucionaria y de derecha cuya esencia es la de reprimir al pueblo en pos de sostener a las élites gobernantes.

La lectura del 11 de julio realizada por el discurso reaccionario es la expresión mejor concentrada de la fisionomía de este. Las protestas del 11 de julio sucedieron, el monopolio sobre lo «realmente sucedido» poco importa ya; el delirio periodístico por la «objetividad del hecho» se nos torna una forma banal e inútil. Más que la sucesión de hechos «reales» nos interesa el modo de comprensión de estos que su enunciación descubre entre líneas.

El discurso reaccionario mostró con plenitud sus formas, tradición y núcleos vitales. No podemos pensar que la división metodológica realizada en el ensayo transcurra lineal y esquemáticamente en la realidad, sino que se desarrolla desde la relación continua de esas formas. Su proyecto de nación es demasiado nebuloso para poderlo discernir más allá de una total destrucción de la Revolución. Su recurrencia a los conceptos universales y abstractos delata su poca novedad y su total adhesión a la doctrina liberal, y con ella, al capitalismo mundial. Por su posición negativa no solo es incapaz de superar la dicotomía que dice rebasar, sino que solo echa sobre ella una jerga posmoderna y ribeteada que mal disimula el conflicto histórico y la lucha base entre proyectos de nación antagónicos.

El 11 de julio se oscureció de forma apocalíptica para muchos. La posibilidad del fin se abrió ante nosotros con una cara deformada y violenta. La respuesta ante él no puede quedar oscilante entre «pluralismo político» y «asistencialismo estatal». La verdadera oposición es entre «pluralismo político» — máscara de la reacción anticomunista — y «pluralidad revolucionaria» — proyecto de profundización continua del socialismo. La disyuntiva es entre inmunizar el conflicto socialismo–capitalismo o asumirlo hasta sus últimas consecuencias. A pesar de las mutaciones, nuestra lucha sigue siendo por el futuro y la vida de todos y todas y solo la Revolución socialista constituye alternativa a las grandes calamidades que el capitalismo somete a los pueblos.

Notas

[1] «La teoría materialista distingue dos contextos de hechos: el contexto de la realidad, en el cual los hechos existen originaria y primordialmente, y el contexto de la teoría, en el cual los hechos se dan por segunda vez y mediatamente ordenados, después de haber sido previamente arrancados del contexto originario de lo real. Pero ¿cómo se puede hablar del contexto de lo real, en el cual los hechos existen primaria y originariamente, si ese contexto sólo puede ser conocido arrancando a los hechos del contexto de la realidad? El hombre no puede conocer el contexto de la realidad de otro modo que separando y aislando los hechos del contexto, y haciéndolos relativamente independientes. Aquí está el fundamento de todo conocimiento: la escisión del todo. El conocimiento es siempre una oscilación dialéctica (decimos dialéctica porque existe también una oscilación metafísica, que parte de ambos polos considerados como magnitudes constantes, y registra sus relaciones exteriores y reflexivas), oscilación entre los hechos y el contexto (totalidad); ahora bien, el centro mediador activo de esa oscilación es el método de investigación. La absolutización de esta actividad del método (y semejante actividad es innegable), da origen a la ilusión idealista de que el pensamiento crea lo concreto, o de que los hechos únicamente adquieren sentido y significado en la mente del hombre», en Karel Kosik. (1965) Dialéctica de lo concreto. Editorial Grijalbo. México: Ciudad de México. pp. 69–70.

[2] Carla Gloria Colomé. La Villa del humor: el grupo de Facebook detrás de las protestas en San Antonio de los Baños, en https://revistaelestornudo.medium.com/la-villa-del-humor-el-grupo-de-facebook-detrás-de-las-protestas-en-san-antonio-de-los-baños-ec0a9f8ba1ec

[3] Kosik, Karel. Ídem.

[4] 11J: nuevo Día de la Rebeldía Nacional — El Estornudo, 12 de julio de 2021

[5] Ídem.

[6] Mario Luis Reyes. Las manifestaciones en Cuba El Estornudo, 15 de julio de 2021.

[7] Hilda Landrove — Cuba: el dolor y las migajas. Rialta Magazine, 2 de agosto de 2021.

[8] Mario Luis Reyes — Las manifestaciones en Cuba. El Estornudo, 15 de julio de 2021.

[9] Armando Chaguaceda. Cuba: el fin de la excepcionalidad — Rialta Magazine, 12 de julio de 2021.

[10] Ídem.

[11] Ídem.

[12] Manuel de la Cruz. El 11 de julio se perdió la virginidad del silencio. Rialta Magazine, 17 de julio de 2021.

[13] Manuel de la Cruz. cit.

[14] Martín Caparrós. Dictadura es una palabra grave. El Estornudo, 19 de julio de 2021.

[15] Ídem.

[16] Rojas, Rafael. (2015). Historia mínima de la Revolución Cubana. Turner Publicaciones. España: Madrid.

[17] Enrique del Risco. Un domingo esclarecedor. Rialta Magazine, 12 de julio de 2021.

[18] Armando Chaguaceda. Cuba: el fin de la excepcionalidad — Rialta Magazine, 12 de julio de 2021.

[19] Editorial: Revuelta popular en Cuba: la comunidad que viene. Rialta Magazine, 15 de julio de 2021.

[20] Ídem.

[21] Hilda Landrove. Pedir peras al olmo: los reclamos a una izquierda sorda — Rialta Magazine, 20 de julio de 2021.

[22] Ídem.

[23] Ídem.

[24] Ídem.

[25] Denominamos ética utópica a la voluntad transformativa de la praxis revolucionaria de la tradición marxista crítica en la que la Revolución Cubana, junto a la Bolchevique y la China.

[26] Iramís Rosique — Pensar y crear para resistir. Horizontes Blog, 10 de agosto de 2021.

[27] Hilda Landrove — En Cuba «nos quitamos el ropaje del silencio». ¿Ahora qué va a hacer la izquierda con las palabras? Rialta Magazine, 16 de julio de 2021.

[28] Hilda Landrove — Pedir peras al olmo: reclamos a una izquierda sorda, 20 de julio de 2021.

[29] «La imagen de Cuba es reacia a ser transformada a los ojos de quienes necesitan de su existencia como representación de la equidad y la justicia y se rehúsan a aceptar las voces de los excluidos de esa representación –los exiliados, los censurados, los presos, los muertos–, a pesar de que esas voces existen desde el momento mismo del nacimiento del proyecto de Estado nación denominado por sus constructores “revolución”». Hilda Landrove — Pedir peras al olmo: reclamos a una izquierda sorda. Rialta Magazine, 20 de julio de 2021.

[30] «La retórica con que ha desvirtuado la legitimidad de los manifestantes, justificado la represión e incitado a la violencia entre cubanos retoma el discurso del apartheid político con que el régimen ha cimentado su hegemonía hasta la actualidad.» Editorial: Revuelta popular en Cuba: la comunidad que viene — Rialta Magazine, 15 de julio de 2021.

[31] «Pero si el discurso supremacista y la violencia planificada de la élite del poder en Cuba son la continuidad de una ideología y una práctica histórica, la sociedad cubana resulta hoy, por el contrario, mucho más diversa y plural, se organiza, relaciona y comunica progresivamente fuera de los mecanismos de control y el monopolio comunicativo del Estado.» Editorial: Revuelta popular en Cuba: la comunidad que viene — Rialta Magazine, 15 de julio de 2021.

[32] Hilda Landrove — Pedir peras al olmo: reclamos a una izquierda sorda. Rialta Magazine 20 de julio de 2021.

[33] Hilda Landrove — Pedir peras al olmo: reclamos a una izquierda sorda. Rialta Magazine, 20 de julio de 2021.

[34] Ídem.

[35] Armando Chaguaceda — Cuba: el fin de la excepcionalidad. Rialta Magazine, 12 de julio de 2021.

[36] 11J: nuevo Día de la Rebeldía Nacional. El Estornudo, 12 de julio de 2021.

[37] Editorial: Revuelta popular en Cuba: la comunidad que viene — Rialta Magazine, 15 de julio de 2021.

[38] Organizaciones y medios independientes llaman al Gobierno de Cuba a respetar el derecho de manifestación y libertad de expresión y a detener la violencia contra la ciudadanía. Rialta Magazine, 13 de julio de 2021.

[39]Mbembe, Achille (2011) Necropolítica seguido de Sobre el gobierno privado indirecto (Trad. y edición a cargo de Elisabeth Falomir Archambault). Editorial Melusina.

[40] Ileana Diéguez — La performartividad de la izquierda neocolonial. Rialta Magazine, 31 de julio de 2021.

[41] «La criminalización de los manifestantes –calificados desde el poder como ‘vándalos’, ‘delincuentes’, ‘anexionistas’ o, incluso, ‘alcoholizados’– no sólo hermana, en la caracterización de las protestas, al Gobierno cubano con sus homólogos de derecha en Colombia, Chile o Puerto Rico, sino que tributa a una tradición discursiva en la que la existencia de sectores sociales pobres o de recursos limitados, racializados, a los que fue imposible “integrar” del todo a las dinámicas de control social, ha sido enmascarada mediante la retórica eugenésica de las lacras sociales, el elemento antisocial y los vicios heredados de la sociedad anterior». Editorial: Revuelta popular en Cuba: la comunidad que viene. Rialta Magazine, 15 de julio de 2021.

[42] Hilda Landrove — Pedir peras al olmo: reclamos a una izquierda sorda. Rialta Magazine, 20 de julio de 2021.

[43] Editorial: Revuelta popular en Cuba: la comunidad que viene. Rialta Magazine, 15 de julio de 2021.

[44] Julio A. Fernández Estrada — Hemos perdido el sueño. El Toque, 30 de julio de 2021.

[45] Julio A. Fernández Estrada — Hemos perdido el sueño. El Toque, 30 de julio de 2021.

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