Los aportes teóricos de Immanuel Wallerstein

Clasificación de los sistemas sociales históricos: minisistemas, imperios-mundo y economías-mundo (II)

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La Tizza Cuba
8 min readJun 2, 2022

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Por Rodolfo Crespo

A los queridos y entrañables profesores José María Tortosa Blasco (español) y Carlos Antonio Aguirre Rojas (mexicano) sin la ayuda de los cuales no hubiese llegado a conocer a profundidad la obra de Immanuel Wallerstein. El abrazo fraterno y cordial para los dos.

No estoy pidiendo superhombres intelectuales, sólo pido que nos pongamos unas lentes nuevas y que las utilicemos al mismo tiempo que las vamos ajustando.
Immanuel Wallerstein

Para clasificar los sistemas históricos hasta nuestros días se han tomado, grosso modo, como punto de referencia tres indicadores: la forma en que se utiliza, emplea y/o explota la fuerza de trabajo; la preponderancia de un tipo u otro de propiedad sobre los medios de producción fundamentales y el grado de participación de los individuos en las principales decisiones sociales.

Así llegó a consignarse que, si la fuerza de trabajo empleada era esclava, el régimen social en el que se encontraba esa zona, región o país era el esclavista; de la misma forma que si eran «siervos de la gleba» en un régimen de servidumbre, el sistema era feudal; mientras que si la característica fundamental era el trabajo asalariado, el sistema era capitalista.

La más célebre y difundida de estas clasificaciones — y prácticamente la única por lo avasalladora que fue — que tomaba en cuenta de una u otra forma todos los indicadores mencionados más arriba, es la clasificación que periodiza la historia de la humanidad como si de una escalera se tratara, siempre de peldaños inferiores a superiores. Así, de la Comunidad Primitiva se pasaba al Esclavismo, de este al Feudalismo y posteriormente al Capitalismo, en el cual, decíase, maduraban las condiciones que hacían posible el tránsito al Comunismo, último peldaño de la escalera social para los marxistas del viejo movimiento obrero y comunista.

Aunque la historiografía liberal también coincidía con ese tránsito de la historia por etapas siempre progresivas, es bueno precisar que nunca consideró el Comunismo la última etapa, sino más bien una aberración en el decursar histórico, de ahí que interpretara los acontecimientos ocurridos entre 1989–1991 en Europa del Este y la Unión Soviética como el «fin de la historia» (Fukuyama) y la comprobación que el capitalismo era, en la periodización de la historia universal, el escalón superior y último.

Para los simpatizantes de esta forma de clasificación, que eran casi todos, tanto liberales como marxistas, el tránsito de una etapa a otra casi siempre se hacía de modo violento — «la violencia es la comadrona de la historia», decía Marx — , aunque tanto Marx como Lenin trataron de darle cierta base objetiva. En el caso de Marx es célebre su bien conocida sentencia de que «Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua».

Y de Lenin es sabida su visión al respecto en la definición que da de materialismo-histórico, cuando ve en el desarrollo de las fuerzas productivas el motor objetivo fundamental del tránsito social. Aunque hay que destacar que en la visión marxista del cambio social, a medida que la sociedad avanza, el factor objetivo pierde fuerza y protagonismo en relación al subjetivo — «conforme aumenta la profundidad de la acción histórica, aumenta el volumen de la masa cuya acción es», dice Marx en La Sagrada familia — , y un destacado líder revolucionario y político como Fidel Castro fue más enfático al respecto «en la construcción del socialismo el factor fundamental es la conciencia».

La creencia en este ascenso progresivo de la historia estaba tan arraigado en el pensamiento marxista que, cada vez que un movimiento revolucionario o fuerza progresista en el poder era derrotado y restaurado el antiguo régimen, la explicación se buscaba en que, el desarrollo era progresivo, pero no lineal, la historia se movía de manera ascendente, pero no en línea recta. Las justificaciones teóricas llegaban al punto de basarse en una de las leyes dialécticas enunciadas por el filósofo alemán Guillermo Federico Hegel, que concebía el progreso en forma de espiral, de ahí que cualquier retroceso no era una negación de la tendencia, siempre ascendente, sino que eran parte de los zigzag históricos admitidos por la propia teoría — recuérdese que el marxismo siempre consideró la dialéctica hegeliana una de sus fuentes teóricas — , por tanto, nunca serían retrocesos definitivos ni totales, sino temporales y parciales.

Como se ha expresado en otro lugar, Wallerstein consideraba que los sistemas sociales siempre están vinculados a una división social del trabajo, espacio en el que transcurre el intercambio económico recíproco entre los distintos sectores y áreas del mismo, sin embargo, tal intercambio económico puede darse en los límites de uno o de múltiples sistemas culturales, peculiaridad que lleva a clasificar los sistemas sociales respectivamente en minisistemas y en sistema-mundo.

Esta clasificación pierde interés toda vez que los minisistemas ya no existen en el mundo actual, se encuentran solo en sociedades agrícolas o de caza y recolección muy simples, además de haber sido poco abundantes «ya que cualquiera de tales sistemas estaba normalmente vinculado a un imperio por el pago de un tributo en concepto de ‘costes de protección’ y dejaba por ese mismo hecho de ser un ‘sistema’, al dejar de tener una división del trabajo endógena. Para un área semejante, el pago del tributo suponía, en el vocabulario de Polanyi, dejar de ser una economía de reciprocidad y pasar a participar en una economía redistributiva más amplia».

Dejando a un lado los minisistemas ya desaparecidos, el único tipo de sistema social existente es un sistema-mundo, que definimos simplemente como una unidad con una única división del trabajo y múltiples sistemas culturales. De ahí se sigue lógicamente que puede haber, no obstante, dos variedades de tales sistemas-mundo, según dispongan de un sistema político común o no. Los llamaremos respectivamente imperios-mundo y economías-mundo.

Resumiendo el profesor Wallerstein dice:

Aun aceptando la posibilidad de que podamos identificar otras formas o variedades, yo mismo he propuesto la hipótesis de que han existido tres formas o variedades conocidas de sistemas históricos, que he denominado minisistemas, imperios-mundo y economías-mundo.

Los ‘minisistemas’, llamados así porque su espacio es pequeño y su duración normalmente breve (unas seis generaciones), son muy homogéneos en términos de estructuras culturales y de gobierno. Su lógica elemental es la ‘reciprocidad’ de los intercambios. Los ‘imperios-mundo’ son estructuras políticas extensas (al menos en el apogeo del proceso de expansión y contracción que parece ser su destino) y abarcan gran variedad de patrones ‘culturales’. La lógica elemental de este sistema es la obtención de tributos de los productores directos (en su mayoría rurales) que por lo demás se autoadministran localmente; dichos tributos se envían al centro y de ahí se redistribuyen a una delgada pero crucial red de funcionarios. Las ‘economías-mundo’ son cadenas extensas y desiguales de estructuras de producción integradas, divididas no obstantes en múltiples estructuras políticas. Su lógica elemental es la distribución desigual del excedente acumulado en favor de quienes pueden ejercer varios tipos de monopolios temporales en las redes de mercado. Se trata de una lógica ‘capitalista’.

¿Cuál ha sido la historia de la relación y/o coexistencia de las tres variedades de sistemas históricos?

En la era preagrícola había múltiples minisistemas, cuya desaparición constante solía depender en gran medida de percances ecológicos y de la escisión de grupos que habían crecido demasiado. Nuestro conocimiento al respecto es muy escaso; carecemos de documentos escritos y nos vemos limitados a reconstrucciones arqueológicas. Durante el periodo comprendido entre, digamos, 8.000 a.n.e. y 1.500 n.e., coexistieron en el planeta múltiples sistemas históricos de las tres variedades. El imperio-mundo era la forma ‘fuerte’ durante esa época, ya que, doquiera que se extendiera, destruía y/o absorbía tanto minisistemas como economías-mundo y, cuando uno de ellos se contraía, dejaba espacio para que se volvieran a crear minisistemas y economías-mundo. Gran parte de lo que denominamos la ‘historia’ de este periodo es la historia de dichos imperios-mundo, lo que es comprensible dado que mantenían a escribas culturales para que registraran lo que sucedía. Las economías-mundo eran una forma ‘débil’ que nunca sobrevivía mucho tiempo, ya que se desintegraban, se integraban o se convertían en un imperio-mundo (mediante la expansión interna de una sola unidad política).

Alrededor del año 1.500, una de esas economías-mundo se las arregló para no sufrir ese destino. El ‘sistema-mundo moderno’ nació, por razones que habría que explicar, de la consolidación de una economía-mundo, por lo que tuvo tiempo para alcanzar su pleno desarrollo como sistema capitalista. Debido a su lógica interna, esta economía-mundo capitalista se extendió más tarde hasta abarcar todo el globo, y en ese proceso absorbió a todos los minisistemas e imperios-mundo existentes. Así, hacia finales del siglo XIX existía por primera vez en la historia un único sistema histórico; nos encontramos todavía en esa situación.

De las economías-mundo e imperios-mundo debemos agregar algunos aspectos característicos para evitar confusiones.

Desde un punto de vista empírico podemos constatar que las economías-mundo han sido estructuras inestables que evolucionaban hacia la desintegración o la conquista por un grupo que la transformaba en un imperio-mundo. Ejemplos de tales imperios-mundo surgidos de economías-mundo son las llamadas grandes civilizaciones de los tiempos modernos, como China, Egipto, Roma… (cada una de ellas en el periodo correspondiente de la historia). Por otro lado, los llamados imperios del siglo XIX, como Gran Bretaña o Francia, no fueron en absoluto imperios-mundo, sino Estados-nación con apéndices coloniales que operaban en el marco de una economía-mundo.

En otro lugar, Wallerstein habla de ellas como «estructuras imperiales en el seno de la economía-mundo capitalista» lo que es muy diferente de imperios-mundo, y menciona entre ellas en los últimos cien años a Gran Bretaña, Austria-Hungría y la URSS/Rusia, todas las cuales ya se han desintegrado.

Los imperios-mundo eran básicamente redistributivos en su forma económica. Sin duda generaban conjuntos de mercaderes que se dedicaban al intercambio económico (primordialmente al comercio a larga distancia), pero tales grupos, por grandes que fueran, constituían una parte menor de la economía total y no determinaban básicamente su trayectoria. El comercio a larga distancia tendía a ser, como argumenta Polanyi, un ‘comercio administrado’ y no comercio para el mercado, que utilizaba ‘puertos comerciales’.

Hasta el surgimiento de la economía-mundo moderna en el siglo XVI en Europa no se produjo el pleno desarrollo y predominio económico del comercio mercantil. Se trataba del sistema llamado capitalismo. Capitalismo y economía-mundo (esto es, una única división del trabajo pero múltiples entidades políticas y culturas) son dos caras de la misma moneda. Una no es la causa del otro. Estamos simplemente definiendo el mismo fenómeno indivisible por diferentes características.

Próxima entrega:

Los aportes teóricos de Immanuel Wallerstein. El capitalismo es el sistema-mundo en el que vivimos desde fines del siglo XIX (III)

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