«Pasó una piedra que lanzó una honda…»

La Tizza como un proyecto de militancia

La Tizza
La Tizza Cuba

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Por Fernando Luis Rojas

Obra: Resistencia / Mauricio Zuleta

Versión resumida de la intervención durante el panel «Identidades culturales y prácticas políticas», realizado en el ICIC Juan Marinello, como parte del IV Taller Identidades, culturas y juventudes, el 9 de diciembre de 2022.

Me alegra mucho compartir esta mesa con tres amigas: Caridad Masón Sena, investigadora del Instituto Juan Marinello; Llanisca Lugo González, educadora popular y parte de la familia del Centro Martin Luther King; y Belsis Isabel Rodríguez Carballo, recién graduada de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana y miembro del colectivo feminista Cimarronas.

En ellas, sus ideas y prácticas, se verifica esa insistencia de Juan Valdés Paz en lo importante de incorporar a cualquier análisis la coexistencia de varias generaciones políticas que irrumpieron con posterioridad al triunfo de la Revolución cubana, el primero de enero de 1959.

Quiero extender mi agradecimiento a las organizadoras de este taller. Tuve la oportunidad de participar en su primera edición, en el año 2014, y desde entonces resulta verificable la preocupación por situar el ámbito de las prácticas políticas de manera transversal, desde una perspectiva que supere cualquier intento de fragmentar o encapsular el contenido de «lo político».

Regreso al verso que da nombre a esta presentación con la intención de completarlo. Pertenece al poema Yo soy aquel que ayer no más decía, del escritor nicaragüense Rubén Darío.

Pasó una piedra que lanzó una honda;

pasó una flecha que aguzó un violento.

La piedra de la honda fue a la onda,

y la flecha del odio fuese al viento.

La referencia sirve para ilustrar, en alguna medida y sin satanizar, los registros políticos en los que se mueven algunos escenarios de la contemporaneidad.

¿Qué me interesa destacar en esta presentación, más allá de «la descripción» del proyecto La Tizza?

Primero: La condición interseccional de la política y sus porosidades con otros ámbitos, esos que se condensan como: educativo, académico, cultural, artístico y literario, económico, social, etcétera.

Con este punto de partida, asumir sus aportes al proceso de deconstrucción de aquellas perspectivas que presentan dichos «ámbitos» como terrenos estancos e independientes. Asimismo, cuestionar «la pureza», la asepsia, de las prácticas académicas, artísticas, educativas, entre otras.

En esta línea crítica, existe un acumulado en el pensamiento social cubano. Pueden mencionarse nombres como Fernando Martínez Heredia, Aurelio Alonso, Jorge Luis Acanda, María del Pilar Díaz Castañón, Juan Valdés Paz, y muchos más.

Precisamente, me gustaría llamar la atención sobre el esfuerzo de sistematización realizado por Valdés Paz en sus dos tomos de La evolución del poder en la Revolución cubana. Con el posicionamiento de «el poder» como categoría central y dando prioridad, desde los puntos de vista metodológico y epistemológico, a la teoría de los sistemas, se realiza un análisis de la evolución de diferentes «ámbitos» traducidos en el libro a sistemas y subsistemasdesde 1959 hasta 2018.

A manera de ejemplo, que viene a reforzar la tesis del potente calado que esa crítica a las miradas fragmentarias tiene en el sector más revolucionario del pensamiento social cubano, mencionaré los sistemas que aparecen en este recorrido de casi sesenta años y cinco grandes periodos (1959–1963, 1964–1974, 1975–1991, 1991–2008 y 2008–2018). Estos son:

· Escenario / Contexto (externo e interno).

· Ordenamiento jurídico.

· Sistema político.

· Sistema económico.

· Sistema civil.

· Sistema ideológico-cultural.

Segundo: ¿Cuáles son las bases para considerar La Tizza como un proyecto de militancia?

La respuesta, «nuestra respuesta», a esta interrogante pasa por la superación del marco de lo declarativo y autorreferencial. Ya hemos escuchado bastante en Cuba, durante los últimos años, el dogma aforístico que se resume en: declararse de izquierdas es reconocerse de izquierdas y, de manera inmediata, «ser» de izquierdas.

Entiendo que esto constituye una creativa forma de parecerse a muchos de esos partidos europeos que se fundaron a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y que solo conservan de socialistas la denominación en sus nombres. En rigor, la militancia no se canaliza con lo autorreferencial como vehículo: debe tener un contenido.

En este proceso de superación, una tarea permanente, resulta central la coherencia entre lo que se declara — en el caso de La Tizza: «Un lugar para pensar y hacer el socialismo desde Cuba» — , lo que se publica y las prácticas de vida como colectivo e individuos.

Y, como hablo de «prácticas», ¿cuáles serían — en mi opinión — algunas líneas gruesas para la vida de La Tizza?

Por una parte, el posicionamiento ante las tensiones — ya generaciones políticas que nos preceden se han acercado a este asunto — entre el poder — comprendido como «lo existente», sus condicionamientos y evoluciones — y el proyecto — asumido como el «núcleo duro» de la Revolución cubana, esto es, sus promesas — .

Lo anterior significa que una de nuestras líneas gruesas se encuentra en situarnos frente a los procesos de acercamiento o distanciamiento de «lo existente» y ese «núcleo duro».

Otras prioridades tienen que ver con la manera en que incorporamos el internacionalismo — con énfasis en América Latina y el Caribe y otros pueblos del denominado Tercer mundo — , una proyección anticapitalista, antimperialista y la importancia que atribuimos al terreno de «la memoria cultural».

Regresando al inicio de la intervención, estas cuatro líneas no se desarrollan en la pureza: aparecen marcadas por sus relaciones, interdependencias e incidencias mutuas. Es por ello que en muchos de los problemas planteados y propuestas realizadas en La Tizza se verifica una madeja de tensiones entre poder y proyecto, entre los correlatos de «lo nacional» y «lo internacional» y con respecto a la permanencia histórica o, mejor, recurrencia, de esos problemas.

Tercero, tras conversar un poco sobre las bases que dan una cualidad militante al proyecto, me gustaría hablar de manera breve sobre los avatares de esa militancia.

Puedo afirmar, creo que sin equivocarme, que

compartimos como colectivo una concepción no excluyente en relación con los espacios de militancia. Es sólida la aspiración de deconstruir el dogma de que solo «se milita» — por la izquierda — en las organizaciones consideradas como «tradicionales». No existe contradicción con la pertenencia y militancia, también, a estructuras de base de esas organizaciones.

Quiero llamar la atención sobre el hecho de que un dogma similar se ha extendido, en apariencia con signo opuesto, y ha logrado satanizar y dejar una marca peyorativa en cualquier proceso que transpire «tradición».

Asimismo, compartimos la importancia que tiene la construcción de articulaciones. Ello, entendido como proceso, implica la necesidad de conocernos y trabajar juntos, o mejor, conocernos en ese trabajo. Resulta vital potenciar el carácter internacional de estas articulaciones, que es consustancial al proyecto primero de la Revolución cubana.

Por otra parte, vemos la materialización de ese vínculo entre enunciación y práctica de la militancia «de izquierda» en asumir la máxima de que «la felicidad está en la lucha». En ese sentido,

resulta central la comprensión de la militancia como entrega y no como «trabajo». Asumir esto último, es un paso casi irreversible hacia la burocratización y el acomodamiento. Y ello ocurre no solo en el ámbito más transparentado y criticado: las posiciones de dirección en las organizaciones políticas o el Estado; se da también — con fuerza y de manera encubierta — en aquellos escenarios que lucran con las ideas políticas desde la construcción de un discurso «crítico» u opuesto a las prácticas estatales.

Desde La Tizza celebramos nuestra no «profesionalización», esa urgencia tan cara para algunos.

También en el terreno de esos «avatares de la militancia» resulta clave el ejercicio en el reconocimiento de las diversidades. Como ejemplo, puede mencionarse la incorporación de las perspectivas de las varias generaciones políticas que coexisten en la actualidad en Cuba — al respecto llama la atención Juan Valdés Paz, en su ya referido «La evolución del poder en la Revolución cubana» — .

Con ello, resalta el lugar de los acumulados en el análisis generacional. «Tradición» y «continuidad» no expresan necesariamente, en rigor, «el avance irreversible de la historia» o «el camino luminoso a la victoria»; hay tradiciones y continuidades que son retrancas a la profundización de la Revolución cubana. Hay generaciones que, por razones diversas, cargan a las nuevas con decepciones, derrotas, desánimos… y con eso cargamos también. Todo no es tan sencillo como «nosotros y el tiempo», hay en nosotros un acumulado que dialoga con ese tiempo nuestro.

Por eso me alegra que en estos talleres se incorpore, desde sus primeras ediciones, la responsabilidad de asumir esa diversidad que existe en la concepción de «las juventudes», con todo lo que implica el plural.

Termino con una perspectiva que considero esencial para un proyecto militante: la importancia del programa.

Contar con uno no está reñido con la flexibilidad ante los cambios del escenario y los análisis del contexto. Al mismo tiempo ayuda, en la actualidad, a desviarse lo menos posible de «sus líneas gruesas». Y regreso a esas escaramuzas, a esos gestos y acciones de quienes sin programa necesitan de nosotros para amplificarse:

Pasó una piedra que lanzó una honda;

pasó una flecha que aguzó un violento.

La piedra de la honda fue a la onda,

y la flecha del odio fuese al viento.

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Revista digital y plataforma de pensamiento para debatir el proyecto de la Revolución Cubana, su relación con prácticas políticas de hoy, sus futuros necesarios