SAF: más que un problema de cuchillo y tenedor.

La Tizza
La Tizza Cuba
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20 min readFeb 1, 2021

Por Ernesto Teuma Taureaux*

Foto: Fernando Bianchi

Circula un texto, con el fondo negro lleno de corazones a juego. Dice:

Los almuerzos de los ancian@s que almorzaban en los comedores SAF pasaron de 2 pesos a 26. No tienen Facebook. Exige por ellos.

Se hace viral y aparece en estados de Whatsapp, como intertexto en conversaciones presenciales y digitales; en grupos, en canales, como referencia implícita, como meme; se comparte, se convierte en el nuevo tema candente. Releva a la nueva tarifa de la electricidad y al helado Coppelia. Se vuelve la ocasión para rasgar vestiduras contra el Ordenamiento, contra el Estado y etcétera. Una ola virtual de reacciones de indignación, unilateral, unánime, compacta.

¿Qué estás pensando, Voluntario? Notificaciones, Mensajes, Estados, Fotos de gatos, un meme

Crea una conversación pública… decide no poner foto/video, no etiquetar personas, no declarar sentimiento/actividad.

El voluntario publica un post en un grupo de Facebook. Es 8 de enero y son las 6:57 ¿de mañana saliendo al trabajo? ¿Llegando en la tarde a cocinar?¿En alguna cola?

El voluntario dice:

Resulta que ahora todo el mundo está indignado por los nuevos precios de los SAF. ¿Pero cuántos de esos indignados fueron voluntarios durante la pandemia para apoyar el funcionamiento de esos mismos SAF y ayudar a los ancianos? ¿Cuántos de los indignados han salido de sus teléfonos y han ido hasta el SAF más cercano para preocuparse por cómo funciona y los problemas que tiene? Muchos quieren hablar en nombre de los ancianos. ¿Pero cuántos le han tocado la puerta a un asistenciado y se ha ocupado de alguna de sus preocupaciones? En fin, la ipoglisemya. (sic)

Estallan las reacciones: primero likes, luego me encanta, luego me divierte, luego me enoja y un solitario me importa. Proliferan los comentarios: gente que se guinda como raíces, discusiones que se enredan. A favor. En contra. Más de lo último: «¿Hay que mostrar credenciales para indignarse ante lo mal hecho?» «Ya no saben qué hacer para justificar lo injustificable. Ya caen en lo ridículo» «Lo que hizo el gobierno fue un paquetazo» «¿Tú podrías decirme qué ayuda le ha dado este gobierno al pueblo que no sea incertidumbre con los precios y manipulación mentirosa en el NTV?» [Omito los insultos, por supuesto]

Recuerdo la manera en la que llegué a la publicación en primer lugar. El voluntario me pasa el link y me dice «prepárate para el odio».

En el último comentario, hasta donde reviso, otra comentarista lo fustiga, esta vez porque piensa que él dice que no existen voluntarios, y fustiga otra vez el chiste del final que lee como una falta de ortografía. El Voluntario solo responde con un sticker: un ser imaginario y colorido se agacha y se tapa la cara con un cartucho: en el cartucho está pintada una cara triste e incomprendida.

«Realmente no tenía expectativas de nada, solo pensaba en la necesidad de que se apoyara la tarea y lo hice»— me escribe Claudia por Telegram. Nadie la convocó cuando, en abril, ante el avance de la COVID-19 en el país, decidió convertirse en voluntaria junto a su novio y apoyar a los centros del Sistema de Atención a la Familia (SAF). Los que, como Claudia, se auto-convocaron desde las procedencias más dispares, se unieron a los estudiantes y trabajadores que la FEU y la UJC habían llamado para el apoyo a la población vulnerable y sus necesidades. El punto de encuentro era su labor y servicio como voluntarios.

«Quería ayudar y ser útil en un momento de mucha incertidumbre» –me escribe otro voluntario.

Empieza la historia. Los voluntarios comienzan su trabajo. Se relacionan con un grupo numeroso de personas vulnerables: mayores de 65 años, que podían padecer enfermedades como diabetes, hipertensión, cáncer, insuficiencia renal, personas con afectaciones físicas o mentales; la mayoría solos o con familiares que no se encargaban de ellos. Los voluntarios interactúan. Conocen sus modos de vida, su día a día, sus trabajos, sus arrugas. Se llevan una idea de cómo se les atiende directamente desde las instituciones del Estado.

Y claro que esas instituciones existen. Observan desde dentro la estructura institucional diseñada para la atención a este grupo: el Ministerio del Trabajo y Seguridad Social, personificado en los trabajadores sociales que atienden a este sector de la población, en coordinación con los Consultorios de la Familia y los Policlínicos, subordinados al MINSAP, y los SAF o comedores, subordinados a los gobiernos municipales y al MINCIN.

Al chocar con los servicios que brindaban los SAF llegan a la conclusión que el problema era mucho mayor y estaba relacionado con todo el sistema de atención a las personas vulnerables.

La conclusión es simple:

El resultado del trabajo de todas estas instituciones, desde el punto de vista de los voluntarios, resultaba ineficiente.

Y no eran dos o tres pequeños problemas, fáciles de resolver, peccata minuta.

Era ineficiente, es insuficiente, por muchas cosas: no existen servicios de mensajería previstos para personas en situación de inmovilidad o con dificultades de movilidad en zonas donde deben caminar hasta un kilómetro para poder tener acceso a transporte público, para entonces ir en busca de productos del agro, alimentos, ¡hasta a sus consultas médicas!

Descubrieron que solo en algunas tiendas se tiene previsto dar un trato diferenciado a las personas vulnerables y está organizada su forma de comprar, como en algunas tiendas de Playa en las que está organizado por día y establecimiento. Pero no en todas las tiendas sucede. Supieron de localidades donde no existen puntos de ventas de alimentos cercanos, ni accesibles para este grupo de personas; de los medicamentos para enfermedades crónicas, normados por tarjetón, que se acaban porque no hay conocimiento ni control, por parte de los farmacéuticos, sobre lo que necesita cada uno de los ancianos que compran en su farmacia.

Recorrieron localidades donde las instalaciones con las que se cuenta para la atención integral a personas vulnerables no son suficientes para la gran población de adultos mayores que existe y que alivian a los cuidadores. En el edificio de una de las voluntarias existen 8 núcleos familiares y en 7 existen personas mayores, y, de esos, en 4 la persona cuidadora es además trabajadora. Ella misma conoce de varios edificios en esa situación.

¿Y quién podía atender a esos ancianos? ¿Los trabajadores sociales? En ocasiones «casos sociales» ellos mismos, sin herramientas para buscarle solución a los problemas que tienen que atender, con muchos problemas sin resolver, con un preparación insuficiente, enfrentados a trámites burocráticos y mecanismos tan complicados que más que acelerar, entorpecen la ayuda oportuna.

¿Y a dónde acudir si los ancianos no tienen una vía de comunicación directa donde plantear sus necesidades, o a quién llamar en caso de emergencia?

«El PCC y el gobierno de calle 10 [Playa] sirven para irse a quejar, pero no resuelven nada, muchas veces ni responden, lo cual es una burla para quien se queja.» — les dice Bárbara, de 71 años, presidenta de su CDR.

Ella vive sola, es diabética, hipertensa y asmática. Tiene dificultad para caminar y por ello necesita de bastón.

«Los CDR no estamos solamente para vigilar a los contrarrevolucionarios — agrega — también estamos para contribuir a que estos problemas se resuelvan, lo que pasa es que todos somos viejos y consideran que nuestros planteamientos son obsoletos. Deben escucharnos. Por eso nadie quiere ser cederista. No tenemos el apoyo que siempre tuvimos.»

Y todo esto fuera de los SAF, todo este mundo de problemas antes de que algún anciano o anciana necesite, por fuerza mayor, cruzar la puerta de cualquiera de estos centros y requiera de sus servicios.

El servicio que brinda el Sistema de Atención a la Familia a través de sus locales es el de ofertar desayuno, almuerzo y comida a personas que entran en las categorías de jubiladas y pensionadas con determinados problemas sociales. El costo de las comidas para pensionados era de cincuenta centavos por almuerzo y cincuenta centavos por comida, y para los jubilados dependía del menú que se ofertara, lo usual era alrededor de un peso por cada comida. Era imposible conocer el precio del desayuno, pero por lo menos se sabía que el pan era a diez centavos.

Un SAF ideal contaría con dos cocineros, un administrador y un contador o económico. Los mensajeros se sumaron al resto de los trabajadores del establecimiento solo desde marzo cuando los SAF comenzaron a brindar el servicio de mensajería para distribuir los alimentos a las viviendas.

El servicio de mensajería tenía una rutina fija;

primero, recoger los pozuelos de los beneficiados;

segundo, servir en estos pozuelos el almuerzo, la comida y el pan del desayuno ofrecido por el SAF;

y tercero llevarle los pozuelos llenos hasta la casa.

En el SAF «Los Ángeles», del municipio Playa, por ejemplo, cerca de la mitad de los beneficiados tenían dos juegos de pozuelos. Cuando se les dejaban las comidas en el día, daban el otro juego de pozuelos para el día siguiente. Así el mensajero no tenía que ir en la mañana a buscarlos.

En líneas generales así debía funcionar la maquinaria: día a día, ir y virar, pozuelos van llenos de comida y regresan vacíos.

El trabajo de los voluntarios, en principio, consistía en apoyar el servicio de mensajería asumiendo casos de los mensajeros de los SAF. Pronto empezaron a hacerse evidentes otros problemas.

El servicio que los SAF brindan a las personas vulnerables dejaba mucho que desear y provocaba insatisfacciones y afectaciones graves a las personas registradas, por lo general casos sociales delicados. Los voluntarios observaban todo, lo escuchaban todo, mientras hacían su trabajo en el interior de estos centros. Registraban la actuación de las estructuras superiores, el estado de los SAF, las quejas de los beneficiados. El tema de la comida siempre salía.

¿La comida? Mal elaborada, porque no había aceite, o no había sal, o condimentos o ninguno de los anteriores ni para el arroz y las guarniciones, ni para el potaje, lleno de granos duros. ¿La comida? Con porciones pequeñas de plato fuerte, raciones cortas; y, si era pollo, más hueso que pollo, si era puerco, más pellejo que carne, y solo si había plato fuerte. En uno de los establecimientos pocas veces se ofertaba. Muy pocos cogían el desayuno, algunos por falta de información, otros porque no alcanzaba el pan.

¿Esa comida? Servida con maltrato a veces, o cobrada más caro, que no llegaba en ocasiones a los beneficiados usuales, o que no lo hacía en la cantidad que se requería, o se entregaba tarde, muy tarde, entre las 2 y las 5 pm y algunos ancianos y ancianas debían acercarse, a veces varios kilómetros, para buscarlas. Comidas que a veces, entre la solicitud del servicio y la primera entrega, demoraban un mes. Comidas que llegaban echadas a perder. Comidas que hacían que beneficiados en condiciones complicadas de vida quisieran dejar el servicio, buscando otros SAF en mejores condiciones, sin resultados satisfactorios.

¿Y la comida? Vendida una parte de manera ilegal a personas no registradas en el servicio.

Alicia, una anciana de Palatino, pidió que ya no le llevaran más la comida procedente del SAF. Las voluntarias, preocupadas por el caso, le preguntaron por qué ya no quería el servicio. Su respuesta fue: «Está muy mala, vieja».

Frente a la perplejidad de los voluntarios ante este rosario de quejas, la sensibilidad embotada y la falta de compromiso de muchos de los que trabajan en el SAF y de algunos trabajadores sociales, a los que varias veces escuchaban hablar con desprecio sobre los beneficiados. Claro, la otra cara de su apatía estaba en su falta de motivación y sus bajos salarios, en la falta de días de descanso pues debían trabajar de lunes a lunes. Solo rotaban los cocineros, que a veces aparecían tarde, o estaban ausentes y otros trabajadores debían asumir.

Los trabajadores de los SAF con los que compartieron nunca recibieron ninguna estimulación, ni jaba, ni apoyo, ni reconocimiento, como se hizo con otras entidades que han trabajado en tareas sensibles del enfrentamiento a la COVID.

No sorprende que la ocupación de las plazas fuera inestable; como tampoco sorprende que en un SAF la administradora tuviera que ocupar varios cargos simultáneos, incluyendo el de cocinera. No sorprenden tampoco los locales sucios, la mala higiene, la iluminación pobre, las cucarachas.

«Los trabajadores del SAF que conocí eran personas humildes, atravesadas por las muchas contradicciones del pueblo cubano –me cuenta Leo, uno de los voluntarios del Cerro — trabajan por un sueldo bajo y manipulan recursos muy sensibles como son los alimentos que elaboran. Si eso se enlaza con una débil organización interna, un pobre control por parte de las estructuras superiores y una ausencia total de otro control externo, popular, es inevitable que caigan en actos de corrupción, desvíos de recursos y mala calidad del servicio».

Esos trabajadores no tenían ollas de presión o las tenían rotas en casi todos los establecimientos que los voluntarios asistían. Incluso con suficientes ollas, en ninguno había suficientes hornillas para cocinar una mayor variedad de alimentos en un tiempo razonable. Y si pudieran, el SAF tampoco contaba con pozuelos adecuados para garantizar una alimentación inocua a aquellos que, precarios, solo tenían pozuelos rotos o sin tapa, ni contaba con un suministro suficiente de detergente que permitiera un fregado correcto de los utensilios de cocina y de los propios pozuelos, algunos de ellos donados por los voluntarios. Pozuelos que carecían a su vez de bolsas limpias para trasladarlos y las que existían se reutilizaban hasta el límite de su suciedad, mal olor e integridad física.

De tener las bolsas, carecían de medios de transporte propios para distribuir los alimentos a varios beneficiarios o a las viviendas más lejanas. Todo se tenía que distribuir en varios viajes, a pie. En un SAF un mensajero usaba su propio triciclo, lo que provocaba una interesante paradoja: no se le asignaba a ese SAF un triciclo porque ya existía uno, pero nunca se ayudaba con las piezas o la reparación, las que corrían por cuenta del mensajero.

La desidia engordaba los problemas. Las maneras de trabajar añadían sus propias fricciones. Sin un registro central de casos, que no se encontraba en regla en ninguno de los establecimientos investigados: ¿cómo manejar la información de los beneficiados? Direcciones que faltan, casos que se pierden, descontrol. No hay manera exacta de saber cuántos casos se deben atender en el día. Casos nuevos que se aceptan sin que exista capacidad real de respuesta. Y esto a pesar de un engorroso proceso para empezar a recibir el servicio, asignado centralmente desde el municipio. Y cada vez hay más ancianos.

Se extendía mucho el tiempo desde que una persona solicitaba el servicio hasta que era incluido. Cuando la solicitud al fin era aceptada la primera entrega podía demorar varios días. En el consejo Palatino, una de las voluntarias estuvo dándole comida de su casa a varios ancianos en condiciones de vida muy complicadas hasta que los pudo ingresar en el servicio.

La ausencia de información complica la mensajería. Las zonas de distribución se superponen y varios SAF atienden las mismas cuadras. Una de las administraciones confiesa que la culpa es del municipio, que asigna los casos sin tener en cuenta la distribución territorial de los SAF. Otra parte de la culpa recae sobre los trabajadores sociales y su labor de identificación: por un lado, destinan mensajeros a beneficiados con familia que podría recoger los alimentos, y, con ello, sobrecargan los envíos; por otro, se dejan de identificar casos extremos, de movilidad limitada o de discapacidad.

A menudo los voluntarios escuchaban de casos que permanecían desatendidos. Podían desaparecer, de repente, 14 abuelos de la lista y quedarse varios días sin comida, sin almuerzo. De cuando en cuando se encontraban en los listados nombres de ancianos y ancianas fallecidos.

Y faltan, por supuesto, las complicaciones contables. Los cobros se recogen sin saber al final del día cuántos se atendieron y a quién se atendió. A los jubilados, lo usual era cobrar por almuerzo y comida alrededor de dos pesos, pero en la medida que disminuían los productos entregados, en vez de abaratarse la oferta, se les cobraba lo mismo. El precio debía ser siempre adivinado: no se mantenía actualizado el menú con los precios de los alimentos en la tablilla. Sólo alguna visita hacía aparecer, en la tablilla, los precios.

Era demasiado.

Los voluntarios intentaron resolver por varias vías estos problemas. Hablaban con los administradores de los establecimientos. Casi todos alegaban que estaba fuera de su alcance resolver los problemas, que «arriba» conocían las dificultades y que no les brindaban solución. Algunos optaron por las quejas formales a los representantes del Gobierno y el Partido que visitaban los establecimientos, y trataron también por los canales que la UJC y la FEU tenían con los gobiernos.

Algunos voluntarios del Cerro llevaron sus quejas hasta la Dirección Municipal de Gastronomía: se les respondió que no conocían de todos esos problemas que les mencionaban del SAF, que esas quejas nunca llegaron a sus oídos. Sin embargo Janet, una voluntaria de Playa, nunca pudo tener intercambios con ningún directivo.

«No se veían muchos cuadros del nivel superior de las organizaciones metidos para resolver todos los problemas, –relata– alguna que otra visita iba y no pasaba nada».

El saldo final: ninguna mejoría significativa. O por lo menos ninguna que durara mucho.

«Las gestiones a nivel municipal tuvieron un impacto positivo por no más de dos semanas. Esto nos demostró que sí se podían mejorar las cosas a voluntad –me dice Claudia, del Cerro –pero a su vez que había que ser constantes en las denuncias y los reclamos. Los cuadros siempre [quedaban] muy sorprendidos de las cosas que les decíamos pasaban en los SAF y diciendo que se hacía lo que se podía, pero en cada instancia dejaban la responsabilidad de la asignación de insumos a la instancia superior.»

Todo esto antes del 1ro de enero del 2021, cuando la Tarea Ordenamiento cambió el panorama al iniciar una transformación económica a gran escala. La Resolución 142 de 2020, publicada el 10 de diciembre para normar los SAF, regulaba en sus artículos 10 y 11 que:

1. Los precios de los platos ofertados a los censados se forman sin subsidios, cubren el costo de la materia prima, los gastos directos y otros gastos asociados a la fuerza de trabajo directa y una tasa mínima de utilidad.

2. Los precios como promedio no exceden de trece (13.00) pesos cubanos (CUP) por ingesta diaria, sin incluir el desayuno, equivalente a cuatrocientos tres (403.00) CUP mensuales. Artículo 11.1. Los menús se elaboran a partir del balance de aseguramientos y se pueden diversificar cumpliendo los requerimientos nutricionales sin exceder el cobro mensual de cuatrocientos tres (403.00) pesos cubanos (CUP) por una ingesta diaria en un mes de treinta y un (31) días.

A pesar de la resolución hubo casos extremos. Marino Murillo aclaraba en televisión que nada justificaba las comidas cobradas a 30 pesos si se realizaban con inventarios existentes y precios anteriores. Los casos menos extremos eran más frecuentes, sin embargo, con almuerzos que se cobraban a más de 13 y hasta a 18.

La subida de precios no estuvo acompañada de un salto en la cantidad o en la calidad de la comida, o una mejora en la mensajería. Era la misma, más cara. Varios ancianos abandonaron el servicio. Tenían que pedir que se la dejaran de traer o no llegarían a fin de mes. Otros se mantuvieron porque no tenían opción: tendrían que enfrentarse a colas diarias, exponerse al riesgo y a horas largas de pie que les eran insostenibles. Pero el balance con el resto de sus gastos, se hacía complejo.

Cubadebate, en conversación con Beatriz Vázquez, administradora del SAF «H. Upmann», reveló algunas cifras: de 112 censados, 100 solían venir a comer antes del ordenamiento, ahora solo se llegan 50 o 60 de ellos. «Algunos aducen que han dejado de venir mayormente por el problema del precio, y un poco también por la calidad, algo que estamos manejando», comentó la administradora, que dobla como cocinera.

Los voluntarios de ese mismo SAF se enteraban que Jorge se la come porque no tiene más opción, pero que se la traen igual o peor que antes; que Aleida se quitó por los precios y que era de todas formas muy poca; que para Isabel la cantidad es suficiente, pero la calidad es pésima; que a Olga un mensajero quiso cobrarle 20 pesos.

En el SAF Santa Teresa, de Plaza de la Revolución, los problemas son los mismos. Gladys y su marido se «quitaron» cuando subieron los precios y también porque ella tenía que salir a turnos médicos y no había quien le recogiera la comida. Ella se quejaba de la calidad, de tener que mejorar la comida para hacerla aceptable. Norca decidió no seguir en el SAF: no pagaría diez pesos por esa comida.

Todos esperan, después de la Mesa Redonda, a ver si mejora la situación. «Por ahora todo sigue igual» — les dice la propia administradora a los voluntarios, aunque tiene esperanza de que los suministros abunden más cuando se ordenen los precios.

¿Qué hacer? ¿Sentarse de brazos cruzados? ¿Esperar? La historia real precede la subida de los precios, el interés por los SAF y las vestiduras rasgadas en redes sociales.

El problema, y su solución son más serios y difíciles que un post viral, o veinte; que criticar al Gobierno, al Estado, al Partido en las redes. El análisis tiene que ser integral, concreto, atento a los detalles, recursos y a la realidad de una pandemia. El problema es urgente y requiere de una solución creativa. ¿En qué piensan 36 voluntarios y voluntarias que durante meses trabajaron en los SAF?

Los voluntarios, a quienes no les sirve la queja intuitiva desde el ciberespacio, pues han dedicado tiempo y esfuerzo a diagnosticar el problema y han apelado a los canales e instancias existentes sin hallar respuestas satisfactorias; no se dan por vencidos, por el contrario, se aventuran a elaborar propuestas, líneas de trabajo.

«El problema creo que es parte de lo que sucede con todo lo que es Gastronomía en La Habana, su sistema y forma de trabajo, la ejecución de sus procesos administrativos, la calidad de los servicios» — opina Janet– «Hay que repensar todo lo que es Gastronomía y ahí cae el paquete de los SAF: desde el punto de vista del gobierno se debe trabajar con los cuadros del gobierno y el partido para que le presten mayor atención a eso; desde el punto de vista del pueblo, necesitamos mecanismos y estructuras para ejercer un real poder popular e influir y controlar los servicios que brindan estos establecimientos.»

Si la meta es asegurar la atención integral de las personas vulnerables ¿quién velaría mejor por esta calidad, que los propios beneficiarios del servicio, los voluntarios que interactúan con ellos, los delegados y núcleos zonales del PCC en cada comunidad?

Pasar de la gestión estatal a la cogestión y coadministración de los SAF a través de la organización de todos los implicados es clave.

Será necesario crear las herramientas para que los beneficiarios del SAF y las personas mayores puedan evaluar los servicios que reciben; crear mecanismos de comunicación directa con los gobiernos y decisores; crear formas nuevas de actualizar los listados de personas en condiciones de vulnerabilidad, basados en un real levantamiento desde las comunidades.

«Un mayor control popular» — me explica Leo — «que puede partir de los CDR, de la estructura del Poder Popular, la FMC, el Partido con sus núcleos de jubilados, sobre todo, los servicios que se brindan a las personas vulnerables. Esto desencadenaría una forma de hacer con potencial para extenderse a toda la sociedad».

Leo propone ampliar la visión sobre la asistencia social, extenderla: «cambiar la concepción de un «comedor social», pobre, limitado en recursos, solo para los asistenciados; hacia un restaurante popular económicamente más productivo, que garantice la alimentación de las personas vulnerables, pero que brinde un servicio al pueblo trabajador para que todos tengamos un lugar barato y de calidad donde comer y liberarnos un poco de la esclavitud de la cocina.» Pequeños grandes cambios.

Pero los SAF son parte de un problema más general, los ancianos no solo necesitan comer. Y en cada territorio sus necesidades son diferentes y requerirán acciones diferentes a corto, mediano y largo plazo. Un estudio de las necesidades del territorio y de sus características demográficas, ahora que se trazarán políticas de desarrollo municipal, debe indicar si son necesarias instalaciones para prestar servicios sociales a las personas vulnerables que sirvan como puntos de venta de alimentos, farmacias, SAF, transporte, tiendas; o locales habilitados como hogares de ancianos, que presten servicios sobre todo de día, con horarios ajustados a las necesidades de los cuidadores/trabajadores. Quizás no haga falta construir nuevas instalaciones, algunos de los inmuebles estatales que hoy se entregan como vivienda a personas particulares podrían servir a ese propósito.

Un cambio de gran impacto sería la creación de más plazas de mensajeros para los SAF, y extender su misión a la distribución de medicamentos, compra de alimentos y otros. Urge invertir en el mejoramiento material de los SAF, fundamentalmente los más críticos y mejorar la gestión de las instituciones de Gastronomía de manera general, y especialmente de los SAF.

Se trata sobre todo de devolver a la gente el poder y el protagonismo sobre la decisión y el control efectivos que puedan ejercer. Acaso hará falta también movilizar en torno al trabajo social de base a partir de las mejores experiencias y saberes y dotar a las personas de instrumentos normativos y metodológicos que ayuden a comprender la naturaleza y propósitos del sistema de trabajo del Consejo Popular. Más ambicioso sería crear conexiones de trabajo entre los consejos populares y/o los gobiernos municipales con proyectos comunitarios cuyo objeto social se relacione con el trabajo con personas vulnerables, y que puedan ayudar a estas personas en diferentes ámbitos.

Y estas iniciativas no deben quedarse en el ámbito de lo estatal y pueden transitar a lo público, incorporando a diversos actores desde asociaciones fraternales, delegados, presidente del consejo popular, médicos de la familia, hasta vecinos, cederistas, militantes, líderes informales y otros colectivos organizados. ¿Cuántas energías latentes en cada comunidad, necesidades por descubrir y alternativas que inventar?¿Cuántas combinaciones serán posibles ante tanta diversidad? ¿Cuánto de esto a incorporar en la Ley de Municipios que vendrá?

Hay mucho que aprender y sistematizar de lo que los voluntarios han logrado: su uso creativo de las redes sociales para la coordinación y comunicación, que ha resultado útil para avisar el día que entran medicamentos, coordinar días de entrega de alimentos y otras. La propia organización de los voluntarios en cada municipio puede ser la semilla de algo mayor, si se les da la oportunidad de organizarse y soñar, de hablar y ser escuchados.

Resulta curioso y triste que no se tenga noticia de ningún encuentro entre los gobiernos municipales y los voluntarios, cuando el Presidente de la República ya ha tenido encuentros con ellos en las universidades. No se debe perder la oportunidad de aprovechar esos vínculos de la FEU y UJC de las Universidades con los municipios para consolidar sus relaciones de trabajo.

Ante los problemas nuevos, nuevas formas de hacer. Frente a la corrupción, burocracia y precios abusivos: la organización popular.

«La Revolución misma fue posible por la organización popular — medita Luis, grave — con las décadas todo ha ido dependiendo más de que el Estado ponga a un conjunto de personas, con salarios y una estructura de mando, a atender una determinada necesidad. Y esto debe seguir sucediendo, pero una parte de nuestros problemas no pueden esperar a que esos recursos lleguen, y a que esas estructuras se creen. Existen esferas de la sociedad que son propicias para el trabajo voluntario organizado, y esto redundaría no solo en la solución de algunos males que nos aquejan, sino también en la formación del pueblo como sujeto transformador.»

La creatividad se ha desatado en estos inquietos voluntarios y voluntarias. Quieren concretar el control y poder popular para hacer algo mejor, diferente. Al final Luis dice con una sonrisa: «El socialismo en el que creo tiene que ser el reino de la solidaridad.»

Vuelvo los ojos al post del Voluntario. Ahogado entre el ruido, encuentro palabras que suenan distinto:

«La protección de los ancianos es un problema real, una necesidad urgente para velar y mejorar. Habrá quien decida ser voluntario y conocer de cerca, otros hacer periodismo y la mayoría postear en las redes.

Es derecho de cada quien trabajar o hacer catarsis donde quieran y como quieran. Igual es mi derecho admirar más al voluntario que al comentarista de Facebook.»

Y hoy, cuando la corriente de opinión ya giró a otro tema y lugar, cuando los que ayer posteaban sobre el precio del almuerzo andan en otro post, otro comment, en otro meme, los voluntarios regresaron a los SAF. Y siguen ahí, por todos, por lo mejor de nosotros.

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*Este artículo es una adaptación de un informe compilado por 36 voluntarios que desde marzo laboran en el H. Uppman (Cerro), SAF del Consejo Palatino (Cerro), SAF de la Esquina de Tejas (Cerro), SAF Los Ángeles (Playa), Pío Pío (Playa), SAF Santa Teresa (Plaza de la Revolución), y los Consejos Populares Miramar (Playa), Palatino (Cerro), Atares (Cerro) y el Latino (Cerro). La adaptación implicó solo retoques menores al texto original, así como la inclusión de información adicional.

Publicado originalmente en Bufa subversiva

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