Sobre la Revolución

Por Luis Emilio Aybar Toledo

La Tizza
La Tizza Cuba
20 min readApr 9, 2024

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Foto: Pedro Pablo Chaviano / Cubadebate

La versión original de este trabajo fue publicada en inglés con el título «On the Revolution» por la revista marxista estadounidense Science & Society (S & S) en su más reciente número, dedicado al 65 aniversario de la Revolución cubana.

El que, al largo de su sombra,

quiera cortar la medida

de cada revolución.

Y ya se dijo que es más grande

que el más grande de nosotros.

Ya se dijo que se hace

para otros.

Silvio Rodríguez (Nunca he creído que alguien me odia, 1972)

El término revolución tenía una fuerte presencia en el lenguaje y la subjetividad de importantes sectores de la sociedad cubana desde mucho antes de 1959 y, en consecuencia, constituyó un concepto integrador de las fuerzas que protagonizaron el triunfo del 1ro. de enero (Martínez Heredia, 2009). Sus contenidos fueron reproducidos y ampliados con el proceso de transformaciones estructurales de la sociedad, de la mano de una nueva configuración del poder en Cuba.

Desde los primeros años, la Revolución fue dotada de una ideología y una dirección definidos: el socialismo y el comunismo. La densidad y la polisemia del término se incrementaron extraordinariamente y con un carácter, pudiéramos decir, fundacional. A través del análisis del discurso de Fidel y del Che[1] hemos identificado sus múltiples significados.

Revolución es: 1) un proceso de cambios, 2) un conjunto de valores universales, 3) un proyecto de sociedad, 4) una fuerza popular organizada, 5) un líder, 6) una vanguardia política, 7) un gobierno, 8) un estado de cosas.[2] Su fuerza como término proviene del solapamiento y unificación de todas esas dimensiones.

El uso de la mayúscula remite a esta formación discursiva,[3] por diferenciación del uso de la minúscula, que remite al significado originario — aunque la coincidencia morfológica es favorable para el efecto global—. La polisemia del concepto «Revolución» favorece la legitimidad del estado de cosas y del régimen de poder — líder, vanguardia, gobierno, fuerza social—, al asociarlos con elementos de orientación positiva — cambio, valores, proyecto, pueblo—. De esta manera, el ejercicio del poder estatal queda impregnado de un sentido patriótico, de justicia social y bien común, que predispone al sujeto a actuar y asumir los fines planteados, fines que son planteados siempre a nombre de la Revolución. Revolución vendría siendo el Sujeto, el Centro absoluto desde donde se solicita al conjunto de los individuos como sujetos (Althousser, 2008). No es casual que, según un estudio,[4] las dos palabras más repetidas por Fidel a lo largo de la historia sean Revolución y Pueblo.

Se trata de una forma de interpelación poderosa, no solo porque asegura la adhesión política mediante valores universales, o porque está cargada de futuro, sino también porque orienta a los individuos hacia una comunidad que los trasciende. Revolución es el concepto que intermedia la identificación de los sujetos con los destinos de todo el pueblo.

El uso del concepto «Revolución» en Cuba ha sido clave en los procesos de movilización, legitimación, cohesión y control social. Para jugar ese papel, sus distintas dimensiones han debido relacionarse de una determinada manera, es decir que, en este caso, «el orden de los factores sí altera el producto». El tejido revolucionario, el liderazgo y el sistema de gobierno son la Revolución en la medida en que encarnan y concretan esos valores universales y ese proyecto de sociedad, y en la medida en que ello se verifica en el estado de cosas y en la dirección de los cambios. Una ecuación diferente no produciría el mismo resultado.

En los primeros años, la praxis generaba fuertes identidades entre todos estos elementos. La poderosa demarcación de la que es expresiva la palabra «contrarrevolución», tiene aquí su fuente. Estos referentes conservan un potencial movilizador, legitimador, unificador y regulador del comportamiento en nuestra sociedad, aunque ese potencial se ha extinguido o debilitado en una franja significativa del pueblo.

Es importante preguntarse por qué lo uno — la vigencia— y por qué lo otro — el debilitamiento, la pérdida—. La vigencia obedece a la sobrevivencia de una praxis revolucionaria en Cuba ­ — sobre esto profundizaremos más adelante—. El debilitamiento ha sido alimentado por un largo proceso de disociación y desbalance de los factores de la Revolución. Su análisis debe abordar los corrimientos del discurso, pero también la inserción de este último en el conjunto de la práctica social. A lo largo del texto, hablaremos del Estado, la fuerza popular, el proyecto social, el estado de cosas, etc., de las relaciones entre ellos y del impacto de su devenir en el significado de la Revolución. Será necesario, por tanto, usar el término Revolución para referirnos a los objetos a los que remite y también para referirnos a una peculiar formación discursiva y sus condiciones de posibilidad.

Solo falta decir que, desde este segundo significado,

la Revolución es una función de la hegemonía del poder establecido en Cuba y, por tanto, una función de la hegemonía de las ideas socialistas, de ahí la importancia de su abordaje para la militancia comunista.

Crisis

Hablábamos de los distintos significados de la palabra Revolución. En su devenir, quizás el más importante de todos ha sido el que identifica a la Revolución con el Estado. Desde los años sesenta el Estado cubano se ha caracterizado por una alta centralización y una fuerte integración de la sociedad política con la sociedad civil (Valdés Paz, 2009). Debido a esta peculiar configuración, el Estado en Cuba incluye a las organizaciones políticas y de masas[5] y a los líderes del proceso revolucionario.[6] Esto es así si lo consideramos en sentido estrecho, como aparato institucional, y también si lo abordamos en sentido de amplio, en tanto sistema de hegemonía. Es ese conjunto de instancias políticas — que en la conciencia social se ubican por fuera y por encima de los sujetos— el que ha concentrado el significado de la Revolución. La fuerte identidad de la Revolución con el Estado se debe a la manera en que este ha encarnado al resto de los factores, y también obedece a un condicionamiento de toda revolución social: la necesidad de reproducir y legitimar el poder alcanzado.

La identidad Estado-Revolución puede rastrearse con facilidad en el terreno histórico-concreto. A lo largo de estas seis décadas, ha existido siempre una tendencia marcada a interpretar toda oposición o cuestionamiento a dirigentes, políticas estatales y realidades sociales como un acto contrarrevolucionario, con consecuencias administrativas, morales o penales para sus protagonistas. Esto se ha manifestado así en los distintos niveles territoriales del Estado y en todos los sectores. Se trata de un rasgo institucionalizado de la práctica política cubana.[7] Ha permitido neutralizar agendas reaccionarias, pero ha afectado la capacidad para negociar y ajustar desde abajo las prácticas institucionales en función del proyecto revolucionario.

Estamos aquí frente a una gestión mecánica — y no dinámica— de la identidad históricamente originada entre Revolución y Estado, entre Revolución y liderazgo.

Lo «revolucionario» queda reducido a una actitud frente al poder, perdiendo su sentido más amplio, el de una actitud ante la realidad, que remite a un proyecto social. El discurso laudatorio también ha empobrecido el significado de la Revolución, al entronizar un enfoque simplista de sus realizaciones, en el que todos los méritos se adjudican a los líderes y al Estado — en tanto aparato—.

El vaciamiento del significado de la Revolución, es decir, la referencia desproporcionada a su identidad con el Estado — anclada en una determinada praxis— por sobre su identidad con la fuerza popular o el proyecto de sociedad, tiene varias consecuencias. En primer lugar, se debilita la condición del pueblo como sujeto de la Revolución. El tejido social queda a la espera de orientaciones y beneficios, y comienza a entender la Revolución como algo exterior a sí mismo. Se pierde iniciativa y, por tanto, capacidad de movilización. La unidad se reduce a unidad en torno al Estado.

Por otro lado, el sobredimensionamiento de la lealtad política socava la ideología en tanto filosofía de vida. Se suele abandonar el sistema de creencias propio de la Revolución por experiencias negativas vinculadas con malas prácticas institucionales. Si en la conciencia la Revolución es solo el Estado, ¿qué otra bandera levantar luego de la decepción? La contrarrevolución se ha percatado de esto y absorbe cuanto ayude a deslegitimar la institucionalidad vigente, aunque refleje, incluso, una concepción de izquierda. Para derribar las barreras culturales a su proyecto capitalista no siempre necesitan cuestionar los principios socialistas; muchas veces les basta con atacar al Estado.

Las prácticas que han provocado la identificación mecánica con el Estado le facilitan el trabajo a la contrarrevolución, pero también contribuyen a que la Revolución se vacíe de contenidos emancipadores. En determinados circuitos sociales — relevantes desde el punto de vista de la construcción del poder— no se concibe la posibilidad de incoherencia ideológica en las directrices emanadas de la dirección estatal, dado que esta representa a la Revolución sin fisuras. Se afianza así el hábito de acatar sin reflexionar o cuestionar. Una deriva capitalista en las políticas y prácticas institucionales encuentra aquí un ambiente favorable para avanzar.

Otro debilitamiento del discurso revolucionario pudiera relacionarse con la concreción de sus promesas. ¿Qué significa hoy vivir en Revolución? El nuevo régimen aseguró a todos los cubanos sus necesidades básicas, entre ellas un empleo con remuneración digna, y casi todo se logró mediante instituciones propias, es decir, en lo que pudiéramos llamar un circuito socialista de reproducción de la vida. El pueblo mismo lo construyó, con participación, entusiasmo, pertenencia y confianza en sus fuerzas y apuestas. El ambiente ofrecía grandes posibilidades de realización personal y social, que compensaban la austeridad de la vida. La crisis de los noventa marcó un parteaguas. Desde entonces, las instancias creadas por la Revolución no tienen la capacidad de asegurar el conjunto de las necesidades básicas de los cubanos, que son ahora completadas mediante el desvío de recursos, el comercio informal, las remesas, el trabajo en el sector privado, el teletrabajo con empresas extranjeras, etc. Quienes no logran insertarse en estos circuitos viven con mucha precariedad.

Las mayorías perciben y experimentan que ese estado de cosas no se debe solo al bloqueo norteamericano y al desamparo provocado por el derrumbe del campo socialista, sino también a negligencias e insuficiencias de nuestra institucionalidad, las cuales, al perpetuarse, tienen un efecto desmoralizador. La participación y el control popular pudieran contribuir a superarlas y a mantener el espíritu en alto frente a la agresión externa, pero han sufrido procesos de desgaste, rutinización, vaciamiento y burocratización. En comparación con épocas pasadas, es posible identificar un deterioro de las capacidades de la Revolución — aquellas que dependen solo de sí— para materializar sus valores de justicia, bienestar, participación y realización espiritual.

Al discurso revolucionario le correspondía asumir las deficiencias propias e impulsar la disputa por su superación. Sin embargo, en el discurso oficial — que es el discurso revolucionario por excelencia— las insuficiencias o errores se han mantenido en bajo perfil y ha predominado el énfasis en los factores externos. Como consecuencia, se ha afianzado el sentir de la Revolución como algo lejano, como un discurso que no atraviesa la vida cotidiana de las personas.

Es claro que la dureza de la vida cotidiana y su efecto desmoralizador es uno de los objetivos de la agresión imperialista, pero estos factores internos también han contribuido a que el estado de cosas pierda su connotación positiva. Al mismo tiempo, la noción de futuro vinculada a la Revolución ha sido duramente golpeada. La crisis económica condicionó que la necesidad de sobrevivencia afectara la capacidad de insertarla en una estrategia más amplia, imbuida del horizonte socialista. Esto se combinó con la consideración de la Revolución como hecho consumado, verificable en el predominio de interpelaciones como «defender la Revolución», «preservar las conquistas». Gracias a la conducción de Fidel el país continuó avanzando en determinados sectores en pleno Período Especial[8] y la Batalla de Ideas[9] oxigenó la participación y la inclusión social. Sin embargo, quedaron fuera de la ecuación otras necesidades de transformación, precisamente aquellas que tenían que ver con la superación radical del modelo soviético y, por tanto, las que relanzarían dimensiones del proyecto socialista hasta hoy truncadas o ausentes.

La vivencia de la Revolución ha tenido mucho de pasado y presente en las últimas décadas: un pasado glorioso ya naturalizado, y un presente lleno de dificultades, sin esperanzas de mejoramiento para muchas personas. Expresiones de amplio arraigo popular, tales como «esto no hay quien lo arregle», o «aquí lo que hay que hacer es irse del país», lo reflejan con crudeza.

A partir del 6to. Congreso del Partido (2011), la formulación de los Lineamientos y el Plan Nacional de Desarrollo hasta el 2030, se gana en concreción de un proyecto de país que recupera una dimensión de futuro más sistemática y organizada. Sin embargo, su potencial para esperanzar y movilizar se ha visto reducido a la mínima expresión por los vaivenes y dilaciones de las transformaciones y el regreso cíclico de las crisis. Han pasado 15 años desde aquel histórico discurso de Raúl el 26 de julio de 2008. Esto hay que mirarlo como un lapso que se adiciona a décadas sin una adecuada sinergia entre las promesas y los hechos, con un fuerte impacto en la desconexión de los sujetos con respecto al discurso de la Revolución.

En Cuba suele decirse, al realizar alguna faena de contenido altruista, que se hace por la Revolución. Como síntesis de valores universales, la Revolución ha intermediado el sentido del bien común. Su debilitamiento también guarda relación, por tanto, con la mengua de la solidaridad y el compromiso social que se verifica en la sociedad cubana hoy.

Resistencia

Todo lo dicho — y más — no ha ocasionado, sin embargo, que la Revolución muera. Para comprender por qué, comenzaremos nuestro análisis por su identidad con el Estado y la presencia o ausencia en el Estado cubano del resto de las dimensiones.

Existen visiones que niegan toda condición revolucionaria y toda potencialidad emancipatoria al Estado cubano actual. Concentran sus argumentos en los hechos y, ciertamente, por disímiles factores, hay en los hechos «mucha tela por donde cortar». Abordan el poder establecido como un bloque monolítico, y enfatizan en aquellas prácticas, personas, estructuras y políticas que pueden servir de base a su deslegitimación. En contraste con estas visiones, intentaremos identificar aquellas dimensiones que reflejan la presencia de la Revolución en el Estado, tales como los diseños institucionales y la voluntad política expresada en decisiones y acciones concretas.

En Cuba está estipulado que los medios fundamentales de producción pertenecen al pueblo, que la tierra es de quien la trabaja, que las viviendas pertenecen a quienes puedan habitarlas, que la riqueza es creada por la clase trabajadora — y, por tanto, debe asegurar un amplio régimen de derechos—, que la salud y la educación son servicios gratuitos y que el deporte, la cultura, el conocimiento y el empleo constituyen derechos que no pueden subordinarse a la rentabilidad. Vale decir que existen personas que acumulan viviendas y tierras, otras que mercantilizan informalmente determinadas actividades de educación y salud, así como dirigentes que lucran con la propiedad social — privatizándola de facto— pero, a diferencia de una sociedad capitalista convencional, todo eso es ilegal e inconstitucional en Cuba.

Nuestro diseño impide el monopolio privado de la riqueza, el latifundio urbano y rural, la mercantilización y exclusión de los derechos fundamentales. Ha adolecido de prácticas políticas y económicas más eficaces, pero sin dudas nos pone en condiciones envidiables para superar la desigualdad y la pobreza y construir un bienestar integral. Contiene la posibilidad, incluso, de alcanzar una democracia plena, pues el pueblo alberga un derecho impensable en el sistema capitalista: la potestad para decidir sobre el uso de la riqueza social, que le pertenece. El ejercicio de este derecho ha quedado subdesarrollado, mas nótese que ello resulta aquí una deuda institucional, y en el resto del mundo un reclamo antisistema.

La dirección del país concentra un poder e influencia suficientes para intentar desmontar este diseño, pero no ha optado así. Incluso, la nueva Constitución de la República, propuesta y discutida en 2018 y aprobada en referéndum en 2019, sostiene los principales rasgos del socialismo cubano. ¿Subsiste una voluntad política para materializarlos?

Esta pregunta nos conduce al plano de la gestión. La tasa de acumulación — proporción de los ingresos destinada a ampliar la escala y las ganancias en el siguiente ciclo productivo— se ha mantenido en un entorno del 9 % al 12 % del PIB a precios corrientes,[10] baja para los estándares capitalistas. Ello no es solo expresión de insuficiencias internas, sino también del gasto social, es decir,

en plena crisis económica se ha persistido en aquello que el capital sacrifica ante al más mínimo riesgo o amenaza para su reproducción ampliada.

Muchos desequilibrios padece la economía cubana: entre la acumulación y el consumo, entre la oferta y la demanda, etc. El capitalismo tiene en el empleo una variable de ajuste fundamental para alcanzar un «nuevo equilibrio».[11] En Cuba, sin embargo, se ha mantenido la tasa de desocupación por debajo del 4 % en las dos últimas décadas (Rojas, 2019).[12] A pesar de su pobre relación con el poder adquisitivo del salario y con la productividad, el empleo ha funcionado como una variable efectiva de la política social.

En conclusión, el modelo institucional cubano y su conducción política no han sido capaces de vencer el bloqueo, pero han logrado gestionar la crisis con un sentido ético, al proveer derechos básicos que constituyen el punto de partida de las estrategias individuales y familiares de sobrevivencia.

Un matiz diferente surge con las políticas económicas implementadas durante la profundización actual de la crisis económica, ocasionada por el impacto de la pandemia y el recrudecimiento del bloqueo norteamericano. Son las mismas políticas previstas en la reforma impulsada por Raúl Castro desde hace más de una década — unificación monetaria y cambiaria, descentralización empresarial, descentralización de precios, crecimiento del sector privado, apuesta por el turismo como motor de la economía, etc.— , pero han sido sostenidas y profundizadas en plena agudización de la crisis económica, es decir, justo en el momento en que la expectativa del pueblo es recibir la máxima protección del Estado — del Estado de la Revolución—. Esas reformas implican un mayor papel del mercado en la asignación de recursos y la distribución de la riqueza. Por tanto,

el efecto ha sido recargar el impacto de la crisis sobre las clases bajas, pues quienes están en condiciones de poseer y ofertar tienen la posibilidad de ajustar los precios a su favor e impedir el impacto de la escasez y la inflación sobre su bienestar.

Esto era inevitable en condiciones de una aguda restricción de divisas en el sector estatal, en las que este se ve limitado y el mercado se impone de facto, pero la cuestión clave es que las políticas económicas, lejos de atenuar esa tendencia, la han alimentado, contribuyendo al deterioro de la imagen social de la institucionalidad vigente.

Por todos estos motivos, vivimos tiempos en que la fuerza social de la Revolución se ha estrechado, en el que se manifiesta un lento y persistente drenaje de sus filas. Sin embargo, el tejido revolucionario presenta todavía el volumen y la eficacia suficientes para sostener el sistema, aunque sea precariamente. Episodios como la pandemia o el proceso del nuevo Código de las Familias (2022) demostraron, además, que conserva una extraordinaria reserva moral, capaz de activarse si el momento lo amerita o si se le convoca adecuadamente. Las bases sociales de la Revolución son incluso capaces de posicionarse a la izquierda de la vanguardia política en determinadas circunstancias, como sucedió cuando la discusión popular del proyecto de nueva Constitución de la República, en 2018.[13] Este cuerpo social extenuado pero resiliente, cuya siembra de fe y valores fue tan profunda que ha sobrevivido a las más cotidianas traiciones, no es inmortal. Depende de una determinada praxis.

Creación

Si la Revolución ha estado ligada a la reproducción del poder establecido de una forma que ha resultado ser nociva para otros aspectos, cabe preguntarse si una posición comunista debiera plantearse su renovación como formación discursiva. La respuesta está latente en ese mismo problema:

una apuesta comunista no puede renunciar a construir poder institucional y a vincular ese poder con un movimiento social y un proyecto radical. Ahí estará, por tanto, la Revolución, para conjurar esa necesidad con una sola palabra, una palabra renacida de las entrañas de la nación. Abandonarla significaría renunciar a la mística de los universales, imprescindible en la lucha.

Incluso un sistema antipopular como el capitalismo tiene su propia mística, sus propios universales, sus propios mitos: libertad, emprendimiento, progreso… Revolución es el nuestro. Se sostiene en décadas de sueños hechos realidad y en la voluntad de no rendirse. ¿Cómo lograr que vuelva a ser un credo compartido por las mayorías? Transformando las prácticas políticas y sociales y refiriendo esas prácticas renovadas al significado profundo de la Revolución.

El discurso debe superar la identidad mecánica o monolítica entre Revolución y Estado. Deben señalarse abiertamente aquellas prácticas presentes en el Estado que niegan o contradicen los valores de la Revolución y el Socialismo, es decir, la contrarrevolución institucional.[14] Hay que llevar adelante una lucha sin tregua contra esas tendencias.

La impunidad y la impotencia son los peores síntomas que puede tener la Revolución socialista y hoy se plasman con fuerza en la conciencia popular, sin que puedan reducirse a factores externos. Cuando los problemas y los errores no se combaten — o ese combate queda invisibilizado— el discurso de la Revolución se percibe como una forma de acallar o justificar los problemas y los errores.

Combatir la contrarrevolución institucional exige protagonismo popular. Para ello es fundamental superar el alineamiento mecánico de las organizaciones de masas con el resto del aparato institucional. El poder y el control desde arriba deben complementarse con un poder y un control desde abajo, para lo cual existen mecanismos insuficientemente explotados y otros nuevos por crear. La clave es transferir poder hacia las bases, de modo que puedan defenderse de aquellos factores internos que dañan su modo de vida.[15] El pueblo no puede quedar vulnerable en momentos en que determinadas desviaciones logran eludir el control desde arriba y perpetuarse. Debe recuperarse el énfasis en el significado de la Revolución como fuerza popular organizada y apelar a ella como factor de poder. He ahí el gesto fundamental de Fidel: cuando faltaban las fuerzas para superar una determinada contradicción, desataba al sujeto de la Revolución, el cual así se creaba y re-creaba en la lucha. Sin embargo, a lo largo de las décadas se forjó una cultura política en la que se teme a la contradicción, y sin contradicción no hay poder popular.

Un avance del poder popular en Cuba transformará las relaciones de poder y establecerá una correlación de fuerzas favorable a los afectados por los problemas, los errores y las desviaciones en cada espacio social. Esto mejorará, inevitablemente, el estado de cosas, que recuperará su connotación positiva, junto con la elevación de la autoestima popular. Hoy el pueblo de Cuba necesita alcanzar nuevas victorias empuñando sus propias armas. He ahí la causa de la pérdida de efectividad del discurso revolucionario cuando se refiere al Estado, a los líderes e incluso al proyecto de sociedad y a los valores:

ha existido un insuficiente reconocimiento y transformación de los problemas propios y una insuficiente apelación y ejercicio del poder del pueblo para resolverlos.

Este desbalance, en un contexto tan agudo, vacía de sentido al resto de los enunciados y provoca rechazo. La práctica revolucionaria está llamada a abrir un fuego concentrado sobre el estado de cosas y que sea el pueblo organizado quien dispare. Vale señalar que la trasformación del estado de cosas mediante la fuerza popular constituye el factor inaugural de la Revolución cubana. Sobre este se levantó la legitimidad del nuevo Estado y la creencia en el socialismo. Es de temer que, sin ese acto primigenio de la condición revolucionaria, sin esa actitud de rebelarse contra la realidad, cualquier esfuerzo sea insuficiente para recuperar a las masas.

Por último, la Revolución debe recuperar y profundizar su perfil doctrinal. Si la Revolución está llamada a regular al Estado, el socialismo, en tanto proyecto de sociedad, está llamado a orientar al régimen de poder y al sistema de valores de la Revolución. Sin embargo, la identidad mecánica ya descrita condiciona que muchas veces se prescinda de la evaluación doctrinal de propuestas y acciones: basta con que lo indique el Estado para que sea bueno. Aun reconociendo la necesidad de coexistir con fórmulas capitalistas dentro del país, nunca se puede ausentar el debate sobre el rumbo socialista de la Revolución y su perenne contradicción con el sistema antagónico. Las desviaciones no solo niegan a la Revolución, también niegan al socialismo, porque estos conforman una identidad poderosa. No es casual que, en plena crisis de los noventa, Fidel convocara a salvar a «la Patria, la Revolución y el Socialismo».

El socialismo cubano debe, además, actualizarse y enriquecerse a la luz de los aportes de la lucha revolucionaria internacional, de modo tal que su potencial regulador y orientador se amplifique. Sólo así podrá superarse la reducción de la política a la «defensa de la Revolución» como hecho consumado. El proyecto de la Revolución, el socialismo, es un proyecto inconcluso. Por tanto, junto a la defensa de la Revolución debe aparecer una nueva consigna: completar la Revolución.

Referencias

Althusser, Louis (2008). Ideología y aparatos ideológicos de Estado. Práctica teórica y lucha ideológica. México, D.F.: Grupo Editorial Tomo.

Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello (2000). Inicios de partida. Coloquio sobre la obra de Michel Foucault. La Habana: Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello.

Foucault, Michel (2009). El orden del discurso, en Víctor Fowler (ed.), Michel Foucault. La Habana: Editorial José Martí, pp. 20–29.

Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello (2011). Poder vivir en Cuba. Diálogo y propuesta a partir del Ciclo Taller Vivir la Revolución a 50 años de su triunfo. La Habana: Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.

Lebowitz, Michael (2015). Las contradicciones del «socialismo real». Los dirigentes y los dirigidos. La Habana: Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello / Ruth Casa Editorial.

Martínez Heredia, Fernando (2009). Andando la historia. La Habana: Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello / Ruth Casa Editorial.

Rojas Piedrahita, Mirlena (2019). Mercado de trabajo: del contexto latinoamericano y caribeño al caso cubano actual. En José Luis Martin Romero y Mirlena Rojas Piedrahita (eds.), Hablemos del trabajo en Cuba. La Habana: Ediciones Acuario, pp. 9–19.

Rosales Vázquez, Susset y Arelys Esquenazi Borrego (2017). Panorama laboral en Cuba. Diagnóstico de brechas. En Dayma Echevarría y José Luis Martin Romero (eds.), Cuba: trabajo en el siglo XXI, La Habana: Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, pp. 71–111.

Valdés Paz, Juan (2009). El espacio y el límite. Estudios sobre el sistema político cubano. La Habana: Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.

Notas

[1] Como parte de la investigación «La ideología revolucionaria en el trabajo. Una mirada desde el sector industrial (1961–1965)», merecedora del Premio Calendario de ensayo de la Asociación Hermanos Saíz en el año 2023.

[2] Para el análisis de estos múltiples significados también me ha servido de base mi propia experiencia como participante y coordinador del Ciclo-Taller «Vivir la Revolución a 50 años de su triunfo», que tuvo lugar en el Instituto Juan Marinello a lo largo del 2009. Las memorias de este evento pueden consultarse en: Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello (2011). Poder vivir en Cuba. Diálogo y propuesta a partir del Ciclo Taller Vivir la Revolución a 50 años de su triunfo. La Habana: Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.

[3] Tomo este término de Michel Foucault, pues facilita la comprensión de lo siguiente: 1) el concepto de Revolución en Cuba no remite a un único objeto, 2) entre sus múltiples objetos y enunciados se dan determinadas relaciones que es necesario identificar, 3) esas relaciones no son lineales y no están libres de tensiones ni discontinuidades, 4) su comprensión implica abordar el conjunto de la práctica social y, en particular, su inserción en un determinado régimen de poder. Véase Foucault, Michel (2009). El orden del discurso. En Víctor Fowler (ed.), Michel Foucault. La Habana: Editorial José Martí, pp. 20–29. También Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello (2000). Inicios de partida. Coloquio sobre la obra de Michel Foucault. La Habana: Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello.

[4] Yudivian Almeida y Saimi Reyes (2016). «¿Qué preocupaba a Fidel?», Postdata.club, 1 de diciembre, disponible en https://www.postdata.club/suplementos/fidel/que-preocupaba-a-fidel.html

[5] El Partido Comunista, la Unión de Jóvenes Comunistas, la Central de Trabajadores de Cuba, la Federación de Mujeres Cubanas, etcétera.

[6] Lebowitz (2015) explica de manera adecuada esta configuración vertical del Partido-Estado en la trayectoria del socialismo real.

[7] Los testimonios y reflexiones compartidos por los participantes del Ciclo-Taller «Vivir la Revolución a 50 años de su triunfo» permiten profundizar en esta problemática (Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2011).

[8] Término por el que se conoce en el país la crisis de los noventa.

[9] Movimiento impulsado por Fidel desde finales de los noventa hasta su renuncia a la dirección del Estado en el 2006 por motivos de salud.

[10] Véase Anuario Estadístico de Cuba 2019, capítulo 5, Cuentas Nacionales, edición 2020, Oficina Nacional de Estadística e Información.

[11] Véase Carlos Pérez Soto (2021). «Si las cosas fueran como se presentan, la ciencia entera sobraría», en La Tizza, disponible en https://medium.com/la-tiza/si-las-cosas-fueran-como-se-presentan-la-ciencia-entera-sobrar%C3%ADa-997c2eb157e8

[12] Para series estadísticas véase Rosales y Esquenazi, 2017.

[13] Para una síntesis de algunas de las posiciones que se esgrimieron desde la militancia revolucionaria, y que motivaron modificaciones en el texto final de la Constitución con respecto al anteproyecto, puede consultarse un texto que escribí en aquel momento, aparecido en la Tizza: «Propiedad y opción de clase en la Constitución de Cuba» (2018), disponible en https://latizzadecuba.medium.com/propiedad-y-opci%C3%B3n-de-clase-en-la-constituci%C3%B3n-de-cuba-5865913fa047

[14] Véase Luis Emilio Aybar Toledo (2021). «El día después no podrá ser el mismo». La Tizza, disponible en https://medium.com/la-tiza/el-d%C3%ADa-despu%C3%A9s-no-podr%C3%A1-ser-el-mismo-1106a79585d6

[15] Algunas propuestas pueden encontrarse en el texto editorial de La Tizza: «“Chocar diferente con la misma piedra”. Propuestas para la crisis», disponible en https://medium.com/la-tiza/chocar-diferente-con-la-misma-piedra-propuestas-para-la-crisis-873c9c595f15

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