«Su vida, inmensa, sobrevive»

Semblanza de Haydee Santamaría

La Tizza
La Tizza Cuba
11 min readApr 30, 2024

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Foto: Archivo de la Casa de las Américas

Por Roberto Fernández Retamar

A partir de la celebración el pasado domingo del 65 cumpleaños de la Casa de las Américas, La Tizza publica esta semblanza de Haydee Santamaría escrita por Roberto Fernández Retamar, quien dirigiera la revista Casa y fuera presidente de la institución. Haydee, 44 años después de su muerte, continúa siendo una presencia entrañable en la Casa en su condición de fundadora y corazón de la misma desde su creación.

El texto se toma del libro «Hay que defender la vida», compilación realizada por Ana Niria Albo y Jaime Gómez Triana, el cual reúne cartas, intervenciones, entrevistas y otros materiales de la autoría de Haydee. Su segunda edición, la cual sirve como referencia, fue publicada por el Fondo Editorial Casa de las Américas en el 2023.

A mediados de la década del veinte [1922], Haydee Santamaría Cuadrado nació en el central azucarero Constancia (hoy Abel Santamaría), en Encrucijada, provincia de Las Villas. Sus padres, españoles, vinieron niños aún a Cuba, donde se conocieron y casaron. Tendrían cinco hijos: tres hembras y dos varones. Haydee es la mayor de todos, y pronto da muestras de un carácter original y enérgico, una gran alegría de vivir y un genio vivo que es difícil doblegar, pero que ella sentirá que se aviene a las severas exigencias de quien no tarda en despuntar como figura señera en la casa: su hermano Abel.

No era entonces muy amplio el horizonte del batey, ni siquiera para esa familia de la pequeña burguesía rural que era la propia de un empleado de cierto nivel económico en el central. Haydee ha de asistir a la escuelita donde un maestro atiende todos los grados. Pero

allí recibirá una de las primeras grandes experiencias de su vida: aquel maestro lo es de veras, y no solo le enseña las cosas habituales, sino que le hace ver que, en realidad, ellos no viven allí, sino en todo un país, con una hermosa historia de luchas y sacrificios. Los nombres de Céspedes, Agramonte y Maceo suenan en su boca con extraña fascinación. Y en especial el de aquel hombre que escribió también para los niños, y era hijo de españoles, y murió por Cuba: José Martí. En la escuela, Yeyé –como la llaman– sabrá que es cubana, y lo que ello significa.

Terminados sus estudios primarios, se prepara para ingresar en la Escuela de Enfermeras, lo que al cabo no logrará alcanzar. Esa contrariedad no es ajena al enrarecido ambiente político del momento y del lugar. Haydee y Abel, muchachos aún, rechazan sin contemplaciones las maniobras del cacique local (en quien durante mucho tiempo verán encarnada la imagen misma del politicastro criollo), mientras los impresiona a la distancia, en contra de la opinión del ambiente que los rodea, el gallardo ejemplo del gran dirigente obrero de la zona: el comunista Jesús Menéndez cuyo asesinato en Manzanillo, en 1948, los conmueve.

En busca de mejores oportunidades, Abel se traslada a La Habana, y pronto está con él su entrañable Haydee. Aunque aquel obtiene un trabajo bien remunerado, y viven en un apartamento decoroso en sitio céntrico de la ciudad –25 y O, en El Vedado–, ambos se sienten insatisfechos con la situación del país. Son años de robo de los fondos públicos, de auge del gansterismo, de división del movimiento obrero, de sumisión del país a los designios imperiales: Prío Socarrás gobierna la maltrecha República neocolonial. Abel y Haydee son atraídos por la denuncia implacable de la realidad política que hace Eddy Chibás, y por su consigna «Vergüenza contra dinero». Pronto militan en las filas de la Juventud Ortodoxa. Se reúnen con otros jóvenes trabajadores que, como ellos, sin dejar de abordar alegremente la vida, creen que el país está urgido de una profunda renovación. Aun después de la muerte de Chibás, confían en el triunfo electoral del Partido Ortodoxo, previsto para dentro de unos meses. El golpe de Estado batistiano del 10 de marzo de 1952 da al traste con esas esperanzas. Abel y Haydee se cuentan entre los primeros que toman medidas concretas contra el golpe. Junto a otros compañeros, editan Son los Mismos, periódico mimeografiado clandestino, y realizan una intensa tarea de agitación. Una tarde, Abel llega a la casa con un nuevo compañero, y no le oculta a Haydee su entusiasmo por haberlo encontrado. Es Fidel Castro.

Haydee Santamaría y Melba Hernández en la tumba de Eduardo Chibás

En lo adelante, los momentos más altos de la vida de Haydee ya no pertenecerán solo a su biografía: pertenecerán a la historia de Cuba. ¿Quién ignora que en aquel pequeño apartamento, que ahora es un museo, se reúne, en torno a Fidel (quien transforma el periódico en El Acusador) y a Abel, la que iba a ser la vanguardia de la lucha insurreccional cubana? Allí empieza a encenderse la llamarada de la Revolución. A la casa de Abel y Haydee van jóvenes como el poeta maestro Raúl Gómez García, Jesús Montané, Ernesto Tizol, Boris Luis Santa Coloma… Este último será el novio de Haydee. Conspiran, plantean, discuten, estudian. La figura de Martí, cuya devoción Haydee aprendió en la escuelita del batey, adquiere nueva resonancia. En su obra, esos jóvenes encuentran estímulos y lecciones para la lucha.

Cuando están decididos el lugar y la fecha del combate inicial, y es menester que Fidel y Abel escojan a un puñado de hombres aguerridos para realizarlo, dos mujeres estarán entre ellos: Haydee y la joven abogada Melba Hernández.

El combate es el Moncada [cuartel Moncada, Santiago de Cuba, 26 de julio
de 1953]. Muchas veces se han descrito sus preparativos inmediatos, sus
horas decisivas, los días sangrientos que siguieron a aquel revés del que nacería la victoria. Existen numerosos relatos de los hechos. Y por esos relatos pasa siempre la figura activa, delicada y recia de Haydee.

Pero ¿cómo podrían evocarse aquellas horas, aquellos días dantescos? Haydee habrá de vivirlos minuciosamente, para siempre. Cuando, ahilando la voz, hablaba de ellos, parece que se la veía descender por húmedas escaleras oscuras, manchadas de sangre, entre ayes y sombras y los que Martí llamó «cadáveres amados». Nada puede añadirse a las palabras sobrecogedoras de Fidel en La historia me absolverá:

Con un ojo humano ensangrentado en las manos se presentaron un sargento y varios hombres en el calabozo donde se encontraban las compañeras Melba Hernández y Haydee Santamaría, y dirigiéndose a la última, mostrándole el ojo, le dijeron: «Este es de tu hermano, si tú no dices lo que él no quiso decir, le arrancaremos el otro». Ella, que quería a su valiente hermano por encima de todas las cosas, les contestó llena de dignidad: «Si ustedes le arrancaron un ojo y él no lo dijo, mucho menos lo diré yo». Más tarde volvieron y las quemaron en los brazos con colillas encendidas, hasta que, por último, llenos de despecho, le dijeron nuevamente a la joven Haydee Santamaría: «Ya no tienes novio porque te lo hemos matado también». Y ella les contestó imperturbable otra vez: «Él no está muerto, porque morir por la patria es vivir».

En aquellos instantes, Haydee no solo sabe que ha perdido de modo espantoso a su hermano del alma y a su novio, sino que ignora aún si el propio Fidel vive. Está sola, con Melba, ante el horror, obligada a sacar las fuerzas de sus entrañas. Las sacará, como si en un parto descomunal naciera de sí misma. Aquella muchacha ya no volverá a ser la de antes, y, sin embargo, se ha vuelto ella de manera única.

Pero el Moncada, como se sabe, no fue solo una batalla militar: fue también una batalla jurídica, y –sobre todo– una batalla política. Si la primera, a la que siguió una atroz carnicería, terminó en derrota para los atacantes, en cambio las otras dos, estrechamente unidas en un momento, les significaron triunfos definitivos. El revés de las armas empezó a mostrar en ellas un rostro de victoria. Por eso se ha destacado con razón la enorme importancia que tuvo el juicio contra los asaltantes, gracias al cual estos últimos, de acusados, se convirtieron en valientes e implacables acusadores del régimen. En este combate, que culminó soberanamente con La historia me absolverá, desempeñó un papel fundamental Haydee. Sobreviviente de las masacres, testigo de la crueldad que le arrancó de manera horrible a los seres más queridos, su declaración sería definitiva.

Al terminar el juicio, que daría a conocer los ideales y el temple de «la Generación del Centenario» de Martí, Haydee y Melba fueron condenadas a siete meses de prisión en la cárcel de Guanajay. Dura les fue, desde luego, la cárcel. Ya antes de la condena formal las habían situado un tiempo entre presos comunes, con el propósito de que estos las agraviaran. Pero esos delincuentes fueron con ellas más cuidadosos y tiernos que los otros, los delincuentes sanguinarios que detentaban el poder. Y ahora, con la formidable intervención de todos los compañeros en el juicio, había cobrado mayor aliento aún el proceso insurreccional, y ellas tenían nuevas tareas asignadas para la salida. Lecturas numerosas llenarían las horas de esa «universidad del revolucionario» que es la cárcel. Mientras Fidel hace otro tanto en su prisión de la Isla de Pinos [actual Isla de la Juventud], Haydee, en la cárcel de Guanajay a que al cabo se las traslada, lee de nuevo y comenta las obras completas de Martí: se conservan los tomos escritos en las márgenes con su letra de muchachita.

En 1954 están en la calle. Su primera misión es divulgar clandestinamente el Mensaje a Cuba que sufre, manifiesto en que Fidel explica al pueblo cómo fueron salvajemente masacrados sus hermanos. Y pronto, la misión más trascendente: editar y distribuir La historia me absolverá, que Fidel ha reconstruido y hecho salir de la cárcel hoja a hoja. Millares de ejemplares recorren el país, y aun van al extranjero, con el impresionante material.

Al otro año llegará la libertad para Fidel, Raúl [Castro], Almeida, Ramiro [Valdés], Montané y los demás sobrevivientes. «Fue vivir otra vez», dirá Haydee. Una foto dramática recoge el encuentro conmovedor: Haydee apoya en el pecho de Fidel la cabeza, después que los desesperados ojos ávidos han buscado, entre los rostros radiantes de los que salen, los rostros ya imposibles de Abel y de Boris.

Con Fidel en la calle, el proceso será indetenible. Así como aquella vanguardia tenía un orientador –Martí– y un guía –Fidel–, tiene ya un nombre, que es una consigna: Movimiento 26 de Julio, en cuya Dirección Nacional figurará Haydee. Cuando Fidel parte a México, a organizar lo que al cabo será la expedición del Granma, Haydee pasa a la vida clandestina, con el nombre de María.

A finales de 1956, en espera de la inminente llegada del Granma, Haydee viaja a Santiago de Cuba. El 30 de noviembre está entre los organizadores del alzamiento en aquella ciudad, que precede por breve tiempo al desembarco, y estremece a la isla. Replegados en una casona, cuando ya el tiroteo llega a su fin, Haydee recuerda las horas fatídicas del hospital junto al Moncada. No hay que permanecer allí, sino intentar por todos los medios escapar. Así lo hacen. Con ella están compañeros nuevos, como dos magníficos muchachos de Santiago: Frank País (David) y Vilma Espín (Débora); y también un inquieto abogado que conoció en el clandestinaje y con quien hace unos meses se ha casado: le dicen Jacinto, y es Armando Hart.

La vida del matrimonio será desde luego azarosa. Hart, que ha protagonizado una espectacular fuga en la Audiencia de La Habana, es tan buscado por la policía como ella. En las ciudades tendrán que verse apenas unos días de una casa en otra, entre una y otra misión. También coincidirán alguna vez en la Sierra Maestra, donde Haydee encontrará nuevos compañeros entrañables, y entre ellos, aquel con quien intercambia las salidas zumbonas y la medicina contra el asma: el Che. Una de esas veces, al bajar de la sierra con una misión, Hart es detenido y encarcelado en la Isla de Pinos. Poco después [en mayo de 1958], la Dirección del Movimiento envía a Haydee al extranjero, con tareas arduas que también realizará con éxito.

Cuando el primero de enero de 1959 la Revolución llega al poder, Hart sale de la cárcel para encargarse del Ministerio de Educación; y Haydee regresa del extranjero, colabora estrechamente con él en su intensa tarea educativa –cuyo triunfo más resonante es la campaña que erradicó el analfabetismo en el país–, es nombrada directora de la Casa de las Américas. Al fin puede tener, además, un hogar, donde le nacerán dos hijos: Abel Enrique y Celia María, y en el que otros niños de nuestra América encontrarán el suyo.

Quien fuera miembro de la Dirección Nacional del 26 de Julio, lo será luego, al fusionarse las organizaciones revolucionarias, de la Dirección Nacional del Partido Unido de la Revolución Socialista; y el 3 de octubre de 1965, al anunciarse la constitución del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, su nombre estará naturalmente allí. (Tal condición le sería ratificada por el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba en 1975).

No es extraño que a la seguidora apasionada de José Martí, a la compañera fraternal del Che –a quien escribirá una carta última inolvidable–, la Revolución le encomendara importantes responsabilidades latinoamericanistas. En 1967, presidirá la conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (Olas), además de encontrarse ininterrumpidamente, desde su fundación en 1959, al frente de la Casa de las Américas, que bajo su dirección cumple una intensa tarea de afirmación, defensa y difusión de los genuinos valores de lo que Martí llamara «Nuestra América».

Haydee viajó a la mayoría de los países socialistas y a Francia y España, así como a varios países de la América Latina y el Caribe, en misiones encomendadas por la dirección de la Revolución. Participó en el Congreso de la Federación Democrática Internacional de Mujeres (Fdim), en la
Urss, en 1963, y en el Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (Pcus) en 1966. En 1968 visitó la República Democrática de Vietnam, y se entrevistó con el presidente Ho Chi Minh.

Sobre el pecho de esta mujer que estuvo junto a Fidel en los momentos más tormentosos de nuestra Revolución, junto a Abel el 26 de julio, junto a Frank el 30 de noviembre, junto a Celia, el Che y Camilo en la Sierra Maestra; que se derramaba en energía inagotable y en risa y en una cólera relampagueante y en una tristeza como una herida; sobre el pecho de esta mujer que había conservado los ojos puros de la niña que fue, colocó la primera Orden Ana Betancourt, el 29 de noviembre de 1974, el Comandante en Jefe Fidel Castro. Muchas fueron las responsabilidades y las distinciones que recibió de la Revolución. Era miembro del Consejo de Estado y diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular y ostentaba además las medallas XX Aniversario de la Revolución, XX Aniversario de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y numerosas órdenes otorgadas por hermanos países socialistas.

No obstante, como también dijera el comandante Almeida [durante la despedida de duelo el 29 de julio de 1980],

los que la conocimos de cerca sabíamos que las heridas del Moncada nunca acabaron de cicatrizar en ella. Pero, sobre todo, en los años más recientes, la compañera Haydee venía sufriendo un progresivo deterioro de su salud. En adición a esto […], sufrió un accidente automovilístico que casi le cuesta la vida, lo que agravó aún más su estado, tanto físico como síquico.

Sin embargo, su vida, inmensa, sobrevive a la enfermedad y la muerte, [ocurrida el 28 de julio de 1980]. Sigue entre nosotros orientándonos, guiándonos, la revolucionaria infinitamente humana, la combatiente invicta de quien dijo Fidel, en La historia me absolverá: «Nunca fue puesto en un lugar tan alto de heroísmo y dignidad el nombre de la mujer cubana».

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