Agricultura en Cuba: génesis

Miguel Alejandro Hayes
La Trinchera ahora
Published in
3 min readSep 17, 2020

Por: Ernesto Gutiérrez Leyva

En los tiempos concurrentes, temáticas como la producción nacional de croquetas, o el uso de los intestinos de las gallinas decrépitas, copan el escenario noticioso nacional. La cuestión sería risible si no se diera en un contexto tan funesto, en el que las colas por acceder a algún que otro alimento abarcan varias cuadras. La familia cubana promedio se encuentra inquieta ante el hecho de que nociones como el derecho a la alimentación, o la soberanía alimentaria, no son más que eslóganes que solo se realizan en los reportajes del noticiero.

Un buen inicio para abordar el tema del sector agropecuario en nuestro país, sería hacer una referencia escueta al modelo en el cual se inspira: la URSS, o dicho de otra forma, el modelo agropecuario implantado a la fuerza por Stalin, después de la colectivización forzosa iniciada a finales de la década del 20 del pasado siglo. Este modelo se basaba en la existencia de sovjoses (granjas estatales), kovjoses (cooperativas campesinas), y haciendas auxiliares de producción (parecidas a lo que en nuestro contexto son los agricultores pequeños).

Estos tipos de estructuras coexistieron durante décadas. La agricultura soviética fue históricamente muy improductiva. A pesar del alto grado de mecanización y de estar entre los principales productores mundiales de alimentos, la URSS debió recurrir continuamente a los mercados internacionales para evitar hambrunas, dado el persistente déficit productivo.

Así y todo, los niveles de productividad variaban en dependencia de la forma de organización. El modo más improductivo (pero más apoyado por el Kremlin, dada su pureza ideológica) eran los sovjoses, donde básicamente el campesino era un trabajador que recibía un salario que podía variar según la producción. En los koljoses (hipotéticamente asociaciones libres campesinas), si bien es cierto que los campesinos cobraban de forma proporcional a la producción, el distorsionante sistema de control de precios soviético los colocaba en una posición desventajosa en relación a las granjas estatales.

No obstante, sí ostentaban una gran ventaja: se les permitía poseer algo de tierra para la explotación personal, las ya mencionadas haciendas auxiliares de producción.

A pesar de abarcar solo el 10 % de la superficie explotada agrícolamente en la URSS, esta forma de propiedad lograba una productividad mayor por hectárea que sus semejantes, al punto de ser capaces de producir el 25 % de todo el volumen agropecuario soviético (1). Se podría argumentar que la inmediatez del campesino respecto a lo producido, el sentido de pertenencia que esa forma de propiedad generaba, o la posibilidad de vender la mercancía de modo libre en el “mercado koljosiano” estimulaban la productividad en esta forma de propiedad. Pero lo cierto es que (fuere cual fuere la causa) aventajaba con creces a las otras.

Visto esto (consciente de que estos párrafos no son suficientes ni remotamente para explicar la complejidad del fenómeno soviético), podemos hacernos una vaga idea de cuántos inconvenientes encerraba el modelo agropecuario soviético, el cual con alguna que otra innovación tropical, se implementó en nuestro país y subsiste hasta nuestros días.

Si malo, fue el original, ¿qué esperar de la copia? ¿verdad?

Continuará…

(1) En 1965 aportaron el 32 % de la producción bruta agrícola y más del 45 % de la animal. Vid. Marczewski Jean, ¿Crisis de la planificación socialista? Ediciones Olimpia S.A, España, 1979, pág 21.

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