¿El gris de mi bandera?
Por: Elaine Roca
Yo no estuve la noche del 27 en el MINCULT porque la noticia no me llegó a tiempo, porque solo tuvo cobertura por redes sociales y el servicio de internet lleva días tropezando, porque no se me convocó, nadie lo hizo. Pero si me hubiese enterado a tiempo hubiese ido, porque es un suceso (organizado por mercenarios o no, inspirado en parte por lo ocurrido con el MSI o no) que merece ser explorado, observado, analizado y archivado para la historia por quienes nos dedicamos al estudio de las sociedades y por quienes las vivimos.
Esa misma razón fue la que me llevó al parque Trillo, actividad que aprovechó la cobertura del suceso en el MINCULT para promoverse, que sí tuvo cobertura por las redes y por los medios de prensa oficiales, a la que sí fui convocada. Actividad que tuvo cartel, logotipo, guaguas para transportar estudiantes, equipo de audio, una tarima, permiso para usar un parque, un canal de Telegram, a los compañeros de la seguridad observando y la visita de nuestro presidente. Todo muy rápido, está muy bien.
Dentro de veinte años no quería solo leer en los libros y la prensa vieja sobre “la tángana dada por jóvenes en el parque Trillo”, como hoy tengo que leer los discursos de Fidel desde el 59 al 2000 para comprender. En ellos no encuentro al público, salvo en líneas entre paréntesis que muestran las consignas o el lugar de los aplausos, o las peticiones de paredón y los coros. En las fotografías de la Plaza veo el mar de personas, pero no distingo rostros ni escucho lo que hablaron bajito, ni en qué llegaban o cómo se iban, ni si bailaban o bostezaban. Paso trabajo para encontrarlos y debo recurrir, al final, a la literatura, a la poesía, a la entrevista a personas con años, emociones y compromisos implicados en sus recuerdos. O a las historias de mis abuelas, que tienen y tuvieron un carácter muy difícil. Verle el rostro a las personas y vivir con ellos en su tiempo es uno de los mayores privilegios que podemos tener, pero sobre todo que puede tener un investigador.
Fui al parque Trillo, más que a escuchar los discursos de quienes ya sospechaba iban a hablar con el micrófono, a verle la cara al público y a conocer con quiénes se iba a dialogar. Diálogo revolucionario, decía el encabezado de la convocatoria. Este tema merece un texto aparte, pero quiero recordar que el diálogo implica la toma de la palabra del receptor. Es decir, el cambio de roles entre emisor y receptor. Me pregunto: ¿el público presente, en los bajos de la tarima (conjunto de personas que casi no sobrepasaba los límites del parque), comprendía a todos los receptores para los que fueron escritos esos discursos? ¿o a representantes de ellos? Y estos, a su vez, ¿tomaron la palabra? ¿Se le puede llamar tomar la palabra a la actitud de las personas abajo bailando y asintiendo? Tal vez sí, habría que estudiarlo.
Llegué un poco tarde, no viví la visita del presidente. Había un aire de celebración. Entre discurso y discurso un momento cultural. Así pasaban de citar a Gramsci a bailar una conga. Pegado a la tarima había más personas unidas, hacia los alrededores próximos se convertía en pequeños grupos tomándose fotos, hablando, comiendo. Una muchacha me llamó para preguntarme dónde había comprado el pullover de Harry Potter que llevaba puesto y se entristeció cuando le dije que había sido un regalo. Empezaba la música y la gente se agrupaba a bailar. Continuaba el discurso y todo el mundo a lo suyo. La cadencia característica de los discursos a los que estoy acostumbrada: una oración y se hace una pausa para aplaudir o para que la masa tenga el chance de repetir la ultima frase: Creo. A veces se descordinaban un poco porque la oración era más larga y los creo no sonaban donde debían sonar.
Estuve observando junto a los compañeros de la seguridad, a mi izquierda y derecha, aquel conjunto de personas y a los que atravesaban el parque en sus rutinas diarias, porque había espacio. El parque podía atravesarse en diagonal de un extremo al otro. A mi entrada me topé con un muchacho que comentó haber sido traído en las guaguas de la escuela. Sobre alguien que estaba con una guitarra en la tarima dijo entusiasmado: con ese yo estaba descargando anoche.
Todo muy pacífico, me recordó a mis matutinos de la primaria, a las actividades culturales en la facultad organizadas por la FEU. A los conciertos que daba Buena Fe en la CUJAE, aunque estos tenían más personas. Estaban allí los estudiantes universitarios con sus distintivos que consistían en el cartel impreso de la convocatoria al parque Trillo. La mayoría vestidos de blanco, rojo y azul, como en las marchas del 1ro de Mayo. Había personas mirando desde los balcones, niños montando bicicleta, gente bajando por las calles aledañas antes que se acabara la actividad. Alguien me preguntó: ¿y tu por qué vas? Le respondí: por trabajo. Entendió que había sido convocada por mi centro de trabajo y suspiró: ¡Aaah, yaaa!
Presté atención a los discursos y escudriñé en las caras de la gente, sus facciones, el vacío de sus ojos, la asincronía de los aplausos. Por dónde empezaban los aplausos, ¿por delante? ¿por detrás? ¿al medio? ¿Dónde se respondía al discurso? Siempre adelante, cerca de la tarima; luego el eco se iba dispersando y llegaba a mí en un susurro, ayudado por el equipo de audio. Se citaba a Gramsci, a Lenin, a Fidel, a Guevara, a Marx, a Martí sobre la tarima. Me hizo recordar que la obra de estos autores es muy poco estudiada en la asignatura Filosofía y Sociedad. Asignatura que, si no me equivoco, ahora lleva el nombre de Filosofía y se hace corresponder a la disciplina Marxismo Leninismo.
La mayoría de mis amistades no saben quién fue Gramsci, ni han leído a Marx, nunca, jamás. Muy poco a Martí, los Versos Sencillos por arribita y la Edad de Oro tal vez. A Lenin lo han leído menos y de Fidel los fragmentos de textos que aparecen en carteles por las avenidas y en los recibidores de las instituciones pintados en las paredes. Mi generación no ha leído los discursos de Fidel en el 59, en el 60, Palabras a los intelectuales. No conocen cómo se introdujo la palabra socialismo y lo que había antes de ella en la historia de Cuba. No saben de dónde nos viene la palabra revolución, ni la palabra democracia, ni la historia de la palabra democracia en la historia del socialismo. A veces no tienen la curiosidad que lleva al descubrimiento, ni tampoco cuentan con las herramientas para enfrentarse a un texto con responsabilidad. Y tampoco tienen que saber todo eso o tener las herramientas, pero allí estaban, bailando con Adrián Berazaín en los bajos de la tarima, los representantes de la juventud cubana.
Vi pocas diferencias con lo que estoy adaptada, excepto, claro, el contexto y algo más. Dos colores nuevos, uno más que otro: el gris. Había visto el cartel que convocaba a la actividad en las redes. Me dejó pensando. Una especie de mapa que convertía la estrella en la tarima del parque, la estrella rodeada de verde; poquito verde, pero abrazando la estrella. El triángulo rojo abrazando a su vez al verde que abraza la estrella. Mediaba el triángulo rojo, como un muro, entre el verde y un mar de cuadritos grises. Dado que los rojos mediaban, los grises no tenían contacto directo con el color verde. Todo un tapete de cuadritos, como un mosaico.
¿Cuadrados grises? ¿La mayoría está representada por cuadrados grises? ¿Desde cuándo el gris fue color de nuestros símbolos? El verde, lo sabemos, el color de la Sierra, ¿pero el gris? ¿El color del polvo, de las ruinas, de la neutralidad? Asociado a la melancolía, al orden, no al movimiento; a la repetición y al acatamiento, no a la vibración; tranquilidad en contraste con la palabra tángana (alboroto, escándalo). El azul de nuestras franjas, que en psicología representa unidad, entendimiento, que está en nuestros símbolos nacionales, en nuestro mar, ¿fue sustituido por el gris?
Pensé en refranes populares: Nada es blanco o negro, en la vida hay tonos grises. Pero seguía pensando: ¿los indefinidos, los indecisos, son mayoría? Y si fuera el caso, ¿por qué la tarima no es gris? ¿Será el gris el color del consenso? ¿Como gris nuestro futuro? Busqué rápido, psicología del color (dado que no conozco antecedentes históricos del color gris en nuestra simbología), a qué asociamos el gris: estado de ánimo bajo, vejez, conformismo, mediocridad, crisis.
El cielo gris nos causa tristeza, añoranza, melancolía. Gris es el color de las canas, por ende, se asocia a la sabiduría pero también a la decrepitud. La vejez que inspira el gris está llena de contrastes porque es a la vez experiencia y decadencia. El gris puede representar el pasado. Sus extremos son otros colores: blanco y negro, por lo cual se considera un color falto de personalidad, que pasa desapercibido, que se usa en diseño y artes plásticas para que otros tonos establezcan jerarquías.
Color desprovisto de pasiones, el de las sombras, el de los fantasmas, el del mármol de las tumbas y de las estatuas, el de las cenizas; lo que queda cuando pasa el fuego. Color conservador y serio, ¿como nuestra juventud? Tal vez como este texto que pretende archivar el recuerdo de un suceso. En el futuro ha de funcionarme como funcionó a Harry la biblioteca de recuerdos líquidos de Dumbledore que, arrojados a su pensadero, devolvían al momento. Tengo fe en que existan otros recuerdos que contradigan al gris de aquel cartel y fe en que mi recuerdo no sea como el primer recuerdo, parcializado por la vergüenza, que entregó el profesor Slughorn a Harry, dónde Tom Riddle aparecía como un adolescente curioso y no como aquel monstruo que no debe ser nombrado: Lord Voldemort.
Originally published at https://www.desdetutrinchera.com on December 1, 2020.