La ancianidad de la cola — La Trinchera Por: Julio Pernús

AnaBRNS
La Trinchera ahora
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4 min readAug 20, 2020

Sé que hay de todo en esas colas; seguro que algunos ancianos hasta le aseguran el turno a personas con divisas.

Por: Julio Pernús

Esta es la historia de un sábado, acontecida hace menos de un mes; fue en el municipio donde resido, en Guanabacoa, pero quizás el suceso pudo darse en cualquier lugar de nuestro país. Una cola en Cuba es una fila larga de personas que han “marcado” para poder comprar algún producto de alta demanda y que, por estos días, tienden a esfumarse con velocidad espantosa. Mi abuela me había pedido que fuera a la farmacia para ver si habían entrado alguno de los medicamentos de su tarjetón. Ya era casi de noche cuando me dispuse a ir y averiguar, pues últimamente en donde resido, casi nunca se consigue con facilidad ninguna medicina.

Mientras iba llegando a la farmacia, un señor de unos ochenta y pico de años me aborda para decirme: “yo soy el último”. Lo miré un poco confundido y le respondí: “Abuelo, yo solo vine a preguntar si habían entrado los medicamentos de mi abuela”. El señor me ripostó: “Hijo, yo te recomiendo marcar primero y luego averiguar, pues aquí uno no sabe la magnitud que puede tomar esta cola”. Al final marqué, pero al preguntar la dependiente me dice que la medicina entró en la tarde y la venderían por la mañana. En eso regresé para decirle al señor que hoy no venderían la medicina y me comentó: “Yo lo sé, pero llevo semanas detrás del aparato de asma para mi esposa y, al parecer, entró un pequeño lote que seguro será comprado por los primeros turnos.”

Yo solo me despedí: “Abuelo me voy; siga dando el último; al final no estoy tan apurado como para hacer una cola de catorce horas”. Ese hombre en muletas, aprovechando que otra mujer marcaba me comentó: “Joven, me puedes ayudar a llegar a la otra cuadra donde vivo, tengo problemas de próstata y no me gusta orinar en la calle”. Así, caminé con él unas tres cuadras; por el camino me miró sonriendo y me dijo: “Debes pensar que estoy loco para echarme doce horas de cola, pero, mi señora semi-encamada se altera si no tiene su aparato. Yo, tó jodido, estoy mejor que ella, ¿sabes? Tengo turno hace un año para operarme las rodillas en el hospital Frank País, mejor dicho, conseguí un turno, pero al parecer, hay otros que lo han “conseguido” de una forma más favorable que la mía, me entiendes, muchacho, ¿verdad?”

El abuelo con seguridad tenía deseos de conversar con alguien y me siguió abordando con su charla: “Mira, yo soy licenciado en educación; aún doy mis repasitos de historia a niños del barrio; me considero fidelista y revolucionario; peleé en Girón; esta desesperación existencial -aquí cualquier cosa es un suplicio-, no es culpa de nadie, menos del presidente; somos un país pobre y bloqueado, pero qué te diré a ti, que ni siquiera conociste los años ochenta.” Un poco movido por la curiosidad y la caminata le comenté: “Ustedes no tienen a nadie; me refiero: ningún familiar que los ayude un tilín al menos”; él me miró y dijo: “Nuestro único hijo se fue hace dos años con su mujer y los nietos. La vieja y yo nos hemos quedado solos; a veces puede mandarnos algo, pero nosotros le insistimos en que nos vamos defendiendo, pues allá la cosa también está dura y él está empezando.”

Cuando lo llevé de vuelta a la cola, luego de que me diera las gracias, me animé a comentarle: “Abuelo, yo soy católico y es parte de mi espiritualidad ayudar a las personas.”

Mientras me alejaba de la farmacia, me detuve por un momento: me llamó la atención la cantidad de ancianos que habían ya marcado el turno y estaban dispuestos a pernoctar en el lugar para comprar al día siguiente. Sé que somos un país envejecido, pero se me estrujaba el corazón viendo a esos abuelos y abuelas marcando para pasar la noche ahí, expuestos con facilidad a la COVID 19.

Sé que hay de todo en esas colas; seguro que algunos ancianos hasta le aseguran el turno a personas con divisas. Quizás, además de las campañas comunicativas contra los coleros, podamos hacer otra, sensibilizando a la población para que los ancianos no tengan que hacer esas colas. No es justo que gente con tantos años de lucha deba seguir “peleando” con sus achaques y la vida para obtener un simple aparato contra el asma.

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