La Iglesia en medio de la sociedad del cansancio
Por: Julio Pernús
Quizás vivíamos en medio de una burbuja y el coronavirus nos ayudó a despertar de nuestra creciente obesidad mental. La sociedad del rendimiento, descrita por el filósofo Byung-Chul Han, compuesta por gimnasios, oficinas laborales, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos en busca de vacunas millonarias, no contempla la Iglesia dentro de ella. Sin embargo, la espiritualidad sigue siendo algo imprescindible para la existencia humana. De lo contrario, nos convertiríamos en una especie triste de animal laborans.
Estamos en un mundo donde los decisores suelen mandar la verdad al Gólgota. Es común ver clavadas en una cruz las ideas solidarias con causas alejadas del status quo del poder. En las sociedades actuales existe otro tipo de violencia, no agresiva en el sentido físico. Por su enmascaramiento, esta suele ser más difícil de denunciar, pues busca disuadir de nuestros criterios por defender al excluido, intenta neutralizar ideas para que sólo apoyemos las provenientes del gran hermano. Tratan de controlar nuestra solidez espiritual, humana, para llevarnos a navegar a su propio mundo virtual, líquido, donde solo podemos accionar desde su sistema operativo. Es una violencia que roza lo comunicacional. Ahí sólo pueden pensar los autorizados, o visitar los sitios sugeridos. Una violencia que tiene más propagación que una partícula de Covid-19 en una guagua llena. Lo triste es que suele matar los horizontes de la gente.
En medio de esta realidad del siglo XXI, la Iglesia debe hacerse presente y mostrar la luz que tiene dentro. Cuando muchos quieren acallar nuestra voz, alejándonos de nuestra responsabilidad como miembros activos de la sociedad civil, nos toca evitar que los pintores autorizados realicen la obra de un solo color. Necesitamos poner en manos de la gente pinceles cargados de esperanza, para dibujar un mundo distinto, donde respirar o pensar no sea un lujo.
Durante mucho tiempo hemos aprendido a vivir como la Iglesia del silencio. Pero debemos comprender y desarmar la antinomia sembrada entre Iglesia y política en general. Para el católico, la fe debe asumir también una responsabilidad con respecto al mundo que lo rodea. Hoy, con mayor fuerza que nunca, es importante hablar con el ejemplo. No podemos escribir o twitear sobre los pobres cuando nunca hemos tocado esa realidad. La espiritualidad no puede ser sólo para encerrarla en nuestras mentes, debe pasar por el corazón y abrirse al mundo, vencer nuestra auto-referencialidad.
Una clave importante es la búsqueda de colaboración desde la coherencia. Una vez le pregunté a un muchacho, mientras repartíamos alimentos en la Habana Vieja, si él era de la Iglesia. Me dijo: Qué va, soy de la Juventud y toda mi familia es atea, pero aunque no lo digo muy alto, creo que ayudar en este servicio de San Egidio es lo mejor que hago por nuestra sociedad.
Originally published at https://www.desdetutrinchera.com on September 15, 2020.