La profecía de la huérfana

Miguel Alejandro Hayes
La Trinchera ahora
Published in
6 min readSep 8, 2020

Por: Day Cordero

A ti romano, a ti te cuento mis sueños más estúpidos antes de que se me olviden.

El polvo queda suspendido en la atmósfera tras una tormenta, y el silencio es más estridente que el ruido. En la colina de la gente sin nombre vive la Huérfana del Arroyo. Allá, donde todos se van con la misma facilidad con que una lágrima que sabe a pregunta, emprende el viaje desde la mejilla hasta el pecho desnudo. La nostalgia no cabe en la ventana en aquel paisaje. Corre por las noches la huérfana de los funerales. Danza con los pies descalzos en la neblina del abandono la mujer sin nombre. Tropieza con las raíces de los árboles, las mismas raíces de siempre. El pelo ondulante le golpea la cara, el aire frio le entumece los labios, el musgo le daña la falda. Corre la huérfana, entre recuerdos de infancia que quiere evadir. El aliento le pide permiso a la boca. El reloj le viola al destino. -Huérfana, no puedes suspirar cuando estás corriendo toda la noche. Tampoco mirar atrás. Mirar atrás es casi imposible cuando corres de verdad. Mirar atrás es detener al futuro, variar la línea espacio tiempo. Mirar atrás es hurgarle en la herida a la vida que cicatriza, estropear el sueño, entregarse a los demonios. La huérfana quiere ser menos huérfana y más algo. Corre por fe. Corre, corre, corre. Cansada mas no asustada. Regresa descalzo el pensamiento por un camino de clavos al origen de su nombre, sin apenas abandonar la colina. Muchas preguntas a la altura del techo. Huérfana en los armarios sin recuerdos, sin fotos de padres felices y cenas al aire libre. Impetuoso el tiempo en su boca de Venus. Añora amor con la misma cursilería con que se es huérfana en los trenes, huérfana en los muelles, huérfana en los paisajes. El corazón le dice que un flautista conoce su nombre. A él lo tiene grabado como una mancha de sangre en la falda aterciopelada. El corazón es un engaño que muere miles de veces, mas su corazón palpita verdad. Él se profesa como un hogar, una canción, todo el fuego de un imperio. Se descubrieron una tarde en el lago, a ambos extremos, como si el aquello de la cuerda invisible que une a las almas fuese un fenómeno casual. Desnuda, la piel es su prenda. Su pie dibujaba un garabato en el lodo, sus dedos cavan un agujero casi tan estrecho como el suyo en la tierra. Cuadrúpeda la huérfana, siembra un árbol en una tarde despejada, bajo la observancia del flautista con nombre de romano que ha visto en sueños. Él supo de la fe cristiana sin apenas divisarle el secreto. Su pecho se ríe de la gravedad y toda la sangre del cuerpo le va a la cabeza. La sangre del flautista en la cabeza con la que piensan muchos hombres también. En miles de universos fantaseó con sus pies acariciándole el vórtice del pantalón con la misma sensualidad con que manoseaba el lodo. Había estado tanto tiempo sola que ni siquiera estar desnuda significaba peligro. Ella lo descubre, acto seguido adopta posición de loto, el pelo largo le cubre el pecho, el calcañal le apunta al origen del arroyo de carne, su mirada parece familiar. El flautista le percibe las rodillas vírgenes ensangrentadas. El calor de Roma le da forma a su instrumento. La vio tan ingenua y la supuso diferente a todas. Mística la huérfana pero lo suficiente pura de alma como para no abandonarlo como aquellas mujeres que desaparecen para que jamás las olviden y las maldigan cuando el día no va bien. El flautista de sus sueños, el lugar para acurrucarse. Él su nombre grabado en piedra. Ella la mujer mariposa que antes de nacer no lo dejaba dormir. Él, veinte emperadores romanos incendiando un bosque, su fantasía más esotérica azotándola contra la pared. Desde esa tarde todas las nubes tuvieron su forma y el lago unió a los dos extremos. El vórtice descubierto, y la sangre endurece el instrumento. Aparecen las alas de mujer mariposa, él flautista le abre las piernas temblorosas, listo para drenarle el caudal a la mujer oasis sobre el césped que da al lago. Mientras bebe con la lengua, la mano emprende una travesía sensual desde la pelvis y descansa en el ombligo hasta llegar al cuello, acariciarlo para luego apretarlo. Ella bendijo con la expresión y el grito todas las batallas del imperio que le enseñaron a succionar tan bien, a todas la mujeres con las que había practicado. El cabello empieza a olfatear a sexo. Beberse el uno al otro es poesía. Unidos por la cuerda que encuentra a las almas son un número par invertido. Él se siente vivo en mucho tiempo y ella menos muerta que al principio. El flautista es un secreto. Una reunión a escondidas. Un día festivo. Todas las tardes se veían en el mismo lugar. La adrenalina del encuentro ilícito motiva al alma que juega con fuego. Corrían los dos sin obedecer al camino que iba quedando pero el flautista miró atrás y enredó la cuerda. Desde la colina, la Huérfana del Arroyo lo sueña en un retrato triste custodiado por una musa molesta de cabello carmín. Lo idealiza y él la borra como se olvida a una aventura sin importancia. La Huérfana y el Flautista son una profecía y las profecías no necesitan explicaciones ni por qués, las profecías suceden sin que te cuestiones, en las profecías no hay ciencia, dominan los avatares. A una profecía la entorpece la vida.

***

He leído sobre la Huérfana, la dama solitaria en la historia que cuentan escritores de antaño. Huérfano el tiempo de Gabo en Cien Años de Soledad. Huérfana Sor Juana Inés cómplice en su convento de creatividad, huérfano aquel viejo en el mar.

Huérfanos los minutos en que el profe romano no está.

Ya no quiero escribir, creé la profecía de la huérfana y la leí en voz alta en un aula vacía porque él no está. La voz se me quebró. El profe es un mercenario que corre como agua. Se lo llevaron y no es lo mismo. Lo expulsaron de la escuela y estropearon el secreto.

Él es el sol amaneciendo entre mis manos, un paisaje onírico que ni si quiera un novio adolescente puede tapar. Hasta los fantasmas de mi baño lo extrañan pero les he dicho que no volverá, que para la gente lo que hacíamos estaba mal.

He sido la huérfana en el tiempo, la mujer mariposa de su dibujo, la pececita en su mar, la niña en el automóvil. He creado historias cortas para no aburrirlo, notas entre sus libros, mensajes secretos en la madrugada, me he propuesto crecer muy rápido para alcanzarlo y no está.

Tengo 16. El profe me ha dicho que nadie vive tanto tiempo de una idea pero que alguien me explique porqué todas mis ideas conducen a su Odisea.

Después de hacer la tarea imagino que lo abrazo como una madre, lo poseo como una amante y lo espero como una esposa a un soldado en la guerra.

La música de Liverpool me lo recuerda, los chistes más oscuros también. Ser cursi se ha vuelto mi estructura gramatical favorita.

Él está acostumbrado a las malas noticias, yo soy una mala noticia en la gente pero fui una buena en su vida. Muchos trenes lo golpearon hasta que le pasé yo.

Cuando leo en el recreo me salto las páginas de los libros para saber cómo terminan. Los escritores contemporáneos deberían mejorar este final. El profe y yo no merecemos este final.

Hago pipi en el baño y recuerdo como la imagen de su torso desnudo frente al espejo me hacía disfrutar hasta de la micción. Miccionar encima de él, acercarle los pechos a su cara mientras sus manos me deambulaban por la espalda. Pongo cara de puta por un instante y me cuestiono el sentido de no ponérsela a él.

Mi profe, mi extremo de la cuerda que se enreda por el mundo. Mi mercenario, la canción revoloteando en mi habitación. Mi profe el profesional.

Al romano la vida le arrebató la profecía. Yo soy un millón de labios suplicando un quisiera en su realidad.

Por dios, que alguien me golpee el rostro y me recuerde que ya no está.

Qué alguien me borre el paisaje.

Qué alguien le escriba otro final a esta historia donde el silencio es más estridente que el ruido.

Qué alguien escriba su nombre porque yo no pienso mencionarlo más.

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