La tortura de gozar

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3 min readJan 16, 2021

Por: Yoel Rodríguez

Nací en Cuba, soy habanero, soy joven, y tengo un problema (a lo mejor es algo local, no sé si afuera pase lo mismo); y es que siempre que salgo con mi gente tengo que hacerme una foto. Siempre. Sobre todo, si estamos consumiendo algo (que no sea un granizado, claro) y resulta que el precio de lo consumido es directamente proporcional al número de fotos (pensándolo bien, los granizados ya están para foto). Cuando hay una fiesta no falta el típico grito de Selfi (Selena Figueroa, una amiga mía, muy bullera ella) que anuncia como una orden, que tenemos que posar ante el flash. Otra, y otra, y otra. Pregunto yo (el retrasado del grupo): “¿Para qué tantas?” Dice uno (el filósofo del piquete): “Para inmortalizar el momento”. Pero dice otra (la del teléfono): “¡Pal Feis!” a lo que otra (la de mejor teléfono) corrige: “¡Niña no, pa Instagram!”.

Para nadie es un secreto que las redes sociales nos tienen atrapados (redes al fin) y que nos hacen sociables a la fuerza. Abres una, y por todos lados aparecen carteles así: Dale like, comenta, reacciona, etc. ¿Quién se resiste al voyerismo y al chisme? Pero (y siempre hay un pero) ¿no resulta ya forzado? Pareciera que nosotros, expuestos a la opinión de alguien más, estamos obligados posar siempre sonrientes: brindando, mirando “casualmente” al horizonte, o lo que es peor: frente a un carro moderno (cuando el dueño no está, claro). La apariencia supera a la esencia. Ahora importa menos el sentirse bien como el quedar bien y que otros te vean. Así las cosas: alguien de testigo o si no nunca ocurrió. Esa filosofía exhibicionista es algo que, por desgracia, ha venido a encajar de maravilla con el carácter expresivo de los cubanos que, por otra parte, sufrimos de un esnobismo provinciano crónico, de siglos de coloniaje cultural, que nos lleva al extremo de lo ridículo; a extremos como ir a un museo (el Hotel Manzana no cuenta) a fotografiarnos con las muestras. Este fenómeno, que llamaré “la tortura del gozar”, atraviesa nuestra generación y está provocándonos un vacío (no diré espiritual) cada vez mayor y lo más triste es que estamos asumiendo patrones de conducta importados sin importarnos la verdadera realidad que nos circunda.

Pues sugiero ¿No saliste a despejar? ¡Deja ya el teléfono! Inmortaliza el instante, esfuérzate en recordarlo, captúralo con el corazón porque -como dijo esa zorra de Saint-Exupéry en El principito — lo esencial es invisible a los ojos.

Por último, contaré que aquella noche en que celebramos la epifanía de la Selfi, no la pasé tan bien; de hecho, me aburrí y hasta en una foto salí bostezando. Pero al llegar a la casa decidí regalarme algo muy pero muy personal, algo que me hiciera sentir su efecto lentamente, que me abriera la mente, que me extrapolara a otros universos y que me dejara con los ojos enrojecidos. ¿Saben lo que hice? Me leí un buen libro.

Una pequeña aldea ubicada en una provincia del mundo llamada América Latina.

Los habaneros -o hablaneros- son la tribu que ocupan La Habana, un minúsculo fragmento de Cuba. Tienen la inexplicable creencia de que La Habana es Cuba, por eso indistintamente llaman “guajiros” a las otras tribus de la misma aldea.

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Originally published at https://www.desdetutrinchera.com on January 16, 2021.

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