Los tiempos duros no son para poses

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3 min readJan 16, 2021

Por: Hiram H. Castro

Mucho se menciona al tal Humberto. Es la cara, por televisiva, más visible del linchamiento mediático contra periodistas e intelectuales vinculados a proyectos editoriales en la red. En lo personal, me indigna la disposición a englobarlo todo y a todos con las mismas etiquetas. No distinguir es no pensar, pero en este caso obedece menos a una incapacidad intelectual que a un acto deliberado de manipulación de la opinión pública.

En estas piezas “periodísticas” se pretende imponer una imagen monocorde del país. Es un acto de poder y de corrupción, pues para ello se utilizan los medios estatales (financiados con fondos públicos) para criminalizar -que no es debatir- lo diferente y hasta lo diverso. En lo formal, estos “materiales informativos” -¿o son de opinión? — no respetan los códigos de un periodismo público. Por decir lo obvio, no hay derecho a réplica, no hay presunción de inocencia, ni evidencias, ni rigor. Es un modo arbitrario y patrimonialista de operar con lo público, generando dolor en personas y polarización social.

Humberto es la cara televisiva. Tras él hay una línea de “pensamiento” y un actor “intelectual” colectivo. Tienen nombres, estilos y títulos diferentes, pero no son fáciles de diferenciar. No responden a tradiciones ideológicas, sino al guion de las políticas en curso. No los identifica un alto nivel intelectual, pero sí el poder (otorgado por autoridades políticas y policiales) para imponer sus “verdades”. Nada de eso es extraño, ni virtuoso. Lo peliagudo, incluso para los intereses que dicen defender, es la baja calidad epistemológica de sus teorías. Una de las tesis sería que aquellos que sostienen ideas y argumentos democráticos, progresistas y un vocabulario conceptual a la izquierda son la real opción de la CIA para destruir a la Revolución. Es una hipótesis infantil en su simplicidad. Pretender pasar el pensamiento crítico como oposición política es un acto reaccionario en extremo. Pero al ser compartida por un colectivo más que una hipótesis es una teoría de la conspiración. Una teoría que no convence más allá de los ya convencidos, pero no por ello menos alarmante.

Como argumentos se conjugan hechos (verdaderos y falsos), se mencionan eventos casuales y se emiten juicios subjetivos sobre personas como si fueran el producto de una conjura planificada por un poder superior. Vale decir, así no funcionan los procesos políticos, mucho menos los eventos intelectuales. En realidad, hay en el escenario diversos actores con derechos a hacer política, no digo ya a pensar y hablar sin hipocresía. La deslealtad al país, el mercenarismo, debe ser probado en los tribunales, no presumido en los medios. Es lo ajustado a una sociedad moderna y Cuba -a pesar del lúgubre imaginario que se nos propone- lo es.

Los que publicitan ideas conspirativas son un sector entre tantos y, en mi opinión, no son los que mejor defienden a la revolución como causa y a Cuba como país. Lo contrario, no hay proceso democrático viable desde un discurso que no se ruboriza en afirmar que casi todo el mundo actúa con mezquindad.

Cuba, sus ciudadanos, sus intelectuales no son una caricatura. Los tiempos duros no son para poses. Cuba es compleja y solo el que así la piense y dibuje será creíble.

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Originally published at https://www.desdetutrinchera.com on January 16, 2021.

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