Tras el telón

Miguel Alejandro Hayes
La Trinchera ahora
Published in
6 min readSep 23, 2020

Por: Ernesto Gutiérrez Leyva

Aparentemente las tensiones se niegan a abandonar el Viejo Continente. Cuando ya la amenaza del Covid empezaba a ser noticia usual y se desencadenaban los “sucesos” (llamémosle así) en Belarús, los roces diplomáticos entre Rusia y Alemania (con riesgo de involucrar al resto de la Unión Europea) ocupaban los titulares de la prensa mundial. Tensiones originadas formalmente por el presunto envenenamiento del flamante opositor ruso Alexéi Navalny.

No quiero -ni tengo elementos- para acusar o absolver al estado ruso en relación con lo sucedido a Navalny. Pruebas concluyentes, dudo que alguien las tenga, más allá de los directamente implicados. Aunque pareciera que una estela de mala suerte insistiera en castigar a aquellos que le han hecho una oposición más férrea al Tío Putin. Algo que me llama la atención son las gigantescas dimensiones que el asunto ha tomado, al punto de que las más altas autoridades germanas -siempre tan cautas- se han pronunciado al respecto.

De esto se percató una querida amiga, gracias a la cual me puse a reflexionar sobre el asunto. Independientemente de la sinceridad de Alemania respecto al bienestar del ciudadano ruso, ¿valdría la pena tensar las relaciones diplomáticas con el primer abastecedor de combustible del país? Si ustedes estuvieran en los zapatos de Merkel, ¿se arriesgarían a disgustar a Rusia por un asunto, admitámoslo, minúsculo? Recordemos que la persona presuntamente envenenada, es, al fin y al cabo, ciudadano ruso, y el hipotético atentado ocurrió en Rusia. En puridad, Alemania no tiene ni voz ni voto en el asunto.

…en política lo real es lo que no se ve…

No recuerdo quién decía queen política lo real es lo que no se ve. Eso me hizo reflexionar sobre los reales intereses en juego. A golpe de corazonada, llegué a conclusiones que quiero compartir con ustedes. Pero primero empecemos por el principio.

La llegada de Donald Trump supuso un cambio inesperado en la filosofía que ha inspirado la política exterior de Washington: su férrea crítica al andamiaje del libre comercio promovido por su propio país, y más específicamente, su negativa a rubricar el Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversión (TTIP por sus siglas en inglés). A lo cual se suman las críticas del mandatario estadounidense por la renuencia de sus socios europeos a incrementar sus aportaciones para el fondo común de la OTAN. Se han enrarecido unas relaciones que, con sus altas y sus bajas, siempre tendieron a la cercanía desde 1945.

En el contexto del proteccionismo comercial de USA, así como de una retórica casi despectiva hacia la Unión Europea por parte de Trump, no es de extrañar que el Viejo Continente, con Alemania a la cabeza, se planteara buscar nuevos aliados estratégicos para solucionar su eterno dilema: el déficit energético.

Moscú se erigía como una opción -si no la única- nada despreciable. A pesar de que las relaciones entre el Kremlin y la UE estaban en un punto más bien bajo, a raíz de la crisis ucraniana y la incorporación de Crimea a la Federación rusa -lo cual buena parte de Occidente no reconoce-, la Economía suele terminar hablando más fuerte. Lo cierto es que las economías rusa y comunitaria son más que complementarias y ya desde hacía décadas venían cooperando. Rusia posee recursos naturales -energéticos- que Europa necesita desesperadamente, y la nación euroasiática, antes de las sanciones, se beneficiaba del acceso a los mercados financieros y comerciales europeos.

Si los vínculos económicos entre rusos y el resto de Europa no son más estrechos, se debe exclusivamente a la desconfianza política existente, no a la falta de potencial

Si los vínculos económicos entre rusos y el resto de Europa no son más estrechos, se debe exclusivamente a la desconfianza política existente, no a la falta de potencial. El 70% del petróleo y el 65% del gas que exporta Rusia al mundo tiene a Europa como destino (un total de 130 mil millones de m 3 de gas), lo que equivale a un 54% de los ingresos por exportaciones de Rusia y al 47% de su presupuesto federal.

Alemania, principal economía de Europa, está enfrascada en un proceso de sustitución del carbón y energía nuclear (a raíz del incidente en Fukushima, Japón). En 2011 el Nord Stream 1 fue terminado y poco después fue iniciado el célebre Nord Stream 2, del cual ya han sido colocados casi el 83% de un total de 2460 km previstos, a decir de la estatal gasífera rusa Gazprom. Otro factor que dificulta el proyecto es la cantidad de países por cuyas aguas territoriales atraviesa (consúltese el link anterior), a saber, Finlandia, Suecia, Dinamarca, Alemania, y Rusia, claro está.

Por otro lado, la multiplicidad de actores involucrados no hace más que incrementar los flancos susceptibles de ser atacados vía sanciones por Estados Unidos: intervienen empresas de Rusia, Suiza, Alemania, Austria, Francia y Países Bajos. El empeño germano en salvaguardar el gasoducto se entiende perfectamente si tomamos en cuenta que tendría capacidad para transportar 55 mil millones de metros cúbicos de combustible, volumen más que considerable si tenemos en cuenta que en 2019 la cifra -record- del suministro de la nación eslava a Alemania fue de 55 500 millones de m3.

Llegamos a 2020, año electoral en Estados Unidos. Uno de los candidatos, el demócrata Joe Biden, evoca constantemente su rol como vicepresidente de la administración Obama, a la par que critica férreamente a su rival republicano por sus políticas comerciales. El caso europeo no es la excepción , lo cual no es de extrañar, dada su notoria implicación y apoyo al TTIP durante su gestión como vicepresidente.

Nos encontramos ante una Europa que prácticamente reza por la victoria de Biden y que calcula que el Nord Stream 2 será llevado a la mesa de negociaciones

Entonces, nos encontramos ante una Europa que prácticamente reza por la victoria de Biden y que calcula que el Nord Stream 2 será llevado a la mesa de negociaciones, si USA decidiera definitivamente retomar la senda del libre comercio. Inclusive, ya desde sus días como vicepresidente, el demócrata criticó abiertamente el gasoducto, y es en este contexto que ocurre el presunto envenenamiento del opositor ruso Alexéi Navalny.

El pasado 20 de agosto la noticia del presunto envenenamiento de Alexéi Navalny daba la vuelta al mundo. Según la versión dada por los partidarios del político ruso, habría tomado un té en el aeropuerto mientras esperaba el vuelo que lo llevaría de regreso a Moscú desde la siberiana ciudad de Tomsk, en la cual había participado en diversas actividades de índole política.

…el portavoz del gobierno alemán anunciaba que los médicos germanos habían encontrado restos de un agente nervioso del grupo Novichok en Navalny…

Los médicos que dieron los primeros auxilios al opositor negaron haber detectado señal alguna de envenenamiento. El 22 de agosto, Navalny fue trasladado a Alemania a petición de su familia, y el 2 de septiembre, Stefen Seibert, el portavoz del gobierno alemán, anunciaba que los médicos germanos habían encontrado restos de un agente nervioso del grupo Novichok en Navalny.

La canciller Merkel, reaccionó exigiendo a Rusia que investigara lo sucedido, siendo muy cuidadosa de no sugerir que las propias autoridades rusas estuvieran involucradas en el asunto. En un inicio, la mandataria descartó vincular el asunto con el Nord Stream 2, pero aparentemente no todo su gabinete, con Heiko Maas, ministro de asuntos exteriores a la cabeza, compartían igual criterio, ante el cual ella terminó cediendo, a despecho de la comunidad empresarial germana.

Rusia niega toda implicación en el asunto y su policía solicita interrogar a Navalny

Otras reacciones europeas, aunque mucho más moderadas como la francesa no se han hecho esperar, mientras Rusia niega toda implicación en el asunto y su policía solicita interrogar a Navalny ¿Cuál será el desenlace definitivo que tendrá este “incidente” en torno al opositor ruso? ¿Alemania estará dispuesta a ir hasta las últimas consecuencias o eventualmente lo hará desaparecer debajo de la alfombra?

Alemania entiende que será mucho más fácil deshacerse del gasoducto en aras de complacer a Washington si no llega a estar operativo, de ahí que el polvo levantado por el infortunio de Navalny le venga como anillo al dedo a Berlín para dilatar el asunto. Sea cual sea la decisión que tomen los alemanes, dudo que nos enteremos antes del 3 de noviembre próximo.

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