Te prometo que ya no siento nada
Me lo digo a cada instante. Los sentimientos han dejado mi cuerpo. Lo tuvieron que hacer porque no había otra forma de avanzar. El organismo estuvo al borde del colapso nervioso de tanto sentir, y ante la explosión inminente, cada pieza del ser se miró una a otra hasta expulsar lo que quedaba de las emociones. Así. Sin más.
Por eso es que ya no siento nada. No es que quiera no hacerlo, es que mi cuerpo ya no me lo permite. Sabe del estrés y la ansiedad que llegaría cuando se intente sonreír. Conoce de la agonía que vendría cuando el corazón se rompa. Aún recuerda la gravedad que podría inundar cuando la tristeza llegue. Todavía teme por la penumbra que inmovilizaría todo si la melancolía regresara.
Y es por eso que ahora solo estoy. Acá en la casi oscuridad, alumbrado por una lámpara de noche, que no brilla tanto como el sol pero ilumina lo suficiente para recordar que todavía hay días y que la noche concluirá en algún momento. Pregonando que esto debería de terminarse eventualmente.