Dentro

Sayo Aisaka
La Voz de Sayo
Published in
4 min readNov 30, 2020

Despierto de golpe, como siempre, y ya empiezo a notar que algo no va bien. Familiar, pero no frecuente, noto una molestia al girar el cuello. Siempre es extraño porque no suelo variar mi forma de dormir desde que tenía diez años, pero ahí está. Es un dolor familiar, no sé por qué.

Remoloneo entre las sábanas durante una media hora, pues acostumbro a ello hasta que mi cuerpo se adapta a la funcionalidad de nuevo. Entonces me levanto. Todavía no sé qué hora es ni si he dormido bien. Hay gente que en seguida capta todo eso. A mí me cuesta saber cómo me encuentro. No comprendo cómo el resto pueden precisar así. Pero el dolor del cuello me confirma que he pasado mala noche y que es probable que pase una semana similar.

Aún con los ojos entrecerrados, alcanzo mis gafas de la mesita de noche y voy dirección al baño. Vivo en un piso amplio. De los que ya no se hacen. Un largo pasillo, no demasiado estrecho pero tampoco demasiado amplio, a la derecha, la ventana al patio. Echo un ojo. Hay ropa tendida por recoger. A mi izquierda, un poco más adelante, el comedor. No sé por qué se llama así cuando generalmente la gente se reúne para comer en la mesa de la cocina. Es más rápido. Es más fácil. Acabas antes.

Tras esquivar la cocina, llego al baño, hago uso de la taza del váter e instintivamente me lavo los dientes. Tampoco sé por qué lo hago nada más levantarme. Creo que es algo que vi en algún sitio a edad mucho más influenciable y empecé a hacerlo a diario. Y ahora sigo haciéndolo, incluso si supuestamente es perjudicial. Incluso cuando ya no tengo la boca pastosa por las mañanas antes de desayunar.

Alcanzo la cesta de la ropa en la entrada de la cocina y la llevo al patio. Antes de desayunar, suelo recoger la ropa tendida y fregar la loza que haya de la noche anterior. De día es difícil ponerse a hacer las cosas, pero de noche. De noche es otra odisea. Antes de empezar, se me ocurre coger el mando del televisor pequeño de la cocina y pulsar el botón de encendido.

— “¡Ah…! Es cierto…” — murmuro para mí.

Sí. Ocurrió un día de verano hará dos. Uno como otro cualquiera. Era de día, o de noche, da igual. Se fue la luz. Y todo el mundo siguió sus vidas como si nada hubiera pasado. Pero la luz no volvió. Pasaron horas, días. Meses. Pero dos años después, no ha vuelto. No sé por qué.

Así que prosigo mi misión diaria. Hay que mantener una cierta rutina para no perder ante la locura. Es algo que hay que hacer. Es importante. Empiezo con el tendedero pequeño, al fondo, a un lado de las estanterías de herramientas que ya no uso porque nunca supe hacerlo. Ahí suele ir la ropa interior y algunas toallas pequeñas. Las recojo por orden de categoría, las doblo y las dejo cuidadosamente en la cesta. Soy un desastre para doblar. Pero no pasa nada, porque lo tengo asumido y eso me exime de todo sentimiento de culpabilidad al respecto.

Al principio fue extraño, luego... digamos que fueron momentos difíciles. Pero poco a poco te vas acostumbrando. Intentas verlo de otra manera, poner la otra mejilla. A medida que pasaba el tiempo, intentar mantener el contacto fue cada vez más aparatoso hasta que llegaba un momento en el que aun cuando mis amigos intentaban saber de mí, más miedo me daba. Eran momentos de incertidumbre. Nadie sabía con exactitud qué podía pasar.

Las sábanas, de haberlas, y las toallas grandes son lo último. La ropa no la doblo porque acaba peor de como está. Llevo la cesta a otra habitación y guardo cada cosa en su lugar. Entonces regreso a la cocina y friego la loza. Los días con más cosas que fregar o los días más fríos son los peores. Se me quedan las manos heladas, pero hay que hacerlo. Naturamente, como en cualquier otra casa, hay cuatro veces más platos y cubiertos de los que realmente se utilizan a diario. Así que más vale que estos estén bien limpios.

Después me pongo el desayuno. A veces lo hago al revés. Hay días que desayuno primero y hago todo eso luego. Porque es el mejor momento de la mañana. Desayunar es una prioridad para mantener una buena salud, por lo que mientras estoy en ello, no hay pensamiento que pueda molestarme. Es una excusa conveniente. Salvo fuerza mayor, claro. “Stay healthy”, ¿no?

Es irrelevante lo que me sirva porque mañana será lo mismo, así que lo hago y vuelvo de la cocina a mi habitación. Dejo el cuenco sobre la mesa, me quito el pijama, me visto con lo primero que pillo del armario y me siento en la silla. Me recuesto, suspiro y giro el cuello a ambos lados.

Ese dolor familiar. No sé por qué.

Hago un nudo con una tira de tela de ya no recuerdo a qué pertenecía con las cortinas. Antes hacía un lazo pero digamos que pasa el tiempo. Entra luz. Está despejado, no hay apenas nubes en el cielo y las que hay, son blancas. Y el sol se camufla entre ellas, asomando, sin asomar. Saludando, sin aprensión. Al abrir la ventana entra aire fresco. Es sutil, no molesta. Y no hace viento. Al entrar en contacto con la piel de mi cara es sencillamente agradable. Es reparador.

Hace un día perfecto para quedarse dentro.

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Sayo Aisaka
La Voz de Sayo

Escribo chorradas sobre videojuegos aquí y participé en https://www.koi-nya.net/autor/sayo/ También corregía y soy RP en http://anihenjin.net/