200. El regreso del champagne al cierre de la comida
Pocas cosas provocan más felicidad que guardar un poco de champagne o las burbujas con las que se abre una comida reservado para el postre.
Tiene incluso lógica. Se sirve suficiente al principio sin interrumpir el apetito por el vino que acompañará el plato principal, se tiene ese momento especial del descorche como prólogo de la comida y, sobre todo, permite ese exquisito disfrute final que también nos recuerda que la efervescencia de un espumoso de calidad no es tan efímera como podría parecer: es casi milagroso volver a servir el vino y ver como tras una hora y algo más de comida, las burbujas siguen allí.
¿El reto? Mantenerlo frío sin congelarlo pero siempre que haya alguien que esté dispuesto a velar por la botella se convierte en una labor que puede llegar a ser divertida.
El resto es placer.