211. Los sustitutos del vino (parte II. Los destilados)
Siempre me ha llamado la atención cuando los embajadores de marca de whisky o ron se extienden sobre las posibilidades gastronómicas de sus productos y llegan a sugerir combinaciones abiertamente suicidas en las que el nivel alcohólico del destilado y los sabores especiados y ahumados distorsionan el alimento.
Yo, simplemente, los escucho y rápidamente vuelvo al vino. No me queda duda de la utilidad que tiene el destilado cuando se está frente a una preparación de carácter ahumado o con una fuerte impresión salada pero me ocurre igual que con la cerveza, los siento únicamente como espacios muy específicos que complican al whisky, no como un tema de sustitución.
Aparte, si bien entiendo la importancia de encontrar múltiples ocasiones de disfrute para una bebida nunca he sido partidario de forzarla. Los momentos cuando el destilado solo, con una roca de hielo o unas gotas de agua se disfruta sin necesidad de nada más o cuando entran junto con un postre o en la sobremesa los considero sublimes como para cambiarlos por otros en los que hay muchas posibilidades de fracasar en el rompecabezas de sabores.