231. El vino y la sopa

De verdad hay días en los que pienso mucho en quienes con suficiente seriedad para dudar de su parecer, niegan lo interesante que es la combinación entre vinos y sopas.

Una buena sopa, sustanciosa, sin necesidad siquiera de que se trate de una crema, es capaz de ofrecer un contrapunto exquisito de temperatura y sabor con el vino. Pienso en sopas de pescado o de pollo con blancos ligeros y ácidos o rosados cuando hay granos y salchichas o tocineta. Es una manera exquisita de comenzar una comida.

Y ni qué decir cuando se trata de una crema, en la que la adición de una base láctea hace más exigente cada cucharada de sopa. Un tinto ligero para una crema de tomate concentrada, un chardonnay con madera para una de auyama con queso de cabra. Y todavía quedarían las burbujas para una taza de clam chowder.

De tantos arrepentimientos gastronómicos que arrastro uno es no haber comida más sopa tomando vino.

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Esnobismo gourmet
La vuelta al 2017 en 365 notas sobre vinos

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