303. Champagne a la hora del postre

Hay pecado o acciones que se sienten pecaminosas que, aparte, son experiencias de esas que nos sacan del continuo del tiempo tal cual lo conocemos y nos arrojan al espacio de esos placeres que son atemporales y uno de ellos es comer el postre con una copa de champagne.

Detrás de las personas que promueven el champagne solo para el aperitivo o para los brindis hay gente desinformada y en algunos casos, supongo, malintencionada, porque realmente el champagne es de los espumosos que tiene la espalda suficiente para llevar un menú desde un abreboca hasta el momento del postre.

Si hay chocolate, hojaldre, crema pastelera, manzanas, peras, limones o duraznos, pienso en un brut; si hay confituras o mermeladas, bayas como fresas o moras, bizcochos untuosos y aromáticos pienso en un rosé; difícilmente pienso en un demi sec pero es un defecto mío, hay que salir y buscarle combinaciones, lo que es cierto es que la cremosidad, las burbujas y la acidez están allí para darle matices al postre que difícilmente se encuentran con otras bebidas. Además, venir de un blanco en la entrada, seguir con un tinto para el plato principal y, de repente, cuando los comensales esperan el café y el destilado tener como sorpresa una botella de champagne es un gesto sencillamente conmovedor.

¿Que sólo se puede hacer en ocasiones muy especiales? ¡Precisamente! ¡Ése es el espíritu de sucumbir ante la combinación de champagne y postres!

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Esnobismo gourmet
La vuelta al 2017 en 365 notas sobre vinos

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