De ping pong en el manga
Corren buenos tiempo para el binomio manga/anime. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que estamos viviendo en una verdadera edad dorada tanto de la producción como de la difusión de la historieta y de la animación japonesa por el mundo. Sin embargo, la avalancha de títulos, el ritmo de vida urbano y el estrés por encontrar LA película/serie, puede pillar desconcertado a l@s inerciales (gentilicio oficial de esta nuestra micro-nación) en perpetua búsqueda de ese nosequé presente en algunas de estas obras animadas y que tantas buenas tardes nos ha dado.
Esta ingente masa de inerciales ha podido creer ver en el reciente estreno de Ping Pong (Tatsunoko Productions, 2014) el súmmum de la animación. El no va más. The Best The Man Can Get. Y probablemente estén en lo cierto, no vamos a descubrir ahora a su director, Masaaki Yuasa, cuyo prestigio a ambos lados del Atlántico le ha permitido, por lo pronto y entre otros, dirigir un fantástico episodio de Hora de Aventuras. Fascinados por las vicisitudes de Peco y Smile, puede que incluso la curiosidad haya llevado a nuestra gente a leer el venerado manga de Taiyō Matsumoto, quedando especialmente prendados del surrealismo y garabatez del volumen.
Es en ese punto, previo a la canonización de Ping Pong a la derecha de Watchmen o a la izquierda de Maus, en el que tenemos que poner fin al hype. La mejor ficción sobre ping pong no es Ping Pong. No, ni siquiera ese arco de Chicho Terremoto. Y probablemente tampoco Ping Pong Playa, película de 2007 que Dios nos libre de ever ver. No, amig@s, desde esta modesta sección queremos reivindicar hoy y siempre Ping Pong Club (Ike! Inachū Takkyū-bu) el manga debut de Minoru Furuya.
En Ping Pong Club, seis reguleros estudiantes de secundaria forman el equipo de tenis de mesa del instituto. Su capitán, Takeda y su segundo en mando, el pretty boy Kinoshita parecen ser los únicos que se toman en serio el tema. El resto de miembros son a cada cual más peculiar. El pequeño Tanaka es un pervertido sadomasoquista. El gigante americano Tanabe es una bellísima persona, pero basta con que levante sus velludos brazos para asfixiar con su olor corporal a toda persona en un radio de 15 metros. Y Maeno e Izawa (cuyo peinado recuerda a la celebérrima Ashita no Joe) son dos capullos egoístas y miserables que siempre están de cachondeo.
Bajo la apariencia de otro anodino slice of life shōnen deportivo (ya saben, superación, amistad heterosexual, esfuerzo et al), Ping Pong Club nos regala grandes gags que son buena prueba de la capacidad para la comedia que el camaleónico Furuya (por cierto, no confundir con el mangaka alternativo Usamaru Furuya) desarrolla con más calma en manga posteriores tan recomendables como Boku to Issho (1997) o Ciguatera (2003).
Los chistes vienen en su enorme totalidad del tándem Izawa y Maeno. Y es que entre las inolvidables comedias de situación esposa-marido y travestismos varios de la pareja, encontramos retorcidas referencias no sólo historia de Japón sino también a la cultura popular de masas, Michael Jackson y Frank Sinatra incluidos. Son mangas cómicos como Ping Pong Club los que mejor exploran uno de los rasgos estructurales del medio: la intertextualidad compulsiva.
Pese a no tratarse de ser un título tan influyente como, pongamos, Kinnikuman (per a nosaltres Musculman), Ping Pong Club fue distribuido por una de las grandes casas editoriales de Japón, Kodansha, que incluso tuvo a bien premiarlo como manga del año 1996. De hecho, siguiendo con la lógica comercial habitual, llegó incluso a tener una adaptación animada para televisión, aunque bien es cierto que pasó sin pena ni gloria.
En resumen, de todo menos ping pong. Que a fin de cuentas, así en frío, es algo que como entretenimiento cuesta de vender.
Pueden marchar en paz.