En búsqueda del sonido Manchester
Cuando uno llega a Nueva York siente que se ha colado en el rodaje de una película de acción. Manchester debía ofrecernos la misma sensación des de un punto de vista musical, teniendo en cuenta la gran cantidad de grupos de éxito que surgieron de sus calles en los años ochenta: The Smiths, New Order, Happy Mondays, Stone Roses… Íbamos a la búsqueda de ese sonido ‘manchesteriano’ característico del mítico sello The Factory y de su máxima expresión fiestera, The Haçienda, una discoteca que a los pocos años de su apertura tuvo el honor de cambiar el nombre oficial de ciudad por el de Madchester o Gunchester, evocando la gran cantidad de tiroteos que se producían en su interior.
Después de realizar la conveniente visita a Old Trafford, el teatro de los sueños, nuestra búsqueda se inició con una breve visita al Radisson Edwardian Hotel, espacio donde Bob Dylan tocó por primera vez en Gran Bretaña con la guitarra eléctrica, siendo abucheado, y donde Sex Pistols ofrecieron el mítico concierto de la primera escena de la película 24 hour party people, ante una cuarentena de personas, entre ellas los miembros de New Order y Tony Wilson, futuro fundador del sello The Factory. Pensaba encontrarme algún recuerdo en forma de placa que evocara lo que había vivido ese edificio. Pero la realidad fue completamente diferente. Nada de sonido Manchester por aquí ni por allá. Solo decenas de turistas con excesivas cantidades de dinero en los bolsillos yendo de un lado para otro.
Bueno, pensé, vayamos a visitar el lugar donde se erigió The Haçienda. Más de lo mismo. Ya sabía que la discoteca había quedado para el recuerdo y que en su lugar no había más que un bloque de edificios, que conserva el nombre original del local, pero, de nuevo, me esperaba algo más. Dicen que el olor de las ciudades define su personalidad. Al pisar Nueva York todo olía a cine. Hasta ese momento, Manchester no olía a nada especial.
Dicen que las paredes de este edificio retumban a festival
La tercera opción tampoco resultó ser la definitiva. El club The Ritz, situado en la misma calle que The Haçienda, tiene el honor de haber acogido el primer concierto de Morrissey y compañía. Sin embargo, aquella gris tarde de julio se hallaba chapado, con una maldita valla de obras entre la acera y el arcén, que dificultaba en exceso la realización de una fotografía decente.
Para que veáis que no engaño
Era tarde y dudábamos entre ir al hotel para acicalarnos y disfrutar de la noche ‘manchesteriana’ o echar el resto en búsqueda del dichoso sonido, recorriendo más de veinte minutos a pie hasta llegar al local Star and Garter, anclado entre un polígono industrial y el ambiente grisáceo de un puente ferroviario. La insistencia de Marià, fanático empedernido de Morrissey, pudo más que los dolores corporales. Habíamos leído que en el citado local siempre pinchan música del Manchester de los 80 y que The Smiths lo habían frecuentado más de una vez durante su juventud, realizándose diversas imágenes promocionales, al estilo de las producidas para la canción Suffer little children, cuya fuente de inspiración es la prisión de Strangeways.
Hasta los huevos!
La imagen habla por sí sola. Marià y yo exhaustos encima de la ventana del Star and Garter, esperando a que abriera. Eran las nueve menos diez minutos y un cartel de la entrada rezaba que a partir de las nueve se abría la veda. Pero vaya por dónde, un mozo bien entrado en carnes y barba salió por la puerta al vernos y nos comunicó que esa noche hasta las diez no habría el ambiente adecuado para nuestro deleite. Pensé sin musitar: ‘Vaya fracaso de día, des de un punto de vista musical’. Lo único interesante que habíamos visto hasta ese momento era una sarta de carnes en forma de culo y pechos, embutidos en unos trajes claramente horteras pero que conseguían el objetivo de despertar tu apetito sexual. Acaso debería ir en búsqueda del pecho Manchester?
Al llegar al hotel, Marià insistió en la necesidad de volver al Star and Garter, aunque Jordi, el otro compañero de viaje, prefería moverse por el ambiente ‘salouense’ de Manchester, marcado por mujeres, digamos, bien entradas en carnes bailando reggaeton, dance y tecno. El ‘seny’, como dirían en Catalunya, se impuso y un elegante taxista nos depositó de nuevo ante la puerta del mítico local. Eran las once y media de la noche y esta vez había cola para entrar.
El edificio en sí mola
Al fin. Habíamos hallado parte del sonido Manchester. Después de un compás de unos minutos para agenciarnos unas cervezas, subimos por unas escaleras tipo casa americana que desembocaba en una sala medio vacía donde un discjockey hacía las delicias de unos cuantos jóvenes poperos. A los cinco minutos ya habíamos escuchado una canción de Morrissey y a los diez habíamos llegado a la conclusión que hacia falta un local como ese en Tarragona. Se podría definir como una sala Zero pero sin tanta electrónica y con menos ambiente gafapasta. Por los altavoces del local sonaron temas de Joy Division, Stone Roses, New Order, Happy Mondays o The Cure, complementados con otros de grupos más recientes que recogen la sabiduría de estas bandas, como Interpol, The Arcade Fire o Franz Ferdinand. Satisfechos volvimos hacia el hotel a eso de las 2 de la madrugada.
Tanto había costado encontrar un resquicio del sonido Manchester, que al día siguiente por la mañana no nos encontrábamos con ánimos suficientes como para continuar con nuestra ardua tarea. Pero a veces las recompensas llegan cuando menos te las esperas. En uno de nuestros eternos retornos al centro de la ciudad, decidimos seguir por la calle Oldham Street, hacia el norte, donde nos topamos con una decena de tiendas de películas, discos, vinilos y obras de arte de segunda mano. En esos momentos de pérdida emocional –debimos estar como dos horas entrando y saliendo de los establecimientos- hallé la conexión más certera a lo que había sido Manchester en los años ochenta. Me imaginaba con unos tejanos ajustados, unos zapatos de punta, una camisa de cuadros y un peinado desbocado con patillas. Era la figura perfecta para destrozar la noche con mis rayas de cocaína y mis pastillas, aderezadas con unas copas de whisky y una bellísima mujer de pelo rubio rizado. Pero cuidado, todo podía acabar en la peor de las tragedias…
Adivinen cuánto valía esta reproducción de Elvis de segunda mano
En apenas unas horas dejamos Manchester y nos dirigimos hacia Liverpool, donde ya sabía que a parte del chiringuito turístico montado alrededor de The Beatles no iba a encontrar nada más interesante. Por salvar algo de la quema, el puerto y su muelle. Sin embargo, en la cuna de los cuatro mosqueteros musicales me dí cuenta de la evolución realizada por el denominado sonido Manchester. Mientras Liverpool se caracteriza por ser una ciudad más bien fría, su hermana del interior destaca por su gran ambiente festivalero, a todas horas del día. Eso sí, se trata de un movida musical que ha dejado de lado las guitarras y las baterías disgresoras e innovadoras de los ochenta, para dar paso en la actualidad a melodías más comerciales. A pesar de todo, la esencia de Tony Wilson aún se mantiene viva en Manchester. Dios bendiga a su sonido y también a sus mujeres.