Estampa de un Cristo en Finisterre
Exterior, noche, verbena de pueblo: escena para todo lo berlanguiano, mapa de la España profunda (en este caso la Galicia remota). ¿Qué le discute con tanta vehemencia y a pie de tablas ese borracho al cantante? ¿Por qué esas miradas de desaprobación? ¿Por qué ese torcer el gesto? ¿Qué te ha decepcionado tanto, borracho?
Estamos en Finisterre tras acabar un Camino más y no hay paz para los malvados, ni para nosotros: nos hemos metido de lleno en las fiestas del pueblo (“hoy es el Cristo de Finisterre”, nos anuncian, como si un Cristo fuera un acontecimiento o un tipo de día en lugar de una figura religiosa o su representación artística). La orquesta es todo lo mala que esperábamos y no falta el vejete que repite, alegre y sin desfallecer, el mismo paso polivalente. Todo está, pues, en regla.
Entonces, ¿por qué tanta hostilidad?
Minutos antes del conflicto.
El cantante ha anunciado “una sorpresa muy especial” y acto seguido se ha plantado en medio de la plaza en una suerte de taburete o porción de escalera, rodeado de las masas como un Bono o un mesías de saldo. “Rodeadme, masas, os regalo mi cercanía”. Sorpresaca, en efecto.
Se arranca a cantar ‘México lindo’ (uno imagina lo especial que es este himno para este paisanaje, su fuerte raigambre en la Costa da Morte) y el borracho a quien hacemos protagonista se queda a su lado, mascullando, señalando fuerte con el dedo de tanto en cuando.
¡Qué ímpetu! ¡Qué compromiso con la cosa del análisis! Lo imaginamos crítico de la Rockdelux o regidor de Cultura, o mejor, personaje amanecista. “¿No sabe usted que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Negrete?”
Canción tradicional galega
Adelantamos ostias, casi cruzamos los dedos para que se monte un Cristo (de Finisterre), pero no llegará la sangre al río. La anécdota acaba tan anticlimática como empezó, con el cantante capeando el temporal a base de bromas y el borracho sujeto a su cubata como centro de gravedad y diciendo que no muy fuerte con la cabeza. No es el único que se queja (“hoy tenemos un público exigente”, anuncia el mánager a la banda, asomando oreja tras una cortina, antes de salir a escena) y llegamos a soñar con una rueda de prensa en la que nuestro héroe dé detallada explicación de su malestar, tal vez con disculpa pública y acto de contrición ante el Cristo.
Nos largamos con la cosa muy a medias, muy sin resolver, intentando sacar sentido de todo aquello. No hay más que contar, pero no me negarán que la estampa les hace intuir algo muy signicativo, tope de importante, sobre nuestra cultura y nuestros quistes.
Todos somos ese borracho (o a lo mejor no).