Ladridos en Albacete
Explanada mesetaria. Cinco de la tarde. Polvo, desierto y carreteras secundarias. Nivel de humedad: como el de una áspera gamuza seca al sol. Un Renault 19 carnaza de desguace está en la reserva y se detiene a repostar en una de esas gasolineras destartaladas, emplazadas en la nada. Ni una montaña en el horizonte. La Mancha parece el mar de la tranquilidad. Fernando Alfaro, con barba de cuatro días, deja su libreta en la garita, abandona de momento ese verso que se le resiste y se dirige a echar combustible al cliente, el primero en unas cuantas horas.
· ¿Quién es? Fernando Alfaro
· ¿Qué hace? Música ahora en solitario, antes con Surfin’ Bichos, Chucho y Fernando Alfaro y los Alienistas
· ¿Por qué mola? Por sus composiciones inquietantes, ásperas pero también irónicas
· ¿Desea saber más? Él también tiene web oficial
¿Acaso si se trabaja de empleado en una estación de servicio perdida en el espacio y el tiempo de Albacete no acaba uno haciendo canciones en sus muchos ratos muertos y, si se puede, liderar el underground español de los años 90? Ése es Alfaro, árido componente de Surfin’ Bichos, líder de Chucho y acompañado recientemente por su banda Los alienistas, a la espera de concretar su nuevo proyecto.
El caldo de cultivo en esa soledad manchega sólo distraída por la guitarra debió de ser fundamental. Si no, ¿cómo puede alguien de Albacete alumbrar obra tan rugosa y un rato atormentada? Pues él, nada dado al tema mediático, en vez de lucir vocabulario rural y chanante como ‘gambitero’ o ‘pataliebre’ aprovecha su contemplación de San Clemente para inventar historias tétricas y letras descarnadas pinceladas con angustia vital.
Al final, todo es pop, a veces hasta luminoso, y nunca inaccesible, aunque habitualmente me imagino esas canciones como la banda sonora de Puerto Hurraco. El malestar habita sobre todo en Surfin’ Bichos, donde se juntan impulsos primarios y referencias bíblicas. “Voy a cavarme una tumba en el cráneo”, cantan en ‘100 watios’, un ataque frontal a Dios. Alfaro, cuya primera banda se llamaba Cortejo fúnebre, puede despachar igualmente violaciones, mujeres que se masturban con el quicio de las puertas o frases como “Era una buena chica. La maté porque roncaba”.
Pero prefiero la etapa de pop más amable, aunque más barroco en la instrumentación, de Chucho, e incluso diría que su disco más compensado es el último, ‘Carnevisión’. En sus canciones, también hay ironía y creo que un punto castizo. “Desde que naciste yo cambié. Ahora me importan las catástrofes”, entona en ‘Chapoteosis de chiquillos en la bañera’, dirigiéndose a su hijo. Es que, por cierto, algunos títulos son de esos que impactan, véase ‘Ricardo ardiendo’, ‘Los cuatro motocarros del apocalipsis’ o ‘Gente abollada’.
Ahora no creo que se dedique ya a llenar de sin plomo los depósitos en el desesperante solar castellano, algo a lo que alude en su álbum ‘Diarios de petróleo’. El físico y escritor Agustín Fernández Mallo incluye ese rol de Alfaro en el aclamado ‘Nocilla Dream’, un libro sobrevaloradísimo, interesante y ya está, pero no obra generacional ni pionero de un nuevo género llamado poesía post-poética como se dice en tantos y tantos sitios.
Dice Nacho Vegas que él lo único que hace es mirar dentro de la condición humana y que a veces lo que encuentra no es bonito. Que las canciones no aportan soluciones; simplemente constatan el problema. Para mí, Alfaro tiene algo de eso, aunque según Vegas disponga también de las respuestas. En la canción ‘Chucho malherido’, el asturiano dice: “Fui a mi iglesia a rezar / le pregunté a San Alfaro / ¿hay algo que pueda hacer / para purgar mis pecados? / Él tuvo a bien responderme / con el más bello ladrido / que jamás oyó perruzo malherido”. En fin, que nunca Albacete fue tan dramático.
raúl