Los alegres chicos de Golden Pee County (cuento infantil)

La Inercia Micronación
La Inercia
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5 min readFeb 4, 2016

La literatura infantil y juvenil fue otro de los campos de la cultura y el conocimiento en el que El Mulo (no confundir con el personaje de Asimov) dejó plantada su semilla en una tierra aún no preparada para conocer sus frutos. Si bien no fue demasiado proclive en cuanto a la producción de obras relacionadas con los primeros años de vida y adolescencia, así como en la cría de ocas rusas, sí es cierto que su legajo está considerado, en palabras del Dr. Gary Thundercat, famoso proctólogo del Hospital de Saint T. J. Gamble de Wisconsin y autor de varios best sellers de literatura juvenil como Mi amigo el colon irritable, “la base en la que se sostiene la fantasía actual, el continente y el contenido donde se forman los sueños de los más pequeños, el bol de ricos cereales en el que se citan inolvidables personajes chocolateados, historias preciosas con doble de azúcar y un estilo literario que es la leche. Su trabajo se convirtió en un clásico instantáneo con espuma” [1].

En 1970, El Mulo (no confundir con el personaje de Asimov) recibió un encargo por parte de la ahora extinta Oficina de Asuntos Infantiles del Departamento de Desarrollo Armamentístico y Cultural (OAIDDAC) de la ONU: un cuento en el que se reflejaran los valores universales de dicha institución. Se supo después que la intención no era otra que distribuir subrepticiamente la historieta en las galerías de Vietnam para adoctrinar a las juventudes enemigas en la cultura occidental durante el desarrollo de la contienda contra el mundo libre. El texto que escribió nuestro autor favorito, aprobado por la CIA y por el patrocinador principal, Pepsi Co., fue el que sigue:

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Los alegres chicos de Golden Pee County

by El Mulo (no confundir con el personaje de Asimov)

En la pradera de mi tío Billy Ray, el viudo loco que invocaba demonios en idiomas ancestrales, mis primos, el pequeño Lester “Ricitos” Fartman y yo hacíamos cabriolas.

Cuando llegaba el verano y el viento soplaba cálido, mis primos y yo saltábamos y corríamos por doquier, felices como una troupe de músicos ambulantes europeos que cazan un gato y saben que no tendrán que recurrir al canibalismo. Por entonces, lo único que nos importaba a los chicos de Golden Pee Co. era observar el cielo estrellado sobre el tejado del granero del viejo tío, verle las bragas a la anciana West y estrellar sapos contra el tren de Arkansas. Nos encantaba el verano porque éramos pequeños mulos salvajes aprendiendo el mecanismo de la vida GRACIAS A PEPSI.

En la pradera de mi tío Billy Ray, el viudo loco que invocaba demonios en idiomas ancestrales, mis primos, el pequeño Lester “Ricitos” Fartman y yo hacíamos cabriolas.

Cuando llegaba el otoño, los vientos con olor dulce y las viejas melodías country acompañaban la feria otoñal de armas de Golden Pee Co. Entonces, mis primos y yo esperábamos impacientes a una alegre chiquita llamada Ramona, que era morena, ilegal y olía a burritos. Ramona siempre compartía con nosotros un cactus mágico de su tierra. “Regaliz del desierto” lo llamábamos. Ella, siempre contenta y mágica, nos decía en su extraño idioma:

-Rechanfle, güeros pendejos, ¡voy a tener que robar más peyote a mi hermano Miguel! [2]
Y todos comíamos de aquel regaliz del desierto JUNTO CON UNA PEPSI y nos reíamos y veíamos dragones de siete cabezas que se abalanzaban sobre nosotros gritando cosas parecidas a lo que decía el viejo tío Billy Ray cuando invocaba demonios; disparábamos a los dragones y a las ardillas y a los morenos, y huíamos y nos refugiábamos en el techo del granero del viejo tío, donde observábamos, algunos días, el cielo estrellado.

En la pradera de mi tío Billy Ray, el viudo loco que invocaba demonios en idiomas ancestrales, mis primos, el pequeño Lester “Ricitos” Fartman y yo hacíamos cabriolas.

Con el invierno, los fríos vientos laceraban el condado. Golden Pee Co. se entristecía y se hacía duro y seco como el cadáver del señor Harry Fatbottom, el viejo tonelero taxidermista que murió de unas fiebres provocadas por sus animales. Por expreso deseo suyo, fue disecado y expuesto sonriente en el porche de su tienda, Fatbottom Stuffed Pets: The Best Store In Town. El buen viejo señor Fatbotton… ¡fue su excesivo amor por los animales lo que le llevó al porche! Los chicos nos divertíamos mucho con él y cuando, en alguna de esas, su único hijo, el cojo y bizco Harry Fatbottom Jr., nos sorprendía mientras hacíamos pipí, DESPUÉS DE TOMAR REPRESCANTE PEPSI, apuntando al cuerpo del padre, salía a trompicones con la escopeta y nos disparaba. Pero nosotros ya estábamos corriendo hacia el granero del viejo tío, aunque casi nunca podíamos contemplar el cielo estrellado y nos marchábamos a casa, melancólicos como las nubes.

En la pradera de mi tío Billy Ray, el viudo loco que invocaba demonios en idiomas ancestrales, mis primos, el pequeño Lester “Ricitos” Fartman y yo hacíamos cabriolas.

Sin embargo, después del frío invierno, la primavera llegaba una vez más a Golden Pee Co. Las flores, los árboles, los animales, todo bullía de vida. ¡Hasta el pobre señor Fatbottom tenía mejor color y las moscas ya acudían a sus ojos! Aquellas semanas, los chicos solíamos ir a la estación con la llegada de las prostitutas en la fiesta del whisky que organizaba la A.W.P. del condado: ¡menudas chicas alegres y ligeras de cascos!

Una tarde calurosa, TRAS BEBER DULCE PEPSI, mis primos y yo seguimos al viejo tío Billy Ray hasta el burdel de las afueras del pueblo. Allí se lió con una chica alta, musculosa, velluda y con la voz más grave que el sacerdote Roy Christsoldier. Desde el exterior de la ventana del burdel, aguantándonos la risa, los vimos jugar a los médicos. Aquella misma tarde, mientras nosotros nos reíamos de las ocurrencias del viejo tío, ocurrió una desgracia: Harry Fatbottom Jr. le voló la tapa de los sesos al pequeño Lester “Ricitos” Fartman. El pobre zagal tropezó al salir corriendo y se dobló un tobillo. No pudo huir. Tras su funeral, los chicos nos marchamos una vez más a contemplar el cielo estrellado sobre el tejado del granero de mi viejo tío TOMÁNDONOS UNOS DELICIOSOS REPRESCOS PEPSI.

En la pradera de mi tío Billy Ray, el viudo loco que invocaba demonios en idiomas ancestrales, mis primos y yo hacíamos cabriolas.

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[1] Gary Thundercat, Personajes rectales en los cuentos infantiles del siglo XIX, Wisconsin, 1988, p. 4.

[2] En español en el orginal (N. de los T.)

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