Silent Hill Live, o cómo Akira Yamaoka llevó la niebla a Londres
V: Resulta difícil explicar qué es la música de Silent Hill, más aún encerrarla en un género (tal vez porque es, en sí misma, un choque de piezas contradictorias, de canciones pop-rock, pasajes eléctricos y cortes industriales). Se la suele definir como una mezcla imposible de Nine Inch Nails, metal y Angelo Badalamenti. Es este último ingrediente el que me interesa: Silent Hill y su música tienen un hilo de fondo romántico, agónico y frágil, hecho de pérdida y soledad, de las atmósferas densas y las geografías de nuestras pesadillas.
Bea: Lo admito: soy novata en Silent Hill. Conocía la saga pero nunca me había zambullido en su mundo. La pasión de aquí el otro firmante despierta mi interés, y el de cualquiera, por estos juegos. La otra cosa que me llama la atención es la música. La voz de Mary Elizabeth McGlynn atrapa y junto a las composiciones de Yamaoka llevan a un mundo oscuro que seduce, un mundo en el que las canciones suenan, de alguna manera, rotas y, a la vez, con fuerza. Transmiten nerviosismo, rebeldía, ansia de escapar de esa oscuridad (más interna que ajena) y la frustración de no conseguirlo. No dudo ante la sugerencia de V de ir a este ‘Silent Hill Live’ en la sala The Laundry, en Londres.
V: El día antes del concierto la niebla toma la ciudad. Caminamos de noche, entre una espesura blanca, por calles antiguas que bien podrían ser las del pueblo titular. Es una anécdota, pero ayuda a entrar en atmósfera: Silent Hill siempre ha sido más niebla que oscuridad, más vacío que terror.
B: Se agradece que Londres brinde ese toque extra, especialmente afortunado en la entrada de la sala, donde encontramos el mítico cartel de “Welcome to Silent Hill”. El público que se ve llegar es variado y tranquilo, incluso cuando la incertidumbre del lugar de entrada provoca la formación de dos filas, que se acaban unificando pacíficamente. Qué pacífico es el público londinense.
V: Reparo en los asistentes: tienen pinta de fieles veteranos, con sus camisetas y sus señales de jugadores, están lejos de lo que uno encuentra en salones del manga y ferias del videojuego. Silent Hill siempre atrajo a un nicho curioso, a un cruce imposible entre seguidores de David Lynch, metaleros y jugadores de survival horror. Hay tantas mujeres como hombres y compruebo, así a ojo, que casi todos tenemos edad para haber estado allí cuando se lanzó la trilogía clásica.
Foto: thelineofbestfit.com
B: La niebla se ha instaurado también dentro. El humo ambiental, la luz roja y un par de actores disfrazados de enfermera fantasmagórica y Pyramid Head (una de las criaturas más reconocibles de la saga) nos transportan aún más al mundo de Silent Hill.
V: Y no olvides un rincón con varias consolas antiguas y televisores de tubo en las que se pueden jugar algunos Silent Hill. Más tarde, comprobaremos en Twitter que algún desorientado se pasó el concierto haciéndolo.
B: Cada uno con su fiesta. Los asistentes le hacen corro a Pyramid Head, que traza círculos con su cuchillo gigante, y la enfermera se pasea intentando inquietar a la gente, pero parece que lo no consigue — la mayoría se hacen fotos con ella como si fuera una amiga a la que la noche de Halloween se le ha ido de las manos.
V: El menú del primer juego aparece en la pantalla que hay sobre escena y entra la banda, compuesta por Michihiro Imai (bajo) e Israel Ulloa (batería), dos colaboradores habituales del compositor, y Todd Jordan (guitarra y mandolina). Tras ellos, con humildad japonesa pero aura de rockstar, se presenta al fin Yamaoka. Por un momento el fervor tiene más de macroconcierto en estadio que de sala modesta: queda claro el estatus del nipón. Un corte de sintetizador industrial abre la veda y ‘Theme of Laura’, algo así como el himno de un momento y un movimiento, se despliega ante nosotros. No falta la icónica mandolina. La formación toca con energía, en una suerte de rabia tranquila, ruidosa pero afligida. Yamaoka le da a la guitarra despacio, entregado, recrudeciendo sus riffs (pienso en la firmeza de Clapton o en la brusquedad de Hendrix).
B: El concierto para mí empieza siendo un mar de cabezas, algo a lo que ya me he acostumbrado, mi metro sesenta no da para más. No me suele importar pero, esta vez, sí. Quiero ver las proyecciones y extraer algo de ellas que me permita descubrir algo más del mundo de Silent Hill. Mis ganas aumentan cuando la banda arranca y por un hueco veo tocar a Yamaoka. Y es que merece la pena verlo, no sólo escuchar. Su forma de tocar es hipnótica, cierra los ojos e incluso parece que entre en una especie de trance. Jamás he visto a ningún músico tocar con una pasión tan tranquila. Hay mucha melancolía en esas notas pausadas, rabiosas, y rotas.
V: Sigue otro instrumental, ‘Love Psalm’, y todavía me pregunto si veremos a Mary Elizabeth McGlynn, la otra mitad del hechizo de Silent Hill. Pronto descubrimos que no: sale a escena la cantante y es una chica joven, de físico muy lynchiano o silenthillesco, excesivamente animosa. La ausencia de McGlynn, aunque esperada (su nombre no estaba en el cartel ni en la nota de prensa), es para mí la gran decepción de la noche. Es una de mis intérpretes femeninas favoritas, tal vez sólo comparable a Patti Smith. Su voz define Silent Hill tanto como las atmósferas de sintetizador o las guitarras de Yamaoka; estas canciones necesitan su timbre robusto y claro, su actitud a la vez dulce y distante, dominante, el extraño pesar vaporoso de sus inflexiones.
B: Comparto con V que la mayor decepción fue no escuchar a McGlynn. Ella era uno de los mayores reclamos de este concierto para alguien que, como yo, ha descubierto hace relativamente poco su voz inconfundible. Y desde mi limitado conocimiento, sé que las canciones de Yamaoka necesitan una voz como la suya. Karina Scuteri la sustituye esta noche y, aunque hace su papel, no convence y rompe con la atmósfera inicial que la banda ha creado. Su constante alegría, sus ganas de animar al público, de hacernos cantar, no casan con el tono de las canciones. Sobran sus comentarios sobre vestuario. Sobran las poses ensayadas. Sus repetidos “Sing along, London!” descompensan el ambiente melancólico y obtienen pocas respuestas. Si hay algún fan cantando, lo hace de forma calmada, solitaria. Intento concentrarme en la música y en mirar a Yamaoka.
V: Y Yamaoka está al máximo. Toca con confianza, conoce bien sus temas y los desmonta, los reduce, los hace más primarios. Si falta el toque etéreo de los sintetizadores, crece el dolor de la parte eléctrica. Scuteri, como dices, está algo fuera de sitio: no hace falta animar a los conversos y esto no es una fiesta de pueblo. Es competente, sostiene las canciones, pero resulta imposible no verla como un reemplazo. Se defiende bien en temas furiosos como ‘Silent Scream’ o ‘Shot Down In Flame’ pero aligera al interpretar chutes de anhelo y fragilidad como ‘Waiting For You’ o ‘Tender Sugar’. Faltan matices, gravedad, tristeza. (Más tarde Todd Jordan contará en su blog cómo se gestó la gira y apunta que Yamaoka quería contar con talento local; eso explica, tal vez, el cambio de McGlynn por Scuteri).
B: Yamaoka, Imai, Ulloa, y Jordan siguen aportando peso y aflicción durante todo el concierto, transportándonos a una pesadilla casi plácida. La saga se ha clasificado como survival horror, aunque muchos la usan para debatir la existencia de otro género, el survival terror. Las canciones, sin haber jugado, me sugieren, más que lucha por la supervivencia, el querer escapar de una atmósfera claustrofóbica y la desesperación de un mundo en el que estás solo, abandonado, buscando a aquellos que quieres, lanzando “silent screams”. En Silent Hill, el terror y el horror, lo interno y lo externo se unen irremediablemente hasta revelar que el monstruo eres tú.
V: El medio tiempo del concierto se ocupa con una grabación de ‘Wounded Warsong’ (por un momento, vuelven los sintetizadores) a la que primero Ulloa y luego Imai acompañan con solos de sus instrumentos. El de batería es especialmente espectacular, colérico. Ulloa acaba tocando de pie y si nosotros no estuviéramos igual, nos levantaríamos. Tras la descarga, Yamaoka y Scuteri (he dejado de mirarla: me he cansado de verla sacudir el pelo a lo Pantene y poner morritos) vuelven a las tablas e interpretan ‘Room of Angel’, una de mis favoritas. Es un tema calmante, vidrioso, casi dulce. Será la única excursión a los tempos más lentos de Silent Hill: el resto del setlist vuelve a la electricidad y la furia con ‘I Want Love’, ‘Your Rain’, ‘Hell Frozen Rain’ y ‘When You’re Gone’. Aunque echo de menos ‘Acceptance’ o ‘Letter From The Lost Days’, no me quejo: es imposible pensar en una recta final más intensa.
B: A falta de los bises, que terminan con la genial ‘You’re not here’, me quedo con ‘Hell Frozen Rain’ (de mis favoritas), ‘When You’re Gone’, ‘Waiting for You’, con los solos que acompañaron a ‘Wounded Warsong’ y con el resto de instrumentales. Quizás sobresalen porque sus melodías y letras capturan bien ese estar perdido, la voz que nadie escucha en un lugar que una vez debió ser familiar y ahora se ha convertido en algo extraño. También me hubiera gustado escuchar ‘Acceptance’, acaso demasiado tranquila para un directo. Pero esta partida no la decido yo.
V: El trámite de los bises no se alarga mucho y la banda vuelve con ‘Overdose Delusion’, calambrazo instrumental tras el que viene la verdadera traca final: los temas principales de los tres primeros juegos. El ‘Silent Hill Theme’ es un viaje directo a 1999, con Todd Jordan recuperando la mandolina para clavar el que tal vez sea el riff más importantes de la saga. ‘Promise’, con su base de guitarra, hace imposible no dejarse llevar por la añoranza de recuerdos propios (nuestras partidas) y ajenos (los de James y su difunta esposa Mary). ‘You’re Not Here’, apertura de Silent Hill 3, sirve aquí de tremendo fin de fiesta en el que confluyen el frenesí y la agonía del sonido Yamaoka. La sala entera pierde el control, y no porque Scuteri nos lo pida.
B: Antes del concierto apenas conocía estas canciones. Al descubrirlas aquí, se han agudizado todas las sensaciones que me habían transmitido en la primera impresión. Las buenas canciones se reconocen al instante, y las de Silent Hill lo son, especialmente si te dejas arrastrar por su rabia, su oscuridad, por aquello que no queremos encontrarnos, por el terror que no queremos reconocer. La actuación de Yamaoka (y de casi todos los miembros de la banda) pasará a mi lista de muy buenos conciertos.
V: Los conciertos de Silent Hill siempre habían sido para mí un ideal; no existían en la vida real, sólo en YouTube. Vivo con esta música desde la primera entrega, pero nunca me había planteado que pudiera escucharla en directo. Tampoco sé si es la mejor manera de hacerlo. Silent Hill es terreno de subterfugios, de oscuridades que consumir (o por las que dejarse consumir) a solas, de sombras que apuntan a algo inefable e inextirpable que todos llevamos dentro. Es difícil trasladar todo eso a un acto multitudinario con música en vivo. La música define los juegos tanto como los juegos a la música, y al aislar una parte, este concierto no ha retratado al completo los paisajes sonoros de la saga. A cambio, ha ofrecido una versión más eléctrica y dura de ellos, una selección de sus temas más melódicos que sí consigue (pese a que su cantante creyese por momentos estar en una sesión de fotos para la Vogue) capturar el grueso de esas sensaciones. Si Silent Hill es un estado de ánimo indefinible, esta noche lo hemos podido experimentar en grupo, envueltos en nieblas reales e imaginadas.
V y Bea Molly