Tres canciones, 100: trescientos temazos para un año nuevo
La veteranía es un grado y esta santa columna semanal del buen gusto y el apostolado llega ya al centenario. Quiere la fortuna, el destino, los hados que coincida además con el fin de este 2011 que tantas alegrías pero tanta pobreza nos ha traído. Péguense a estas recomendaciones y a sus transistores: a partir de las 23h nos tendrán dando las campanadas. Vamos.
La elección de Raúl
STEVIE WONDER — I JUST CALLED TO SAY I LOVE YOU
Ritmos de midtempo, sonando como un Casio, como una demo pregrabada en el organillo, perfecta para hacer playback de crío y fingir que se sabe tocar. La crítica vapuleó la simpleza electrónica de una canción sentimentalísima que podría haber nacido en la sesión de baile de un hotel, en una boda o en un bautizo. Temáticamente doy fe de que estas cosas pasan: yo, sufrido usuario habitual del transporte público, voy en el bus con la guardia baja (generalmente imaginándome goles e inventándome partidos de fútbol polémicos y disputadísimos) y escucho en conversación ajena que a alguien le suena el teléfono y recibe una llamada con el hilo argumental de este tema. Gente normal en un día normal pero, claro, hay que ser muy fuerte y muy frío y muy Van Damme para no ponerse a potar ante el azucarado panorama. Recreo un poco desde la ficción: dirá la voz ‘no te pido que vayas a comprar el pan, ni que cuando llegues saques al perro, sólo he llamado para decirte que te quiero’. Imagínense la repelencia, con todo el autobús alarmado, pegándose cabezazos contra las paredes, pero en fin.
Sé poco de Stevie Wonder: que era negro, ciego y siempre sonreía. Que parecía bonachón. Que tenía un talento desmesurado al teclado. Que la DGT ha rescatado este año una campaña de los 80 de seguridad vial en la que sale él de pasajero en un coche y, en otro alegato de la locomoción pública, te dice que si bebes no conduzcas. Y, lo más importante: su nombre dio pie a una célebre coletilla desfasada y de persona gris que casi casi no da muchísima rabia. Prueben a rescatarla y a decir, para asentir y como sustitutivo de Ok mackey, aquello de ‘efectivy wonder’.
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La elección de Withor
IRMA THOMAS — ANYONE WHO KNOWS WHAT LOVE IS (WILL UNDERSTAND)
Dicen los que me conocen que tengo tendencia a la exageración en el sentido de catalogar, esto es, proclamar a los cuatro vientos que tal o cual cosa es lo mejor de la vida, la historia o el universo en su condición de infinito. Esto, al fin y al cabo, no lo considero un problema, sino una consecuencia de mi actitud excesivamente compulsiva, de tanto en tanto. En todo caso, lo cierto es que ahora ya, visto en perspectiva, y sin temor a la exaltación precoz, creo que puedo decir que ‘Black Mirror’ es de lo mejorcito que se ha hecho en televisión pues en la vida, la historia o el universo en su condición de infinito.
Los momentos memorables en apenas tres horas, y tranquilos que no spoilearé, son incontables: la cara del primer ministro inglés cuando se entera de su particular castigo para acabar con un secuestro y su frase: ‘no pienso hacerlo’; el negro de los grandes dientes y su sonrisa cuando le proponen un montaje ciertamente improbable, el gallo de dibujos animados con función de despertador del siglo XXIII, el anuncio de las zorras, los gordos vestidos de amarillo y la motosierra, el rebobina que rebobinarás para aumentar los celos, el gilipollas-sobrado de turno que se encuentra con su merecido cuando menos se lo espera. Y muy especialmente, la guapísima que se creía que no eran tan buena como para conseguirlo cantando el ‘Anyone who knows what love is’ ante un público muy especial.
Esto es innovación televisiva. En España, la innovación es el último efecto especial introducido en el vídeo de Cristiano contra Messi de los Manolos. Al final tendrán razón: creamos lo que creamos, lo cierto es que nos llevan años de ventaja.
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La elección de V the Wanderer
ME FIRST & THE GIMME GIMMES — AULD LANG SYNE
Me da por pensar que, entre tantísimo villancico tradicional, ninguno está dedicado al fin de año. Ni los castellanos ni los catalanes dedican más de una línea a este simbólico y ritual momento: ¿no nos gusta el fin de año? ¿Gastamos todas las energías musicales en Nochebuena? ¿Qué demonios nos pasa, lector?
El año pasado ya les recomendé uno japonés que sí da cuenta del evento, y hoy me viene a la cabeza ese himno anglosajón que todos conocerán ya pero pocos ubican. ‘Auld lang syne’ (en escocés antiguo, “por los viejos tiempos”), adaptación de un poema de Robert Burns, se corea en grupo tras las doce campanadas allende los mares y da el toque solemne y melancólico a la ocasión. “¿Deben olvidarse los viejos conocidos y los tiempos pasados?”, se pregunta el poeta mientras escucha eso de “año nuevo, vida nueva”.
La ha cantado todo cristo, desde Mariah Carey a los Muppets, e incluso tuvo versión hispana a manos del canario Rafael Medina, que la adaptó como ‘El vals de las velas’. A mí, pese al tono elevado, se me antoja tonada de borrachuzos que no recuerdan la letra; por eso me quedo con la festivísima versión de los punkies y despreocupados Me First & the Gimme Gimmes.
Con este hermanador y festejero arrullo, y con 100 ediciones de esta su columna musical semanal, La Inercia al completo (monos incluidos) les deseamos un felicísimo 2012 y una estupenda vida sexual. Besos.
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