Tres canciones, 138: En la selva tropical había un gigante
El Muy Honorable, Muy Ilustre y Bastante Guay Rector de la Universidad de La Inercia da por comenzado el presente curso académico. Se enorgullece en recordar que los precios de matrícula se mantienen pero que si a alguien le da por invitarle a cubatas no va a decir que no. También le gustaría destacar la constancia y la excelencia en la labor educativa que, semana a semana, ejerce esta veterana sección, que ya nos ha colocado en el número 37 del ránking de universidades de la conurbación de Ponent Sur.
La elección de V the Wanderer
DOBLE PLETINA — CRUZO LOS DEDOS
Me pasa Cano el scoop de que las fiestas de la ciudad están siendo este año muy descafeinadas. En un arrebato de periodismo gonzo, salgo a mezclarme con la realidad y sí: son bastante fúnebres. El programa araña a la desesperada cualquier reunión callejera para llenar horario, el macro-concierto estrella ni es “macro” ni “estrella” (quinientas almas viendo a los pobres Mishima pagando, los que pagaban, veinticinco chapas) y las calles tienen, en general, esa tristeza y apatía que define a Tarragona los otros 355 días del año.
Me viene a la sesera esta tonada de Doble Pletina, una banda que lleva semanas cayéndome en gracia y que me perdí en el último Palmfest. “En esta ciudad que cada día es más pequeña, donde sucede lo mismo una y otra vez”: pues eso. Luego hablan de los amigos, “cruzo los dedos para que no me falles tú también”, y me acuerdo de Martín Hache: “Uno se siente parte de muy poca gente, tu país son tus amigos”. Y de ahí salto a ese señor que lleva dos años dejándonos en los huesos, haciéndonos cada día un poco más egoístas y crueles, que ahora dice hablar en nombre de todos nosotros; en nombre de los de que, pocos meses antes, huía en helicóptero.
Y para cuando llega el solo de theremin (toda canción debería incluir uno), ya lo tengo claro: sí, mi patria es mi gente. No esta ciudad que cada día es más pequeña, no la apatía que inunda sus calles, no el oportunista que va a la capital en busca de derrotas y justificaciones, sino aquellos a los que ya extraño pensando en ese día (se acerca, ay) en el que toque levantar el campamento.
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La elección de Withor
JOSH RITTER — CHANGE OF TIME
Los playlists de Spotify son una bendición. El problema es que a veces cuesta salir de ellos. Yo mismo llevo unas semanas enganchado al del programa ‘El Convidat’, ya saben, el show en el que Albert Om (que no da nada de rabia, pero vamos, nada de nada) se apalanca en casa de alguna personalidad y a vivir un par de días del cuento. Si alguna vez han visto el programa, habrán comprobado que todas las canciones que aparecen siguen el mismo patrón.
La canción suele empezar con algún punteo agradable de guitarra (acústica, siempre), y cuando el ritmo principal hace acto de presencia (siempre lento, pausado), aparece la voz (siempre suave, sin estridencias, relajada) y tiramillas hasta los 3 minutos. En caso de haber un estribillo, la voz adquiere algo más de pasión, pero en ningún caso llega al punto de desmelenarse. En algunas canciones, hay una especie de ‘subidón’, que consiste en la entrada de un solo de guitarra (¡Oh! ¡Dios mío! ¡Cuidadooo!) eléctrica, que resulta ser bastante típico (canción de Titanic).
Y sin embargo, ahí me he quedado, atrapado en la interfaz, sin poder salir de ella, porque si bien es cierto que las canciones comparten sus genes en un 99%, no puedo negar que todas, absolutamente todas, son agradables de escuchar, relajantes, aptas para disfrutar tanto si trabajas como si estás apurando la última cerveza de la noche. Además, existe una alta probabilidad de toparte con algún temazo desconocido como el de Josh Ritter, para más señas, buen amigo y compañero de conciertos de Glen Hansard. Pues que vivan los playlists… pero siempre, con moderación.
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La elección de Raúl
RUSOS BLANCOS — MONO DIVERTIDO
El otro día, después de la tira de años, me volví a tomar un ruso blanco. Fue en una terraza con vistas a la playa de Cadaqués y no se acabó la cosa sin incidentes: me trajo la camarera, como por llevar la contraria, un ruso negro y hubo que reclamar para que aquello terminara aderezado, como es de recibo, con su nata. Recordé alguna noche en la que nos encomendamos al pesado pero rico brebaje, que tenía algo de bomba de relojería y que uno veía al barman prepararlo igual que cuando a Homer Simpson le procuran con ánimo homicida aquel pastel que es un festival de colesterol, mortal pico de caballo para el diabético. El caucasiano tuvo algo de bebida de culto porque la promoción que hizo el Nota en El Gran Lebowski llegó muy lejos. Recuerden cómo Jeff Bridges se pasa el día y la película bebiendo rusos blancos al ritmo de cafés con leche.
Nosotros, de haber formado una banda (y sigo con la regresión al pasado, que continúa nutriendo esta sección), podríamos haber barajado ‘Rusos blancos’ entre los nombres finalistas. Pues bien: ya existen, son de Madrid, tienen un disco y un EP y acumulan títulos tan resultones como ‘Broma antisemita’ o ‘Europeos biempensantes’. En ‘Mono divertido’ le levantan un monumento antiépico-ingenuo al ‘no’, a las calabazas de toda la vida, a los amores platónicos y al pagafantismo. No son memorables pero me hacen gracia. Miran las temáticas adolescentes (los flirteos, los devaneos de instituto) desde un prisma adulto, algo escéptico, sin huir el dolor pero con un puntito de choteo: sólo el tiempo (¡la vida!) relativiza esos dramas de la edad del pavo en adelante que alguna vez nos parecieron el fin del mundo. La tragicomedia está servida.
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