Tres canciones, 148: Yo para ser feliz quiero un hovercraft

La Inercia Micronación
La Inercia
Published in
4 min readNov 27, 2012

En respuesta a las nuevas directrices de Facebook, por la presente, declaramos que La Inercia mola mogollón y que nuestros derechos de autor están unidos a un equipo entrenado de monos ninja. Para el uso comercial de nuestro material, o de los monos, es necesario un gritón de dólares o la misma cantidad de favores sexuales. Declaramos también que los bulos en cadena dan mucha rabia y que las parodias en cadena de dichos bulos dan, tal vez, la misma rabia. La Inercia, mientras tanto, sigue sin ser de pago y libre de bulos. Pero lo de los favores sexuales se sostiene.

La elección de V the Wanderer
ZBIEGNEW PREISNER — LACRIMOSA

Murió Kieslowski y dejó películas acabadas (como esa trilogía de colores que aún tengo en el debe), películas pendientes y, gracias a unas y a otras, amigos como el compositor Zbiegnew Preisner. Con Preisner trabajaba en su siguiente obra y el compositor reconvirtió la música que había escrito en ‘Requiem for my friend’, su primer trabajo sinfónico publicado fuera del cine. De ahí viene esta ‘Lacrimosa’, maravillosa pieza que popularizó (es un decir) Malik con su última película, la del Universo y los dinousarios. (Salen también escenas de relleno de una familia durante un par de horas, pero que no les despisten.)

Todo ‘Requiem for my friend’ es monumental, un punto de encuentro epatante entre música académica, cinematográfica y prácticas modernas. Aunque no le den a la “clásica” podrán digerirlo sin problemas: contiene 18 cortes muy breves; los que menos duran no alcanzan los dos minutos y los más largos apenas pasan de los seis; está dividido en dos partes de fácil distinción, la propia misa de difuntos y una segunda mitad más vigorosa dedicada a la vida (tremendo ‘Ascende Huc’) y hereda del cine ritmos, hechuras y la capacidad para evocar imágenes e historias.

‘Lacrimosa’ es un festín sensorial, un viaje hipnótico por la Vida y el Universo doliente pero asombroso, reconfortante en su sentimiento oceánico. Dominado por una enérgica interpretación de soprano y un órgano que entra a degüello, este corte de 3:20 (duración muy radiable) no nos exige ponernos a medir corcheas, separar instrumentos o reconocer en él la Historia de la Música para disfrutarlo. Si aún piensan eso, es que les han vendido una idea equivocada de la “clásica”. Qué va. Preisnew sólo nos pide una cosa: que nos asombremos. No es mal regalo para un amigo.

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La elección de Withor

THE CHILL OUT ORCHESTRA — WISH YOU WERE HERE

Mi nueva compañera de trabajo dice que escuchar ‘chill out’ le ayuda a concentrarse y yo, que en el fondo soy lo más parecido que hay a un gentleman, aguanto por compasión horas y horas de pianitos, canciones supuestamente relajantes, olas de mar chocando contra las rocas, sonidos atmosféricos y demás bazofia barata.

Ayer no pude aguantar más y le di a entender, sin perder mi elegancia característica, que estaba hasta los mismísimos y que quitaba la música o yo me iba a relajar pegándole fuerte en la boca. Ella me miró y, con cara de decepción, sonrió mientras giraba lentamente la rosca del altavoz hasta llegar al off. Su expresión fue como un buen escupitajo en mi cara. Sin decirme una palabra, comprendí sin vacilar lo que pensaba: que yo no era lo suficientemente ¿sensible? ¿empático? ¿emocional? como para disfrutar de la belleza y la espiritualidad que proporciona el noble y longevo arte del chill out.

Esa es su opinión –sin necesidad de contármela- de los hechos ayer acontecidos. Sin embargo, yo pienso que ella es la típica amargada que se cree guay por escuchar chill out. Es de esa clase de personas que no disfrutan de la música en sí misma, sino de decir a los demás lo que disfrutan escuchándola. Una señora(s) que se cree moderna porque en una revista leyó que chill out en inglés significa relajarse. Es de esa clase de personas que a mí (que el chill out, en dosis pequeñas y espaciadas en el tiempo, me agrada) no me merece ningún respeto.

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La elección de Raúl

ESPANTO — ROCK’N’ROLL

Últimamente me viene gustando el indie adulto de provincias y su cuidado del lenguaje, la dicción, la palabra bien puesta en una letra, la plasmación de lo insólito, la antiépica, y el costumbrismo. Así es el dúo Espanto. Teresa es profesora de lengua y literatura. Luis enseña tecnología. Son pareja y viven en Logroño. De su forma de vida me encanta la inseguridad en el saber venderse, el hermetismo, su pudor, el plan que llevan de alergia a las redes sociales, de que cada vez que hay que subirse a un escenario es un trauma. Ella ha tenido que negar muchas veces que es la vocalista de Espanto.

Me atrevo a decir que grupos como el riojano o los murcianos Klaus & Kinski lideran esa mirada rural llena de desconcierto e ironía ante las rarezas del mundo inexplicable. Es el pop de las cosas pequeñas de toda la vida pero ahora con toques fríos, indolentes, frívolos sólo en apariencia. Dice el escritor Miqui Otero que muchos grupos se suben por primera vez al escenario con más de 30 años “porque no tienen ningún interés en triunfar en la música, sino en no fracasar en sus vidas”. Por ahí va la historia.

En esta canción, sintética y recargadísima de programación y coros, Teresa deja ir sentencias ingeniosas, a modo de posicionamientos vitales, mientras Luis descerraja guitarreos magnéticos (un poco glam la cosa). Con los teclados de Genís Segarra (Astrud) se envuelve todo en una atmósfera electrónica y sobreproducida, pero donde manda la melodía. Espanto, hasta hace tiempo un grupo secreto, prácticamente clandestino, tienen lo mejor de lo alternativo, de la madurez vital y del idioma ensanchado más allá de la media. Y todo ello, sin las tonterías impostadas del mundillo underground.

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