Tres canciones, 167: Llamadores faliformes
¿Son los llamadores faliformes símbolos fálicos? ¿Lo sabía eso Kubrick? ¿Aporrear una puerta con ellos es de maricas? Éstas y otras preguntas de similar enjundia metafísica no quedarán respondidas a continuación en una nueva entrega de esta longevérrima y esperada sección, la más vieja en 430.000 kilómetros cuadrados de internet a la redonda: tres canciones como tres símbolos fálicos enormes y musculados para que ustedes las manoseen y las interpreten a su antojo.
La elección de V the Wanderer
YOKO KANNO & THE SEATBELTS — THE REAL FOLK BLUES
Andan los alumnos loquitos con lo de rajar del “postureo”, que no es más que la pedantería, la pose y el culturetismo de siempre pero convertidos en moda de internet, de esas que a lo mejor se han acabado cuando terminen de leer esta frase. A mí me hace sentir viejo porque empiezo a ver los ciclos de las cosas; y quiere la perra casualidad que ande revisitando esos lugares culturales que me marcaron hace años, como una suerte de cebolleta ermitaño que se refugia en sus nostalgias y dice que de Dylan para delante no se ha inventado nada. Al menos no soy un treintañero enganchado a Dragon Ball Z, me consuelo.
Como les decía, ando revisitando (pura casualidad, cosas de reordenar estanterías) algunas ficciones de las que dejaron huella. Y oigan, hago esfuerzo por vencer los mitos, por no idealizar, por partirme en dos y no sólo ver lo que vi entonces sino mirar con ojos nuevos. Así me he cascado enterita Cowboy Bebop, peliculaza incluida, pero no hay manera de no caer en el previsible discurso: es aún mejor de lo que recordaba; una producción valiente, llena de estilo y alma, casi una cima de la postmodernidad que nunca ha vuelto a ser coronada. Y tiene ya quince añazos, lo cual me devuelve a ese cebolletismo y esas modernidades que tanta gracia hacen a mis queridos alumnos.
Bebop, digo, es un anime atípico dirigido a un público atípico y, miel sobre hojuelas, tamibén es pura paramusicalidad. La esencia del proyecto está en esa banda sonora loca, elegante, cafre en sus choques de género y en su capacidad para crear algunos nuevos si son necesarios. Detrás de ella anda Yoko Kanno, compositora que creó una banda exclusivamente para la ocasión (The Seatbelts) y que gracias a ella es una deidad en esta santa casa. Porque por aquí somos bebopistas convencidos (no les cuento nada nuevo) y nos sigue pareciendo que esa serie ya lo dijo todo, que contuvo todo el presente, el pasado y el futuro en sus 26 episodios (más película).
Y tiene quince añazos, repito. Nos podría hacer sentir viejos si no fuera por lo joven que se queda uno tras calzarse cualquiera de sus temas. Por eso, me aparto una vez más de lo moderno y de la moda, de la de posturear y la de bromear con el postureo, y me refugio en este ‘The Real Folk Blues’ reproducido en bucle y en estas líneas que son casa. La Inercia como escondite para huir del mundo moderno. Fuera se ve que llueve.
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La elección de Raúl
MARONDA — LA CAMPIÑA
Iba yo a hablar del amor en plan francés con este pop diáfano de coartada, de melodía cristalina y vientos preciosistas de Nouvelle Vague, pero acaban de despedir a cuatro compañeros de trabajo. A quemarropa, y otra vez un viernes, ya ven. No cambio, aun así, mis planes, puesto que esta vez no tengo fuerzas ni para el punk ni para echar cuentas de la reforma laboral, sino que siento un qué sé yo de determinismo ante el derrumbe y una nostalgia cero beligerante y a la vez ridícula: recuerdo rostros, rutinas, inicios y tiempos mejores del periodismo como si yo tuviera 50 años y empezara a poner en liza episodios cruentos de tal guerra, cuando mi mayor drama en el curro puede ser que internet me vaya lento.
A pesar de que soy un niñato que lleva siete años en el periodismo, sí siento asistir al desmantelamiento, esta vez sin rabia, con la anestesia que da lo irremediable y la pereza que me dan los discursos que querrán refundar la profesión. “El periodismo no se reinventa, se practica”, leí el otro día por ahí, y eso puede valer por cien mil pataletas que diga yo aquí. Será que, en verdad, escribo desde mi revuelta invisible, pero a veces me molesta tanto rollo y tanta reflexión. Desconfíen del sobreanálisis y del gurú que querrá poner las fotos triangulares como panacea: no hay más lema que el de la buena historia bien explicada, el del elemento que sirve para echar luz sobre todo el universo, y a tomar por culo.
Por eso, por la resignación galopante, se me está amoldando bien este temita lánguido a la perorata. El dúo Maronda tiene dos discos así de encantadores y amables, con ese poso parisino y elegante, contemplativo, de poca lucha, de la pérdida atávica de siempre narrada con gracia. Esos acordes abiertos me templan, aplacan la potencial ira, que si me pongo Eskorbuto, pillo fusil y mañana sí que salimos todos en los periódicos, pero no firmando las noticias.
Y ahora perdonen el desahogo. No volverá a suceder.
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La elección de Withor
MANEL — IMAGINA’T UN NEN
¡Qué rabia dan los yoyadije! ¡Qué rabia dan esas personas cuya felicidad se basa en recordar a todo el mundo que ellos ya sabían o conocían algo antes que el resto de los mortales! ¿Ha quedado claro que los odio? Pues bien, permítanme la licencia de marcarme uno. O mejor, unos cuantos.
Yoyadije que la mayoría de los fans de Manel lo eran porque estaba de moda serlo. Yoyadije que me extrañaba que personas con poca ambición musical disfrutaran de las complejas letras y la especial música de Manel. Yoyadije que me olía a chamusquina que se tragaran sin aburrirse canciones de siete minutos sin estribillo. Yoyadije que se estaba creando un ambiente enrarecido. Respiro.
Yoyadije –y tengo a dos personas como testigos, en un curioso bar, en un bello paisaje oscense — hace más de un mes que mucha gente iba a decir que el nuevo disco de Manel era una mierda. Yoyadije que no sólo iban a pasar de moda, sino que iban a ser un grupo al que sería guay odiar. Yoyadije todo eso. Y ahora está pasando.
¡Qué rabia doy¡ Pero sinceramente, mejor ser cascarrabias que previsible. Lo peor que uno puede ser en la vida es un coñazo.
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