Tres canciones, 181: Retorno de carros

La Inercia Micronación
La Inercia
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4 min readJul 27, 2013

Cómo utilizar el tres canciones: 1) abra una botella de algún espirituoso que le resulte especialmente reconfortante; 2) pulse sobre “leer más” y abra esta entrada; 3) mésese la barba o enrédese un mechón de pelo según su sexo y sus preferencias; 4) deléitese con los chascarrillos y la poética con que les presentamos estos tres temas de bien; 5) déle al play y escuche con atención; 6) asienta, satisfecho, y piense en su buen gusto.

La elección de V the Wanderer

HOPE SANDOVAL AND THE WARM INVENTIONS — BAVARIAN FRUIT BREAD

‘Bavarian Fruit Bread’, disco de aplaudible nombre, tiene todos los títulos de sus temas intercambiados en Spotify. No es el primer álbum con el que pasa pero sí el primero en el que no me importa: de todos modos, me resulta casi imposible distinguirlos. Así, me paso una semana escuchando este ‘Bavarian Fruit Bread’ (tema que titula el disco) creyendo que se trata de ‘Around my smile’, canción que he confundido previamente con ‘Lose me on the way’, y cuando por fin los descargo con la nomenclatura correcta ya soy incapaz de decirles si éste es aquel o ese otro.

Todos tienen una base suavecita, una guitarra que se deja llevar entre la somnolencia y la fantasía y la voz de la Sandoval deslizándose tranquila y clara por el asunto. De este modo, resulta fácil enlazarlos, escucharlos como si de una macrocomposición única se tratase y caer en un trance placidón. Todas las canciones suenan igual, vale, y bien podría estar recomendándoles cualquier otro corte del disco, pero explíquenme ustedes por qué en este caso habría de tratarse de un punto negativo.

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La elección de Raúl

ORQUESTA MONDRAGÓN — CORAZÓN DE NEÓN

A ver, díganme cosas de la Orquesta Mondragón. ¿El silencio? Yo tampoco sé casi nada, y de ese personaje que es Javier Gurruchaga habrá que mantener todos nuestros pétreos prejuicios alrededor de la rabia que da su histrionismo y su exceso desfasado, en constante caricatura de sí mismo. Que en los 80 inculcara al imaginario español esas canciones de parodia nacional (‘Ellos las prefieren gordas’, ‘Ponte la peluca’, Viaje con nosotros’) sería culpa del momento, de la década. Tampoco el tiempo habrá pasado muy bien para ‘Corazón de neón’, una canción que me sedujo hace años en época de instituto, tal vez porque en sus versiones Sabina y Calamaro le quitaron los colorines y el travestismo imperante de Gurruchaga y su banda.

Ahora, con las defensas altas, ya no tanto, por lo manido del discurso, pero hace años me gustaban las canciones que hablaban de ciudades. Ésta lo es y mucho: todas y ninguna ciudad devienen en protagonistas, en el eje. En este rock sencillito, abc del género con la inevitable rémora ochentera, aparece cierta nocturnidad, con una poética urbana que cada vez me chirría más (el neón como icono de la noche cerrada está trillado) pero que, en el fin, son simples trampas literarias lícitas, un ejercicio de estilo más.

Ahí van algunas metáforas en la letra: “La ciudad es un monstruo con siete cabezas, un pájaro herido envuelto en papel celofán, un inmenso barril de cerveza que, de repente, puede estallar”. Supongo que, más allá de esa imágenes de sabiniana pureza, lo que me gustaba era el reflejo de ese binomio odio-amor que todos le prodigamos según convenga a nuestra ciudad (como más metrópoli e inabarcable sea, mejor), como si ella misma fuera capaz de depararnos lo mejor y de lo peor (la maldición como deporte). Ya se sabe: a veces paliza, a veces abrazo.

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La elección de Withor

SKA-P– MC DOLLAR

Pienso mucho, casi a diario, en la escena de Smoking Room en la que Ulises Dumont (el jefe) y Eduard Fernández (el empleado) discuten acaloradamente. En un momento dado, Dumont recita una de esas frases que se quedan en la cabeza y ya no se van: “Ellos lo saben todo. Hasta el color de tus calzoncillos”. Para quien no haya visto la película, “ellos” son los americanos, los dueños de la multinacional.

Vuelvo una y otra vez a esta escena porque desde hace unas semanas trabajo en una de estas empresacas, que además también es americana. El trato es exquisito, las condiciones ventajosas y no existe ningún motivo para quejarse. Sin embargo, no puedo evitar sentirme un poco Eduard Fernández.

Como se refleja en la película, hay un microsistema creado y la empresa no deja de ser un mini-universo en el que ellos han dictado las normas y las consecuencias. La montaña es tan gigantesca que asusta mirar hacia arriba y yo no sé si sabrán el color de mis calzoncillos, ni si eso es algo que les importe. Pero tengo la sensación de que si algún día me diera por recoger firmas para montar una sala de fumar o para que pintaran las habitaciones de rosa acabaría pagándolo, aunque ahora mismo mi jefe directo, el chief executive officer, esté bebiendo cerveza en un bar de mala muerte en Texas o degustando una hamburguesa en el último garito que se ha puesto de moda en Albuquerque.

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