Tres canciones, 210: Tarzán y su puta madre buscan piso en Alcobendas

La Inercia Micronación
La Inercia
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4 min readFeb 16, 2014

La Inercia se mueve gracias al poder del amor, a la magia de sus corazones y a la fuerza del cariño. Si quieren que les recomendamos tres temazos de bien, tan sólo cierren sus ojos muy fuerte y deseen con todos sus ventrículos que el texto aparezca aquí abajo. ¿Lo tienen? ¿Ven qué fácil? Si todo era ponerse. A ver quién les va a querer como nosotros.

La elección de V

THE SWELL SEASON — GO WITH HAPPINESS

Con todo lo que me gusta Glen Hansard y oigan, hay que ver, creo que sólo había escuchado este tema una o dos veces hasta la semana pasada. Tampoco me dejó una huella imborrable ni una necesidad de volver imperiosa: el irlandés tiene demasiadas maravillas y no se pueden apreciar todas a la vez. Ahora, sin embargo, llevo dándole a jornada completa como si no hubiera mañana, y todo porque soñé que lo escuchaba.

Sonó enterito en mis sueños, acorde a acorde, con sus armonías vocales y todo, en uno de esos viajes oníricos que no llegan a ser lúcidos pero se filtran hasta el tuétano en lo real y lo emocional. Me desperté entre lágrimas y casi sollozos, devastado. La canción, que yo había esquivado sin darme cuenta en mi vida de vigilia, volvía ahora parar herirme en la vida soñante, en ese espacio en que todas las guardias están bajas y el karma acumulado nos pone en nuestros sitios.

Después de todo, la primera escucha debió de dejarme una huella profunda, aunque yo ni siquiera me diese cuenta. Será que (como sospecho desde hace años) la música de Hansard, como la de su compadre Damien Rice, funciona a un nivel subterráneo. Sólo así me explico el titular: soñé con exactitud una canción que apenas conocía y la maldita me hizo despertar entre lágrimas sinceras. Puto Hansard y puta vida.

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La elección de Withor

MAMORU SAMURAGOCHI (EN REALIDAD, TAKASHI NIIGAKI) — HIROSHIMA

Me gusta el concepto de un ser que no está viviendo su vida, sino la de otro (ya sea real o inventado). Me refiero a personas –o personajes- cuyas mañanas, tardes y noches son falsas. Cuya existencia es una mentira. Se me ocurren algunos ejemplos. Armin Tamzarian haciéndose pasar por Seymour Skinner –madre incluida- durante décadas. Bullock, de Deadwood, viviendo la vida que le hubiera tocado a su hermano. También hay casos reales. El rey de la mentira es sin duda Frédéric Bourdin, un francés que llegó a suplantar centenares de identidades. Si no han visto el imprescindible documental ‘El impostor’, no sé que hacen todavía leyendo esto.

Viene esto al caso por la fascinante historia de Mamoru Samuragochi, también conocido como el ‘Beethoven japonés’. Durante más de dos décadas, Samuragochi ganó fama –y bastante dinero- como compositor. Además, como el bueno de Ludwig Van, con el mérito añadido de ser sordo. Una historia fascinante, pero lo mejor estaba por llegar. La semana pasada se descubrió que en realidad el Beethoven japonés no había compuesto ninguna obra, y que en realidad tenía un ‘negro’. Un tal Takashi Niigaki, persona cuya vida seguramente merece una película, y que es el gran perjudicado de todo esto (prácticamente no veía ni un yen con sus composiciones). Para acabar de adobar la historia, Samuragochi reconoció esta semana que desde hace unos años recuperó una parte de la audición y que por lo tanto no es sordo (Niigaki, de hecho, afirma que mantenían conversaciones totalmente normales).

Ni compositor, ni sordo, ni historias. Así de falsa era la vida de Mamoru Samuragochi. Sólo por saber mantener durante tantos años el engaño, ya merece, en parte, nuestro reconocimiento.

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La elección de Raúl

PINO D’ANGIÒ — MA QUALE IDEA

Vaya escalada de italianidad, que he empezado con Antonio de la Cuesta, el burgalés que se esconde detrás de Tonino Carotone, y he terminado, Francesco de Gregori mediante, plegándome a los excesos histriónicos de Pino D’Angio. ‘Ma quale idea’ es pseudorap, pseudofunky, pseudodance, pseudo-pop-italiano-de-los-años-80. Ya se sabe que España va servida en cuanto a impacto transalpino en la televisión de Nochevieja, así que en una de esas últimas veladas en las que me quedé en casa vi desfilar por la pantalla, ya en algún refrito enlatado, a D’Angio recitando impertérrito, hierático, con sus pintas de ‘Travolta Spaghetti’ y su chulería impostada de latinlover rey de la pista.

Podía dar rabia, pero a mí me fascinó la pose. Quizás fueron los cigarrillos que se fumaba durante los cuatro minutos de canción; o tal vez los contrastes. Tiene su gracia narrar un intenso encuentro de discoteca (“Fred Astaire a nuestro lado era estático y parado”, dice la letra) precisamente con esos aires de dejadez, con esa indolencia de saberse ‘gigoló’, a dos pasos del alma vieja y el corazón resabiado.

En el fondo, y ahora lo sé, había mucha parodia y algo de humor. La letra acaba siendo un absurdo, una tragicomedia muy italiana con el fiera retirando tropas, a punto de perder en la noche empachada de ritmo. Pura ficción, puro envoltorio, como Carotone o alguno de esos dj’s de aquí que se ponen un nombre en inglés para darle enjundia a su historia. Pino fue más artista que cantante y en esa actuación que vi yo en la tele hace algunos años había poca verdad, y maldita la falta que hacía.

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