Tres canciones, 225: Moléculas inestables
La inercia es una página/filosofía muy sostenible. Colabora con (contra) el cambio climático no generando en la red demasiados odios que creen, a su vez, dióxido de carbono. Las emisiones de puyazos se controlan a rajatabla y se reivindica, por nostalgia y concienciación, los tiempos (¡ay!) en que el agujero de ozono era una amenaza para la humanidad. Por si fuera poco, cumplimos un anexo olvidado del protoclo de Kioto en el que se aconseja a los Estados de occidente y a las webs paramusicales que recomienden a la semana tres temitas comprometidos con el medio ambiente y la buena salud nuclear.
La elección de Raúl
MISS KITTIN — WORDY RAPPINGHOOD
Vaya usted a saber por qué un viejo documental de 1993 de Canal + sobre la ruta del bakalao empieza a llegar a nuestras vidas. Como el resto de inercios, vengo de epatarme ante este protoCallejeros, pura horizontalidad televisiva, un deslumbrante chute de noventas, además de indispensable retrato del fenómeno de la farra maratoniana, el que fuera por entonces deporte rey en Valencia. El reportaje se llama ‘Hasta que el cuerpo aguante’ (ojalá la viralidad le dispare la fama dos décadas después) y tiene su punto álgido en el festivalón en Nod, una discoteca que para celebrar su cuarto anivesario monta una carpa que abre por la mañana.
Allí llegan de empalme, tras frugal desayuno, los llamados ‘cañeros’ (sí, todo es desfase y anacronía). Allí se citan, como en una reunión en la cumbre, los mejores dj’s de Valencia. La cosa debe existir ahora pero en fiestas más aisladas; entonces aquel itinerario mítico fue, además de los personajes inquietantes y los escenarios pintorescos, todo un negocio. En los 90 todo el litoral valenciano fue un eterno botellón de fin de semana en los parkings, un nebuloso after. Entrar en las perlas que regalan los jóvenes del documental sería demasiado extenso. A un chaval, ya por la mañana, le preguntan: “¿Y tú? ¿No puedes para de botar?”. Contesta él: “Será por el Cola-cao”.
Allí, en el circo del local Nod, también se escucha un par de veces, de refilón, un remix duro de ‘Wordy Rappinghood’, el hit de los 80 de Tom Tom Club, una banda ‘new age’ norteamericana. Poco tiene que ver con el pop femenino de la versión de Chicks on Speed o incluso con ésta, de Miss Kittin, más amable y mucho menos agreste (machacona, que dirían los padres) quizás sólo por un matiz: estar hecha para las cuatro de la mañana pero no para seguir botando a las diez, puestos hasta las cejas de bollitos y café con leche.
La elección de Withor
NEIL YOUNG — OLD MAN
Hace unas semanas, por primera vez en mi vida, comprendí que me estoy haciendo mayor. Y no fue por una cana, un bajón físico o un conato de disfunción eréctil. Fue algo más mundano, pero que a mí me puso los pelos de punta: entré en las oficinas del Catastro Municipal. Y uno no puede haber paseado por su ciudad con información catastral e ir por la vida diciendo que se siente hecho un chaval, que vive su existencia a tope y que lo mejor aún está por llegar.
De alguna manera, siempre he asociado la juventud a la rebeldía contra la burocracia. Postergué el máximo tiempo posible tener que hacer la declaración de la renta por mí mismo. Me enorgullecía no pisar las oficinas del banco en semanas. Veía a los uniformados haciendo cola en la Seguridad Social y me entraba la risa floja. Sentarme en las escaleras de Hacienda y ver cómo pasaba la gente con sus caras cansadas mientras yo apuraba el cigarrito, era para mí una victoria que me hacía sentir orgulloso de mi generación.
Pero el otro día tuve que ir al Catastro Municipal (para demostrar que se habían equivocado, ya que no tengo ninguna propiedad) y me cayeron encima veinte años de golpe. Ahora soy uno de ellos. Y temo el día en que suba las escaleras de Hacienda y un chavalín me mire desafiante con la fuerza de su juventud mientras apura tranquilamente su cigarrito.
La elección de V
BUNBURY — EL CLUB DE LOS IMPOSIBLES
No me fío de los que llegan a los treinta sin unos cuantos tiros dados. A mi edad hay que venir con varios fracasos importantes, un par de éxitos, una noche superada en un barrio chungo, muchas agujetas, una resaca agónica, dos o tres fiestas épicas, algún logro intelectual, unos pocos amores perdidos, la polla medida y la ética clara. Sin esas medallas, ¿a qué han dedicado tres décadas? ¿Qué terreno común podemos compartir?
La gente sin tablas se va a arrastrar por la vida buscando satisfacer placeres inútiles, culpando al conjunto del universo por no haberlos marcado todavía. No se fíen. El gambitero de curtido pelaje, por otra parte, viene con todos los logros desbloqueados y puede compartir con usted sabiduría, compañerismo e incluso heridas. El pardillo será un hombre sujeto terriblemente a las pasiones; al festeraco curtido nada le viene de nuevas y podrá ser su compañero eterno de aventuras. Lo decía Wilde: no hay mejor manera de resistir a la tentación que entregarse a ella. En resumidas cuentas, y como consejo de validez incuestionable: hágase amigo de un putero en orden o de un casado feliz. De un imposible, vaya.
El cañero reputado no va a magnificar nunca nada porque tiene cogida ya la medida de todo. Es ya un superhombre nitzscheano, un boddhisattva liberado que se mantiene en el umbral del nirvana para señalarnos el camino. Un buddhista punk, por decirlo claro, con una apreciación serena y pataliebre de la compasión, la destrucción, la insatisfacción, el placer y el dolor. Si quiere hacerme caso y buscar estas compañías ejemplares, puede ir usted solicitando el carné del Club de los Imposibles.