Tres canciones, 53
La Organización Mundial de la Salud lo acaba de hacer público: leer La inercia mejora el riego cerebral, la circulación sanguínea, la respiración y la actividad sexual (nota de los editores: escribir en La inercia, no). Un 80% de los encuestados afirman sentirse mucho mejor persona desde que conocen esta página. Nosotros, siempre al lado del ejercicio físico, el civismo, la corrección y los hábitos de vida saludables, les emplazamos una semana más a esta terapia. Si usted quiere triunfar en la vida, tómese un sorbito de tres canciones cada siete días. Son ideales para recomponer el alma, los alveolos pulmonares y las hernias discales. Y recuerde el incauto internauta que no es bueno automedicarse.
La elección de V the Wanderer
VIC CHESNUTT — SPLENDID
Bucólico y poético paseo por una naturaleza casi amable, que luce espléndida en nuestra memoria vendida a la nostalgia de las sensaciones. Melancolía por un estado (¿de inocencia? ¿libertad? elijan sus tópicos) que no volverá. Acordes sencillos que reverberan en el silencio con crueldad. Metal contra hierba.
Chesnutt condensa en este tema su perversión del americana, un reflejo chirriante, dolorido y resignado del género que resuena a través de mil noches pasadas. Y esa frase final, “hicimos todo lo que pudimos”, que no podía ser mejor epitafio.
Si ya les he convencido, ahora me puedo permitir ir a los datos con los que siempre se empieza hablando de Chesnutt: postrado en una silla de ruedas por un accidente de coche, apenas podía tocar acordes sencillos. Se dio a conocer (más o menos) por un disco tributo que le regalaron R.E.M., Madonna, Garbage, Smashing Pumpkins… (vamos, famosos homenajeando a un don nadie, lo nunca visto). Intentó suicidarse varias veces hasta que un 25 de diciembre se unió a los fantasmas de las navidades pasadas.
Ayer volví a ver ‘Blade Runner’, y deseé de nuevo ver con mis propios ojos los recuerdos que el replicante Roy Batty perdió en la lluvia. Hoy, escucho los que el muy humano Chesnutt dejó en sus discos.
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La elección de Raúl
ADANOWSKY — YOU ARE THE ONE
Escuche esta canción sin necesidad de pintarse de rojo los cojones para terminar su tesis. Tampoco hace falta que su padre le arrope con su mano la huevada para transmitirle toda su enseñanza y despojarle así de esos traumas que aún le azotan. ¡A tomar por culo Freud! No es necesario, pero puede hacerlo, porque igual así deglute mejor la personalidad de Adanowsky, el hijo de Alejandro Jodorowsky, que de jovencito dribló como pudo la psicomagia y optó por la música para formar The Hellboys, una banda punk que llegó a telonear a The Clash. Adanowsky, el francés hijísimo del chileno, no se queda corto en excentricidades. “Soy el hígado de mi padre”, dice, en plan psicoanalítico.
La verdad es que ni fuma ni bebe pero se toma hongos como experiencia. Cuenta que con ocho años enterró un piano en su jardín porque era la única manera de liberarse a él mismo y a su madre, que sollozaba cada vez que agarraba el instrumento. En esa tierna infancia en la que según Jodorowsky todos nos queremos zumbar a nuestras madres, forjó el joven chaval su locura entre ilustres que se pasaban por su parisina vivienda: George Harrison le enseñó un par de acordes a la guitarra y James Brown algunos pasos de baile. Más allá de sus performances en directo, Adanowsky se contiene en sus canciones (algunas, con letras de su padre) y en sus discos temáticos (el segundo, ‘Amador’, está dedicado al amor). El tipo se crea álters ego y construye happenings sobre el escenario.
Sin embargo, en general sabe dejarse de psicoleches y demás sabidurías chamánicas de su padre. En este tema arrastrado, somnoliento y lejano, con colaboración en la letra y los coros de Devendra Banhart, se pone romántico. Ante tanta belleza, “incluso los dioses se arrodillan, incluso la palabra no sabe qué decir”, dice la letra. Bien. La ida de olla está bajo control. Una canción de amor de las de toda la vida. Ni rastro de sangre menstrual, ni del Grupo Pánico, ni de niñas pariendo puercos. Bien.
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La elección de Withor
ALASKA Y DINARAMA — NI TÚ NI NADIE
La Movida me pilló en pañales. Soy nacido en 1983, la generación post-Naranjito. Un buen año. “El último bueno”, solíamos decir en el instituto. Todos los demás, decían lo mismo. Chupete en boca y mierda en el culo, sin preocupaciones, tardé unos cuantos años más en descubrir que era aquello que se conocía como ‘La Movida’. Al principio, me gustó. Ya se sabe: rebelión, luchar contra lo establecido, soplos de renovación después de la dictadura de Paquito. Etc, etc, etc. Luego creces, descubres, comparas, y te das cuenta de que la Movida podría tener justificación, pero en el fondo fue una excusa para el manido ‘todo vale’. Pero no jodamos. No todo vale, porque sí. Resumiendo: la Movida no me la pone dura.
Pero como todo en la vida, de todo puedes extraer algo positivo. Y se hicieron buenas canciones durante la Movida. ‘Ni tú ni nadie’ es mi favorita, y podría ser perfectamente el himno de aquel espíritu, de aquella revolución democrática, de la etiqueta de la cual muchos no han sabido escapar (Alaska, pese a ser uno de los referentes, sí lo ha hecho). Escuchar ‘Ni tú ni nadie’, como la también mítica y generacional ‘A quien le importa’, bien vale para resumir lo que fue la Movida. Porque el mensaje de la canción, es el mensaje del movimiento. El todo vale. El no tener que buscar excusas. El tirar la piedra y esconder la mano. Eran tiempos convulsos, y todo se podía justificar. Con temazos como este, que han sabido trascender de lo que significió aquello, todo era más fácil.
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