Tres canciones, asalto cuarentayuno
¡Atención! Nos acaba de llegar un teletipo de última hora. Pues se ve que un grupo de investigadores de la universidad de tal y cual ha encontrado un manuscrito perdido del siglo diez y pico. Todo apunta a que el hallazgo será de gran relevancia a nivel socio-ecológico-político-histórico y va a cambiar el mundo tal y como lo conocemos hasta ahora. Habrá un antes, un después, un durante y un para, por, según, sin, sobre, tras. Los científicos siguen investigando, aunque La inercia, en exclusiva regional, ha tenido acceso al documento, que más o menos es éste. Seguiremos informando en próximos boletines.
La elección de Withor
JOY DIVISION — LOVE WILL TEAR US APART
Los clásicos acaban cansando. La canción estrella de un grupo acaba pasando por diversos periodos: exaltación al descubrirla, gozo mientras la disfrutas, cierto aburrimiento cuando estás harto de ella porque es la canción que todo el mundo conoce y la ponen en todos los sitios… Cuando la dejas reposar por un tiempo, el ciclo vuelve a nacer -es, pues, un bucle infinito- si bien es cierto que las dos primeras fases son mucho más reducidas que en la primera ocasión. ¿Ejemplos? Los que queráis: ‘Sweet child of mine’, ‘Satisfaction’, ‘Money’, ‘Blowin’ in the wind’, ‘jesucristo garcía’, etc. No sé a vosotros, pero a mí me cansa el hecho de que existan canciones emblema de cada grupo, y al final acabes relacionando la banda con la canción -y no al revés- como si no existieran más temas…
Pero como todo en esta vida, hay excepciones. Si pregunto a 1.000 personas que me digan una canción de Joy Division, un 99% de los que conozcan el grupo me dirán ‘Love will tear us apart’. Y es lo normal, es un temazo y, posiblemente, su mejor canción.
Empieza el ciclo: exaltación al descubrirla, gozo mientras la disfruto y… aún no estoy aburrido de ella. No sé cuáles son los motivos que la hacen diferente al resto de canciones-emblema. Quizás porque no la he escuchado tanto, quizás por su atmósfera o por el increíble bajo que acompaña la canción.
De hecho, con esta canción, he experimentado una extraña sensación. Después de haberla escuchado cientos de veces, en una ocasión me pareció nueva, como si la escuchara por primera vez. Fue en la orgásmica escena de la película Control, cuando Ian Curtis se separa de su mujer y sabe que nunca más la volverá a querer. El actor empieza a andar y suenan los primeros acordes. Paralizado aún, vuelvo a recordar lo buena que es, y me viene a la cabeza de nuevo la cantinela de las excepciones.
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La elección de Raúl
BARRICADA — EN BLANCO Y NEGRO
Para los días en que uno se levanta algo anarquista, cazurro y borrachuzo y quiere lucir ese orgullo de barrio (conflictivo). Para esa juventud beligerante (y perdida) que algún día dilapidó su tiempo sin remordimientos, vagabundeaba por las calles a lo pataliebre, se metía en problemas y acababa harta de la ciudad o de la rutina o de la noche o de uno mismo (o todas las opciones anteriores son correctas).
Esos avatares ha retratado siempre el rock urbano, revoltoso pero con un punto entrañable, más hedonista que revolucionario, aunque si se terciaba desentumecer los músculos en una pelea no había motivo para decir que no. Este tema de 1991 bien podría ser la banda sonora de una de esas noches, que igual empiezan en un garito de mala muerte y acaban en un local de peor fallecimiento y uno ha visto, mientras tanto, un amago de reyerta, una cerveza volando, dos empujones y un agarrón en el área. Ahora el rock urbano (contracultural pero inocuo) ha perdido parte de esa fuerza o quizás somos nosotros los que hemos soltado el lastre de esa (aquella) buena dosis de ingenuidad.
Ésta es una de las canciones de mi infancia, cuando yo no sabía lo animal de escenario que es El Drogas ni que Alfredo se marcaba luego el solo de guitarra ni intuía que 20 años después Barricada grabarían en Finlandia un disco sobre la Guerra Civil. Yo, pipiolo, sólo estaba turbado por esa frase que dice algo sobre saber llegar a casa antes de que se haga de día. Años después, a partir de esos versos regresé a la canción, y ya se había convertido en un himno del callejeo pero también de la incertidumbre.
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La elección de V the Wanderer
ANAMANAGUCHI — BLACKOUT CITY
Lucen los píxeles de un sol de 8 bits en mi mundo chiptune y salgo dispuesto a calzarme un par de power-ups. El barrio está alterado, lleno de matones que caminan lentico, con los puños pegados al pecho y cara de pocos amigos. Les zurro alegremente (¡zas, pam, combo!) y sigo con lo mío. Ahí vienen más monstruos, matones, mutantes, robots y caracoles. Siempre había caracoles en los juegos de 8 bit. La vida es velocidad e inocua aventura.
Este solariego temazo le da cuerda a un mundo imaginario en el que el próximo boss nos espera agazapado en la esquina, en el que los saltos y las tundas no duelen y siempre hay un bonus tras una dificultad. Amor chiptune y pitiditos que suben el ánimo. ¿Punk? ¿Rock? Tal vez. Música de intro, de primer nivel de Megaman, hecha de coitos entre una guitarra, un bajo y una batería bien reales y una NES y una GameBoy hackeadas.
Esos pitidos que taladraban nuestros oídos de pequeños evocan ahora una falsa felicidad, hija inofensiva de la mala puta nostalgia, y nos llevan a esa Dawn Metropolis en la que una hamburguesa escondida en un cubo de basura nos devuelve la salud y el atardecer hipnotiza con sus 10 o 12 colores. Thank you for listening!
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