Un relaciones públicas de los de antes
Va a tocar hablar de los “relaciones públicas” de discoteca, esos secuestradores sonrientes que salen a nuestro encuentro como en un pasaje del terror del márketing, adalides del Mundo de la Noche que embaucan con tarjetas y chupitos gratis.
Están relativamente de actualidad porque Cambrils los ha declarado non gratos (“multará con hasta 1.500 euros a los que capten clientes en la calle” dice El Diari; LaSexta también lo cuenta). La norma puede caer en la injusticia de dejar sin trabajo a Froilán de España, pero al resto del país se le van a caer las manos de tanto aplaudir.
A nadie le gustan los reparteoctavillas. “¡Hola, chicos! ¿Queréis un chupito?” gritan al asalto. Alguno hasta se hace el cómplice y suelta algo como “fíjate en la de la barra”. Mal. No eres mi amigo, señor relaciones, no quiero comentar tetas contigo. Dame mi chupito barato y zanjemos esta farsa.
Han sido errepés figuras tan notables como Labrador y Esteban de Gandía Shore
Dice Cano que le parecen la gente más hostiable del mundo y creo que no le falta razón. Soy hombre de paz pero el puño me coge revoluciones en el bolsillo cada vez que un argentino brasas (pleonasmo) me sale al paso lanzándome flyers. Leo lo de Cambrils y la rabia infinita me hace desearles cárcel con mucha fuerza. Caiga la ley con todo su peso sobre ellos, y luego ya, si eso, nos encargamos de los corruptos.
(Es obligado recordar que lo suyo es repartir tarjetas de mierda y que Relaciones Públicas es una carrera, pero tampoco me gusta tanto mi licenciatura como para indignarme por su descrédito. Otro carné que me van a quitar.)
Este cartel es casi casi igual que el que usan las facultades de Comunicación.
Bromeo con Raúl sobre la idea, muy nogueriana, de contratar relaciones para negocios improbables, como una funeraria, un teatro de óperas o un puticlub. La idea de un tío diciendo “hola chicos, ¿queréis examinaros la vista?” a la puerta de una óptica.
La realidad luego va y nos supera. Dios existe y es guionista de humor, o a ver si no cómo me explican esto: lotrodía, en una zona festiva estándar de localidad costera, entre tanta simpatía uniformada y tanta escuela del discomárketing, encontré a uno de nuestros relaciones imposibles (ya pueden empezar a imaginar de qué negocio).
No era la ópera.
Estaba reclinado en una pared, ataviado con chupaza de cuero y luciendo bigote gris, como un primo hermano canalla del agente Romerales. Un hombre de verdad al que todo se la trae al pairo; seguramente apestaba a Varón Dandy. Tenía la sórdidez enquistada en las arrugas, tallada en el bigote.
Era, además, un artista de la captación. y nos iba a comunicar su producto con honestidad, sin dobleces ni circunloquios. Y el producto, un “club erótico” llamado Comodoro, era lo que era. ¿Queríamos catar cachaza o no?
Doble casi exacto de nuestro protagonista.
Listo para el asalto, se apartó un momento de la pared (lo imagino resoplando, cansado, un héroe que vuelve a la batalla) y nos golpeó con un eslógan que haría palidecer de envidia a los popes del branding:
“Venga al puti, que es hora punta”.
He ahí un hombre que conoce lo que vende. He ahí un argumento emocional irrefutable, un unique-selling point ganador. Morid de envidia, creativos. Por un momento, fantaseé con convertirlo en cuña radiofónica muy chusca, con ‘Puticlub’ de Los portazos (ey, esto aún es una web paramusical) de fondo y una voz muy de Justo Molinero cerrando el tema, “puticlú Comodoro, tu puticlú”. Sólo por eso valdría la pena levantar la prohibición de Cambrils.
Himno de una gran parte de España.
La anécdota, una semana más, no va más allá. Como con el borracho de Finisterre, no hemos aprendido nada, no nos ha enriquecido como personas ni seguramente valga el tiempo que le hemos dedicando. Pero en el fondo, muy a lo mejor, seguimos trazando con ella un mapa de un país subterráneo que blablá y etcétera etcétera.
Y si no, nos queda el concepto para la historia: hora punta en el puti.
(PS: Nos informan, al cierre de este artículo, que se han visto en un centro comercial relaciones públicas de una clínica oftalmológica repartiendo flyers de cirugía láser. Nos joden los chistes.)