Adorando al Rey en la Comunión de Amor

H. Manuel Frutos, LC

Lanzar las Redes
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6 min readJan 3, 2017

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Hoy les traigo la Adoración de los Reyes Magos. Es una obra de El Greco pintada en 1568 que se conserva en el Museo Soumaya de la Ciudad de México. La escena muestra la Adoración de los Reyes Magos. En la composición, María y el Niño Jesús son la figura central. El niño extiende un brazo para recibir los presentes que le ofrecen los tres reyes magos, quienes se muestran tanto con atuendos como con colores de piel diferentes, alegoría pictórica de los continentes conocidos en el contexto del autor. El que le ofrece directamente el regalo deja su corona en el suelo como símbolo de la jerarquía divina de Jesús. La escena transcurre en un ambiente palaciego, de la que se observa detrás de las columnas plasmadas con trazos clasicistas, una cúpula.

Se acerca la celebración del día de Reyes y nos preparamos para acoger de esta forma aún más intensa al Señor Jesús en nuestros corazones. Todos reconocemos la importancia de este tiempo de Navidad, no sólo como una ocasión para encontrarnos con familiares, para dar y recibir regalos, sino para celebrar el nacimiento del Señor Jesús. Con palabras sencillas se expresa una realidad llena de misterio: Dios se hace hombre. Es un anuncio gozoso y pleno de esperanza.

«El ángel les dijo: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor”» (Lc 2, 10–14).

Sin embargo, llegamos a estas fechas quizás con muchas preocupaciones, actividades y planes que nos impiden reflexionar y disponernos adecuadamente. ¿Cómo nos preparamos para acoger al Señor Jesús? Se trata de hacer un alto para reflexionar.

Hace más de dos mil años vivían una experiencia similar un singular grupo de sabios que desde oriente buscaban al «Rey de los judíos». Atentos a los signos, habían emprendido un largo recorrido, no exento de peligros, con una meta clara: «Vimos su estrella en oriente y hemos venido a adorarle». El camino mismo era ocasión de preparación para aquel encuentro decisivo, y ciertamente habrían reflexionado y profundizado en la mejor manera de presentarse ante un niño recién nacido a quien reconocían como soberano.

PONERNOS EN CAMINO… El itinerario de los Reyes Magos, como los ha llamado la tradición, nos ilumina en esa preparación interior que debemos realizar para encontrarnos con Dios mismo que se ha hecho hombre. No habrían sido pocas sus preocupaciones y responsabilidades. Éstas, sin embargo, no les habían impedido ver aquella estrella que señalaba un acontecimiento inusual. Reverentes ante los signos de los tiempos interpretaron correctamente el sentido de aquel peculiar fenómeno. Es un primer momento clave, que exige en medio de tantas distracciones, que en nuestro tiempo se multiplican por el ritmo frenético de la vida, un poco de silencio y reverencia ante la realidad.

Acto seguido se pusieron en marcha. Preparar tan largo viaje significaba resolver una serie de obstáculos, superar adversidades, hasta separarse de los amigos y seres queridos. Nunca faltan las dificultades cuando el alma sedienta sale en búsqueda de Aquel que es el agua viva. Algunas de éstas serán por el mundo en que vivimos, hoy tan alejado de Dios, o por nuestro propio hombre viejo acostumbrado a una vida llena de seguridades. Otras serán por la misteriosa acción del Tentador que nunca es perezoso para intentar separarnos del Señor y desviarnos del camino. Venciendo estas dificultades los sabios peregrinos, a lo largo del camino, habrán tenido que despojarse de todo aquello que dificultaba el avance, haciéndose más libres para continuar con decisión y alegría el camino hacia el encuentro de Dios.

…PARA ADORARLO… ¿Qué es exactamente la adoración? Se trata de un sentido de sumisión, pero no una sumisión que implica esclavitud. Es un sentido de servicio, servicio a Dios, ya que es precisamente en el cumplimiento del Plan de Amor que trae Jesús donde la persona se hace auténticamente libre.

EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR JESÚS. Cuando los Reyes Magos llegaron a Belén se encontraron con Santa María, San José, y un recién nacido, en medio de una gran pobreza. Podemos imaginar su asombro. No dejaron por ello de reconocer en aquel niño la meta final de su búsqueda, y lo adoraron. La fe les permitió reconocer en aquel pequeño al Rey que buscaban. ¿No hemos tenido alguna vez la experiencia, quizás en el estudio o al rezar, de que Dios es muy distinto de lo que esperábamos? ¿Lo habríamos reconocido envuelto en pañales en la humildad de un establo, o quizás más difícil aún, colgado de una cruz cubierto de sangre y heridas?

¿Qué imagen de Dios tenemos nosotros? Con aquella mirada interior que nos da la fe lo conocemos, y no encontramos un Dios hecho a la medida humana, sino un Dios que por amor se ha hecho hombre para elevarlo hasta el encuentro pleno. Al ponerse de rodillas para entregar sus dones, los Reyes Magos se pusieron a la altura de la mirada de Jesús. Así, al inclinarse eran al mismo tiempo elevados a la altura de los ojos de Dios, y percibían en esa mirada tierna y transparente de un niño la amistad de Dios, que se hacía hombre para dar su vida por los hombres, que se encarnaba para manifestarnos que Dios es ante todo amor.

El encuentro con Jesús, la adoración, no nos puede dejar impasibles. Es un encuentro que nos transforma si somos dóciles a la gracia derramada, y nos lanza hacia un encuentro cada vez más pleno y a la vez hacia el anuncio evangelizador. Es una invitación a la conversión, al cambio. Los Reyes Magos regresaron a su país «por otro camino». Tal cambio de ruta nos recuerda la conversión. Un camino distinto en el que ya no somos los mismos, y que por ello no es tan sólo un retorno, sino un continuo avanzar hacia un encuentro cada vez más pleno. El fruto de la adoración no es algo que queda en nosotros, se debe comunicar. «La Iglesia -recordaba el Santo Papa Juan Pablo II- necesita auténticos testigos para la nueva evangelización: hombres y mujeres cuya vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los demás».

Ese encuentro con el Señor se vive de una manera privilegiada en la Eucaristía. En la Eucaristía la adoración llega a ser unión con Dios. Dios no solamente está frente a nosotros, sino dentro de nosotros, y nosotros estamos en Él.

¿Y EN LA VIDA COTIDIANA? La adoración es entonces un tipo de oración en que se reconoce y experimenta la grandeza de Dios. Nada más lejos de una actitud estática o pasiva. En la adoración, decía Romano Guardini:

«debemos recogernos, presentarnos ante la grandeza de Dios y postrarnos ante ella con reverencia y libertad de corazón. Con ello nos situaremos en la verdad -en la verdad de la vida-, se ordenarán las relaciones de la existencia humana y se establecerán sus criterios adecuados. Esta verdad nos sanará espiritualmente y pondrá en su debido lugar todo aquello que la confusión y el engaño de la vida ha desordenado».

La oración de adoración es fundamental para que toda nuestra realidad cobre su sentido auténtico. Se trata, además, de una oración siempre nutrida de esperanza. La adoración nos recuerda que no estamos ante un Dios lejano, indiferente o al que el hombre no tiene acceso. Todo lo contrario. Adorar a Dios significa tomar conciencia y experimentar el gran amor que El nos tiene, que en Jesús nos ha elevado a la categoría de hijos, y que nos ha invitado a vivir en el seno de su Comunión de Amor. Al arrodillarnos, como los Reyes Magos, ante Dios, nos pondremos a la altura de sus ojos, y veremos cómo maravillosamente toda la realidad se ilumina desde esa perspectiva divina. Ese es el gran horizonte, liberador y reconciliador, que se desprende como fruto precioso de la adoración y que ilumina la vida cotidiana del hombre.

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“Esta es la red que queremos. Una red hecha no para atrapar, sino para liberar, para custodiar una comunión de personas libres” -Papa Francisco