¿Ayuno, Limosna, Oración?

H. Sixto Jordán Sánchez, LC

Lanzar las Redes
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6 min readMar 6, 2017

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Durante la época de Cuaresma, estas tres palabras están presentes, tanto en la liturgia como en las predicaciones de los sacerdotes. Ayuno, limosna y oración. Tres prácticas que se aconsejan vivir de manera especial durante la Cuaresma, pero, ¿por qué? Cuestionarse sobre el motivo de las cosas no está mal si la intención es buena, es decir, sino se busca evitar o rechazar aquello que se cuestiona, sino entenderlo para vivirlo de una mejor manera o asimilando los motivos, de tal modo que aquello que se plantea sea una elección cociente y libre.

Es así como en está Cuaresma no está demás preguntarse el por qué del ayuno, la limosna y la oración. ¿A quién le gusta ayunar, a quién le gusta dar limosna cuando se puede invertir dinero en cosas de más provecho o rezar durante el día cuando se pueden hacer otras cosas? Esta pregunta es del todo legítima, y es que es necesario hacérsela, el cristiano no es una persona que simplemente sigue unos preceptos por seguirlos, sin motivo alguno, simplemente porque así es y punto. Dios no es un capataz que da ordenes y ya. Él nos quiere guiar y orientar en el camino de la vida y por eso nos va dando pistas, nos cuida como un padre que cuida a su hijo mientras le enseña a andar en bicicleta, para que un día pueda andar a su lado, bajo el cuidado de su amorosa mirada.

El Ayuno

Cuando se haba de ayuno pensamos que se refiere a que no hay que comer y ya. Esto suena a fastidio, pues a quién no le gusta comer durante el día. El ayuno en pocas palabras, hace referencia a reducir la cantidad de comida durante un día, es decir, desayunar muy poco (un pan dulce con café), hacer una comida discreta (no comer hasta que ya no pueda), y cenar poco (una rebanada de pizza). Creo que esto no es no comer nada, sino comer un poco menos, de tal modo, que tengamos hambre.

Para que se entienda un poco mejor, les comparto mi experiencia la primera vez que ayuné en serio. Una cosa es tener hambre porque voy tarde a la casa o porque no llevo dinero para comer, y otra muy diferente es provocar esa hambre. En aquella ocasión, desayuné un pan con mermelada y un café. Al inicio todo estuvo normal, pero a medio día me comenzó a dar mucha hambre, sentía la necesidad natural de comer y lo más lógico era ir a la cocina y comer algo. Sin embargo, pensé en los motivos por los cuales estaba ayunando, y lo entendí. Así como mi cuerpo me exige que lo alimente, mi alma me exige que también le dé comida. Esa necesidad de comida en ese momento debería ser la misma necesidad que tengo de Dios; así como sin alimento no puedo vivir, sin Dios tampoco. Entonces sentí hambre en el cuerpo, pero descubrí un hambre más importante a saciar, el hambre que el alma tiene de Dios.

La Limosna

La primera imagen que se nos suele venir a la mente cuando pensamos en la limosna, es la imagen de una persona en la calle, pobre, que está pidiendo dinero. Ahora, tomando esta imagen, pensemos en cuántas veces hemos sido testigos de esto, cuántas veces a afuera de la Iglesia o en la banqueta hemos visto a personas pobres, enfermas o desamparadas pidiendo dinero. ¿Qué pensamos al verlas?, ¿nos da asco?, ¿nos alejamos con indiferencia?, o, las saludamos, les regalamos una sonrisa y les damos algo de dinero.

Primero que nada hay que dejar claro que la limosna no es solo dar dinero y ya. No es dar de lo que nos sobra, sino lo que nos cuesta dar. La madre Teresa decía que “debemos crecer en el amor y, para ello, hay que amar constantemente, y dar y seguir dando hasta que nos duela… Hacer cosas ordinarias con un amor extraordinario. Este dar hasta que duela, ese sacrificio, es lo que llamo amor en acción”. Y esto es la limosna, un amor en acción. Pero el amor se comienza a fraguar en el interior del corazón de cada uno de nosotros, no podemos dar amor si primero no nos sentimos amados por Dios y llenos de este amor para darlo a los demás. La limosna es una forma de amar, de salir de sí mismo, de aprender a ver las necesidades del prójimo sin quedar indiferente, no solo es dar dinero, es algo más profundo, es tener los mismos sentimientos de Cristo, salir al encuentro de los necesitados, y aprender a sufrir con el que sufre, devolver las esperanza a quien la ha perdido, estás son las verdaderas limosnas, a veces el quien tiene necesidades materiales, también tiene necesidades espirituales más importantes y urgentes, como saberse amado, saber que alguien le quiere y se preocupa por él. Pero ante todo, siempre cuando de practique la limosna, debemos seguir el consejo que nos da Cristo en el evangelio: «Cuando des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha» (Mt 6, 2–3).

La Oración

Creo que la oración es la necesidad primordial de todo cristiano, no haría falta hacer toda una explicación de por qué hay que orar, pero nunca está de más. La oración, en pocas palabras es hablar con Dios. Cristo no es un ser lejano, extraño a nosotros, no es algo abstracto, es una persona, ¡es una persona! Quien no reconoce como tal a Cristo, no lo entiende. No lo vemos, y sin embargo allí está, no oímos la dulzura de su voz, pero habla en el interior de nuestro corazón, no vemos su rostro, pero al contemplar la creación podemos darnos una idea de la belleza de nuestro Dios. Es de este modo que, quien se planta frente al sagrario o un crucifijo para orar, sabe que está con una persona y habla con ella. Si no creemos esto, la oración no tiene sentido. Así como vamos con nuestro papá o con un amigo para pedir ayuda o algún consejo, del mismo modo podemos ir con Dios, vamos con él y simplemente hablamos. A veces las oraciones de algunos libros o manuales nos servirán para comenzar el diálogo, pero no tiene que ser una conversación entre extraños, sino la conversación de unos amigos, confiada y natural. Entre más hablamos, más nos conocemos, más confiamos y más nos acercamos, pero si nuestra oración no es más que entrar a la capilla y decir un padre nuestro de mala gana, esto no es la relación entra amigos, entre padre e hijo.

La cuaresma se nos presenta como un momento para despertar. Cristo está allí, el mismo que en la noche de Navidad nació, ahora se prepara para morir, él está ahí y quiere a cada uno de sus hijos, por eso está dispuesto a morir en la cruz, tiene miedos y sabe que el peso de nuestros pecados es muy grande. Por eso, debemos ser cireneos que le ayuden a cargar la cruz, madres que le acompañen en su camino, manos que limpien su rostro ensangrentado y golpeado. Esto es lo que hacemos cuando oramos, estar con aquél que han crucificado, diciéndole: — Mira aquí estoy, frágil y con pecados, pero quiero acompañarte, estar contigo-.

Aprovechemos realmente esta Cuaresma, que no pase como una más, sin sentido, en la que todo sigue igual, pero sobre todo el corazón sigue igual, vació del amor de Dios y lleno de superficialidades. Cambiemos la perspectiva de esta Cuaresma, demosle un giro y pongámonos a trabajar en serio, encontrándonos plenamente a la empresa más importante de nuestra vida, la salvación de nuestra alma.

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“Esta es la red que queremos. Una red hecha no para atrapar, sino para liberar, para custodiar una comunión de personas libres” -Papa Francisco