Hágase en mí su voluntad

H. Manuel Frutos, LC

Lanzar las Redes
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4 min readDec 18, 2016

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La Anunciación es un retablo realizado por el pintor toscano del Renacimiento Fra Angelico, sobrenombre de Guido di Pietro da Mugello. Está realizado en oro y temple sobre tabla, y fue pintado hacia 1426. La obra se encuentra en el Museo del Prado.

El tema principal es la Anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen María, tema que se completa con las escenitas del banco, otra tabla más estrecha situada debajo del tema principal. Estas escenas son, por orden de lectura, el Nacimiento de María, sus desposorios con san José, la Visitación a Santa Ana, la Epifanía de Jesús, la Purificación y el Tránsito del alma de María tras su muerte. En esta última escena es de destacar cómo su hijo, Jesucristo, recoge desde el cielo el alma de la madre, que asciende.

En la tabla principal se puede contemplar junto a la Anunciación una escena secundaria, que muestra el momento de la expulsión de Adán y Eva del paraíso. Las dos escenas se conjugan fingiendo que Adán y Eva se encuentran en el exterior del mismo ámbito, en el jardín al que se abre el pórtico donde la Virgen recibe al arcángel. Esto es un recurso que utiliza el fraile para simbolizar el pecado original cometido por Adán y Eva, y su redención en la tierra, que es la encarnación de Cristo en María. Así nos cuenta simultáneamente el principio y el final del Antiguo Testamento, al tiempo que anuncia el Tiempo Nuevo, tras la venida de Dios a la tierra.

Varias son las reflexiones que me acuden a la mente al contemplar esta magnifica obra:

La reverencia del ángel. El ángel sabe ante quien se presenta. El ángel Gabriel es el embajador del Dios y sabe muy bien de quién, y a quién, y para qué viene esta embajada: ¿quién le envía? Dios Todopoderoso y Omnipotente, ¿a quién le envía? a una Virgen purísima y Santísima, retirada, y escondida en la pequeña ciudad de Nazareth: ¿para qué viene? a pedirle su consentimiento para obrar la mayor de las obras imaginadas por mente humana, anonadarse, hacerse nada y vulnerable, para desde esa bajeza de carne redimir a la humanidad entera por toda la eternidad. Porque Dios muchas veces espera de nosotros y de nuestra voluntad y deseo para poder hacernos los mayores dones y regalos.

Imaginar cómo pudo ser esta escena es algo casi sublime para nuestro corto intelecto. Debemos para ello poder mirar con los ojos del alma y ver a la Virgen Santísima recogida en un profundo retiro en altísima y gran contemplación, por otro lado, al arcángel san Gabriel postrado en el suelo con suma reverencia justo en el ángulo opuesto de su aposento, y toda la corte celestial a la espera con júbilos y alegrías por ver acercarse el tiempo de la reparación y redención del mundo. Podemos incluso escuchar en nuestro corazón en un vilo, si de verdad prestamos atención, las palabras del arcángel, y meditándolas una a una, rumiándolas:

Ave gratia plena, Dominus tecum, benedicta tu in mulieribus: Dios te salve llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres.

Podemos también considerar la turbación de la Virgen, no de ver u oír al ángel, pues estaba acostumbrada a tratar familiarmente con ángeles, sino de oírse alabar, y que había de tener hijo y concebir; porque su gran humildad y el bajo concepto que tenia de sí misma no le permitía pensar, ni creer cosa tan honrosa de sí, y su extremada pureza la obligaba a extrañar cualquier sombra o imaginación que desdijese de ella.

Oh Virgen Purísima que ni de boca de un Arcángel sufristeis vuestras alabanzas, ni pudisteis oír palabra que desdijese de vuestro castísimo propósito, alábente todos los Serafines y todas las criaturas ensalcen vuestra santidad, vuestra humildad y vuestra pureza que vence a los mismos cielos, y alcanzadnos gracia para imitarla y seguirla, y para despreciar todas las honras del mundo y todas sus dignidades y grandezas por el amor de la virtud.

El ángel ofreciéndo
le la dignidad del Altísimo y la asistencia del Espíritu Santo que había de obrar tan grandísimo misterio en su seno, la Purísima Virgen se rindió con profundísima humildad, diciendo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí su voluntad.

Debemos aprender a rendirnos a la voluntad de dios en todo aquello que nos ordene, aunque sean cosas difíciles y que nos superen, o pensemos desmesuradas para nuestras fuerzas. Hay que confiar en que las fuerzas las da el Señor que suple todo aquello que nosotros por nosotros mismos no podemos alcanzar con nuestra humanidad. Por ello tengamos confianza que el Espíritu Santo vendrá sobre nosotros, y nos asistirá y confortará, si nos fiamos de su Palabra, y confianza firme en su gracia. Pidiéndosela con humildad: humíllate más que el polvo de la tierra, y hallarás gracia en el acatamiento de Dios.

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“Esta es la red que queremos. Una red hecha no para atrapar, sino para liberar, para custodiar una comunión de personas libres” -Papa Francisco