La “capitulación” de ser hombre

El hombre: buscador de sentido. Un nómada peregrino en camino a la posada de la verdad…

Roberto Allison Coronado
Lanzar las Redes
3 min readNov 3, 2017

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“El secreto de la existencia humana consiste no sólo en vivir sino en encontrar un motivo para vivir”

Recuerdo cuánto me impresionó esta frase de Dostoievsky. Desde entonces, me persigue con frecuencia la pregunta sobre el sentido de mi vida, si he vivido verdaderamente. Y debo confesar que no hay nada que me cause más horror que el imaginarme al final, en la vejez, con una existencia vacía, hueca, preguntándome una y otra vez, con irrevocable frustración, por qué no viví de verdad, por qué no fui pleno. Y lo peor será que no podré culpar a nadie, pues sólo yo soy el único responsable. Repito: nada peor que esa idea.

Y siguiendo a mi amigo ruso, recuerdo otra frase suya:

“Todo pasa menos la verdad”

El hombre: buscador de sentido. Un nómada peregrino en camino a la posada de la verdad. Pienso que una de las grandezas más sublimes del espíritu humano es esta inclinación, este deseo inextinguible de conocer la verdad y luchar por alcanzarla, y no descansar hasta poder estrujarla en sus manos. Sobre todo, de una verdad que dé sentido a su existencia.

Pero no siempre ha sido así…

Hoy vivimos amenazados por una enfermedad que corroe esta grandeza del hombre. La “dictadura del relativismo”, como bien lo describió el Papa Benedicto XVI, nos domina. Estamos en un mundo donde la verdad se inventa, donde las palabras lo soportan todo.

“Es verdad si tú lo crees así”: un eslogan omnipotente que justifica hasta lo absurdo y lo irracional. No existe ninguna verdad universal. La verdad es lo que yo decido que es. Hasta el punto de llegar a poner el bien y el mal bajo el rasero de la votación de la mayoría. Hasta tal punto que los tribunales son los que dictan cuándo una vida es digna o no (¿Recuerdan el caso de Charlie Gard?).

Muchos lo llaman progreso y liberación, y creen llegado el momento en que la humanidad se debe deshacer de los pesados fardos de leyes retrógradas y supersticiosas. Y nos creemos libres, cuando sólo somos seres encadenados, enervados con el dulce yugo de la mentira.

Pero en el fondo lo que estamos haciendo es intoxicarnos al poner nuestros caprichos y, en ocasiones, nuestros instintos más bajos como el único criterio de la verdad, ¡rebajamos nuestra dignidad! Nos volvemos desgraciados; en esclavos del placer, del momento, de la ideología común. Envilecemos nuestra libertad en libertinaje, el amor en sexo y placer, la verdad en capricho, el hombre en animal. El relativismo cercena de raíz la dignidad y la grandeza del hombre. Henos aquí ante la capitulación de ser personas de verdad.

Capitulación: “Abandonar una pugna o discusión por cansancio o por la fuerza de los argumentos contrarios” (Diccionario de la Real Academia Española, 2. intr. n°4)

Basta con ver los rostros de las personas en el metro, en la calle. ¿Qué es lo que nos ofrecen hoy el arte, la TV, el internet y las redes sociales? Y no nos vayamos tan lejos, ¡basta con vernos a nosotros mismos!Ya es muy difícil encontrar la plenitud, la felicidad profunda, el orgullo sano de ser hombre. Sólo vemos fetiches deprimentes sin personalidad, muñones de personas, seres incompletos. Y detrás de la máscara de una aparente libertad y de la carcajada estridente, emerge la putrefacción de un cadaver viviente, de un zombie que se cree vivo, cuando en realidad hemos capitulado de vivir. Hemos perpetuado un suicidio en vida.

Ahora es cuando me hago estas preguntas que me estremece de pavor: Si ya no existe ninguna verdad, ¿cómo podremos entonces encontrar la Verdad? Si hemos capitulado de ser hombres, ¿cómo llegar a conocer al Hombre por excelencia, al Hombre-Dios Jesucristo? Si no se vive realmente, si hemos extraviado el sendero ¿Cómo podremos llegar al que es el Camino, la Verdad y la Vida?

Finalmente, como dijo San Agustín:

¡¿Cómo podremos llamar vida feliz allí donde ni siquiera se encuentra la vida?!

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Roberto Allison Coronado
Lanzar las Redes

Felizmente Legionario de Cristo y un perpetuo buscador del sentido de la vida, del amor, de la verdad, la belleza y -¿cómo no?- de Dios