La fuerza del amor (2da parte)

P. Antonio Rivero, LC

Lanzar las Redes
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5 min readOct 26, 2016

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  1. DAR HASTA EL SACRIFICIO DE TI MISMO

No sólo hay que dar cosas. Hay que darse a sí mismo, incluso hasta el propio sacrificio. En esto consiste el verdadero amor: en dar la vida por la persona amada.

Me acuerdo del cuento del escritor inglés Oscar Wilde, titulado “El ruiseñor y la rosa”, que les resumiré ahora y que encarna esta idea que quiero exponer.

Un estudiante estaba triste y desconsolado en su habitación porque su amada novia le había dicho que bailaría con él si le llevaba rosas rojas. En su jardín no había ninguna rosa roja. El ruiseñor le escuchaba conmovido. Decía el estudiante: “El príncipe ofrecerá mañana un baile; yo y mi amada hemos sido invitados. Si yo le llevo una rosa roja ella bailará conmigo hasta el alba y seré muy feliz…Pero mi jardín no ha dado rosas rojas. Ella me despreciará y mi corazón se despedazará”.

Al escucharlo el ruiseñor dijo para sí: “He aquí a alguien que sabe verdaderamente amar. Aquello que yo canto, él lo sufre. Aquello que para mí es gozo, para él es dolor. El amor es una cosa maravillosa. Es más precioso que las esmeraldas y los diamantes. No se puede comprar con perlas preciosas. No es vendido en el mercado. No hay balances para el amor”.

Y mientras estaba llorando en su jardín el pobre estudiante, se fueron acercando varios animalitos y todos le preguntaban por qué estaba llorando. El ruiseñor les dijo: “Llora por una rosa roja”.

“¿Por una rosa roja?”- exclamaron todos. “¡Qué ridiculez!”- dijeron

Pero el ruiseñor sí entendía el secreto del dolor del estudiante y se quedó silencioso reflexionando en el misterio del dolor.

Y en esto, el ruiseñor voló y se posó sobre el primer rosal que encontró: “-¡Dame una rosa roja, amigo rosal, y te cantaré la más dulce de mis canciones!”. El rosal sacudió sus ramitas y respondió: “¡Lo siento, mis rosas son blancas, como la nieve sobre los montes…Pero ve a mi hermano, tal vez él te dé lo que buscas”.

Y así fue. Y encontró parecida respuesta: “Lo siento; mis rosas son amarillas, como el grano de trigo. Ve a mi hermano que florece bajo la ventana del estudiante, tal vez él te dará lo que buscas”.

El ruiseñor se posó sobre el rosal: “Dame una sola rosa roja, por favor”. Le respondió el rosal: “Mi rosas son rojas, es verdad. Pero el invierno me ha congelado las venas, la nieve me ha destruido los capullos y la tempestad me ha roto los tallitos: no tendré ninguna rosa roja este año”. El ruiseñor seguía insistiendo: “Sólo quiero una sola rosa roja, por favor. ¿No existe algún modo de encontrarla?”.

El rosal respondió: “Sí; pero es tan terrible que no tengo el coraje de decirte cómo encontrarla”.

“Dime cómo, por favor; yo no tengo miedo, aunque me duela”- respondió el ruiseñor.

“Si quieres una rosa roja -dice el rosal- debes teñirla con tu propia sangre. Debes cantar para mí con el pecho contra una de mis espinas. Toda la noche debes cantar para mí y la espina debe atravesarte el corazón, y tu sangre debe correr por mis venas y llegar a ser mía”.

Así lo hizo el ruiseñor. Apretó su corazón contra la espina de esa rosa. Toda la noche cantó con el pecho contra la espina. La misma luna fría de cristal se inclinó y escuchó. Toda la noche cantó y la espina le penetró siempre más profundamente en el pecho, mientras la sangre iba coloreando la rosa. Hasta que murió el ruiseñor. Su voz se apagó y brotó una roja rosa maravillosa.

Al mediodía el estudiante abrió la ventana y miró fuera, exclamando: “¡Qué cosa increíble! ¡Una rosa roja! No había visto una rosa semejante en toda mi vida. Es tan bella…”. Salió de la casa, arrancó la rosa roja y se la llevó a su novia amada, pensando durante el camino: “Seguro, que ahora sí bailará conmigo”.

Pero la novia frunció el ceño y con gesto despreciativo le dijo: “No me sirve ya. No entona con mi vestido. Además el nieto del duque me ha mandado joyas verdaderas, y todos saben que las joyas cuestan más que las flores”.

“Eres una ingrata” — dijo rabioso el estudiante. Y arrojó la rosa en el camino. ¿Saben cómo acabó la rosa roja? La rueda de un carro la pisoteó.

“El amor no existe” — concluyó el estudiante. Y se volvió a su casa.

Hasta aquí el cuento de Oscar Wilde. Saquemos las conclusiones:

Para el ruiseñor el amor es la más grande razón de la existencia. No duda por tanto en sacrificar su propia vida para que el estudiante tenga todo lo que desea: el amor y la felicidad de esa joven, a quien amaba.

Para el estudiante, el amor es una especie de ilusión, convencional y pasajero. Mientras el ruiseñor es capaz de amar, el estudiante es egoísta e insensible ante el amor del ruiseñor.

Para la novia, el amor es sólo apariencia. Se queda en las exterioridades: “Esa rosa no entona con mi vestido…además, el nieto del duque me ha regalado unas joyas verdaderas”. ¡Cómo es posible que no valore el sacrificio de ese ruiseñor que dio su sangre por la rosa que hizo feliz a ese estudiante!

Concluyo esta regla del amor: Si nosotros queremos amar, abrirnos a esta realidad maravillosa y mágica del amor, tenemos que estar dispuestos a sacrificarnos por la persona amada. De lo contrario, ese amor es egoísta y ciego, como el del estudiante y el de la novia.

Otro ejemplo, este histórico, que corrobora esta ley del amor: el caso del padre Maximiliano María Kolbe, franciscano polaco. Era en tiempo de los nazis durante la segunda guerra mundial, en Polonia.

20 de julio de 1941. Al pasar lista en el campo de exterminio de Auschwitz, uno de los presos, el número 14 no contesta; se ha fugado del campo. El comandante ordena diezmar a los presos; de cada diez de ellos uno deberá morir, por culpa del que se fugó.

Entre los destinados a morir, un exsargento polaco, Francisco Gayowniczek, rompe a llorar: — ¡Mis hijos!…¡Mi esposa!… De en medio de todos los presos del campo presentes en la escena, el número 16670 sale de la formación y le propone al comandante:

- Yo no tengo esposa ni hijos; permítame usted morir en lugar de este compañero.

El comandante acepta. Junto con los demás sentenciados a muerte, el número 16670 es encerrado en el bunker de la muerte, para que muera de hambre. Allí consuela y encamina al Cielo a los demás compañeros, que uno tras otro mueren.

Y como él no moría y necesitaban el bunker para otros, inyectan al padre Kolbe el ácido fénico y lo arrojan al horno crematorio.

En 1971 en la basílica de san Pedro en Roma, el Papa Pablo VI declaró beato al padre Kolbe. Entre los presentes a esa ceremonia, se encontraba el exsargento a quien el padre Kolbe había salvado la vida. Juan Pablo II lo proclamó ya santo: dio su vida y su sangre por el prójimo.

CONCLUSIÓN: Amar, amar más, amar sin medida, amar a todos, amar hasta que duela, amar hasta el sacrificio por la persona amada. Esto es el amor. Lo demás es cuento, fachada, hipocresía. Si no amo, no soy nada, no valgo nada.

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“Esta es la red que queremos. Una red hecha no para atrapar, sino para liberar, para custodiar una comunión de personas libres” -Papa Francisco