¿Qué es lo que más deseas?

Roberto Allison Coronado
Lanzar las Redes
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3 min readOct 13, 2017
National Geographic

Un niño sonríe y se llena de emoción al ver sus regalos de navidad. Este mismo niño crece, se gradúa de la universidad y entra muy ilusionado a su nuevo trabajo. Después de una elegante cena de gala, propone matrimonio a la que será su mujer y, ella enloquecida de dicha, acepta el anillo. Pasan los años y nuestro joven, ya anciano, habiendo recorrido toda una vida, puede gozar al fin de su pensión, del amor de sus nietos y de una imperturbable paz.

Todas estas escenas de nuestra entrañable vida humana, ¿son simples sucesos fortuitos y sin sentido, simples reacciones químicas de nuestro organismo? ¿o revelan, más bien, algo más profundo? El hombre no es víctima de reacciones químicas ni una máquina simplemente más perfecta. Es el único ser de este mundo que quiere, sufre, se desespera, valora, busca y da sentido, ama. Desea.

Y ¿qué es el deseo, este impulso que nos lleva a hacer tantas de nuestras desgracias o locuras? Dicen los filósofos que el deseo es la búsqueda de un bien ausente. No vivimos solamente para comer, crecer, reproducirnos y morir. En realidad, nos movemos por los deseos de cosas que dan sentido a nuestra vida. Buscamos, luchamos y damos la cara por conseguir lo que más anhelamos. Hay quien desea sólo dinero, algunos poder, fama, reconocimiento, etc. Motores superficiales, sí, y por ello insuficientes y efímeros. Pero detrás de ellos se esconde un deseo más profundo, el único que inexorablemente, seamos conscientes o no, es la luz que guía siempre nuestras decisiones: la felicidad.

El ojo no se cansa de ver, ni el oído de oír ni el hombre se cansa de desear. Y parece que nada puede llenar este incesante deseo. Somos abejas errantes, rondando de una flor a otra, sin llenar nunca nuestra hambre de felicidad. Tomamos esto, luego aquello, desilusiones, fracasos, frustración. Buscamos ansiosos nuevos lugares y nada parece llenar el inmenso vacío. Ni siquiera el océano más grande. Al contrario, parece que el hastío y la desazón consumen nuestra vida. Y aparece la trágica paradoja: El hombre tiene sed infinita de cosas finitas. Y lo infinito no se puede llenar más que con lo infinito. Resultado: la desesperación.

Y si nada parece que pueda llenar este deseo y es imposible extinguirlo, entonces, el hombre más que ser el vértice del cosmos, el ser perfecto, es un desdichado, juguete de impresiones pasajeras, un títere condenado a la frustración. Nos convertimos en viajeros poseedores de un boleto con destino a la nada.

Pero, ¿la vida- mi vida- en realidad es así? Dice Pascal:

“Así pues, ¿qué nos grita esa avidez y esa impotencia, sino que hubo alguna vez en el hombre una verdadera dicha, de la cual, sólo le queda ahora la señal y el rastro totalmente vacío, y que él trata inútilmente de llenar con todo lo que le rodea, buscando en las cosas ausentes el auxilio que no consigue de las presentes, auxilio del cual son todas incapaces, porque el abismo infinito sólo puede ser llenado por un objeto infinito e inmutable, es decir, por Dios mismo?”

“Sólo una cosa es necesaria” (Lc 10,42) Digámoslo claro, esta es una verdad que taladra nuestra existencia, lo que nos salvará de una vida de desesperación y sinsentido: Detrás de cada anhelo, de cada angustia, de cada desvelo, en el fondo de este abismo profundo, en el único rincón apacible de este mar turbulento que es el hombre, al otro lado de las tinieblas de la frustración, ese tan ambicionado amor eterno que parece no existir, esa compañía siempre presente para el solitario triste, esa satisfacción plena y total de cualquier anhelo tan buscada y erradamente encontrada, tiene un nombre: Cristo, el hijo de Dios vivo. Él es el único que puede llenar ese vacío. Como bien lo dijo Cabodevilla: “Dios es el nombre arcano, pero exacto, de la felicidad”

Entonces, ¿Qué es lo que más deseas? ¿Crees que Dios puede hacerte feliz? ¿Le vas a dejar hacerlo?

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Roberto Allison Coronado
Lanzar las Redes

Felizmente Legionario de Cristo y un perpetuo buscador del sentido de la vida, del amor, de la verdad, la belleza y -¿cómo no?- de Dios