Qué hago con mi Vida

H. Sixto Jordán Sánchez, LC

Lanzar las Redes
Lanzar las Redes
3 min readJul 31, 2017

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Todo en la vida parece reducirse a una simple sucesión de momentos. Andamos con rapidez, con el afán de hacer y hacer un sinnúmero de cosas. Buscamos con intensidad, pero como si esto significara renunciar a disfrutar.

De repente vemos que Dios va introduciéndose en nuestra vida provocando altos, nos coloca como rampas de freno y con amor nos conduce hacia ellas antes de que sea demasiado tarde, lo curioso es que tenemos la opción de escoger si permanecer o rechazar la rampa que Dios nos da. Conviene detenerse por un momento en esta vida que parece un frenesí de superficialidad. Detenerse y contemplar el mundo, disfrutar.

Olvidamos el valor de unos –buenos días-, el valor transformador de una sonrisa, la belleza del sol al ocultarse y el esplendor del firmamento ornamentado de estrellas. Cambiamos el contemplar el momento por el tomar una foto; el sentir la frescura de la mañana por la preocupación de una agenda agitada. Así pasa un día tras otro, un acostarse y levantarse que parece siempre el mismo. Pero ahí está Dios y nos da unas rampas de freno.

Esa rampas de freno que llega en forma de una enfermedad inesperada, de una dificultad, de un sufrimiento profundo, de problemas que no podemos resolver, de tristezas que parecen hundirnos, de dudas que nos hacen cuestionar lo todo lo que hacemos y creemos. Y es aquí, bajo estas circunstancias donde todo parece detenerse. Se presentan dos caminos: el que Cristo con amor nos tiene preparado, o el que cada uno se ha fabricado, y la elección, depende de cada uno.

La enfermedad, los problemas, dificultades o dudas pueden ser una rampas de freno o un túnel sin fondo; pueden ser motivo de reflexión y crecimiento, o razón de quejas, desesperación y dolor hueco.

Cuando aceptamos entrar en la rampa y nos detenemos, es como volver a ser niños. Primero, porque descubrimos que no podemos resolverlo todo, en realidad todo depende de nuestro Papá, el Padre del cielo; y es entonces cuando empezamos a tomar la cosas con mayor tranquilidad, porque empezamos a confiar, y así, seguros en las manos de nuestro Padre, comenzamos a disminuir a velocidad, poco a poco se van abriendo nuestros ojos y vemos todo aquello que habíamos olvidado: la belleza de ver volar a una mariposa, guardar silencio y escuchar el canto de las aves, lo divertido que es correr bajo la lluvia, como pasa el tiempo cuando sentados en un café hablamos de la vida. De este modo, viendo al cielo y a nuestro alrededor todo se vuelve nuevo.

Detenerse a disfrutar no significa vivir en la superficialidad, no es como la “alegría” de una fiesta, que una vez que termina todo vuelve a ser igual. Detenerse es, a veces, una necesidad de volver a plantearse el sentido de la propia vida, de ver cuáles son las motivaciones que nos mueven para caminar cada día, es ver desde afuera la propia vida y ver lo que estoy haciendo con ella.

Solemos vivir con tanta rapidez y en una misma rutina, que perdemos el valor de la oración, ya no queda tiempo para Dios; nos perdemos en un mundo de quehaceres y ya no queda tiempo para la familia y los amigos, para los demás; dejamos que la vida nos viva, nos vamos consumiendo y no queda tiempo ni para nosotros mismos.

¿Qué estás haciendo con tu tiempo?, ¿A qué velocidad estás viviendo?

¿Te has detenido por un instante?, ¿Has tomado alguna rampa de frenado?

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Lanzar las Redes
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“Esta es la red que queremos. Una red hecha no para atrapar, sino para liberar, para custodiar una comunión de personas libres” -Papa Francisco